Octubre-Diciembre 2003 , Nueva época No. 70-72 Xalapa • Veracruz • México
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Tenemos la obligación de darle al mundo la esperanza de generar un futuro posible dentro de la situación planetaria global
Juan Luis Cebrián

Texto del mensaje ofrecido por el intelectual español, luego de recibir la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana, en la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información, el 26 de septiembre de 2003.
 
No quiero dejar de emplear medio minuto de este tiempo para decir cuán satisfecho y orgulloso estoy, y cuánto agradezco la distinción de la Universidad Veracruzana y la asistencia de todos ustedes a este acto. Para mí, México no sé ya si es mi segunda o mi primera patria, vengo con mucha frecuencia a este país en donde me siento como en mi casa y al que admiro y quiero entrañablemente.

Voy a tratar de analizar algunos aspectos de la globalización en relación con la sociedad y, quizá, la sociedad de la información. Supongo que muchos de ustedes, sin duda ínternautas, saben que hay una página de la virgen de Guadalupe en la red, que es para pedir y agradecer milagros. El que no la conozca puede entrar en ella www.santa.org. Ahí puede ver uno que –desde el cáncer del padre al examen del hijo o la reconciliación con la novia– no sólo desde México sino también desde Miami, Los Ángeles y a veces desde Colombia y Nueva York, los ínter nautas piden efectivamente favores, mismos que se les conceden, y en las propias páginas web ellos agradecen los milagros que gracias a Internet han logrado que se produzcan en su vida particular.

Esto podría hacerme suponer que el cielo ya ha entrado en la Internet o que ésta ha entrado en el cielo, y el infierno está en la red desde hace tiempo con la pornografía, el crimen organizado, la pedofilia, etcétera. Por lo cual comprobamos que, incluso, en esto la Internet es el paradigma de lo que ya llamó John Naisbitt la paradoja global, y se convierte así en una metáfora de la sociedad en la que vivimos, de la civilización en la que vivimos, a la que llamamos globalización.

Hay algunos aspectos de la globalización en los que todos se ponen rápidamente de acuerdo: su carácter transnacional, su relación con la economía de mercado –sobre todo con la economía financiera–, su deuda con los avances tecnológicos… pero hay otras cuestiones que todavía dividen a la comunidad académica y a la opinión pública sobre la globalización que es, como dicen algunos, un sistema articulado y orgánico, una especie de aparato de gobierno en la sombra, o es simplemente una tendencia, una corriente cultural, un fenómeno gobernado por alguien que responde a un plan o un designio, o es un movimiento autónomo que escapa a los poderes tradicionales que controlaban este mundo, un fenómeno primordialmente o casi exclusivamente económico –como señalan los críticos–, o hay aspectos culturales, mediáticos, ambientales y de otros géneros tan importantes o más que los financieros y los productivos a la hora de contemplar la globalización.

Sobre todo: ¿nos enfrentamos ante algo que podemos escoger, hay una alternativa, una elección que podemos hacer entre la globalización o no?, ¿o es un fenómeno insoslayable, cualesquiera que sean sus efectos con los que tenemos que convivir?

El profesor George J. Stigler, premio Nóbel de Economía, ha llamado a estas interrogantes el malestar de la globalización, precisamente porque genera una especie de paradoja interna a la hora de enfrentarse con ésta; y es justamente Stigler quien pone de relieve que mientras el capitalismo y el marxismo tuvieron al fin y al cabo sus prescriptores que definían el modelo –Adam Smith para el capitalismo y Carlos Marx para el marxismo–, y eso nos permitía a todos de una manera o de otra comportarnos con cierta coherencia a la hora de juzgar las sociedades o movimientos, hoy todavía no hay un modelo ideológico, ni siquiera me atrevería a decir un modelo lógico, que responda a las necesidades de la organización del mundo globalizado. Y como no tenemos ese modelo con el que podamos comparar lo que sucede alrededor nuestro, se genera ese malestar al que refería Stigler.

