Enero-Marzo 2004, Nueva época No. 73-75 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Palabras y Hechos


 Tendiendo Redes

 Ser Académico

 Quemar las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie de tierra

 Créditos

 

 

 

Es verdaderamente aterradora
la demagogia ecológica:
Gómez Pompa

Edith Escalón

La aparente conciencia ecológica que hemos desarrollado en las últimas décadas no ha sido suficiente para proteger a la naturaleza. Para el investigador Arturo Gómez-Pompa, del Centro de Investigaciones Tropicales (Citro) de la UV, el verdadero problema radica en que, cuando se trata de tomar decisiones importantes, dominan los intereses
económicos y no los de la ecología.
 

¿Quién paga por el aire que respiramos? Nadie, por supuesto, por tres sencillas razones. La primera: afortunadamente aún existe en abundancia. La segunda: por ley es un recurso de todos. La tercera y la más determinante: ninguna compañía privada ha intentado comercializarlo. Sin embargo, lo mismo pasaba con el agua hasta hace poco, y con la tierra hace mucho.

Con el paso de los años, la población creció igual que sus necesidades, hubo que racionar la tierra y luego el agua, después los bosques que permanecían incólumes tuvieron que resguardarse, y se les asignaron guardianes a las selvas, y custodios a los animales, y los que habían estado libres se fueron hacia zonas protegidas para vivir, aun ahí, los riesgos de la persecución.

Hoy pagamos miles de pesos al año por beber agua limpia, porque casi toda está contaminada, y aunque nos parezca lo más natural, en un tiempo era sencillamente absurdo, igual que ahora nos parece irrazonable pensar que algún día tendremos que pagar por respirar.

Arturo Gómez-Pompa, científico conservacionista y promotor incansable de la naturaleza, comenta para Gaceta las implicaciones de una conciencia ecológica (la de los mexicanos) que no ha podido transitar del saber al actuar y que provoca, en muchos sentidos, la desorganización ecológica que se vislumbra para el país en el futuro.

El científico mexicano, quien impulsa el proyecto conjunto del Centro de Investigaciones Tropicales (Citro), entre la UV y la Universidad de California-Riverside, ha sido nombrado miembro del Comité de Agricultura y Recursos Naturales del Consejo Nacional de la Investigación de las Academias de Ciencias de los Estados Unidos, asesor del gobierno norteamericano para estos temas, y en abril habrá recibido el doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos por sus grandes contribuciones a la conservación de los recursos naturales en el mundo.

¿De quién es la responsabilidad directa de proteger la naturaleza?
Definitivamente de todos. Yo creo que no podemos dejar en manos de los demás lo que es nuestro, lo que me pertenece a mí igual que te pertenece a ti y a las nuevas generaciones. Tanto es responsabilidad de los actores de los gobiernos federal, estatal y municipal, como de la sociedad y los académicos. Si nos preguntamos de quién son los recursos bióticos del país, de quién son los bosques o las selvas, uno puede decir “del poseedor de ese recurso, del que tiene títulos de propiedad en ese terreno”, por ejemplo, pero en el fondo son patrimonios biológicos de todos.

Pero decir que es responsabilidad de todos disminuye la responsabilidad de cada uno, ¿no cree? El gobierno sin información científica muchas veces toma decisiones inadecuadas, los investigadores se convierten en meros críticos del gobierno, la sociedad hace propuestas que no se toman en cuenta… y en esa dinámica “estancada” todos terminamos por hacer nada, o por hacer muy poco.
Bueno, desde el punto de vista formal, como los bióticos son recursos totalmente dispersos y ninguna organización ni individuo puede hacerse cargo de su cuidado, le corresponde al gobierno actuar como su custodio, como una de sus obligaciones y responsabilidades más claras. El gobierno tiene que poner las reglas y todas las normas que tienen que ver con la protección de la naturaleza, es decir, darle un papel a la sociedad civil, a las instituciones de investigación y tomar el suyo. Los científicos lo que tienen que hacer es brindar las recomendaciones (el conocimiento) de cómo aprovechar los recursos sin correr el riesgo de agotarlos, es decir, aprovecharlos sustentablemente.

Sabemos que no basta con decretos gubernamentales para resguardar nuestros recursos naturales, porque cualquier área protegida requiere un programa de manejo que implica recursos económicos y humanos, pero ¿quién va a pagar por ello?, ¿a quién le corresponde?
Yo creo que en el fondo es una responsabilidad de todos los que nos beneficiamos de la naturaleza, pero como es imposible que paguemos todos de una manera sistemática y organizada, el único mecanismo que existe es obtener esos recursos de los impuestos que otorgamos al gobierno. Son esos recursos los que deben destinarse para paliar el problema ambiental y, de hecho, es lo que sucede hoy en día. Creo que cada vez más hay una corresponsabilidad internacional en temas ambientales, porque el cuidar recursos bióticos de México, o de Brasil, o de España, permitirá conservar una especie de donde, eventualmente, saldrá el tratamiento de algún padecimiento, la base de una vacuna, un procedimiento industrial, etcétera.

