Junio 2003 , Nueva época No. 66 Xalapa • Veracruz • México
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Educar en red: una cuestión compleja
Delia Crovi Druetta /
Profesora e investigadora de la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM

 
Desde hace algunos años hemos oído hablar de un cambio de paradigma social que ha recibido nombres diversos, pero que tendemos a identificar con la construcción de una sociedad de la información. Esta sociedad se caracteriza por estar atravesada por la convergencia tecnológica, es decir, la unión en red de sectores que venían trabajando separadamente: la informática, las telecomunicaciones y las industrias audiovisuales. Sin embargo, como bien sabemos, no bastan los procesos tecnológicos para definir la marcha de la sociedad.

A partir de los años setenta se promovió e instauró un nuevo modelo político económico (el neoliberal) que puso el acento en el libre comercio, en las relaciones individuales, en un tipo de sociedad caracterizada por un modo de ser comunicacional, en modificaciones sustantivas en el trabajo y la educación, cuyo rasgo sobresaliente es la flexibilización del marco jurídico y de las condiciones en las que se venían realizando estas actividades, entre otras cosas.

El propósito de este artículo es reflexionar sobre un aspecto específico de esta sociedad de la información: la educación. Como sabemos, este tipo de sociedad (a mi juicio aún en construcción) ha alcanzado rango de promesa de desarrollo, sobre todo para los países pobres. El discurso hegemónico promueve la idea de que la meta a la cual aspiran las naciones menos favorecidas, es equiparar nuestras posibilidades con la de los países industrializados. En este contexto, la educación constituye uno de los caminos a recorrer1.

Este lugar otorgado a la educación no es nuevo. Casi siempre se la vislumbra como la puerta de acceso a una situación mejor, pero pocas veces se canalizan los recursos necesarios para que realmente se convierta en esa llave mágica que tanto esperan para salir de la exclusión los grupos sociales menos favorecidos y los países más pobres.

Se trata, sin duda, de un tema complejo que sólo enuncio como una premisa de mis reflexiones y también como una asignatura pendiente.

Aun cuando queda mucho por reflexionar acerca del uso y la apropiación de las nuevas tecnologías de información y comunicación (TIC) en los procesos de aprendizaje, es necesario reconocer que se han producido cambios en todos los actores de la relación educativa: institución, maestro, alumnos y materiales. Hay virtudes pero también hay problemas por resolver.

La incursión de las TICen los sistemas de enseñanza ha modificado tanto las modalidades presenciales como los programas a distancia. En todos los casos se ha experimentado un auge de la virtualidad, a la que me referiré más adelante. Por ahora, basta recordar que hay diferentes niveles de desarrollo en cuanto a la integración de las tecnologías en red para ofrecer educación. Algunos sólo las usan para romper barreras geográficas y temporales, lo que les permite abarcar un mayor número de alumnos potenciales, ofreciendo cierta libertad de horarios; otros las han transformado en el centro de procesos de cambios educativos y unos más reiteran viejos modelos de enseñanza con nuevos medios.

Dada la variedad de modalidades que las TIC adquieren al integrarse a la educación, en estas reflexiones me referiré de manera especial a la enseñanza a distancia. En este contexto, es posible afirmar que la educación a distancia atraviesa por un nuevo momento, caracterizado por:
1. El maestro pasa a ser un orientador que prepara con habilidades especiales nuevos materiales para ponerlos en línea, a la vez de conducir a sus estudiantes en el complejo y vasto mundo de la información.

2. El maestro ofrece asesorías individuales y en grupo, lo cual implica que debe disponer de una mayor cantidad de tiempo para realizar adecuadamente su trabajo, tanto de preparación de materiales como de seguimiento del proceso educativo.

3. El alumno debe hacer gala de sus habilidades para el estudio independiente, conjugando responsabilidad, creatividad, capacidad expresiva y espíritu de búsqueda, además de un constante y renovado deseo de aprender.

4. Los materiales y contenidos experimentan una revolución que se origina en la digitalización: más información; mejor distribución del conocimiento; ruptura de los límites impuestos por el tiempo y el espacio; la red como infraestructura que permite el viaje de datos, imágenes, voz, sonidos, información. En suma, una auténtica jungla informativa de la que igual se pueden extraer los mejores conocimientos que perderse en su espesura.

