Octubre-Diciembre 2003, Nueva época No. 70-72 Xalapa • Veracruz • México
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En el Tercer Coloquio de Hermenéutica
Investigadores analizan la ciencia
dedicada a interpretar los mensajes

Edith Escalón, Dunja Sariv y Gina Sotelo

Una cultura oral depende, para todo aquello que es digno de ser comunicado, básicamente de la memoria, en términos psíquico-fisiológicos, es decir, del ritmo, motricidad, melodía, entonación, dijo Alberto Carrillo Canán en su conferencia “La hermenéutica y la oralidad: sentido y configuración”, que abrió el Tercer Coloquio de Hermenéutica, organizado en diciembre por la maestría en Filosofía y la Facultad de Filosofía. Añadió que en una cultura alfabética tendemos a ser completamente arrítmicos y antimusicales porque procedemos de manera analítica; nuestra memoria ya no está capacitada para las
Alberto Carrillo Canán y Renato Prada Oropeza, durante el Tercer Coloquio de Hermenéutica. (Foto: Luis Fernando Fernández)
formas de memorización orales, que son musicales.

En el encuentro coordinado por Renato Prada Oropeza, del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Carrillo Canán, doctor en Filosofía por la Freie Universität de Berlin, centró su propuesta filosófica en las teorías del pensador Hans-Georg Gadamer, el último sobreviviente de la fecunda generación de filósofos alemanes que maduró durante el periodo de entre guerras y cuyo problema fue la relación entre textualidad y oralidad.

El coordinador de la maestría en Estética y Arte de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Puebla, afirmó que Gadamer, a pesar de centrar su hermenéutica en los textos mismos, plantea un fenómeno de textualidad que corresponde más a la oralidad. Carrillo basó su tesis en la teoría de que la textualidad deviene de la creación del alfabeto y, por tanto, del análisis. Entonces, “Gadamer toma como modelo de texto un fenómeno que no es el de la textuali-dad sino un residuo de la oralidad en el ámbito de la textualidad”.

Gadamer “hace una referencia continua al habla y a la conversación; maneja una serie de fenómenos de una manera que no resulta clara; pasa de los textos a la conversación; usa fórmulas como que el texto ‘habla’, ‘nos interpela’, ‘tenemos que escuchar al texto’. Tales figuras dan la impresión de cierta ambigüedad entre lo que sería un texto, por un lado, y la comunicación, por otro, en sentido estricto: diferencia esencial entre oralidad y escritura alfabética”.

Para ejemplificar el problema planteado, Carrillo hizo referencia a la capacidad que tienen las culturas orales de manejar las analogías, los dichos y los refranes con el fin de almacenar su conocimiento: “Utilizan los recursos típicos de la poesía para poder incorporar el estado de la mente. Además, los textos que pasan oralmente de unos a otros no tienen un autor original, lo que existe es el recurso continuo de fórmulas matemáticas y lingüísticas”.
Se trata de dos formas completamente diferentes de articulación de la conciencia, de la experiencia y, por supuesto, del conocimiento: “¿hasta qué punto este tratamiento difuso que Gadamer propone, bajo el pretexto de la universalidad del lenguaje, por un lado de la conversación y por otro de los textos, no está dejando de lado esta diferencia esencial?”, cuestionó Carrillo

Política y hermenéutica barroca
A pesar de que sigue siendo un desafío tratar de aplicar la hermenéutica para analizar cuestiones prácticas, Samuel Arriarán, especialista en hermenéutica, educación, ética y multiculturalidad, realizó y presentó su interpretación de la situación que vivió la clase popular boliviana en un momento específico, cuando el 17 de octubre de 2003 el pueblo obligó a renunciar al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y, con ello, se registró uno de los hechos más significativos de los últimos años, ya que se trató del mandatario que durante dos periodos de gobierno ejecutó con mayor profundidad las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

“En la medida en que Sánchez de Lozada encarnaba –de cierta manera– la presencia del imperialismo en Bolivia, su derrota equivalió a la derrota del neoliberalismo en ese país”, señaló el autor de La fábula de la identidad perdida, quien además destacó el resurgimiento del poder del pueblo en Bolivia.

Dolores García Perea, miembro del Instituto Superior de Ciencias de la Educación, dio cuenta de los críticos de América Latina que han estudiado y se han ocupado de la interpretación del barroco, así como de aquellos escritores que lo han plasmado no sólo en sus textos sino también en sus vidas: Octavio Paz, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y Bolívar Echeverría, entre otros.

Explicó que por medio de esa corriente –que alcanza su expresión a través de la arquitectura, las artes plásticas, la música, la literatura y el pensamiento filosófico– se recuperan elementos simbólicos, míticos, religiosos, mágicos, de ruptura del equilibrio, de intersección del cosmos y de entidades divinas: “todas las obras barrocas adquieren el rasgo de clásicas; sus contenidos se imponen como inolvidables, nunca terminan de decir lo que tienen que decir, suscitan incesantes discursos críticos. No son indiferentes ni a la realidad del lector ni a la del momento”.

Por su parte, Arturo Álvarez Balandra, docente de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), se ocupó, entre muchos otros temas, de cómo el conocimiento se genera a partir de la verificación de las teorías y de la importancia de no aceptar como verdad absoluta cualquier idea, salvo cuando no haya nada que la ponga en duda.