Julio-Septiembre 2003, Nueva época No. 67-69 Xalapa • Veracruz • México
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Los periodistas presumimos de estar fuera del palacio, aunque nos gusta estar al menos
en los pasillos: Juan Luis Cebrián

Jorge Medina Viedas

Los orígenes del periódico El País, la transición política española, el golpe de Estado del 23-F, la necesidad de internacionalizar España, el regreso al mundo de un movimiento neoconservador y los nuevos rumbos de la democracia son algunos temas que desarrolla, en la siguiente conversación, el periodista y escritor madrileño Juan Luis Cebrián, quien recibió la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana, en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario 2003.
 

Con Juan Luis Cebrián no se puede desperdiciar la oportunidad de hablar de la historia de la transición democrática española, de la fundación de El País en aquel preciso momento y de su papel en el proceso. Cebrián ha sido un protagonista de la vida pública española en todo el sentido del término. En su condición de periodista, de escritor y de promotor empresarial de la cultura, ha concitado
en torno suyo al poder político, pero también el reconocimiento de una parte importante de la opinión pública
española.
Con él conversamos en Madrid, en su oficina de prisa, el consorcio que tiene entre uno de sus activos importantes al diario El País, del cual Cebrián es el Consejero Delegado. Fue una plática con cámara de televisión al frente. De un tirón, sin interrupciones y sin mediar muchas palabras antes de que corriera la grabación. Tal como fue, se les entrega a ustedes un fragmento de esa entrevista.

Quizá una de las preguntas que debe ser un tópico acerca de la historia de un periódico como El País, que ha constituido un ejemplo de lo que debe hacerse en materia editorial y, sobre todo, por su impacto en la vida pública de España, inclusive en Iberoamérica, es su papel en el proceso político que transformó una sociedad como la española, ¿cuál fue realmente?
El País salió justo después de la muerte de Franco, al comienzo de la transición política, en una etapa en la que los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones en general estaban prohibidas todavía. Había mucha confusión. Seguían vigentes las leyes de la dictadura, y fue una época en la que precisamente la prensa –la radio y la televisión estaban en manos del gobierno– sirvió de tribuna o de escenario del debate político que iba a alumbrar a la democracia.
Por lo tanto, los periódicos en general y El País, que era un periódico nuevo que no tenía pasado, que no había elogiado nunca al franquismo porque no existía durante ese periodo, ocuparon un lugar central, hasta el punto de que durante unos cuantos años la buena salud de El País en cuanto a circulación, número de lectores y también desde el punto de vista económico era un índice o una demostración de la buena salud del proceso democrático.

Pero hay una indudable vinculación entre la sociedad española de aquel tiempo, en los años setenta, una sociedad emergente, ávida de conocer más, que estrecha su relación con El País. ¿Cuáles son las claves periodísticas que permiten ese encuentro entre el diario y la sociedad, a tal grado que se dice, incluso, que hay “paisadictos”?
En realidad lo que pasó fue que, en primer lugar, El País era un esfuerzo colectivo –de muchas personas, de mil accionistas y ninguno tenía la mayoría– por crear un periódico de calidad en España y, además, por hacer una publicación que ayudara a la construcción de la democracia y a la incorporación de España a las instituciones europeas. O sea, que ya desde su fundación, de alguna manera, bebía de la tradición liberal de la gran prensa española (nuestro presidente era hijo de José Ortega y Gasset: José Ortega Spottorno y nos reclamábamos un poco de la tradición orteguiana tanto en la política como en la cultura).
Todo esto contribuyó de alguna manera a hacer de El País ese símbolo, o ese epítome del proceso de transición política. Al mismo tiempo, al no tener nada de qué arrepentirnos, porque no habíamos dicho antes, al ser un periódico sin pasado, estábamos en una circunstancia extraordinaria para poder construir el futuro. En ese momento nos dirigíamos fundamentalmente a la generación de jóvenes. Hay que tener en cuenta que la transición política en España fue en gran medida el fruto de un cambio generacional, no sólo en el poder político, y logramos conectar precisamente con esos jóvenes, con base en la disolución de los tabúes, de las prohibiciones, y en busca de un mundo más libre y unas formas de expresión mucho más modernas que las que hasta entonces habían imperado en la prensa española.

Hay de todas maneras un ingrediente personal del director que tenía 30 años cuando llegó...
30 años no. 31.

