Octubre-Diciembre 2004, Nueva época No. 82-84 Xalapa • Veracruz • México
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Desarrollo e innovación
Juan María Alponte

Conferencia presentada durante la inauguración del seminario Pensar el Desarrollo, realizado en la Universidad Veracruzana en octubre de 2004.
 
Duisiera comenzar, ante ustedes, con una hipótesis del filósofo alemán Karl Jasper. Dice que la comunicación, como forma superior de la convivencia, se realiza sobre la verdad. Entiendo que esa proposición jasperiana significa, por encima de otra cuestión, el reconocimiento pleno del otro. La eliminación, por tanto, del Pacto de Simulación conforma, por ello, una premisa cultural ineludible para la salud de la vida convivencial.

Acaso convendría recordar, ahora, que los sofistas griegos, propagandistas de la retórica y del doble discurso, es decir, del dissoi logoi, fueron sepultados por hombres como Sócrates que dialogaron con la vida real. Es inútil decir en qué medida esta reflexión tiene que ver con modos políticos y culturales, en México, que paralizan el desarrollo. El doble discurso es, de un lado, un fenómeno de corrupción objetiva y, del otro, un enorme y pesado arcaísmo psicológico y sociológico de consecuencias múltiples para la realidad real, dura, obstinada, de cada día.

Desde ese punto de vista el doble discurso cotidiano, hecho común en nuestra vida colectiva, aumenta la confusión, casi permanente, entre crecimiento económico y desarrollo. Se trata, sin duda, de un atropello epistémico que posibilita el enmascaramiento de la palabra. Dicho de otra forma: el crecimiento de las variables económicas en términos estadísticos, por ejemplo, del crecimiento del PIB, no implica mecánicamente el desarrollo. El desarrollo es el crecimiento de las variables estadísticas más el cambio social, el cambio cultural y el cambio político con la plena participación de la Sociedad. México no lo ha hecho. Ha tenido periodos de crecimiento, sin duda, de las variables estadísticas, pero no siempre han estado vinculadas al desarrollo y sí, al revés, a la concentración del Ingreso en una minoría y, por tanto, el crecimiento entre nosotros ha significado siempre la desigualdad y no el desarrollo; sí, en muchos casos el subdesarrollo.

Entre 1950 y 1975 México creció, digo: crecieron sus variables estadísticas, por encima del 6 por ciento y casi sin inflación. Al final de esa etapa, el 50 por ciento de la población más pobre controlaba una parte del ingreso inferior a la de 1950. Habíamos aprendido ya a crecer, pero no a redistribuir. No supimos establecer la dinámica del desarrollo. Creamos, como figura ancestral, el poder sin la legitimidad y, por la inercia de los procesos políticos, la concentración de la riqueza para un mercado interno minoritario. El desarrollo espera aún a la Nación.

El 1 de marzo de 1999, el presidente del Banco Mundial firmó un documento sobre la situación de México –“for oficial use only”–, donde se señalaban los tres dilemas del país. El primero era la pobreza. A la letra dice: “la pobreza en México permanece como un muy formidable desafío”. Es lo mismo que nos digan que la pobreza representa el 53 o 54 por ciento de nuestra población. Es un hecho, a todas luces, intolerable. Mata el desarrollo, pero matar el desarrollo es matar antes la conciencia; de igual manera que para torturar a un hombre o violar a una mujer es preciso desposeerla antes de su dignidad humana.

Lo esencial permanece. Según el Informe del Consejo Mexicano de Comercio Exterior, Inversión y Tecnología, considerando la inflación acumulada, el salario mensual, el salario mínimo y el aumento de la población, el nivel de vida de un mexicano en el año 2003 representaba el 75.06 por ciento de 1953 y el 26.10 por ciento de 1975. El ingreso del 20 por ciento de los hogares es equivalente al 80 por ciento de los hogares y, según el Coeficiente Gini de Desigualdad, el de México¹ es de 51.9 por ciento, el de España 32.5 y el de Canadá 31.5. En suma, un índice plenamente separado del concepto social del desarrollo.

La segunda premisa del documento del Banco Mundial era, en 1999, la educación: “Construir el capital humano de los pobres permanece el objetivo del gobierno mexicano”. Añadía: “Los desafíos en educación de calidad al que hacen frente las autoridades mexicanas son formidables”. Según el inegi la población de 15 años y más con “rezago educativo” (definición del inegi que quiere decir que no tienen instrucción básica completa) representaba, en el 2000, el 52.5 por ciento de la población.

