Octubre-Diciembre 2004, Nueva época No. 82-84 Xalapa • Veracruz • México
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La libertad de la investigación biomédica y las repercusiones sociales del conocimiento sobre las células troncales y la clonación humana
Ricardo Tapia / Investigador emérito del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM

Ponencia ofrecida en la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información-Xalapa, durante la Feria Internacional del Libro Universitario 2004.
 
Es indudable que el progreso del conocimiento sobre la naturaleza, que es el fin primordial de la investigación científica, alcanzó durante el siglo pasado un nivel que difícilmente podrían haber imaginado los gigantes de la ciencia de todos los siglos anteriores. En todos los campos de la ciencia, se han obtenido resultados sorprendentes, no sólo porque difícilmente se podían haber predicho, sino además por el detalle que se ha alcanzado en las explicaciones de muchos mecanismos que rigen el universo y el funcionamiento de los seres vivos, y por sus consecuencias. Naturalmente, este impresionante progreso en el conocimiento ha dado lugar a adelantos tecnológicos, productos y medios de comunicación que han revolucionado, en mayor o menor grado, el modo de vida de todos los habitantes del planeta.

Aunque hay algunos inconformes para quienes el uso del conocimiento para fines destructivos –las armas nucleares, químicas y biológicas, por ejemplo– anulan o disminuyen los beneficios tecnológicos derivados de la ciencia, aun esos pesimistas hacen uso diario de dichos beneficios, que han llegado a ser tan conspicuos que parecería que han ocurrido de manera natural y espontánea. Estos beneficios también son utilizados por quienes no pregonan tanto los maleficios de la ciencia, pero sí tienden a ignorarla por preferir las fáciles explicaciones que proporcionan las supercherías, las charlatanerías, las supersticiones o las ideas seudo científicas, como la astrología o la parapsicología.

De entre el gran conjunto de nuevos conocimientos que se ha generado en esta evolución-revolución del progreso científico, ¿qué es lo que más inmediatamente afecta las relaciones entre los individuos, las familias, y las comunidades, y por tanto tiene más repercusiones sobre la sociedad? Aparte de los problemas globales, como el calentamiento de la tierra, la expansión del agujero de ozono, las modificaciones del medio ambiente y sus consecuencias sobre las especies vegetales y animales y sobre la producción de alimentos, es posible afirmar que nada importa más al ser humano que el conocimiento de lo que está más cerca de él, porque es lo que más le afecta directamente. Es decir, para el hombre común, el conocimiento sobre la estructura atómica y sus diferentes partículas o las relaciones entre las galaxias y los componentes químicos de las estrellas le interesa menos que saber de dónde viene, cómo puede obtener más y mejores alimentos, qué le sucede cuando tiene alguna dolencia, por qué se siente deprimido, cómo puede ser curado de las enfermedades, cómo consigue tener descendencia y cómo puede protegerla. De ahí que los adelantos en el conocimiento de los mecanismos biológicos tengan, de manera inmediata, una gran repercusión sobre la sociedad, y de ahí también que, conforme estos adelantos profundizan sobre los aspectos más íntimamente humanos, como la potencialidad de modificar el funcionamiento de su mente y los mecanismos de su reproducción, se generen problemas éticos que afectan tanto a la sociedad como a la investigación científica y a los procedimientos tecnológicos surgidos a partir de los nuevos conocimientos.

Además, debido a la inclinación humana hacia la creencia en dioses o seres sobrenaturales que rigen nuestra conducta, estos problemas éticos son repetidamente mezclados con conceptos ideológicos o religiosos que nada tienen que ver con el conocimiento científico pero que son utilizados como argumentos para definir –y exigir– cómo debe ser el comportamiento ético de la sociedad y de los científicos, tratando de imponer leyes prohibitivas o restrictivas.