Hay que tener en cuenta que la globalización o las cuestiones globales no son nada nuevo. Desde hace muchos siglos las relaciones comerciales, los esquemas de dominación política, las corrientes culturales, las doctrinas ideológicas y las religiosas han mostrado siempre una ilimitada ocasión universal; entonces ¿qué es lo que distingue a la sociedad actual de la de tiempos anteriores?, ¿qué sucede para que hechos al fin y al cabo tan cosustanciales a la historia, como el flujo de capital y de personas a través de las fronteras, la imitación de modas, la interpretación de las culturas y las lenguas, merezcan ahora, más que nunca, el apellido de lenguas, culturas o economías globales?

La respuesta a esta interrogante reside en la capacidad tecnológica, recientemente adquirida por los humanos, de transmitir la información en tiempos reales, y por eso esta sociedad global por la que circulan a través de la red miles de millones de dólares en cuestión de segundos, que cita la pasión de aprender y mejorar el nivel de vida en la imaginación de millones de habitantes de los países pobres, permite el desarrollo de la educación y de la investigación, potencia los servicios médicos, ensancha los mercados, derriba las fronteras, cuestiona las nociones habituales de tiempo y espacio. Sin embargo, esto no ha merecido el apelativo de sociedad del mercado global o sociedad global de las finanzas o de las migraciones, ni siquiera el de sociedad global del aprendizaje, tan importante como es, sino que se llama sociedad global de la información, porque la transmisión de datos en tiempo real es, precisamente, lo que confiere a la nueva globalización un carácter radicalmente diferente a las experiencias previas en la historia de movimientos planetarios o globales.

De los sectores típicos contra la globalización existe una tendencia a resaltar los aspectos económicos de ésta, la dibujan como un sistema de dominación de las empresas multinacionales que, amparado por los organismos financieros y abusando de las políticas reguladoras de los gobiernos, tiende a la centralización mundial de la economía y a la opresión de los países pobres por unos cuantos privilegiados.

En ese sentido, tenemos que defendernos de la globalización y huir de ella como de la peste, hasta el punto de que el filósofo alemán Wolfgang Schaft sostiene que lo único peor que el fracaso del desarrollo masivo de la globalización significaría su triunfo. Pero el tremendísmo en las premoniciones no ayuda al debate o a un debate tranquilo acerca de la sociedad global de la información y, en cambio, nos lleva a una especie de melancolía, y creo que tenemos la obligación de darle al mundo la esperanza de generar precisamente un futuro posible dentro de esa nueva situación planetaria global. Al fin y al cabo, el planeta ha pasado por etapas incluso peores a la que vivimos actualmente: hace dos décadas vivíamos bajo la amenaza de la mutua destrucción nuclear, que era un tipo de globalización bastante más destructivo y preocupante que el de la sociedad global de la información, aunque es verdad que después de los sucesos de las torres gemelas y de la guerra en Irak se yerguen amenazas nuevas para las que todavía no tenemos respuestas. En cualquier caso, todas ellas anidan en el seno del nuevo concepto de la globalización o de la globalidad que atraviesa la red.

Creo que conviene marcar el problema en estos términos: 20 por ciento de la población mundial acumula el 90 por ciento de la riqueza y cerca de 3 000 millones de personas viven bajo el umbral de los dos dólares diarios; o sea que los nuevos sistemas planetarios, globales, digitales de la información generan, por un lado, una mayor productividad y una mayor riqueza, pero, por otro, una mayor concentración de poder y también una enorme acumulación de capitales como no se había conocido en la historia: fortunas inmensas, amasadas durante generaciones por los monopolistas de materias primas –como el petróleo– o por grandes industriales, palidecen ahora ante las que han sido capaces de forjar, en menos de 10 ó 20 años, los líderes de la nueva economía.