¿Hasta qué punto esa responsabilidad ha sido asumida?
Pues creo que la conciencia social ha ido creciendo conforme ha aumentado la información al respecto; sin embargo, hasta la fecha no se ha logrado el pago real por la conservación de la naturaleza. Para darnos cuenta de esto basta saber que muchas de las áreas que cuentan con decretos de protección no son propiedad de la nación –es el caso de las reservas de la biosfera y de algunos parques nacionales–, son más bien áreas que pertenecen a grupos ejidales, comunales o privados. En muchos casos, los propietarios han visto restringido (por ley) el uso libre de sus recursos naturales, lo que los afecta económicamente. Yo creo que habría que buscar una forma de compensarlos, porque son todos esos propietarios ejidales y comunidades indígenas quienes realmente han cargado durante años con el costo de la conservación en México.

¿Esa carga se ha aligerado un poco con los incipientes esquemas de pago por servicios ambientales?
Muy poco, diría yo. Pero, en efecto, esa es una de las soluciones más interesantes de los últimos años. Creo que esos esquemas pueden ayudarnos a compartir la responsabilidad y el costo por la conservación. Aunque no todo es tan sencillo, es un primer paso, definitivamente.
Pienso que el verdadero problema radica en que sabemos que hay que cuidar los recursos naturales, pero no alcanzamos a comprender que todo tiene un costo, incluso la conservación, y que en estos momentos alguien más está pagándolo, alguien más está cargando con ese peso que nos correspondería cargar a todos. Esa inconciencia ha provocado no sólo que a los ejidatarios y comunidades no se les reconozca su esfuerzo de conservación, sino que se les critique por aprovechar los recursos que están en su propiedad, siendo que, en la mayor parte de los casos, no tienen otro medio de subsistencia ni perciben remuneración alguna por cuidar de ellos.
Es cierto que lo que ellos hagan con los bosques o con el agua nos afecta a todos, pero también nos beneficia a todos ¡nos ha beneficiado durante años!, y cada árbol que han dejado crecer nos ha dado mucho; sin embargo, cuando se les restringe el uso de los recursos que están en su propiedad nadie se pone a pensar qué utilidad reciben ellos. Claro, cualquiera podría pensar que el mismo que nosotros, pero nuestra ventaja es que sí tenemos otras alternativas para sobrevivir, y ellos no. Muchos obtienen sus recursos de la tala, o de los productos que fabrican con la madera, o de la venta de especies vegetales y, en general, del aprovechamiento de los recursos naturales que tradicionalmente han hecho, creo que por dejar de hacerlo es justo que haya una remuneración, o mejor dicho, una compensación por cuidar de aquello que todos aprovechamos.

Pero esa conciencia ecológica es sólo un concepto si no llegamos a asimilarla como un problema real que tenemos que resolver, un problema de todos.
Regresamos a lo mismo. La conciencia se puede crear a través de la educación ambiental, y se ha logrado. Los niños en escuelas primarias si algo traen en la cabeza es el cuidado del ambiente, los daños que provoca la basura, el peligro en el que están la selvas, la extinción de ciertos animales… el mensaje se ha llevado a muchos ámbitos con éxito.
El problema central está en la toma de decisiones, porque los intereses económicos, más que los intereses ecológicos, son los que predominan en las decisiones políticas importantes. Desgraciadamente, la demagogia ecológica es verdaderamente aterradora. Cuando tú escuchas a gobernantes hablar de la ecología, de la maravilla de nuestros recursos, del equilibrio ecológico, de la protección que según ellos procuran y luego escuchas de las concesiones que otorgaron para talar árboles, para secar ríos, para saquear manglares… entonces te das cuenta de que no hay congruencia, de que hay una evidente carencia de responsabilidad gubernamental por los asuntos que son del interés común.