Entre los adelantos que durante la segunda mitad del siglo XX y los primeros cuatro años del presente siglo han revolucionado el conocimiento del hombre sobre sí mismo, dos temas son los que han generado más discusión, por sus repercusiones sobre la vida de la sociedad y sobre la investigación científica y su futuro. El primero es el genoma humano, con sus implicaciones relacionadas con la clonación y la investigación con células troncales, y el segundo es el progreso de las neurociencias, que ha permitido no solamente el conocimiento de las áreas cerebrales responsables de las conductas y las actitudes emotivas, cognitivas y sexuales, sino también el desarrollo de drogas que podrían aumentar la capacidad de concentración y de resolución de problemas, a las cuales se les ha dado el nombre genérico y un tanto humorístico de “drogas listas” o “drogas inteligentes”. Estos adelantos han generado inquietudes sobre cuáles son los límites de la ciencia y hasta qué punto se debe legislar para prohibir ciertas investigaciones y para castigar a quienes no respeten las prohibiciones, con objeto de llenar lo que algunos consideran un vacío en la legislación que, en opinión de quienes así piensan, permite abusos de la investigación científica atentatorios contra la bioética y contra la dignidad humana.

El propósito de esta ponencia es, pues, defender la libertad de investigación y la autonomía personal en la toma de decisiones, y argumentar en contra del establecimiento prematuro y prejuiciado de leyes que, con razones aparentemente humanitarias pero en realidad basadas en creencias o ideologías religiosas que nada tienen que ver con la ciencia, generarían un inaceptable rezago en la investigación científica y en los beneficios que ésta genera para la salud y la vida de los seres humanos. En especial, mi posición es que cualquier argumento de este tipo refleja una gran intolerancia con respecto a otras líneas de pensamiento, intolerancia que se manifiesta de manera autoritaria y dogmática con la intención de imponer a toda la sociedad, mediante la emisión de leyes que rigen para todos, las creencias de ciertos grupos, pasando sobre la autonomía personal de los individuos que no comparten las mismas opiniones o maneras de pensar.

Los genomas, el genoma humano y la dignidad humana
Desde que la llamada “teoría de la evolución” sobre el origen y la evolución de las especies de Darwin quedó comprobada con el advenimiento de la bioquímica y la biología molecular –que confirmó más allá de toda duda razonable que la estructura química esencial de los genes y de las proteínas era exactamente la misma en todos los seres vivos–, y se logró establecer las fechas tentativas de la existencia de genes y proteínas primitivas de las cuales derivaron aquellas especies que aparecieron posteriormente, la definición del ser humano como una especie privilegiada o diferenciada en esencia del resto de los seres vivos quedó en entredicho: se despejó la incógnita de la naturaleza biológica del hombre, ya que ésta se sustenta, como en todos los seres vivos, en la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN) que constituye sus genes.

El conocimiento de la secuencia de los cuatro componentes básicos de la estructura del adn de muchas especies, desde bacterias hasta mamíferos, incluyendo recientemente al humano, ha demostrado que las diferencias cuantitativas entre los genomas son sorprendentemente pequeñas. Por ejemplo, no hay más de 38 000 genes en el hombre contra aproximadamente 20 000 y 13 500 en especies tan lejanas de los mamíferos como el gusano Caenorhabditis elegans y la mosca de la fruta Drosophila melanogaster, respectivamente; y si comparamos al hombre con especies mucho más próximas evolutivamente, como el chimpancé, encontraremos una similitud extraordinaria, pues hay sólo aproximadamente 1.2 por ciento de diferencias entre la composición del genoma del chimpancé y el del hombre.

Son innumerables las reflexiones y discusiones que todo esto ha generado sobre el papel determinante de la genética, en contraposición con la influencia de la familia, la educación y el medio social y cultural en el desarrollo de la persona, y pocos dudan que ambos factores son importantes. Sin embargo, no es tan unánime la opinión con respecto al momento del desarrollo del organismo humano en que este es persona, y estas diferencias de opinión repercuten importantemente en los conceptos bioéticos con respecto a la generación y al uso de los conocimientos acerca de los métodos de reproducción asistida, el aborto y la manipulación de los genes para beneficio de la salud, como la ingeniería genética, la clonación y la investigación con las células troncales.

En efecto, muchos individuos y grupos sociales, sobre todo creyentes en alguna religión, aseguran que la persona (el ser humano) se crea simplemente por la unión de los genes del óvulo y del espermatozoide, en el momento mismo de la fecundación, por lo que concluyen que el óvulo fecundado (cigoto) adquiere al instante una “dignidad humana”, definida como ser digno de respeto porque se es humano, bajo un argumento circular: tengo dignidad humana porque soy persona, y porque soy persona tengo dignidad humana. En contraste, numerosos individuos y grupos no confesionales, entre los cuales me cuento, diferimos de esta posición ideológica, ya que consideramos que no hay ningún fundamento objetivo –científico– que la sustente, pues ni en el cigoto ni en las primeras etapas de su desarrollo hay diferenciación celular y, por lo tanto, no se ha formado ni siquiera un primordio de tejido nervioso, por lo que aún no existe una persona.