Por su parte, los gobiernos muestran una notoria incapacidad para controlar el flujo de capitales a través de la red, precisamente porque a lo que se enfrentan es a un cambio estructural del sistema de la civilización en la que nos encontramos. Cabe decir que la organización de la democracia tal y como la conocemos se construyó en el siglo XIX con la erección de la democracia burguesa, y responde a las preguntas y a las cuestiones de la Revolución Industrial, por lo que ahora tenemos que crear un sistema que responda a las demandas de la Revolución Digital, que supone un cambio de civilización tan importante o mayor del que supuso el descubrimiento de la máquina de vapor en los albores de la sociedad industrial.

Si la sociedad digital es un caldo de cultivo para establecer una especie de Big Brother universal que controla y vigila cada uno de nuestros movimientos, podemos imaginar varios escenarios, por ejemplo que nos van a poner colores en las líneas áreas que viajan a Estados Unidos para saber si somos terroristas o no: todos los computadores tanto de la policía como de la hacienda pública de todo el mundo pueden estar controlados. Sin embargo, al mismo tiempo, esas innovaciones tecnológicas han generado la enorme ilusión de que hay una libertad nueva para expresarse, una libertad nueva para crear. Prácticamente, la Internet es la utopía del anarquista, todo el mundo puede decir a través de la red lo que quiera, a quien lo quiera y como lo quiera oír, a cientos de millones de ínter nautas, pero ésta es la visión digamos optimista.

En este rubro de optimismo están los que dicen que es verdad que la red genera un nuevo tipo de conocimiento, dado que en ella converge prácticamente toda la información disponible en el mundo. No hay nada que no se sepa, no hay nada a lo que no se pueda acceder a través de Internet. Es como el sueño de la biblioteca de Alejandría hecho realidad. Aunque, naturalmente, para poder entrar al ciberespacio hacen falta dos cosas: por un lado, capacidad de acceso tecnológico, lo que se llama banda ancha en las comunicaciones, y todavía hay muchos pueblos de la tierra que no tienen siquiera electricidad; por otro lado, hay que tener el talento, la capacidad y el aprendizaje intelectuales para utilizar este medio, para comprender o ser capaces de gestionar este conocimiento, y en eso justamente es donde reside la amenaza fundamental de la comunicación en el siglo xxi, el establecer un mundo entre lo que algunos han llamado los info-ricos y los info-pobres.

Si hay algo verdaderamente virtual en la nueva economía es precisamente el dinero. Algunos preguntan adónde ha ido el dinero que se ha perdido en la crisis bursátil de los últimos tres años, con el pinchazo de la burbuja de Internet. Cientos de miles de millones de dólares perdidos en tres años dónde están. ¿Adónde se ha ido esa cantidad? No está en ninguna parte, se ha destruido igual que se había creado, porque tampoco existía antes, pero era dinero con el que se podía comprar cosas, viajar e, incluso, derribar gobiernos. Podría decirse que en el esquema productivo que normalmente era considerado como la conjunción del capital y el trabajo para generar la plusvalía en un producto, ahora el capital, el trabajo y la materia prima son precisamente la información. Por eso, aquellas sociedades que no tengan acceso a la información –ya sea porque carecen de estructura tecnológica o porque no tienen capacidad o conocimiento para utilizarla– están condenadas a padecer la pobreza y a aumentar el abismo de desarrollo económico y cultural que existe hoy entre los países pobres y ricos.

En los últimos 20 años, América Latina no ha crecido en su producto interior bruto per cápita ni un solo dólar. La renta per cápita de los latinoamericanos de hoy es completamente igual a la de hace 20 años, y esto se debe a que, en desarrollo tecnológico y en capacidad de acceso, en gestión del conocimiento de este desarrollo tecnológico, América Latina no ha sido capaz de ponerse a la par del desarrollo de los países industrializados, avanzados de occidente.