5. La producción de los materiales de apoyo al proceso de enseñanza-aprendizaje debe hacerse en grupos multi, trans e interdisciplinarios que permitan no sólo un mejor aprovechamiento de los recursos didácticos, sino también de los conocimientos y de la infraestructura tecnológica.

6. La convergencia tecnológica ofrece nuevos medios, nuevos niveles de comunicación (fractales) y nuevos lenguajes (multimedia) que permiten expresarnos de una forma diferente, pero que también exigen capacitación para ello.

7. Las instituciones están siendo conmovidas desde su propio centro, ya que la nueva forma de enseñar exige cambios administrativos, docentes, económicos, de infraestructura, en fin, modificaciones en todos sus niveles (por ejemplo, para controlar desde las formas de pago hasta las evaluaciones, pasando por los sistemas de asistencia o remuneración de los maestros).

La sociedad también cambia y, si aún no lo hizo, debe prepararse para entender el nuevo tipo de educación: virtual, desterritorializada, multicultural, independiente y, sobre todo, inacabada, en constante construcción.

Sabemos que los sistemas educativos están atravesando por problemas difíciles de sobrellevar. Como apuntan Tiffin y Rajasingham, tenemos problemas de espacio, de tiempo, de almacenamiento de información, de proporción entre el número de alumnos y el número de profesores. A estos problemas yo agrego otros: falta de recursos económicos; diferencias generacionales que aunque siempre han existido, resultan especialmente importantes frente a un cambio de paradigma social; y también, por qué no decirlo, el desplazamiento de la centralidad que tenía la escuela como institución productora de conocimiento.

En este contexto, una enseñanza abierta, continua, con accesos flexibles y equitativos, con una relación espacio-tiempo favorable al educando y al educador, que se apoya en las redes telemáticas, se presenta como una posible solución a, por lo menos, algunos de estos problemas.

Pero, ¿cuáles son las principales preguntas que nos podemos hacer frente a una educación de este tipo? Aunque son muchas, sólo procuraré responder algunas, dejando para otros trabajos y otros autores la necesaria reflexión acerca de temas igualmente destacados.

¿Estamos preparados para la educación en red?
Analizar el papel de las nuevas tecnologías de información y comunicación, descubrir su lado amable pero también sus riesgos, nos lleva por fuerza a reflexionar primero sobre el concepto de virtualidad que se ha redimensionado a partir de las redes, preguntándonos asimismo si estamos preparados para ello.
¿Por qué pensar primero en la virtualidad? Porque más allá de redefinirla, resulta imprescindible analizarla como consecuencia de la sociedad de la información. Hoy en día es común oír hablar de comunidades virtuales, educación virtual, mensajes virtuales, pero ¿en qué estamos pensando cuando hablamos de virtualidad? En principio, virtual es aquello que está implícito, tácito. El término, como sabemos, proviene del latín virtualis, que significa fuerza, virtud, de gran potencialidad.

“...lo virtual, no se opone a lo real sino a lo actual. A diferencia de lo posible, estático y ya constituido, lo virtual viene a ser el conjunto problemático, el nudo de tendencias o de fuerzas que acompaña a una situación, un acontecimiento, un objeto o cualquier entidad y que reclama un proceso de resolución: la actualización” (Lévy, 1999:18). Y el autor agrega: “.... lo virtual constituye la entidad: las virtualidades inherentes a un ser, su problemática, el vínculo de tensiones, presiones y proyectos que las animan, así como las cuestiones que las motivan constituyen una parte esencial de su determinación” (Levy: 1999:18).

A partir de estas reflexiones podemos decir entonces que virtual es aquello que produce un efecto, pero no lo hace de manera presente, lo que nos acerca al campo del imaginario, de la realidad simbólica, o sea, de la representación de lo real o de los conceptos a través de símbolos. Es importante aceptar que lo virtual tiene un efecto, en nuestro caso, en maestros y alumnos, porque nos permite relativizar los temores expresados por algunos autores (Jean Baudrillard, por ejemplo) sobre el riesgo de una virtualización excesiva de las relaciones que lleve a la pérdida de la realidad.

