Abril-Mayo 2003, Nueva época No. 64-65 Xalapa • Veracruz • México
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Preserva la fruta fresca, no inhibe su maduración y favorece la inocuidad
Con goma de mezquite creó una cubierta para la conservación de frutas tropicales

Edith Escalón

Rafael Díaz Sobac, del Instituto de Ciencias Básicas de la uv, considera que el problema más severo que enfrenta la agricultura veracruzana es la falta de organización de los productores.
En esta entrevista explica que en su investigación buscó fórmulas adecuadas para la conservación de las frutas tropicales a partir de la goma de mezquite, cuyo uso representa un costo 30 veces menor que el de los métodos empleados en los países industrializados.
 

En el paraíso tropical donde se encuentra Veracruz no es nada raro encontrar huertas de mango a reventar de frutos y familias enteras recogiendo del suelo y casi por piedad costales y costales de mangos Manila. Pero no todo el mundo tiene la misma suerte. En algunos países una fruta tropical es un lujo que no siempre se puede disfrutar.
Y aunque nuestro país es el segundo productor de mango en el mundo, sólo superado por la India, no hemos logrado aprovechar ese potencial. De hecho, de los 23 millones de toneladas de mango que se producen en el mundo, menos de uno por ciento se comercializa como fruta fresca; el 99 por ciento restante se consume sólo en los países productores, se desperdicia o se vende como producto procesado en saborizantes. ¿Por qué? Porque aun cuando el mango fresco es altamente cotizado, comercializarlo requiere ciertos esfuerzos que los países productores no hemos sabido o podido hacer.
Uno de los más importantes es la conservación. Los frutales de clima frío se conservan fácilmente en bajas temperaturas sin perder en el proceso sus propiedades vitamínicas ni sus características básicas. Pero hablar de frutas tropicales es otra cosa, porque ninguna resiste temperaturas por debajo de los 10 grados centígrados.
Esta situación representa un freno a la exportación, pues todo el proceso de comercialización en mercados internacionales se lleva mucho más de los seis o siete días en que, después de cortados, los mangos se conservan en condiciones óptimas para ser consumidos. Para darnos una idea del tamaño de este problema, basta comentar que, al menos en México, hasta 50 por ciento de la producción se pierde por deficientes sistemas de almacenamiento y conservación.
Dar solución a este conflicto fue la meta que se propuso Rafael Díaz Sobac, investigador de la Universidad Veracruzana y director de una de las mejores facultades de Química Farmacéutica en nuestro país. Después de cinco años de estudio, su propuesta se hizo real: a partir de la goma de mezquite –un árbol que crece en México desde tiempos prehispánicos–, elaboró una cubierta protectora para los mangos que, además de conservar mucho más tiempo la fruta, no inhibe su maduración y favorece la inocuidad, que es otro de los requerimientos indispensables para la exportación. Por si fuera poco, este método de conservación cuesta 30 veces menos que otros utilizados en países industrializados.
Aunque se dice fácil, años de investigación con buenos resultados requieren una completa dedicación, constancia y rigor metodológico. Para Rafael Díaz Sobac, el camino no fue diferente. Hoy comparte con los lectores de Gaceta las características de un arduo trabajo que inició hace ocho años y las complicaciones que enfrentan los investigadores al tratar de socializar el conocimiento que se genera en la uv.

La cubierta que usted elaboró no sólo duplica la vida útil de la fruta, sino que además favorece la inocuidad, es 30 veces la más económica que otros métodos de conservación y es biodegradable… en fin, todo un desarrollo tecnológico. ¿Cómo logró definir el tratamiento y crear este método de conservación?
Bueno, fue todo un proceso que requirió muchos años de investigación. Partimos de que las frutas son, al fin y al cabo, seres vivos que se alimentan, respiran, consumen oxígeno y metabolizan carbohidratos, en un proceso bioquímico perfectamente orquestado que les permite, como en los seres humanos, tener vida, alcanzar la madurez, la vejez y algo parecido a la muerte.
Yo sabía que el reto de conservar las frutas radicaba en entender desde el punto de vista físico-químico cuáles eran las condiciones más adecuadas para prolongar ese tiempo de maduración, y una de las claves de ese metabolismo que tiene que ver con la conservación es la respiración.
Sucede que las frutas, mientras están en el árbol producen oxígeno y consumen co2 , pero una vez cortadas el proceso se invierte: el oxígeno que antes producían ahora lo consumen y desechan agua
y co2 , igual que nosotros al respirar. Los mangos no son la excepción. Su vida útil va de cinco a siete días, dependiendo del oxígeno que consuman… del tiempo en que “respiren”.
Inferimos entonces que la clave de la conservación estaba en lograr que la vida de la fruta fuera más larga regulando su respiración, porque si la fruta respiraba más lento, todo su metabolismo se haría más lento también. Ahora bien, cuando pensamos en cómo controlar esa respiración empezó lo complicado.