Según datos de la Comisión de Áreas Naturales Protegidas, más de 60 por ciento de las áreas protegidas corresponde a reservas de la biosfera, un concepto que usted ayudó a consolidar en México, ¿cómo explica que haya crecido tanto en tan poco tiempo?
Para explicarlo tenemos que entender cómo fue el desarrollo de estos esquemas de protección. Antes de las reservas de la biosfera existían los parques nacionales, una iniciativa que desarrollaron los Estados Unidos –aunque hay quien dice que fueron los europeos– para conservar sitios de enorme valor estético. Este concepto fue copiado por muchos otros países, entre ellos México, luego se desarrollaron las áreas de protección ambiental, sobre todo para las grandes cuencas y se inició el boom de las áreas protegidas por decreto; de hecho, hubo una carrera entre gobernantes por decretar más y más áreas protegidas.
El primer intento serio de empezar a manejar verdaderamente los parques vino mucho después, ante la crítica de que los parques nacionales sólo establecían decretos gubernamentales y, por falta de programas de manejo, no cumplían con su cometido de proteger las áreas reservadas; además se empezó a hablar de la importancia no sólo del paisaje, sino además de la biodiversidad, y se comenzó a organizar esquemas de conservación biológica apoyados por estudios científicos.
Poco después, diferentes organizaciones internacionales (entre ellas la unesco y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) se reunieron en Suiza y crearon el concepto de reserva de la biosfera, que implicaba la protección de áreas muy grandes que no requerían ser compradas por el gobierno, y en esa característica radicó su éxito, pues muchos presidentes entusiasmados porque la conservación no costaba nada decidieron lanzar a la Reserva de la Biosfera como su programa estelar; así se crearon innumerables en muchos países del mundo.
Se suponía que había varias cláusulas para establecerlas (que fueran grandes áreas, que hubiera áreas núcleo dentro de las reservas y que existiera comunicación con la gente que vivía adentro para que estuvieran de acuerdo con la actividad científica que se realizara), pero, en el fondo, tampoco este esquema ha funcionado así, ni siquiera ahora, porque manejar reservas de la biosfera adecuadamente cuesta mucho dinero.
Recientemente, hemos hecho la crítica de que dichas reservas, en cierta forma, también se están convirtiendo en parques de papel, dado que en realidad nadie las está cuidando, nadie las está estudiando y la gente no está participando, es decir, ninguna de sus características se está cumpliendo. En México, por ejemplo, sólo unas cuantas han estado desempeñando ese papel y, afortunadamente, el gobierno reciente ha estado aportando más y más recursos, apoyado también por el Banco Mundial.

¿Cuáles son las reservas en que ha estado funcionando el modelo?
Una muy importante es la de la Sierra de Manatlán, en Jalisco. Ahí ha existido una excelente actividad de colaboración con los grupos campesinos, se ha puesto casi como modelo y ha motivado mucha investigación, incluso la Universidad de Guadalajara estableció una estación de investigación en Las Joyas, donde el trabajo comunitario es muy serio y formal y les ha permitido tener sus áreas núcleo bien definidas. Para mí, es uno de los ejemplos más interesantes. Otro caso excepcional es el de la Reserva de la Biosfera Mapimí, en Durango, porque también cumple con las funciones y características que idealmente todas las reservas deberían tener. Considero que esos son dos buenos ejemplos.

Eso deja a la mayoría de las reservas en una situación de inoperancia...
Pues lo hacen al mismo nivel que lo hacían los parques nacionales. Una vez escribí que muchos de ellos se han conservado, a pesar de que no son propiedad de la nación, gracias a que los dueños se han percatado de su importancia y han decidido cuidarlos, asumiendo los costos que esto ocasiona. Un poco al azar, sin ninguna razón, simplemente algunos se han conservado porque la gente dice, sin interés, “yo lo cuido”, pero no porque haya una acción realmente importante para lograrlo. Sinceramente creo que hay que hacer más investigación, buscar más participación de las comunidades, establecer claramente las zonas núcleo, protegerlas, cuidarlas y comprarlas, pienso que va por ahí.
Ahora bien, el trabajo de la Comisión Nacional de Áreas Protegidas demuestra que hay un rumbo, una dirección; inclusive, ellos han conseguido fondos importantísimos del Banco Mundial y han logrado mejorar los presupuestos que se destinan para las diferentes reservas, por eso me atrevo a pensar que en el futuro vayan caminando en esa dirección, para que los logros no sólo se vean en la administración, sino también en las actividades de investigación científica que se promuevan en cada reserva.

Ya que lo menciona, creo que es evidente el papel protagónico que han asumido las universidades, sobre todo públicas, en el desarrollo de proyectos de investigación en áreas protegidas, pero ¿qué valor agregado podrían dar a la titánica labor de conservación de la biodiversidad?
La universidad tiene enormes posibilidades, no hay duda. Creo que la Universidad Veracruzana, en particular, debería ser considerada como el más importante instrumento de planeación a largo plazo que puede tener el estado de Veracruz. ¿Por qué? Porque tiene estabilidad, y esa es su gran virtud. Muchos proyectos gubernamentales de conservación son fragmentarios, se cuentan por años, por sexenios, pero la naturaleza no es así, su continuidad no compagina con periodos
electorales.