Pero usted entre los 20 y los 30 tuvo experiencias formidables en términos periodísticos; además, hay una salida suya de España que le permite ver un mundo completamente distinto, una realidad europea donde hay un clima de libertades y, de alguna manera, olfatea que el mundo está cambiando. ¿Eso pasa a ser parte de su comportamiento como fundador y director del periódico, eso le orilla a hacer una política editorial acorde con ese tiempo que se estaba colando por los intersticios de la sociedad española?
Sí, pertenezco vitalmente a la generación de los sesenta. Soy un poco más viejo que los del 68, aunque viví el mayo de 1968 en París, en La Sorbona, y mi generación se caracteriza por la sensación de haber vivido en un ghetto. España, durante los años cuarenta y cincuenta, cuando yo era un niño, un adolescente, era un país aparte del mundo, verdaderamente encerrado en sí mismo, que sólo con la llegada del turismo en la década de los sesenta y la salida a Europa, que era una migración de ida y vuelta, no como el éxodo hacia América, empieza a relacionarse con el exterior.
Esta sensación de aislamiento que teníamos los españoles pesó fundamentalmente en mi generación. Teníamos un hambre, por así decirlo, de internacionalizar el país, de aprender de fuera, de conectar a la nación con las experiencias vecinas y, fundamentalmente, con Europa. Naturalmente, en mí también pesó, como en el grupo de fundadores del periódico y en el equipo de redactores que se incorporó al periódico a primera hora. Por ello, decidimos darle una importancia muy grande a la política
internacional.
Muchos se asombran todavía en Europa y Estados Unidos del que un periódico de gran tirada como El País abra su edición con una decena o docena de páginas de información internacional, gran parte de ella dedicada a América Latina. Esto ha sido un distintivo del diario desde el comienzo, y creo que permitió que la publicación adquiriera prestigio y relevancia en las cancillerías extranjeras y se convirtiera, como de hecho es, en el periódico de referencia de la política española fuera de nuestro país.

En aquella época de cambios políticos en España le tocó tratar a los llamados presidentes de la transición; incluso, hubo una relación fuerte, a veces contradictoria, con Adolfo Suárez, con Calvo Sotelo y con el propio Felipe González. ¿Qué experiencia tuvo de ese encuentro con el poder político español?
Hay que tener en cuenta que era un poder político en transformación. La transición española en realidad es la reconciliación entre los vencedores y vencidos de la Guerra Civil, entre los hijos de los vencedores y los hijos de los vencidos, porque de hecho España vivió en Guerra Civil hasta la muerte de Franco, puesto que él se ocupó de mantener ese espíritu de victoria durante toda su etapa de gobierno.
O sea que los políticos de la transición estaban inmersos en un mundo en el que el diálogo, la reconciliación, el olvido, el perdón, el consenso y la búsqueda de acuerdos eran una base fundamental para todos ellos: Suárez era un viejo falangista del que se conocía su etapa con el anterior régimen; Calvo Sotelo estaba emparentado con una de las familias más epónimas y más simbólicas del régimen franquista, puesto que el asesinato de un tío suyo perpetrado en Madrid fue un poco la mecha que encendió la Guerra Civil; Felipe González es un típico fruto de la generación de los sesenta, que es también la generación del rey. Hijo de una familia de clase media emigrante de Cantabria a Andalucía, casado con la hija de un coronel médico del ejército, él representaba a los jóvenes que querían modernizar a España (tenía ya otro talante).
Pero los tres –igual que Carrillo, que también fue muy importante durante la transición, y que el Rey–, se esforzaron por el espíritu de diálogo y de comprensión, lo cual hizo que durante mucho tiempo hubiera una relación muy intensa entre políticos y periodistas, en general, y entre políticos y el país, en particular, cosa que no es buena necesariamente siempre: los periodistas presumimos de estar fuera del palacio, aunque nos gusta estar por lo menos en los pasillos.
La convivencia con los políticos es siempre difícil y contradictoria, y en esas contradicciones yo me tuve que sentar más de 200 veces ante los jueces, muchas de ellas por orden del fiscal general del Estado, durante las etapas de Suárez y de Calvo Sotelo, pero durante el periodo de Felipe González fue su propio ministro del Interior el que me envió a los tribunales por mis críticas a la política antiterrorista.