En el último Informe de Educación de la OECD (OECD Education at a Balance Indicators 2004) en el cuadro dedicado a definir las esperanzas de educación para los adultos, de entre 25 y 64 años, México aparece en el último lugar: el 30 de 30. Quiere ello decir que un estrato poblacional muy importante para el futuro del desarrollo del país no ha sido preparado para la gigantesca movilización de innovaciones de todo tipo, que arroja sobre el planeta la Revolución Científica y Tecnológica, que hoy implica no la revolución, sino la mutación biogenética.

Si consideramos que la desigualdad mundial, en términos económicos, se expresa en el hecho de que de los 6 300 millones de habitantes, el 80 por ciento controla sólo el 20 por ciento de los recursos y el 20 por ciento de la población el 80 por ciento, ello no elude lo esencial: que sólo el 8 por ciento de la población del mundo controla el 90 por ciento de la acumulación científica. Añadamos que, entre 2000 y 2004, los cambios en la medicina, por ejemplo, han sido más grandes que en el periodo de Hipócrates a nuestros días. El genoma, los embriones, las células madres, la transferencia de los óvulos, la posibilidad de la transformación total de la farmacología y la biogenética plantean enormes problemas no sólo de desigualdad científica, sino también respecto a la interpretación ética de la innovación. El hombre puede clonar en el laboratorio al hombre. Sólo podremos participar en esa revolución ética si transformamos antes nuestra visión, nuestra weltanschauung, nuestra interpretación del mundo, sin el doble discurso, sin el dissoi logoi, de los sofistas.

El presidente del Banco Mundial, en 1999, nos hablaba de un muy formidable desafío para alcanzar una educación de calidad. Yo le diría que es cierto; también que los escándalos de Enron y las corporaciones alistadas en Wall Strett y, por ende, bajo la inspección de las mayores y mejores auditorías del mundo, han revelado que el capitalismo desarrollado tiene comportamientos éticos no separables del subdesarrollo y la corrupción. No es menester hacer otra cosa que leer el libro de Michael Lind, Made in Texas, para establecerlo. Lind nos dice que no se sabe bien si Enron ha creado la dinastía Bush o la dinastía Bush ha creado Enron. La misma dinastía ha hecho la guerra del Irak sobre una vasta acumulación de mentiras, acumulación que afrenta al pueblo estadounidense sin que su clase dirigente pueda ofrecer, mientras esté en el poder, una variable de renovación del mundo porque esa variable es indisociable de una nueva visión del desarrollo y de la ética.

No obstante, el problema de la educación de calidad, en un mundo que se auto modifica permanentemente y que convierte el desarrollo –no el crecimiento unilateral de las variables estadísticas– en la mayor encrucijada histórica que pueda pensarse, nos obliga a vincular, dialécticamente, sistema y episteme: sistema y ciencia.

El Informe de Davos² que examina a 102 países –los que tienen una cierta posibilidad estadística y hay 203 en la ONU– coloca la calidad del Sistema Educativo Mexicano en el lugar 74; la calidad de sus Escuelas Públicas en el 69; la calidad de sus Matemáticas y Ciencias de la Educación en el 80; la calidad de las Instituciones Científicas y de Investigación en el 52; la colaboración entre la Universidad y las Industrias para la Investigación en el 45; la disponibilidad de Científicos e Ingenieros en el 82; el Índice Global de Competitividad en el 47. La investigación no es tema prioritario –y eso se paga y se pagará en el futuro–, pues ésta representa, en México, sólo el 0.33 por ciento del pib y en América Latina, en conjunto, el 0.30 por ciento. En Estados Unidos el promedio es el 2.8 por ciento y en la Unión Europea el 1.9 por ciento con un proyecto para llegar al 3 por ciento en el 2010. La investigación se ha convertido en el paradigma básico de la innovación. La desigualdad plantea, en ese aspecto, un enorme dilema ético y material que es preciso elevar a categoría. Sobremanera en la Edad de la información y la Computación.

Justamente por todo ello resultan inadmisibles las palabras del secretario del Trabajo de México, quien afirma, sin más, que el Estado “no tiene que crear empleos”. El Estado, en México, no es ya el Estado Patrón (aunque todo Estado crea empleos directos en la enseñanza o la salud) que tenga que generar empleos, pero es el que establece, en gran medida, las prioridades en educación, investigación, infraestructuras y, con su papel decisivo en el establecimiento de las metas fiscales, puede reordenar racionalmente la dirección de las magnitudes macro y mini de la economía sin ser un Estado totalitario, sino un Estado de derecho cuyo fundamento ético es el bienestar de su sociedad en el cuadro del mundo.