La discusión entre las dos posiciones sería sólo académica si no fuera porque los defensores de la primera la utilizan para atacar, prohibir o satanizar procedimientos como la fertilización in vitro, la clonación humana, el uso de blastocistos humanos (el blastocisto es la estructura de aproximadamente 120 células, resultante de las primeras divisiones del cigoto) para la investigación con células troncales embrionarias y otros temas, usando como argumento central precisamente la definición de que estos procedimientos atentan contra la dignidad humana presente en la persona-cigoto o la persona-blastocisto.

En el fondo, la razón de esto es que el difuso concepto de dignidad humana no es biológico ni científico, sino ideológico o, si se quiere, filosófico, y para sustentarlo finalmente es necesario referirse al “espíritu” o al “alma”, conceptos que difícilmente entran en la nomenclatura de la ciencia. Así, de acuerdo con quienes creen en el alma, la dignidad humana se adquiere o se debe al hecho de que, desde el momento de la fecundación, ya hay persona porque ya hay “espíritu”. En todos los casos, sin embargo, es la estructura del adn la que determina la formación del nuevo individuo, desde la unión del espermatozoide y el óvulo, por lo que habría que concluir que la persona, o el espíritu, o el alma están ya presentes en la molécula del ADN, y por consiguiente que el adn del óvulo tiene la mitad de la persona, o del espíritu, o del alma, y el adn del espermatozoide tiene la otra mitad.
Quizá la más clara expresión de este concepto está en las palabras que el papa Juan Pablo II dirigió en 1998 a la Academia Pontificia por la Vida, creada por él mismo en 1994: “el genoma humano posee una dignidad que tiene su fundamento en el alma, de modo que por la unión del cuerpo y el espíritu el genoma humano tiene no sólo un significado biológico sino que es portador de una dignidad antropológica que tiene su fundamento en el alma espiritual que lo impregna y vivifica”. Es claro así que bajo estas premisas la idea de que el óvulo humano fecundado tiene dignidad humana no puede defenderse a menos de que se acepte que la molécula del adn tiene alma.

Otros grupos, sin acudir al concepto religioso de la inserción del alma en el momento de la fecundación (aunque en muchos casos esta idea está implícita en el argumento), arguyen igualmente que el cigoto es persona y por lo tanto posee dignidad humana porque, dado que los seres humanos somos dignos de respeto por nuestra humanidad y cada uno de nosotros fuimos en nuestro origen un cigoto, esa dignidad se extiende hasta esta estructura unicelular. Sin embargo, el hecho de que toda persona fue embrión no significa que los embriones son personas, como el huevo no es una gallina ni una semilla es un árbol. De aquí que no se considera ni se trata de igual manera al huevo que a la gallina ni a la semilla que al árbol, y ciertamente no es lo mismo cosechar las células troncales de los blastocistos humanos con fines terapéuticos que extraer un órgano a un niño con idénticos fines. Estas diferencias prácticas y cotidianas en la manera de considerar a un cigoto o un blastocisto, en comparación con un feto de varias semanas de vida o con un recién nacido, son muy aparentes si se recuerda que durante la procreación por el procedimiento sexual habitual se pierde alrededor del 50 por ciento de los óvulos fecundados que no logran implantarse en el útero (la implantación ocurre hasta seis o siete días después de la fecundación, cuando el cigoto es ya un blastocisto), y que ocurre un gran número de abortos tempranos que se registran simplemente como retrasos en la menstruación. En ninguno de estos casos se llora por los cigotos o los blastocistos destruidos, ni mucho menos se critica el procedimiento reproductivo que resultó en su pérdida, como debería hacerse de acuerdo con la argumentación de que son personas.