Por supuesto que esto tuvo momentos que fueron determinantes para el desarrollo del país, según entiendo. Uno de ellos fue el golpe del 23-F (23 de febrero) en 1981, etapa en que había que sacar al país a como diera lugar. ¿Había la posibilidad, incluso la amenaza de que se cerrara el periódico? ¿Qué le lleva en ese momento a la determinación de sacar la publicación?
Era evidente que si el golpe triunfaba, el periódico tenía que cerrar, o sería cualquier otra publicación. En cualquier caso, yo no lo habría seguido dirigiendo. Es más, parece que había una lista de 10 o 15 personas, fuera de los líderes políticos, que los militares querían represaliar (sic), decían que el número dos de la lista era yo. No lo sé.
Cuando sucedió tal acontecimiento, me vino a la cabeza el golpe o la invasión checoslovaca en 1968 –yo entonces era subdirector de un periódico en Madrid que se llamaba Informaciones–, y me acordé de forma muy genuina de la aparición de un locutor de la televisión checa que decía: “nos están invadiendo, ayúdenos”. Era la época de la Primavera de Praga, con el eurocomunismo incipiente de los checos.
Esa imagen me había dejado impresionado y pensé que eso era lo que tenía que hacer el periódico. Por un lado, movilizar a la gente en la protesta, defender la Constitución con las armas que teníamos, que eran las palabras, y por otro lado solicitar ayuda a los demócratas. Por lo cual, enseguida nos decidimos por las dos cosas: sacar el periódico a la calle para tratar de movilizar las conciencias y demostrar que efectivamente había un resistencia civil, no armada ni violenta, pero sí una resistencia civil de unos ciudadanos dispuestos a no soportar impunemente aquel crimen, y también abrimos líneas telefónicas con los principales periódicos y televisoras del mundo, con Nueva York, Londres, París…
Durante horas estuvimos en contacto con el New York Times, con Le Monde, con la nbc, con la bbc, informándoles sobre lo que pasaba en España. Nuevamente esa necesidad de unión con el extranjero, de abrirse y buscar fuera de España las raíces y los lazos que puedan permitir desarrollar la democracia española fue lo que nos movió a hacer esto, y tuvimos mucho éxito y mucha suerte porque de hecho en cierta medida contribuimos a desalentar a los golpistas. Supieron que El País salió a las calles; incluso, había una columna de blindados que iba a ocupar el periódico, pero no llegó nunca, puesto que el golpe se desarticuló mientras ellos se dirigían hacia nuestras oficinas. No obstante, hay que decir que ocuparon Televisión Española y un par de emisoras de radio, o sea que, efectivamente, la voluntad de los militares rebeldes de tomar por la fuerza los medios de comunicación era real.

En la decisión de sacar el periódico ese día, lógicamente había la idea de encontrar consensos para la democracia. Su visión actual sobre el resultado de esa búsqueda de consensos me interesa conocerla, porque se habla de una primera transición con la llegada de los socialistas al poder, pero también de una segunda y una tercera transición. Usted mismo ha opinado sobre eso. ¿Cuál es para usted el resultado de ese esfuerzo? ¿Valió la pena esa labor para que España llegara a la modernidad y se convirtiera en un país democrático? ¿Qué piensa de este momento de la vida
española?

Sin duda alguna el esfuerzo valió la pena. España es un país democrático, inscrito en el universo general de las democracias occidentales, se ha desarrollado económica y culturalmente, es decir, ésta es una nación completamente diferente a la que me enseñaron en la escuela. En ella me dijeron que España era pobre, católica y rural. Pero ni es pobre, ni católica –digan lo que digan los curas–, ni rural. Es un país completamente distinto de aquel que me enseñaron en las aulas.
Ahora, transición sólo hay una, que es la de la dictadura a la democracia, pero le llamamos transición como en otros países porque se hace mediante un proceso evolutivo de cambios, sin necesidad de que medie una etapa revolucionaria, violenta y conflictiva; todo lo demás son alternativas de gobierno, cambios en el gobierno. O sea, que eso de segunda transición que se inventó José María Aznar era una solemne tontería.
Luego ha pasado otra cosa: el regreso de la derecha al poder, sobre todo la que tiene la mayoría absoluta, por razones de la propia derecha española, pero también por un movimiento neoconservador que podemos ver en el mundo y que se refleja en la política de Bush, en el aumento del poder del Papado, o por el incremento de los fundamentalismos en Oriente Medio y en los países árabes, pues ha generado un receso o un regreso en el uso de las libertades.
Estamos en un mundo con más miedo y, por lo tanto, más conservador que el de los años setenta y ochenta, que el mundo de la transición española. Vivimos en un planeta en el que, como el caso de España, las jóvenes generaciones no aprecian el valor de la democracia (piensan que todo ha sido siempre así) y en el que además la democracia se está ideologizando peligrosamente, comunicándola con un universo cerrado de valores, cuando la democracia es un método de gobierno: la democracia no garan-tiza que vamos a tener gobiernos buenos; lo que garantiza es que los vamos a elegir nosotros, que es algo completamente diferente.
En España sí se está produciendo este proceso peligrosísimo que llamo, y que por primera vez llamé así en una conferencia en Guadalajara, México, el fundamentalismo democrático, que es aquel que profesan los nuevos conversos a la democracia que piensan que ésta es una ideología cerrada, es casi una religión que hay que imponer incluso por la fuerza, como lo que se ha querido hacer en Irak.

