Octubre-diciembre 2003, Nueva época No. 70-72 Xalapa • Veracruz • México
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Marguerite Yourcenar:
Viaje y conciencia de lo universal

Vicente Torres

 

¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?

Desde su creación por el cardenal Richelieu en 1634, por primera vez en la historia de la Academia Francesa de Letras una mujer es admitida como miembro en 1980, destruyendo así el mito de la escritura singularizada por el género. Las primeras publicaciones de Marguerite Yourcenar datan de 1921, aunque la familiaridad de los lectores hacia sus libros ha avanzado a un ritmo infinitamente más lento que el de su celebridad. ¿No afirmaba acaso Jean d’Ormesson, en el discurso de recepción pronunciado en la Academia, que Yourcenar «sigue siendo una especie de misterio extremadamente célebre, una especie de oscuridad luminosa»?
Nacida en Bruselas en 1903, de padre francés y madre belga —quien días después del alumbramiento fallece como consecuencia de una fiebre puerperal—, Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislaine de Crayencour abandona su linaje aristocrático para convertirse en Marguerite Yourcenar, seudónimo anagramático que sería su nombre oficial a partir de 1947. Tuvo tres nacionalidades (belga, francesa y estadounidense) y fue elegida, además de por la Academia Francesa, por la Academia Real Belga de Lengua y Literatura Francesas y por la Academia Americana de Artes y Letras.
La vida y la obra de Yourcenar se inscriben bajo el signo del desplazamiento incesante. A partir de 1950 fija su residencia en la isla de los Montes Desiertos (Maine, Estados Unidos), alternando su exilio voluntario con viajes alrededor del mundo. Una isla: principio de soledad. El viaje: principio de conocimiento. «[...] en el hombre, al igual que en las aves, parece haber una necesidad de emigración, una vital necesidad de sentirse en otra parte».1
Cuando estalla la Primera Guerra Mundial, la joven Marguerite, acompañada por su padre Michel de Crayencour —pues ella nunca asistió a la escuela, Michel fue su preceptor y guía en los estudios—, emigra a Inglaterra, donde se inicia a la edad de once años en el estudio de las lenguas inglesa, latina y griega, y comienza a leer por sus propios medios a los poetas italianos en su lengua original. En 1922 se encuentra en Italia en el momento del advenimiento de Mussolini y del fascismo, situación que denunciará —primera vez que un escritor europeo lo hace— en su libro El denario del sueño. Por esta época realiza numerosos viajes a Suiza, Yugoslavia, Grecia, Turquía y a los Estados Unidos. Hacia el final de su vida visita Dinamarca, Argelia, Marruecos, Egipto, Japón, Tailandia, India y Kenia.
En 1986, Yourcenar encuentra a Jorge Luis Borges en Ginebra, seis días antes de la muerte del autor del Libro de arena; allí hablan acerca del laberinto de la vida, al que poco después Borges le encontrará la salida. La escritora, habiendo cancelado por razones de salud un viaje a Nepal, previsto para el invierno de 1987, muere el 17 de diciembre del mismo año en el hospital de Bar Harbor, cerca de Petite Plaisance, su residencia—refugio en la isla de los Montes Desiertos, a la edad de 84 años.
De este desplazamiento permanente se puede afirmar que la biografía de Marguerite Yourcenar es una biogeografía. La ausencia de un centro geográfico y el itinerario mudante evocan la constatación de Pascal, según la cual la naturaleza es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Desde esta perspectiva, las fuentes que nutren la escritura yourcenariana tienen la expansión de la universalidad.
La aventura del viaje se convierte de esta manera en una forma privilegiada de descifrar el mundo. A esto añade Yourcenar los otros dos medios de enriquecimiento respecto al conocimiento que circulan a través de su obra: las lecturas y los encuentros con los seres humanos.