Tanto en este proceso de virtualización como en el que se realiza a través de simuladores que reemplazan un objeto por el conocimiento que hay de él (como en los simuladores de vuelo), por medio de algunos sistemas tutoriales o de ciertos juegos, sigue siendo válida la premisa de Levy: lo virtual no se opone a lo real sino a lo actual. Dicho en otros términos, los simuladores de vuelo no se oponen a la existencia de los aviones representados, pero esas representaciones simbólicas no son actuales, no están presentes.

En este sentido, podemos hablar de una dimensión simbólica que está tanto en lo virtual como en la simulación, ya que en ambos casos se reemplaza el objeto o concepto por su representación. No obstante, en la práctica existen diferencias debido a que la simulación se identifica con desarrollos tecnológicos especiales, en general prótesis con las que se logran inmersiones en ambientes virtuales. Con estos accesorios se busca crear una experiencia que incluya una sensación física en la que se involucra a uno o más de los sentidos, lo que ha dado lugar a sofisticadas tecnologías (guantes, cascos, audífonos, sensores) que permiten no sólo enfatizar la sensación de presencia-ausencia, sino que además hacen que los usuarios realicen auténticas inmersiones en ambientes virtuales preconfigurados.

No es esta, sin embargo, la acepción de virtual que me interesa analizar en este trabajo, ya que aunque es muy importante y lo será más en los próximos años, aún es un área restringida a ciertos sectores sociales debido a su altísimo costo y a las habilidades que requiere de sus operadores y usuarios.

Me interesa, en cambio, reflexionar acerca de lo virtual como producto de las tic. Es decir, revisar este parteaguas que representan dichas tecnologías desde su concepción misma, ya que mientras los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio, televisión, cine, etcétera) se han caracterizado por generalizar las experiencias mostrándolas a las grandes masas, los nuevos medios se caracterizan por particularizarlas.

En efecto, cuando pensamos en las comunidades virtuales que existen hoy en día, capaces de romper las más sólidas fronteras establecidas por acuerdos internacionales o de traspasar límites institucionales, de edad, de clases e incluso culturales, estamos hablando de experiencias particularizadas, que en un segundo momento pueden hacerse comunitarias. Estamos hablando también de un cambio fundamental en el modo de comunicarse entre los individuos y de nuevas prácticas sociales que modifican y fomentan las relaciones multiculturales.

Responder si estamos preparados para la educación en red es, por lo tanto, una cuestión compleja. Tiene, de inicio, varias dimensiones de análisis que van mucho más allá de saber usar los nuevos medios o estar capacitados para dominar algún software. Además de los aspectos económicos, de acceso tecnológico y democrático, existen los vinculados a la cultura, a las prácticas sociales y a la identidad de los individuos. En este contexto podemos suponer, por ejemplo, que los jóvenes y los niños, que han nacido con las TIC o que las han conocido tempranamente, están preparados para la virtualidad que promueven las redes.

Esos instrumentos técnicos y los servicios que prestan forman parte de su historia personal y, como tal, están incorporados a su identidad, cosa que no ocurre con los adultos que los integran tardíamente y a veces de manera forzada, ni con los grupos excluidos que quedan al margen de la convergencia.

Así, responder a esta primera pregunta nos lleva a plantearnos otras, esta vez dirigidas a los estudiantes, a los maestros, a los productores de materiales didácticos y a las instituciones educativas.

¿Están maestros y alumnos preparados para un nuevo tipo de educación?
En lo que respecta a los maestros, tal como lo propone la educación en la sociedad de la información, deben transformarse en guías o tutores de un proceso de aprendizaje colaborativo, donde tanto él como sus alumnos construyen conjuntamente el conocimiento. La pregunta es: ¿realmente están preparados para ser guías o tutores?

La respuesta no se refiere sólo a sus habilidades para manejar los nuevos medios y el software. Esto, que puede ser condicionante del cambio, a mi juicio no es lo más importante. Lo central es si el maestro está dispuesto a dejar su papel de autoridad, a dejar de ser la voz que los estudiantes escuchan, obedecen y repiten.

Lograr este cambio de perspectiva puede ser un proceso arduo que lleve a la escuela a jugar un papel diferente del que todavía tiene como reproductor de las prácticas sociales, de ciertos valores y de formas de comportamiento, así como de centro de producción del conocimiento. No es un cambio menor, porque implica también una suerte de desplazamiento del papel que actualmente juega el maestro.