Tema capital en el caso de México, cuyas variables macro han diseñado un país exportador que vive una paradoja económica absolutamente contraria a su desarrollo e independencia: que cuanto más exporta más importa insumos para la exportación. Peor aún: estamos haciendo un país dependiente de un solo espacio económico. En efecto, el 90.04 por ciento de las exportaciones en 2003 se dirigieron hacia Estados Unidos y Canadá: el 88.78 por ciento para Estados Unidos y el 1.17 para Canadá.

Las exportaciones de México, en 2003 (165 455 millones de dólares), revelan otra grave crisis: el descenso del valor agregado de las exportaciones. Con ello, la posibilidad real del desarrollo se hace inviable aunque los niveles macro se mantengan sin explosiones. La economía, hoy, no es economía si no se habla de valor añadido o de valor agregado.

La generación de valor agregado en la exportación mexicana, por el porcentaje de insumos importados temporalmente para ser transformados o ensamblados para la exportación, se reduce. Según el Consejo Mexicano de Comercio Exterior, Inversión y Tecnología, “en el año 1993 nuestra exportación estaba constituida en un 41.2 por ciento por insumos extranjeros; en el año 2003 esta proporción se elevó al 51.4 por ciento”. Así –añade el documento– en el periodo de referencia, el total de la exportación mexicana condicionada a la importación de insumos pasó de 67.7 por ciento a 77.4; y, de acuerdo con el documento, el porcentaje pasó del 77.3 al 87.2, sin incluir el petróleo. “En esencia, México se está volviendo un país cada día más maquilador y la proporción de valor agregado es de sólo 29.3 por ciento”.

De esa evaluación del Consejo Mexicano, bajo la presentación de Arnulfo R. Gómez, nos queda sólo un elemento racional para el análisis: que un país que renuncia a la generación de valor agregado, renuncia, por un lado, a la innovación de su planta productiva y, por ende, a la creación de empleos, más aún de empleos con alto valor de creación y de transformación de la propia realidad socioeconómica. Renuncia, pues, al desarrollo. Sin embargo, México posee una inmensa posibilidad de auto transformación de la estructura del empleo y, sin duda, de la innovación creadora. Los hechos duros lo revelan. Una clase dominante se niega a aceptarlos; es dueña, eso sí, del discurso hipernacionalista.

El Estado de derecho no puede dimitir esta innovación. Dijérase que es su destino como problema puesto que la innovación en nuestros días plantea una inexorable premisa ética. La revolución biotecnológica, biogenética, presupone una nueva medicina, pero la salud pública no es una mercancía transnacional, sino un bien público. Ahí no se puede ceder el paso a las hamburguesas.

La educación, hoy, es la preparación de los hombres y las mujeres para un inmenso desafío sistémico y epistémico. Ello supone que la radiografía de un país es ya la radiografía de su gasto público en la investigación y en las Infraestructuras que hacen posible el desarrollo. No es ocioso decir que, en Europa, la rebelión de los científicos frente al sistema político no es contra el Estado, sino ante la dimisión del Estado frente a la revolución del saber y la enseñanza del saber hacer. El éxodo impresionante de cerebros hacia Estados Unidos no expresa nada más que la concentración de la producción científica mundial mensurada en Premios Nobel, revistas científicas, laboratorios, etcétera. Según el Consejo Científico del Gobierno Británico, ocho países acaparan el 84.5 por ciento de la producción científica. Entre 1997 y el año 2001 –según la revista Nature–, Estados Unidos controló el 49.3 por ciento de las publicaciones científicas, Inglaterra el 11.39, Alemania el 10.02, Japón el 8.44, Francia el 6.89 y Canadá el 5.30 por ciento.

Debajo de esa cima están los desiertos del saber. Todavía 800 millones de personas no saben leer, pero el concepto mismo de la enfermedad está cambiando aceleradamente. Thomas Hudson, director del Genoma en Québec, dijo recientemente: “el problema consiste en identificar los genes asociados a las enfermedades. Cada vez estamos más cerca. Tenemos ya la secuencia del genoma humano, la del ratón y de otros organismos modelo...”

Justamente por ello, y reiniciando el tema esencial, una sociedad que renuncia a crear una cadena productiva que haga frente a las demandas de su exportación y que dimite a crear un gran mercado interno, integrador, es una sociedad cuya clase política ha renunciado al desarrollo, aunque pronuncie como los sofistas su satisfacción y, desde luego, sea propietaria del máximo discurso patriótico.