Siempre ha habido muchas razones para viajar, de las cuales la más simple —y ya compleja— consiste en hacerlo por la ganancia y por la aventura, dos móviles difícilmente separables incluso en el caso de Las mil y una noches y en el de Marco Polo; para convertir a una religión, en la que uno cree, a otros hombres supuestamente sumidos en la noche de la ignorancia, como los franciscanos que penetraron en el imperio mongol, Francisco Javier en el Japón o asimismo los monjes hindúes que evangelizaron China, o los monjes chinos de camino hacia el Japón. Hay otros casos en que se viaja para regresar, como Ulises, a una patria perdida o —como lo hacían, al parecer, los grandes navegantes primitivos— con la esperanza de encontrar una isla más favorable que aquella que abandonaban. Muy pronto, a esos motivos viene a añadirse un nuevo móvil: la búsqueda del conocimiento. Ulises, como tan bien lo vio el poeta griego moderno Cavafis, encuentra, en las numerosas escalas que lo separan de Ítaca, una ocasión para instruirse y gozar de la vida. Los viajes en busca del conocimiento son de todos los tiempos: conocemos aquellos, a menudo legendarios, de los sabios griegos a Egipto, de los romanos a Grecia, de los japoneses a Corea o a China, de los filósofos occidentales de la Edad Media al mundo musulmán y a Asia. El viaje a lejanas regiones se convirtió en un ingrediente casi indispensable de la vida de los filósofos, ya se tratara de Solón o de Paracelso. En todos los casos se trata de informarse acerca del mundo tal cual es y de instruirse también ante los vestigios de lo que ha sido. […] Presentimos que, pese a todo, nuestros viajes, al igual que nuestras lecturas y encuentros con nuestros semejantes, son unos medios de enriquecimiento que no podemos negarnos.2

De la misma manera en que la biografía de Marguerite Yourcenar es una biogeografía, su bibliografía es una bibliogeografía. Los lugares donde transcurren sus obras se sitúan bajo el signo de la universalidad espacial: El denario del sueño se desarrolla en Italia; El tiro de gracia, en los países bálticos; los Cuentos orientales se localizan en la antigua China, Japón, los Balcanes, en la Grecia contemporánea. Europa, África septentrional y el Medio Oriente son los escenarios, en el siglo II, de Memorias de Adriano; Opus nigrum se desarrolla en Flandes, Italia y Alemania durante el Renacimiento. Un hombre oscuro transcurre en la isla de los Montes Desiertos y en los Países Bajos, en el temprano siglo XVII. Sólo el tiempo y los lugares ausentes son los de Marguerite Yourcenar misma: están ausentes ella, su medio, su condición, su país, su tiempo. Escritura que viaja, escritura del viaje, viaje de la escritura, Yourcenar es una escritora itinerante en continua partencia.
Pese a la gran diversidad espacial, dos ejes geográficos irradian esta profusa obra: Grecia y Oriente.
Si bien es cierto que el recurso del mito griego se convierte en el siglo XX en el vehículo críptico por excelencia a través del cual escritores como Sartre, Giraudoux y Giono expresan su rechazo a la devastadora empresa hitleriana (en la obra para teatro Electra o la caída de las máscaras, Yourcenar se une a esta voz de indignación), también es cierto que la Dama de los Montes Desiertos hace de la fuente helénica una reserva de recursos que sobrepasa el mito: la herencia del método y del logos griego, que se traduce en su obra en una lógica y lucidez implacables; los poetas satíricos, líricos; los poetas completamente escépticos y los poetas profundamente místicos o eróticos del archipiélago, cuya huella se halla diseminada en la obra de Yourcenar; las escuelas filosóficas como el escepticismo y el cinismo, el estoicismo y el hedonismo, eclecticismo que contribuye a la construcción de la identidad de varios de sus personajes, tales como Alexis, Adriano, Zenón, Nathanael...
Pero es el emperador Adriano, continuador del legado griego en Roma, quien toma la voz de Marguerite Yourcenar, 18 siglos atrás, para afirmar lo siguiente:
“Siempre agradeceré a Scauro que me hiciera estudiar el griego a temprana edad. Aún era un niño cuando por primera vez probé de escribir con el estilo los caracteres de ese alfabeto desconocido; empezaba mi gran extrañamiento, mis grandes viajes y el sentimiento de una elección tan deliberada y tan involuntaria como el amor. Amé esa lengua por su flexibilidad de cuerpo bien adiestrado, su riqueza de vocabulario donde a cada palabra se siente el contacto directo y variado de las realidades, y porque casi todo lo que los hombres han dicho de mejor lo han dicho en griego. [...] he administrado el imperio en latín; mi epitafio será inscrito en latín sobre los muros de mi mausoleo a orillas del Tíber; pero he pensado y he vivido en griego. [...] Entreveía la posibilidad de helenizar a los bárbaros, de aticizar a Roma, de imponer poco a poco al mundo la única cultura que ha sabido separarse un día de lo monstruoso, de lo informe, de lo inmóvil, que ha inventado una definición del método, una teoría de la política y de la belleza.”3
Junto al universo griego, la otra gran fuente que nutre el pensamiento y la escritura yourcenarianos es el Oriente, con el cual la autora se familiariza desde temprana edad mediante traducciones de textos de la India y del Extremo Oriente. En respuesta a una carta suya, Rabindranath Tagore incluso invita a la joven Marguerite para que asista, como estudiante, a la universidad de Santiniketan que él ha creado.