Pero en los procesos educativos de la sociedad de la información también cambia el rol del alumno. Mientras el maestro se convierte en una suerte de guía y tutor, el alumno toma un papel central, activo, responsable, por medio del cual construye el conocimiento ayudado tanto por su profesor como por los propios materiales diseñados para este tipo de enseñanza. Así, el alumno en la sociedad de la información construye su propio conocimiento, tarea que conlleva una enorme responsabilidad: manejar las reglas del auto aprendizaje.

En una sociedad donde se fomentan las acciones individuales, donde se premia la competencia, donde se promueve el uso de medios personalizados (self media, como Internet o telefonía celular personal), resulta contradictorio valorar el aprendizaje colaborativo, el trabajo en grupo y en red, la producción en equipo. No obstante así es. El alumno enfrentado a los procesos de educación en red debe formar parte de comunidades virtuales donde dos aspectos contradictorios se confrontan permanentemente: su capacidad para el auto aprendizaje y su trabajo en grupo.

Pero, ¿qué es realmente una comunidad virtual? En principio, una comunidad en la cual el núcleo de atención y de unión e interacción se ubica en el interés por un tema o asunto. Es una comunidad que realiza sus intercambios por medio de la red.

Trabaja de manera desterritorializada y sin la presencia física: no hay un aquí y ahora, no se oponen a lo real sino a lo actual. El tipo de interacción que establece esta comunidad no tiene límites de edad, sexo, religión, raza, ideología, cultura, por lo que permite que su centro de atención y núcleo de identificación se dé a partir del interés común.

Varios autores han trabajado el tema de las comunidades virtuales (Levy, 1999; Rheingold, 1996; Quéau, 1995; Virilo,1995; Sánchez, 1997; Cafasi, 1998), dándole ciertas características que podemos resumir en las siguientes ideas:
1. Las comunidades virtuales deben estar formadas por una cantidad suficiente de gente que justifique llamarlas así (no se trata de dos o tres personas comunicándose por la red, sino de un grupo).

2. Las relaciones se establecen por medio del espacio cibernético, es decir, por la red.

3. En ellas confluyen tanto textos como palabras, documentos, expresiones.

4. Deben extenderse en el tiempo, durar lo suficiente para elaborar su propia historia.
5. En ellas se produce un intercambio de sentimientos o relaciones personales.

6. La discusión que realizan debe ser pública, es decir, deben posibilitar el libre acceso a otras personas para que conozcan lo que se está discutiendo (esto deja fuera el vouyerismo de los chats o la actitud de observación para ver qué dicen y cómo se expresan los demás).

7. Pueden tratar temas privados pero esos temas se convierten en públicos al ser puestos en red.

8. Una de las condiciones esenciales de este tipo de comunidades es compartir.

Sin duda la experiencia en comunidades virtuales es interesante y enriquecedora si la trasladamos al terreno educativo. En teoría parecen garantizar una mayor concentración sobre los temas de estudio, además de evitar las relaciones presenciales, más expuestas a competencias (laborales, económicas, de oportunidades, de afectos y relaciones, de personalidad, etcétera), así como al ritmo y carácter de las relaciones cara a cara que involucran estados de ánimo, sentimientos, sensaciones.

Levy nos dice: “Una comunidad virtual, por ejemplo, puede organizarse sobre una base de afinidades a través de sistemas telemáticos de comunicación. Sus miembros están unidos por los mismos focos de interés, los mismos problemas: la geografía, contingente, deja de ser un punto de partida y un obstáculo. Pese a estar ‘fuera de aquí’, esta comunidad se anima con pasiones y proyectos, conflictos y amistades” (Lévy, 1999:21). Y esto da a la educación una posibilidad iné-dita: lleva a las pequeñas comunidades hacia los grandes centros de decisión y viceversa. Permite que los grupos sociales apartados convivan virtualmente con los que habitan en los grandes centros de la cultura.

“Cuando una persona, una colectividad, un acto, una información se virtualizan, se colocan ‘fuera de ahí’, se desterritorializan. Una especie de desconexión los separa del espacio físico o geográfico ordinario y de la temporalidad del reloj y el calendario” (Lévy, 1999:22).