Me da la impresión de que el compromiso de las universidades o de los académicos resulta más digno de confianza para los campesinos, que los mismos programas de gobierno…
Hay muchas excepciones, pero digamos que hay una mejor comunicación entre los investigadores y las comunidades campesinas, que la que éstas últimas establecen con las autoridades gubernamentales. Un empleado gubernamental en realidad va a estar ahí seis meses o un año, no tiene realmente la vocación de servicio, de apoyo, de entendimiento…
¿A pesar de que son servidores públicos?
A pesar de todo, es una realidad. El gobierno muchas veces no está, pero los investigadores sí, además éstos tienen un interés más profundo y más de largo plazo, y eso los campesinos lo perciben. Tenemos, por ejemplo, el Programa de Acción Forestal Tropical, a través del cual trabajamos directamente con los campesinos del trópico y hacemos alianzas con ellos, y a pesar de que ha habido vaivenes económicos importantes, el nexo con la gente continúa como si no pasara nada, haya o no haya dinero, existe una relación y eso es lo que hace la diferencia. En gran parte, esas relaciones que van más allá de los meros intereses institucionales hacen que un proyecto
funcione o no.

Hablemos un poco de El Edén, donde usted sigue trabajando, ¿cómo ha sido el desarrollo conservacionista en esta reserva natural?
Ahora estoy usando El Edén como un estudio de caso. Las reservas de la biosfera son grandes extensiones que se decretan áreas naturales protegidas por su flora o fauna, y ya está claro cuáles son sus problemas: no son propiedad del Estado, requieren investigación, no cuentan con recursos para ser protegidas y no involucran a las comunidades en su protección. Entonces, pensé que una posibilidad para contrarrestar estos problemas podría ser involucrar a las pequeñas organizaciones civiles, estableciendo estaciones de investigación muy cercanas a las reservas grandes. Ahí podemos generar investigación y, además de vigilar la gran reserva, usar la estación como un sitio de entrenamiento para otras personas, ya sean ejidatarios o campesinos, junto con ellos queremos establecer reservas de investigación ligadas a las grandes áreas protegidas.
Empezamos en pequeño y estamos analizando si realmente podemos tener una buena participación; de hecho, todavía no hemos logrado el impacto que quisiéramos, pero esperamos que pronto podamos ver los resultados que esperamos. En estos momentos estamos preparando un curso para los campesinos que ya han mostrado interés en conocer cómo funciona una reserva no gubernamental como El Edén; ahí vamos a explicarles cuál es su funcionamiento, cómo obtiene su financiamiento, cuáles son sus objetivos, etcétera.

¿Y los campesinos han acudido a ustedes?
Sí, han llegado algunos que trabajan en otras comunidades pero están interesados en saber cómo funciona la reserva. Ahora, nuestra idea es llevarles el modelo de conservación para que ellos lo apliquen en sus comunidades.

¿Cuáles son las características del modelo?
Es muy simple, se basa en la construcción de cabañas de palma y madera, muy sencillas, algo que puedan hacer los campesinos. La clave está en poder atraer visitantes a esos laboratorios de investigación, y es ahí donde nuestra participación se vuelve importante, porque tenemos una red de investigadores de universidades interesadas en trabajar diversos aspectos de conservación, ecología y desarrollo sustentable.
Nosotros ahora estamos trabajamos en Chiapas, y queremos dar un curso a los campesinos que tienen sitios muy hermosos y con una biodiversidad increíble. Con esto pretendemos que conozcan el funcionamiento de las reservas para que ellos mismos hagan su reserva campesina privada en las zonas que ellos ya de por sí tienen protegidas.
Creo que es una forma indirecta de colaborar para que los ejidatarios tengan una fuente alternativa de ingresos, al mismo tiempo abrimos una red de investigación para que estudiantes, académicos e
investigadores de la Universidad Veracruzana, o de la Universidad (Autónoma) de Yucatán, o de otras puedan tener acceso a los sitios cercanos a las reservas y puedan llevar a cabo su trabajo de manera segura, con la participación y el respaldo de las comunidades campesinas. A largo plazo ese
es el sueño.
Hoy estamos en el principio del sueño, ya tenemos la reserva y sabemos que funciona, incluso con los pocos recursos que tenemos. En la siguiente fase se desarrollarán los cursos de capacitación con la comunidad. De hecho, ya hubo un primer acercamiento y se logró hacer una estación en Las Margaritas, Chiapas, que quedó a cargo de la doctora Silvia del Amo, también investigadora del Centro de Investigaciones Tropicales de la UV, lo único que falta es el seguimiento adecuado. Al curso que tenemos en puerta vamos a invitar a los de Las Margaritas para que vengan a El Edén, con la intención de que interactúen con nosotros y veamos en qué podemos apoyarnos mutuamente, y así empezar a trabajar en red. Esa es la propuesta por ahora, más adelante veremos cómo funciona el esquema y qué adecuaciones podemos hacer.