Me llama la atención que haya un intento por recuperar la memoria histórica de lo que ocurrió durante el proceso inicial de la democracia en España, cuando justo en aquella época les importaba un poco menos lo que había pasado. ¿No resulta tardío este deseo de rescatar dicha memoria para que los jóvenes entiendan verdaderamente el valor de la democracia?
Creo que en la transición se hizo lo que se pudo. Hay que considerar que la transición la dirigieron los franquistas, y muchos de ellos conversos a la democracia. Había mucho miedo, por parte de la izquierda y por parte de los herederos del régimen, a una nueva confrontación civil, a una etapa de violencia, de terrorismo, y hubo algunas cuestiones pendientes en la transición. Yo diría que dos de ellas son el debate sobre la estructuración territorial de España, que está ahora recuperándose, y el debate sobre el conocimiento de los crímenes del franquismo; también de la izquierda, pero de la izquierda no los habían contado. Incluso una causa general organizada por el fiscal general del franquismo en los años cuarenta que trataba de mostrar la cantidad de crímenes y de torturas en el bando republicano.
Claro, éste ha sido un país que ha querido procesar a Pinochet, con gran aplauso de la opinión pública española, por los 3 000 desaparecidos en Chile, y que no sabe dar lecciones a la Argentina por sus 30 000 desaparecidos. Hubo más de 60 000 o 70 000 fusilados después de la Guerra Civil en España y es algo de lo que todavía no se ha hablado; es más, las cunetas de las carreteras españolas están llenas de fosas comunes.
Yo no participo de la necrofilia habitual de la cultura española, pero me parece justo que las familias y los nietos, los bisnietos de los fusilados quieran recuperar los cuerpos. Y si estamos horrorizados con las fosas comunes de Chebrenika o estamos horrorizados con las matanzas y las crueldades que se han cometido en otros sitios, creo que la democracia española debe ser suficientemente fuerte como para absorber y asimilar ese pasado no tan lejano de crueldad, odio y rencor entre nuestros ciudadanos. Por lo tanto, no entiendo la polémica esta que se ha hecho respecto de la apertura o no de fosas. Me parece lamentable que el gobierno no quiera ayudar con fondos públicos ni con funcionarios públicos para realizar esa tarea, y considero inconcebible, por ejemplo, que la familia de García Lorca se rehúse a que su cuerpo sea exhumado, porque el cuerpo de García Lorca es patrimonio universal, no sólo de los españoles, sino de todos los que hablan, aman y sueñan en castellano.

Juan Luis, en relación con lo que llamaría, con cierto eufemismo, su tentación por la literatura, que ha producido y ha vendido una trilogía, quiero preguntarle: ¿a qué se debió esta circunstancia nueva de su vida?
Primero, yo siempre he pensado que el periodismo es un género de la literatura, no todo, pero sí determinado periodismo. No sólo el siglo xx sino también el xix están plagados de ejemplos. Para comenzar, Charles Dickens, quien fue el fundador de la novela moderna, se desempeñó como director de un periódico, como conferenciante, publicista y agitador durante mucho más tiempo que como novelista. Incluso, la gente se olvida de que los documentos póstumos del Club Pockwick, de Dickens, se publicaron con ilustraciones gráficas, que en realidad eran fumetis o tebeos de la época, nada menos que dibujados por el pintor Savor y guionizados, por así decirlo, por Dickens.
O sea, que hay una relación intensa entre periodismo y literatura, y yo siempre la he vivido desde muy joven y desde muy pequeño. Por lo tanto, cuando pude combinar mis dos actividades lo hice. Ya hace veintitantos años que publiqué mi primera novela, la Francomuribundia es mi cuarta novela publicada, a ellas debemos sumar más de una docena de libros de ensayo.
En esto me he comportado siempre un poco recordando los versos de Machado: “al cabo nada os debo; me debéis cuanto escribo”. Yo creo que el escritor se desempeña como tal casi por un acto de amor o de amistad. García Márquez dice que escribe para que los amigos le quieran más, aunque también Norman Mailer decía y dice que escribe para ganar dinero. Quiero decir que hay muchas motivaciones para escribir.
El acto de crear, de escribir, pintar, incluso el de crear en el mundo de la empresa, y me atrevería a decir que en el mundo de la política, es un acto siempre de generosidad y de entrega a los demás, al tiempo que es un acto muy egoísta porque es muy íntimo, muy solitario y un poco onanista en ese sentido.