No obstante, debemos ser cautos. Desde mi punto de vista las comunidades educativas virtuales pueden tener una doble lectura: constituyen una posibilidad para quienes no pueden acceder a la educación de otro modo, respondiendo así a las crecientes necesidades del sector; pero también representan el riesgo de promover la virtualización de procesos de aprendizaje por razones ajenas a las educativas, como las comerciales por ejemplo, que masifican los sistemas para obtener mayores ganancias. Este tipo de educación, que considero industrial, transforma los contenidos en productos repetitivos e industrializados, y en general crea un saber de tipo instrumental que responde sólo a necesidades específicas del mercado.

La comercialización de los procesos educativos vía red, que es una realidad, lejos de permitir que afloren experiencias personales, novedosas, creativas de los alumnos, terminan encasillando las posibilidades que nos ofrecen los nuevos medios en programas masivos, donde los maestros atienden simultáneamente a cientos de estudiantes. Por su parte estos estudiantes se transforman en un número más dentro de una propuesta masificada y despersonalizada, que va en sentido inverso de las propias posibilidades tecnológicas de las redes.

En este contexto, cabe también preguntarnos: ¿son aptos los materiales educativos preparados para la red? Desde mi perspectiva estamos en un proceso desigual e inacabado, lo que equivale a decir que en tanto algunos maestros y especialistas en materiales didácticos para la red están altamente preparados, otros tienden a repetir las condiciones de los procesos presenciales virtualizando defectos y limitaciones.

El conocimiento de la red como un medio multinivel (en cuanto a las posibilidades comunicativas), hipertextual, multimedia, interactivo, con capacidad de respuesta por parte del usuario o receptor, es imprescindible tanto para quien es guía o tutor de un proceso de enseñanza a través de este medio, como para quien desarrolla los materiales.

La educación a partir de las tic tiene como nunca el reto del trabajo multidisciplinario: no siempre será el maestro quien esté en condiciones de desarrollar y poner en línea los materiales. En realidad es responsabilidad de grupos integrados por diferentes especialistas quienes deben trabajar para hacer que el diseño del curso y su desarrollo, el diseño de los materiales y su aplicación, así como los procesos de evaluación y el seguimiento administrativo respondan a las características de los nuevos medios y propósitos de enseñanza.

Aunque es común hablar del triángulo educativo, en realidad se trata de otra figura geométrica: un cuadrado en uno de cuyos ángulos está la administración escolar. De nada sirve capacitar a maestros y alumnos para el proceso educativo virtualizado ni contar con los mejores materiales on line, si la administración escolar no responde a los requerimientos de los nuevos tiempos.

La compra de tecnología, que hace algunos años involucraba a proyectores y retroproyectores, tiende ahora a repetirse con las computadoras, pero siempre con el afán de encerrarlas, guardarlas en anaqueles y espacios bien resguardados de un mal uso, pero también de un buen uso.

Guardar para un futuro incierto es todavía más censurable actualmente en la sociedad de la información, caracterizada por las innovaciones tecnológicas constantes. Por eso, junto con una nueva dimensión virtual de la enseñanza, debemos contar con una administración apta para permitir que los sistemas sean flexibles en cuanto a la movilidad de los estudiantes y dispuestos a un uso constante de la infraestructura tecnológica disponible. Algunos estudios demuestran el uso restrictivo que se hace de los equipos, con normas que van desde horarios de acceso inadecuados hasta limitaciones en los servicios que permitirían la integración de comunidades virtuales (el chat, los grupos de discusión e incluso el propio correo electrónico). Una educación concebida como continua, abierta, flexible, no puede estar en manos de una administración que se rija por normas cerradas y rígidas.

Hacia una educación virtual
Como quedó dicho, las tic facilitan la integración de comunidades virtuales y las relaciones personales de carácter virtual. Este, desde mi perspectiva, es el lugar donde se asienta buena parte de los cambios que se están produciendo en la sociedad de la información.

La velocidad en el traslado de la información, la instantaneidad de las transmisiones, así como el volumen de datos que ofrece la convergencia tecnológica son también ventajas de los procesos virtuales que generan las tic, los cuales han contribuido a que las redes sean piezas clave de la reorganización global del planeta.