En ese aspecto, cabe pensar, como correlato, en el papel de la corrupción, en una cadena económica de ineficiencias y en el papel de los grupos transnacionales dominantes. No se olvide que México –décima economía, en tamaño, del mundo– es la única nación, entre las 15 primeras, que no controla su sistema bancario y que carece de un proyecto real de acceso de la sociedad al crédito. Sin una política crediticia es imposible el desarrollo. El único crédito vivo, a 24 meses, es el del automóvil, crédito externo que, sin una paralela planeación de las ciudades, las ha convertido en ciudades colapsadas, sobre todo al Distrito Federal.

Según el World Economic Forum o Foro de Davos, en su informe ya citado del 2003-2004, el Costo del Crimen y la Violencia³ coloca a México, entre los 102 países evaluados, en el lugar 89; en orden al Crimen Organizado4, en el lugar 88; respecto al Sector Informal, irresponsable fiscalmente, en el sitio 73, y en el rubro de Seguridad de sus Servicios Policíacos aparece en el puesto 82. Para la ocde, a su vez, México está incapacitado para cumplir sus metas socioeconómicas, infraestructurales y culturales, por la ineficiencia de su sistema fiscal. Sus ingresos son los más bajos de la ocde, incluyendo Turquía, que tiene la mitad del ingreso per capita que México y es un país mayoritariamente islámico.

Hace no muchos días participé como ponente en el Congreso Agropecuario, celebrado en Mérida, con varios centenares de productores y empresarios. Escuché, con dolor, que muchos productores de alimentos para el ganado estaban en trance de cerrar sus industrias y convertirse en comercializadores de los productos importados. Eran jóvenes o de mediana edad quienes eso afirmaban. Esa tragedia tocó mi corazón y mi conciencia cívica. Me sentí enfermo, y entonces comprendí, después de la solemnidad de la inauguración del congreso, aquella terrible y temible proposición china: “cuando se acaban las virtudes comienzan las ceremonias”. Y bien sabemos que somos un país ceremonial.

Dada la importancia, en el desarrollo de la ética rogaría que se atendiera mi demanda para diferenciar el sentido de la moral tradicional y la ética y, por tanto, el papel de la ética en la política. Distinción tan necesaria como el esclarecimiento entre crecimiento económico y desarrollo.

La palabra ética procede del griego y la moral del latín. La moral es una norma de conducta fundada sobre la distinción, a veces primaria, por fundamental que parezca, entre el Bien y el Mal. Por ello se habla de Mores o Costumbres. El concepto ética procede etimológicamente de dos voces griegas admirables: ithos, que significa “firmeza del alma”; y ethos, que se traduce como “conjunto de normas”.

Al vincular los dos vocablos, ithos y ethos, nos encontramos con una formidable proposición: un proyecto racional propio del hombre y, en este caso, del ciudadano. Mientras la moral, en casos, se vincula a la tradición o las costumbres –como el velo de la musulmana–, la ética, al revés, supone reflexionar, decidir, argumentar y, sobre todo, asumir, con todas sus consecuencias contradictorias, cada elección humana. En suma, la moral obedece a una tradición; la ética duda siempre en obedecer y cuando se obedece se está obligado a razonar, con todas sus consecuencias, la opción adoptada.

Esa explicitación sobre la firmeza del alma en la política, y en su dimensión filosófica y cultural, alumbra las causas por las cuales todos los sistemas autoritarios, totalitarios y todas las dictaduras han sido, significativamente, moralistas o super moralizadoras con una censura y una policía midiendo las minifaldas, pero prohibiendo las conciencias.

Quiero advertir, como final, que México es un país de potencial extraordinario que requiere un proyecto de desarrollo que convierta la transformación de las prioridades en el marco (conceptual) de una indisputable reforma del Estado, y que ponga a la cabeza de las prioridades los problemas y no los escándalos cotidianos, la verdad y no la disputa envenenada de personalidades que no siempre son personas. La revolución democrática no es poner las cosas “patas arriba”; consiste en crear instituciones confiables que hagan convivenciales la Política y la Ética. La innovación, base fundamental de toda visión de futuro, es indisociable, por tanto, de una revolución educativa y ciudadana, indisociable de la transformación del gasto público y privado –con la ponderación adecuada al cambio– hacia la investigación y el desarrollo. Ser un desierto del saber, con un discurso hipernacionalista, ilustra el desencuentro, patético y dramático, ante la provocación jasperiana de considerar la verdad como el corazón mismo de la convivencia, la tolerancia, la libertad y el laicismo como actitudes convivenciales ante la vida.

NOTAS
¹ Informe sobre Desarrollo Humano, 2003. ONU.
² The Global Competitiveness Report 2003-2004. World Economic Forum.
3 Bussiness Cost of Crime and Violence, página 483.
4 Organized Crime, página 406.