Lo que sucede es que hay vías para acceder a la felicidad. A través de la escritura, ¿ha logrado ese placer que se produce cuando lo dice tal como usted lo desea?
Sí. Creo que cualquier artista o cualquier creador sabe que la felicidad de la creación se produce en el acto mismo, luego genera un gran desasosiego; es un poco como el acto amoroso, como la tristeza post coito. En realidad, a los escritores nos cuesta mucho releer nuestras obras; es un martirio corregir las pruebas. Pero una vez que se han escrito y publicado normalmente no quiere uno saber ya nada de ellas, no es que sea un martirio.
Cada autor con su obra tiene una relación bastante esquizofrénica, paranoica, llena de amores y odio; es una relación muy preocupante. La satisfacción o la búsqueda de la felicidad se encuentran en la soledad, en el acto de crear. Cuando ese libro sale a los escaparates, o cuando ese cuadro se cuelga en un museo o en una exposición, es algo que pertenece ya a los demás, no es tuyo. Además, tiendo a mirarlo como tal, incluso no me siento tan comprometido con ello.

Digamos que, como dijo una vez en su conversación, habla de “la mirada diferente” a todo, es decir: ver diferente a las cosas, observarlas de manera distinta, ¿tiene una significación especial para usted como creador?
Creo que para todo creador. En un libro sobre Marcel Duchamp se explicaba por qué un rastrillo, o una tabla de retrete, o una rueda de bicicleta, lo que hizo Duchamp, puede ser una obra de arte. ¿Qué diferencia hay entre ese rastrillo o esa tabla de retrete puesta por Marcel Duchamp? La diferencia está en la mirada del artista y en el hecho de que éste, al mirar de forma diferente, nos obliga a mirar también de manera diferente.
Machado lo dice: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”. La mirada del otro sobre la realidad o sobre uno mismo y esa mirada que recupera tu propia mirada de una forma diferente es lo que genera el acto de crear y, por lo tanto, el acto de amar.
Un poco en la misma perspectiva, ¿no hay una cierta contradicción en ser, en esta búsqueda personal de uno mismo, un conservador de izquierdas?
Todos estamos llenos de contradicciones en la vida, que es algo que los fundamentalistas islámicos o cristianos o de cualquier otro género no entienden. El hombre no es unidimensional: tenemos una enorme cantidad de facetas, a veces contrapuestas y distintas. Cuando yo digo que soy un conservador de izquierdas, quiero decir que efectivamente me alineo con los que aman el progreso, y quiero ese progreso. Me gusta la disidencia. Pienso en la necesidad de que los pueblos, la gente se rebele contra el poder. Creo que todo eso son valores de la izquierda, como lo es la solidaridad con los más desprotegidos.
Al mismo tiempo, aprecio los valores de la tradición, y de la cultural sobre todo, de las raíces de los pueblos y de la gente, y creo que el progreso debe basarse en esos valores; no es necesario destruirlos todos, sino transformarlos, acoplarlos y acomodarlos al futuro inmediato.