Por último, quiero puntualizar algunas cosas sobre esto que llaman la Revolución Digital –la cual, consideramos, es una nueva civilización, un nuevo paradigma–, quiero mencionar algunas características de esta revolución que condiciona la cultura, la información, el periodismo, la economía, la política, la religión…

Por una parte, es una civilización planetaria que utiliza un solo idioma y que tiende hacia la homogenización de culturas y de comportamientos; por otra parte, es un fenómeno muy rápido. Aunque algunos dicen: “Internet se acabó. Se pinchó la burbuja de los mercados y esto de la red ya no sirve”, en este momento, hay más de 600 millones de personas con acceso a Internet en el mundo, y para que nos demos cuenta de lo rápido que esto avanza basta saber que hace 20 años o menos de 20 no había teléfonos celulares ni computadoras personales –las primeras aparecieron en los escaparates en 1981, hace 22 años–, no existían, no se habían creado. Desde que se inventó la imprenta hasta que apareció lo más semejante a un periódico moderno pasaron más de 250 años. De esta manera, vemos con qué enorme rapidez –pese a que a algunos nos parezca que este proceso va muy despacio– el cambio tecnológico de la sociedad digital se está produciendo, rapidez que es fácil comprobar si en vez de mirar hacia delante y no nos damos cuenta de la velocidad que llevamos, volteamos hacia atrás y vemos lo que hemos recorrido en tan poco tiempo.

Por otro lado, esta nueva civilización que es muy rápida en su implantación no tiene límites geográficos ni temporales. Lo estamos viviendo con la televisión digital interactiva, y si es interactiva significa que ahora todo el conocimiento está en la red, al alcance de todos. Pero el conocimiento y la investigación han dejado de ser unipersonales para ser cooperativos; de hecho, el hombre universal, el hombre del Renacimiento ya no existe, ahora es el equipo del renacimiento: el saber está en red, el saber es cooperativo. Es paradójico, porque a la vez que es universal es muy local; a la vez que la red homogeniza en inglés prácticamente las culturas de medio mundo, cualquier persona en cualquier lugar del planeta puede en su lengua nativa tratar de expresarse ante los demás y puede ayudar a florecer las comunidades más pequeñas.

Por último, esta sociedad es virtual. El reino de la imaginación o de lo virtual acaba por convertirse en realidad tangible como me refería antes al hablar de la circulación financiera. No hay riqueza en el mundo que garantice la economía mundial en este instante. En el momento de la alza de las bolsas, las bolsas mundiales valían dos veces más que todo el producto interior bruto en el mundo, por lo tanto, la teoría de las reservas –de las reservas de la materia prima o de las que se quisiera respecto a la solidez de las economías– caía por su peso. La riqueza del mundo, en este momento, es verdaderamente virtual y se basa más y más en las expectativas, en el futuro y en el crédito, todo ello a través de la red.

Todo lo anterior genera un paradigma de la nueva civilización, que es un paradigma revolucionario, y como en todas las revoluciones, aunque ésta parezca tranquila, pasan dos cosas; por un lado, inmediatamente después de que la revolución triunfa, se establece una etapa de terror (no ha habido ningún periodo en la historia en que los revolucionarios que han llegado al poder no se hayan dedicado a cortar cabezas). Estamos, pues, en la etapa de terror de la revolución de la Internet: después de que los jóvenes de la nueva economía llegaron al poder, hemos visto cómo se han deshecho fortunas, se han cerrado empresas, se han arrumbado ideas y se han puesto en duda profecías. Sin embargo, estoy seguro de que las premoniciones sobre la red y la sociedad digital siguen siendo válidas.

Por otro lado, dicho paradigma revolucionario está liderado, empujado y protagonizado por los jóvenes. Por ello, los mayores –en un mundo en que las jerarquías tradicionales desaparecen porque precisamente el saber está en red–, los maestros, los profesores, los gobernantes, los empresarios, tienen temor ante esta revolución liderada por los jóvenes, y la peor manera de orientar un cambio y controlarlo es tener miedo a ese cambio. Por ello, yo invito a todos ustedes y desde luego a la UV a que no tengan miedo al cambio digital y a que asuman todos los errores que el terror de la revolución está produciendo. Sigan predicando. Muchas gracias.