Sólo en 1982 —cinco años antes de su muerte—, la académica descubrirá el Oriente en compañía de un joven de 30 años, Jerry Wilson, quien se convertirá en su compañero de viajes, después que ella ha perdido a su secretaria, excelente traductora y compañera de vida, Grace Frick. Había ya publicado Yourcenar, dos años atrás, Mishima o la visión del vacío, y había comenzado la traducción de Cinco No modernos de Mishima, del japonés al francés, en colaboración con Jun Shiragi. Una serie de crónicas, resultado de este primer gran viaje a Oriente, se publicarán en Una vuelta por mi cárcel, aunque la obra que condensa gran parte de la construcción oriental de Marguerite son los luminosos Cuentos orientales.
El Oriente de Yourcenar es ante todo un Oriente imaginario. Penetra ella en él a través de la literatura y las artes. De las 6.876 obras que se encuentran en la biblioteca de Petite Plaisance, 500 textos están consagrados al Oriente.
El Oriente yourcenariano no es aquel orientalismo exótico, pintoresco o galante del siglo XIX, tal como lo percibían los artistas europeos de aquel entonces: es una invitación a un viaje completamente diferente: se trata de la búsqueda de la dimensión de la trascendencia mediante la noción de lo sagrado, ya sea por medio de las antiguas corrientes místicas o del culto y el rito que ponen en contacto al ser humano con otra suerte de realidades. De tal manera, el Oriente aparece como el complemento del componente griego. Es precisamente el emperador Adriano quien ve en estas dos fuentes, dos formas alternativas de conocimiento:
“Una parte de cada vida, y aun de cada vida insignificante, transcurre en buscar las razones de ser, los puntos de partida, las fuentes. Mi impotencia para descubrirlos me llevó a veces a las explicaciones mágicas, a buscar en los delirios de lo oculto lo que el sentido común no alcanzaba a darme. Cuando los cálculos complicados resultan falsos, cuando los mismos filósofos no tienen ya nada que decirnos, es excusable volverse hacia el parloteo fortuito de las aves, o hacia el lejano contrapeso de los astros.”4
La sabiduría, en todas sus formas, es una búsqueda constante de los personajes yourcenarianos. Búsqueda que habitará a la autora desde sus tempranos años. Búsqueda que muchos de sus lectores han hecho suya. En este sentido, el pensamiento místico oriental propone innumerables posibilidades: la idea de la conciliación de los contrarios, en el budismo zen («La luz existe en la oscuridad, la oscuridad existe en la luz»); la idea del brahmanismo según la cual los demonios y los dioses cohabitan en el ser humano. La percepción taoísta de la vida y la muerte como etapas sucesivas. El pensamiento yourcenariano no excluye: integra.
La carta de navegación de las corrientes místicas orientales de Marguerite Yourcenar está constituida por el taoísmo, el confucionismo, el hinduismo, el budismo. A esta configuración mística oriental opondrá ella lo que suele denominar «las Tres Imposturas»: el cristianismo, el judaísmo y el islamismo.
En una serie de entrevistas concedidas a Matthieu Galey, Con los ojos abiertos (1980), afirma Yourcenar:
“Tengo varias religiones, como tengo varias patrias, de manera que en cierto sentido no pertenezco quizás a ninguna. No pienso por cierto en renegar del Hombre que ha dicho que aquellos que tengan hambre de fe y de justicia serán saciados (en otro mundo, con seguridad, porque en el nuestro no es verdad), pero menos renuncio a la sabiduría taoísta, parecida a un agua límpida, unas veces clara, otras oscura, bajo la cual se descubre el trasfondo de las cosas. Estoy agradecida por lo precioso que me han enseñado sobre mí misma, y en la medida en que he emprendido y proseguido el estudio, al tantrismo, y a sus métodos casi fisiológicos para despertar las fuerzas del espíritu y del cuerpo, y al zen, esa espada centelleante. Sobre todo, permanezco profundamente ligada al conocimiento budista, estudiado a través de diferentes escuelas que, como las diferentes sectas cristianas, me parecen menos contradecirse que completarse. Sólo su compasión por todo ser viviente amplía nuestras nociones, muchas veces mezquinas, de la caridad; no sólo, como los presocráticos, vuelve a poner al hombre, pasajero, en un universo que pasa, sino que además, como Sócrates (y confiándose, por supuesto), nos pone en guardia contra las especulaciones metafísicas ambiciosas, para incitarnos, sobre todo a conocernos mejor y, como las filosofías modernas consideradas más audaces, insiste en la necesidad de depender sólo de nosotros mismos: «Sed una lámpara para vosotros mismos…».”5
Marguerite Yourcenar y gran número de sus personajes se guían a lo largo de su existencia por los cuatro votos budistas que resumen una sabiduría muy antigua:
“Los cuatro votos budistas que, en efecto, me he recitado con frecuencia en el curso de mi vida, dudo en volver a decirlos en este momento delante de usted, porque un voto es una plegaria, y más secreto aun que una plegaria [...] Simplificando: se trata de luchar contra las malas inclinaciones; dedicarse hasta el fin al estudio; perfeccionarse en la medida de lo posible, y por fin por numerosas que sean las criaturas que vagan en la extensión de los tres mundos, es decir en el universo, trabajar para salvarlas. De la conciencia moral al conocimiento intelectual, del perfeccionamiento de sí al amor de los demás, y a la compasión por ellos, todo está allí, me parece, en ese viejo texto que tiene alrededor de 26 siglos.6

Tal vez la criatura yourcenariana que va más lejos en el camino de la sabiduría sea Nathanael, uno de sus últimos personajes (Un hombre oscuro, dedicado a Jerry Wilson, quien morirá en 1986, víctima de la enfermedad de finales del siglo XX). Nathanael, luego de dejar voluntariamente Amsterdam, se refugia en una isla frisona, donde se integra a la luz, al agua, a la tierra, abandona las categorías del pensamiento que ya no le ofrecen ningún recurso; el lenguaje se disuelve en el silencio; los tabiques del tiempo se rompen. Sin darse cuenta, Nathanael accede al estado de iluminación, según los místicos orientales.