Nos consta a los mexicanos que El País, que ahora se publica en México, dedica una parte importante a la información acerca de América Latina, especialmente sobre México, de tal manera que hay una relación muy estrecha entre el periodismo que se hace en España y lo que pasa en nuestro suelo. ¿Cómo ve el proceso latinoamericano? ¿Cuál es su visión de lo que está pasando en la región?, porque hay fenómenos importantes, como los casos específicos de México y de Brasil.
Estamos en un periodo, salvo Brasil quizá, de excepción respecto de algunos de los procesos iniciales de hace una década. Creo que había un enorme entusiasmo por el proceder y el desarrollo de las nuevas democracias latinoamericanas, incluso, desde el punto de vista económico. Los sucesos de Argentina y de Venezuela son de naturaleza diferente, las propias dificultades del gobierno de la concertación en Chile, las elecciones en Ecuador, la permanencia de la guerra civil en Colombia, son todos ellos fenómenos que han ido tiñendo de decepción, de desesperanza y de un mayor desencanto, del que yo no participo, porque creo que América Latina es una región con
mucho futuro.
En todo ello ha habido dos procesos muy significativos. Uno es la transición política en México que, para decirlo, creo que comenzó ya con las últimas presidencias del pri, es decir, ha sido una transición bastante elaborada en ese sentido, y que desde mi punto de vista es exitosa. Soy visitante anual, o de cada tres o seis meses, de México desde hace más de 20 años, y la transformación que el país ha experimentado es formidable. Pienso que muchos mexicanos no se dan cuenta de ello, como tampoco de los beneficios del tlc en este sentido. La integración en una relación económica más próspera e importante siempre beneficia a los débiles.

Y que, en muchos sentidos, no hemos sabido aprovecharla…
Eso siempre sucede. En España, la integración en Europa supuso también beneficios muy similares. Por lo tanto, México, un país enormemente activo y dinámico, está pasando una etapa de decepción política respecto de sus gobernantes, quizá porque llegaron con demasiadas promesas, pero en su conjunto está experimentando una transición política exitosa, hasta el punto que el antiguo pri puede volver al poder por las elecciones, y eso es la democracia: la posibilidad de alternancia sin necesidad de convulsiones políticas. Esto independientemente de los problemas de todo género que pueda tener el país. Es una nación muy grande, superpoblada, con unas diferencias sociales todavía inmensas. Pero en conjunto es admirable el devenir de México en los
últimos 20 años.
Brasil tiene un desafío muy similar pero multiplicado por no sé cuanto. En primer lugar, son casi 200 millones de habitantes. En este caso, la cohesión territorial brasileña es todavía inferior a la de México. Las diferencias sociales son mucho mayores y ha subido alguien al poder que de alguna manera representa todas las esperanzas y las utopías de los desheredados. Hay que decir que Lula está llevando el proceso con mucho tiento, con mucho acierto, y que efectivamente se está produciendo una simbiosis entre lo que diríamos la derecha racional, a los liberales moderni-zadores, junto con la izquierda sensata, por llamarla de alguna manera.
De todas formas, es preciso esperar porque Brasil no es un país fácil, tiene muchas tensiones internas, algunas de ellas territoriales. En cualquier caso, Lula constituye una gran esperanza y es, en este momento, un símbolo de la esperanza de América Latina. Además, hasta que la situación de Argentina no se aclare –allí el proceso político es un poco más complicado– la sombra de inestabilidad recorrerá todavía la imagen de América Latina.

Finalmente, quisiera hacer una pregunta un poco anticlimática, pero no me quiero quedar sin que nos dé una respuesta Juan Luis Cebrián. Es una pregunta muy personal: ¿Por qué su deseo ahora, y que estás experimentándolo ya, de hacer poesía?
Eso de hacer poesía no es de ahora. Cuando uno hace poesía es en la adolescencia. Ahora estoy preparando un libro de poemas muy difícil, porque es sobre dibujos de Chillida, en colaboración con la viuda de este artista, quien me ha ofrecido los dibujos de las manos, dado que es un libro que habla acerca de las manos y de su papel en las relaciones humanas. Es un libro un poco conceptual, y la poesía que yo había hecho hasta entonces es de amor y de la guerra. Para entender esto, estoy preparando una antología de Miguel Hernández, que va a publicar El País en su colección de clásicos del siglo xx.

¿Cuándo publicará la tercera novela?
Debe salir en 2004, a finales, o a principios de 2005. Debo escribirla porque cometí el error
de anunciar la trilogía. Nadie debe anunciar lo que va a hacer, sino que debe hacerlo y luego
anunciarlo.

Es como la culminación del proceso, ¿no?
Estoy decidiendo precisamente en estas fechas, siguiendo el ejemplo de Carlos Fuentes, y en vez de llegar hasta el 2020 llego hasta
el 2040.