La fertilización in vitro (FIV) y las células troncales
En la primavera de 1972, la revista británica Nova señaló que los bebés concebidos por FIV (los bebés de probeta) eran “la mayor amenaza desde la bomba atómica” y que “si no aceptamos la responsabilidad de orientar a los biólogos, mañana pagaremos un amargo precio –la pérdida de nuestro libre albedrío y, con eso, de nuestra humanidad”. Aunque cinco años después, en julio de 1978, en Inglaterra nació sin problemas la primera niña concebida por FIV, Louise Brown, las voces de crítica y temor de que esto representara una calamidad mayor no se hicieron esperar. Por ejemplo, el biólogo L. Kass, quien es en la actualidad el presidente de la comisión de bioética nombrada por el presidente George W. Bush, para aconsejarle sobre el tema de la clonación dijo, poco después del nacimiento de Louise Brown, que si la sociedad permitía la FIV, estaría en peligro “la idea de la humanidad de nuestra vida humana y el significado de nuestra corporeidad, nuestro ser sexual y la relación con nuestros ancestros y nuestros descendientes”.
Obviamente esto no ha sucedido, y en la actualidad se estima que hay en el mundo más de un millón de personas concebidas por FIV, incluyendo una hermana de Louise Brown, quien se convirtió en la primera bebé de FIV en ser madre, lo cual ocurrió por los medios habituales; además, en los últimos años se han desarrollado nuevos y más avanzados procedimientos para la reproducción asistida.

En nuestros días la oposición a la FIV por parte de los grupos más conservadores se basa en que para aumentar las probabilidades de éxito es necesario fertilizar varios óvulos, y los sobrantes que no son implantados en el útero de la madre se congelan para un posible uso posterior y eventualmente se destruyen, como ocurrió hace unos años en Inglaterra, cuando se eliminaron varios miles de estos cigotos que llevaban varios años almacenados en congelación. Para los grupos conservadores y religiosos esto significa un genocidio, puesto que consideran que cada uno de estos cigotos es una persona y, por lo tanto, tiene dignidad humana; por ello su destrucción es un aborto, es decir un asesinato, razón suficiente para prohibir la FIV. Sin embargo, siguiendo esa misma línea de pensamiento, habría que concluir que la gran pérdida de embriones que necesariamente acompaña cualquier embarazo logrado por el método sexual de fertilización in vivo, hace a este método de reproducción tan o más asesino o abortista que la FIV; por consiguiente habría que prohibirlo junto con la FIV.

El argumento racional de que los cigotos no pueden ser considerados personas, aunado al hecho comprobado universalmente de que tanto el coito como la FIV son procedimientos exitosos para tener hijos y que en ambos casos necesariamente hay pérdida de cigotos y blastocistos, hace imposible considerar seriamente que el mundo entero comete constantemente genocidios.

Es aquí donde el tema de la FIV se liga con el de la investigación con las células troncales embrionarias, ya que los cigotos extra que se logran por FIV son una fuente excelente, se podría decir ideal, para desarrollarlos hasta blastocistos y obtener de ellos las células troncales embrionarias, que son células totipotenciales, es decir, pueden reproducirse a sí mismas y diferenciarse en cualquier tipo celular, generando células especializadas mientras se multiplican. El objetivo final es generar células y tejidos de reemplazo o de protección para tratar muchas enfermedades y lesiones, como la enfermedad de Parkinson, la de Alzhheimer, la leucemia, la diabetes, las lesiones de la médula espinal, la embolia cerebral y las lesiones de la piel. Las células troncales ocurren en todas las etapas del desarrollo, desde el embrión al adulto, pero su versatilidad y abundancia disminuyen gradualmente con la edad. Mientras que las células troncales embrionarias pueden producir cualquiera de los aproximadamente 200 diversos tipos de células especializadas que conforman el cuerpo humano, las células troncales del adulto parecen ser capaces de producir solamente un número muy limitado de tipos celulares. Recientemente se ha argumentado que ciertas células troncales del adulto, como las de la médula ósea, son lo suficientemente versátiles y por lo tanto no hay necesidad de derivar células troncales de embriones humanos. Sin embargo, los resultados científicos publicados hasta ahora no apoyan esta aseveración.

Por todo lo anterior, me parece justificada la conclusión de que si en lugar de tirar a la basura los cigotos y blastocistos sobrantes de la FIV los usamos para colectar de ellos las células troncales, con objeto de realizar experimentos con fines terapéuticos, lejos de estar cometiendo algún crimen estaremos haciendo progresar el conocimiento en beneficio de la salud de toda la humanidad.