Para acceder a la disolución del yo ha sido necesario que Nathanael atraviese todo el siglo XX: aparece por vez primera ante la joven Marguerite hacia 1920, cuando ya tiene él los rasgos que serán suyos y por su edad podría ser el hermano de su creadora; se refugia luego en la penumbra durante muchos años. Surge de nuevo, súbitamente, en una fría habitación de un hotel mortecino en las proximidades de una estación desierta, hacia la medianoche, mientras Yourcenar espera un tren. Han transcurrido entonces, desde la visión de 1920, 37 años... La imagen de Nathanael es esta vez más nítida: tiene 16 años y ayuda a un maestro de escuela, en Amsterdam. Marguerite se da cuenta de que él cojea un poco y que visto el tiempo que ha pasado, ella puede ser ahora su madre. Obligado a huir después de una reyerta en la que cree haber matado a un hombre, Nathanael zarpa hacia Jamaica, para rozar luego más hacia el norte, la isla de los Montes Desiertos. Podría estar cerca de Ella, en esta noche en la que debe arribar un tren. Pero curiosamente los vectores del tiempo se cruzan: Nathanael ha pasado por allí hace unos 300 años, antes de que su embarcación encallara en las proximidades de la Isla Perdida y volviera luego a Europa, para casarse con Saraí —prostituta y ladrona judía—. Antes de irse a morir en una isla de la costa frisona, la frágil visión onírica se rompe ante el anuncio de la llegada de un tren...
En 1980, la anciana Dama de los Montes Desiertos asiste al alumbramiento literario de Nathanael. Él tiene 16 años; ella, 77. El hombre oscuro ha sido forjado por la sabiduría griega, por el ascetismo oriental, pero éstos ya no son más que una huella imperceptible en el cuerpo del texto y participan de la disolución general que contagia las palabras, la identidad del personaje, el tiempo, las categorías del pensamiento. La escritura yourcenariana ha tomado otros rumbos. Lo único estable en este gran naufragio son la noche, el mar, el cielo estrellado, la lluvia y el viento. Nathanael ya puede morir, está integrado al cosmos.
Grecia, Oriente, el paisaje en su dimensión cósmica, son los tres grandes trazos de la escritura yourcenariana. Sus últimas reflexiones tienen que ver con la necesidad de retornar a una existencia sencilla, imposible en el seno de la civilización (¿reminiscencias del ideal ascético de los cínicos?), de hacer del instante presente el eje de gravitación de la eternidad (influencia budista, sin duda), entre otras. ¿No acariciaba acaso el proyecto de escribir un último libro, Paisaje con animales, en el que el hombre aparecería solamente desde el ángulo de su relación con los minerales, las plantas y los animales?
Sources II (Fuentes II) corresponde a la publicación póstuma (1999) de un gran cuaderno de notas que Yourcenar depositó en la biblioteca Houghton de Harvard y que contiene en forma aparentemente caótica (la autora no preveía su publicación) fichas de lecturas, esbozos de textos, pensamientos, citaciones, inventarios, recuerdos y fragmentos personales. Todo esto corresponde posiblemente a la década del setenta, época en la que Marguerite Yourcenar se ve inmovilizada en la isla de los Montes Desiertos debido al cáncer que aquejaba a Grace Frick.
Lo cotidiano roza en este texto la trágica e irreversible tríada: la vejez, la enfermedad y la muerte. Lo sublime alterna con lo trivial, lo espiritual con lo privado, el arte con la experiencia vivida. Fuentes II es el testimonio del río secreto que alimentó parte de la vida de la autora de Memorias de Adriano.