En esta reorganización global el uso de las tic ha llegado tempranamente a las aulas, si lo medimos con el tiempo que se tomó la escuela en incorporar otras tecnologías. De este modo, el impacto de la virtualidad se ha hecho sentir en el campo educativo, considerado hasta hace poco tiempo como un ámbito que se colocaba a la zaga de otros desarrollos y movimientos sociales.

Es cierto que se trata de un proceso cuya balanza se inclina más hacia instituciones privadas de enseñanza, destinadas a la educación superior, la capacitación y la actualización. Aun así, es factible anunciar que estamos ante un momento diferente, nuevo, tanto en la educación presencial como en los sistemas a distancia. Se trata de un proceso en el que convergen no sólo las tic, sino además modelos educativos y comunicativos novedosos, ya que se rescatan algunas propuestas que en su momento, aunque importantes, quedaron rezagadas (el constructivismo, la comunicación horizontal, la interacción, por ejemplo).

Lo anterior indica que nos hallamos frente a un cambio de grandes dimensiones que va más allá de lo meramente tecnológico. Se ha dicho con acierto que, a partir de los nuevos medios y su manejo del tiempo/espacio, hemos pasado de la lectura a la navegación, de la transmisión a la inclusión, del texto al hipertexto (Bettetini y Colombo, 1995). Estas son nociones que nos exigen contar con nuevas habilidades para vivir en una sociedad donde lo virtual ya es cosa de todos los días. La comprensión de esta dimensión compleja es la que nos permitirá aprovechar las ventajas del cambio y estar atentos ante sus riesgos.

* Este trabajo forma parte de las reflexiones que la autora está llevando a cabo en la investigación México ante la sociedad de la información y el conocimiento, que forma parte del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica, papiit, de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la unam. La autora del presente artículo es responsable de dicho proyecto.

Notas
1. Los organismos internacionales (ocde, bm, fmi, unesco, uit) han puesto en la agenda de las naciones el tema de la brecha digital como uno de los escollos para alcanzar la promesa de desarrollo que encierra la sociedad de la información. Sin embargo, esta brecha generalmente tiende a ser comprendida sólo en su dimensión tecnológica, lo que ha llevado a los países periféricos a realizar enormes esfuerzos para contar con mayor infraestructura, esfuerzos que descuidan otros aspectos desde mi perspectiva igual o más importantes: la cultura nacional, la educación informática; los modos de apropiación y las prácticas sociales que generan estos nuevos medios; el acceso democrático a los mismos; entre otros.

Bibliografía
– Bettetini, Gianfranco y Fausto Colombo. Las nuevas tecnologías de la comunicación, Paidós, Barcelona, 1995.
– Baudrillard, Jean, El crimen perfecto, edit. Anagrama, España, 1996.
– Crovi, Delia, “El mundo a domicilio”, en Comunicación y Sociedad, núm. 30, ceic; Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1998.
– Crovi, Delia, “Nuevas tecnologías de comunicación y vida cotidiana”, Revista Universidad de México, núms. 582-583, unam, México, julio-agosto de 1999.
– Crovi, Delia, “Sociedad de la información y el conocimiento”. Entre el optimismo y la desesperanza, Revista Mexi-cana de Ciencias Políticas y Sociales, núm. 185, fcps, México, 2002.
– Ford, Aníbal. Navegaciones. Comunicación, cultura y crisis, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1996.
Landow, George (compilador), Teoría del hipertexto, Paidós Multimedia 4, Barcelona, 1997.
– Levy, Pierre, ¿Qué es lo virtual?, Paidós, Barcelona, 1999.
– Mattelart, Armand, “Utopía y realidades del vínculo global. Para una crítica del tecnoglobalismo”, en Diálogos, núm. 49, Lima, octubre de 1997.
– Quéau, Philippe. Lo virtual. Virtudes y vértigos, Paidós Hipermedia 1, Barcelona, 1995.
– Rheingold, Howard. La comunidad virtual. Una sociedad sin fronteras, edit. Gedisa, Col. Límites de la ciencia, Barcelona, 1996.
– Tiffin, John y Lalita Rajasingham, En busca de la clase virtual, Paidós, Barcelona, 1997.