Una discusión diferente es si es ético realizar la FIV exclusivamente con el fin de obtener blastocistos para investigación con las células troncales. Sobre los argumentos ya mencionados de que un cigoto no es una persona, independientemente de que se haya producido por fecundación in vivo mediante la relación sexual o por FIV, no encuentro ninguna objeción ética para esto. De sobra está decir que para llevar a cabo este procedimiento sería absolutamente indispensable el consentimiento informado y explícito de los donadores de los gametos.

La clonación
La clonación de un organismo implica comúnmente una técnica llamada transferencia nuclear de la célula somática, en donde el núcleo de una célula huevo (que contiene su material genético) se extrae y se substituye por el núcleo de una célula somática tomada del cuerpo de un adulto. Si la célula huevo reconstruida es estimulada exitosamente para dividirse, puede evolucionar a blastocisto. En la clonación reproductiva, el blastocisto clonado se implanta en el útero de una hembra y continúa su desarrollo hasta el nacimiento del organismo. En la clonación con fines terapéuticos o de investigación, en vez de que el blastocisto clonado se implante en el útero, se toman las células troncales que contiene para los fines descritos arriba.

El ejemplo más conocido de la clonación reproductiva, porque fue el primer caso de clonación de un mamífero, fue el de la oveja Dolly, lograda en 1997. La clonación reproductiva de humanos ha sido universalmente rechazada, fundamentalmente por los problemas técnicos que representa y la inseguridad de que los productos nacerán sin deficiencias físicas o mentales. Sin embargo, la clonación terapéutica de humanos, aunque rechazada por la legislación de algunos países y por los grupos más conservadores, fue lograda en febrero de 2004 por científicos de la Universidad de Seúl, en Corea del Sur, quienes desarrollaron una técnica que les permitió obtener blastocistos humanos por clonación, con relativamente alto rendimiento.
Además, estos investigadores derivaron una línea celular de las células troncales de estos blastocistos y demostraron que eran pluripotenciales, ya que se diferenciaron en varios tipos celulares in vivo. Más recientemente, en agosto del mismo año, la Autoridad para la Fertilización Humana y Embriología de Gran Bretaña autorizó a la Universidad de Newcastle para clonar embriones humanos con fines terapéuticos, de manera similar a lo realizado por la Universidad de Seúl.

Es clara la enorme ventaja de este procedimiento para obtener células troncales, pues, a diferencia de la FIV, el objetivo no es reproducir un organismo completo, sino cultivar las células troncales de los blastocistos así obtenidos. Así, en lugar de usar para este fin a los cigotos viables obtenidos por FIV, cuyo propósito es la reproducción humana, se usarían estructuras celulares –cuya capacidad para generar seres humanos sanos es aún dudosa– que son fuente segura de células troncales. ¿Cuál es la objeción de muchos grupos sociales a este procedimiento? Fundamentalmente dos: una, aunque no haya habido fecundación (unión espermatozoide-óvulo), el cigoto resultante de la clonación es persona y por lo tanto tiene derechos humanos y no se le puede destruir; dos, el permitir este procedimiento abriría la puerta para que, tarde o temprano, se lleve a cabo la clonación reproductiva.

Con respecto a la primera objeción, me parece que los argumentos arriba discutidos para negar que el cigoto o el blastocisto es persona y por lo tanto tiene dignidad humana se aplican con mucho mayor razón a un blastocisto generado por clonación, puesto que en este caso no hay unión sexual entre los genomas macho y hembra, espermatozoide-óvulo, sino que es un procedimiento asexual en que, incluso, la célula somática (donadora del genoma) y el óvulo (receptora del genoma) pueden originarse de la misma mujer, como fue el caso de los blastocistos logrados por los científicos coreanos. En cuanto a la segunda objeción, es innegable que el éxito de la clonación terapéutica facilitará que se realice la clonación reproductiva humana; sin embargo, esto puede rebatirse con el argumento de que la ciencia no debe detenerse por el posible uso indebido de sus adelantos y menos aún cuando, como en el caso de la clonación terapéutica, son tan claros sus enormes beneficios potenciales. Gran parte del progreso científico a lo largo de la historia no habría ocurrido si la investigación se hubiera suspendido por el riesgo de lo que pudiera pasar después. Además, cabría la discusión sobre la ética de la clonación reproductiva de humanos una vez que los problemas técnicos y los riesgos excesivos de malformaciones o deficiencias en los productos de este tipo de reproducción sean totalmente superados.

En efecto, es lícito y pertinente cuestionar el derecho de los estados para, mediante prohibiciones legislativas, coartar la libertad individual para tener un hijo con un genoma previamente conocido, como sería el caso de la clonación. Después de todo, la naturaleza ya nos enseñó que hay individuos con genomas idénticos, como son los gemelos idénticos, quienes son personas normales que se desarrollan de manera independiente y autónoma, y que el medio en que se desenvuelven, como en cualquier persona, influye de manera importante. Es posible por eso defender una autonomía procreativa que obligue a respetar, de manera regulada, el derecho a decidir la forma de tener descendencia, incluyendo la clonación, si con esto no se afecta los derechos de los demás.

En mi opinión, no debe descartarse la posibilidad de que la clonación llegue a ser un método más de reproducción asistida, de modo que dentro de algunas decenas de años la aceptemos como hoy admitimos la vituperada FIV, ya que los argumentos éticos en su contra son similares a los que se emplean contra la FIV o la clonación terapéutica: la defensa de la dignidad humana.

Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud declaró en marzo de 1997: “La OMS considera que la clonación para la replicación de individuos humanos es éticamente inaceptable porque violaría algunos de los principios básicos que rigen la procreación médicamente asistida. Estos incluyen el respeto a la dignidad humana y la protección de la seguridad del material genético”. ¿La dignidad humana de quién se ataca con la clonación, y en qué forma? ¿Son entonces los gemelos monocigóticos humanamente indignos? Con esta línea de pensamiento, habría que prohibir no sólo la clonación, sino también la FIV, el nacimiento de gemelos idénticos, el diagnóstico prenatal de alteraciones genéticas, la donación de óvulos o de esperma, la subrogación de la maternidad y aun los métodos anticonceptivos, pues todos estos procedimientos son manipulaciones de los mecanismos de reproducción humana voluntariamente decididas y realizadas, que podrían considerarse como atentados contra la dignidad humana.

Más aún, llevando el argumento a una reducción al absurdo, los transplantes de órganos, en especial los de la médula ósea que posee células troncales pluripotenciales, constituirían un bárbaro ataque contra la dignidad humana presente en el genoma de ambos, el donador y el aceptor del transplante. Además, se tendría que dar por muerta la aún no nacida medicina genómica, pues este nuevo desarrollo de la medicina moderna se basa en conocer el genoma de cada persona para establecer riesgos de enfermedades y tratamientos preventivos o curativos individualizados, lo que sin duda equivale a invadir sus características genómicas, que constituyen, junto con su mente, lo más íntimo del ser humano.

Conclusión
En este trabajo me he circunscrito a uno de los temas de la investigación científica que más ha repercutido recientemente sobre la sociedad y sobre los conceptos que ésta tiene sobre las posibles consecuencias del conocimiento de la naturaleza.
Como en este caso el tópico que se desarrolla es ni más menos que la naturaleza humana, no es extraño que se haya generado en todo el mundo álgidas discusiones y que se pretenda legislar, generalmente en el sentido prohibitivo o limitativo, sobre los temas o los alcances que debe tener la ciencia biomédica. En este sentido, mi punto de vista es que los legisladores serían muy irresponsables si aprueban leyes sobre éstos y otros temas científicos sin antes escuchar las opiniones razonadas de los investigadores y de los profesionales de distintas disciplinas estudiosos de dichos temas, pues, como ya se ha mencionado en este trabajo, las leyes rigen para toda la población y no es justo ni racional someterla a leyes promulgadas con base en creencias personales o grupales, o en conceptos establecidos por autoridades religiosas que sólo deben obligar a quien cree en ellas.

Defiendo la idea de que la ciencia no es ni moral ni inmoral, sino amoral, en virtud de que su objetivo es simplemente conocer la naturaleza y sus mecanismos, lo cual por sí mismo no es ni bueno ni malo. Esto no quiere decir que no exista una ética y una responsabilidad del científico, quien debe ser consciente de las implicaciones y alcances de los nuevos conocimientos que genera y de su posible mal uso. Pero me parece que es precisamente por eso que la investigación científica debe poder ejercerse y desarrollarse con toda libertad. Si no es así, no puede pedírsele ni progreso ni responsabilidad.