Pero existen métodos de
conservación similares. ¿Por qué optar por uno diferente?
Claro, de hecho desde principios de los ochenta se propuso el uso de cámaras de almacenamiento cerradas, también llamadas atmósferas controladas, donde las frutas reciben porciones reguladas de oxígeno. Pero esta técnica resultó viable sólo para almacenamiento, pues era imposible hacer que los camioneros que llevaban la fruta de un lugar a otro incluyeran en sus procedimientos el manejo de cámaras de este tipo por los altos costos que representa.
Esa idea quedó totalmente descartada para nuestro país. Pero una técnica que los chinos utilizaron hace siglos fue finalmente la base para encontrar un nuevo enfoque en la búsqueda de la conservación.
Por historia sabemos que ellos enceraban sus frutas para conservarlas en perfectas condiciones durante varios días, y pensamos ¿por qué no? Si la clave es reducir la respiración, en lugar de hacerlo mediante un contenedor vamos a ponerle una capa, una cubierta protectora que los aísle en cualquier lugar de la larga cadena de comercialización.
Así se abatía un problema de costo, pero antes de continuar hubo que poner atención a otro aspecto. Desde los años ochenta, cuando la conservación fue un aspecto a considerar para la comercialización internacional, muchas de las películas protectoras han causado graves problemas de contaminación, pues además de ser desechables, la mayoría se hicieron a partir de plásticos sintéticos. Por eso se creó una exigencia más en los mercados internacionales: que las películas de recubrimiento fueran biodegradables.
Para hacer una cubierta que redujera la velocidad de la respiración, que favoreciera la inocuidad, que fuera económica, efectiva y además, biodegradable, era necesario recurrir al “mundo de la química” y buscar entre los biopolímeros naturales un elemento que pudiera funcionar como base de una cubierta protectora.

Fue cuando decidió probar la goma del mezquite…
No, de hecho yo empecé trabajando con recubrimientos de almidones y maltodextrinas, probando diferentes formulaciones. Fue Jaime Vernon Carter, director de mi tesis de doctorado, quien me sugirió que probara la goma del mezquite para el recubrimiento que quería hacer porque tiene las características de formar recubrimiento, es un polisacárido, tiene propie-dades emulsificantes y otras características específicas. Eso lo sabía él porque es un estudioso de la goma del mezquite desde hace muchos años.
Y es que este árbol es una maravilla. Crece en México desde tiempos prehispánicos y exuda una goma de color ámbar, estructural y funcionalmente muy similar a la goma arábiga, sólo que la mexicana es 30 veces más económica. Yo recuerdo que para mí fue un reto, porque hacía años que yo tenía la investigación, pero con el mezquite fue como empezar de cero. Así desarrollé ese estudio. Inicié con la formulación probando concentraciones y dispersiones, temperaturas del agua, relaciones de concentración y así, hasta obtener el recubrimiento: una especie de líquido que al secarse formaba un recubrimiento transparente, como un plástico (no sintético, sino natural) que por lo menos físicamente parecía una película.
El siguiente paso fue caracterizarla, porque teníamos que comprobar que la microestructura (y no sólo la apariencia), es decir, la permeabilidad de la película al agua, al oxígeno y al co2 fuera exacta-mente como la necesitábamos.
Para lograrlo era necesario simular una serie de condiciones en las que la película se pusiera a prueba. Para investigaciones como ésta se sugieren equipos especializados, sólo que no los hay en nuestro país, y además son extremadamente costosos en el extranjero. Ahí tuve que hacer un esfuerzo extra y encontrar una solución rápida y económica.

Otra vez los recursos limitan la investigación…
Pues sí, pero finalmente lo resolvimos. Como por su costo era prácticamente impensable obtener esos equipos, yo diseñé un sistema de celdas de permeación y se me ocurrió que un soplador de vidrio podría hacerme los modelos para meter la película en medio, sujetarla de modo que no tuviera contacto con el medio ambiente y, a través de llaves, meter mezclas de gases y poder medir cuánto del gas que yo estaba inyectando por un lado pasaba al otro, y así lo hice. Después de todo un proceso a partir de microfotografías de la
microestructura pudimos establecer una correlación con la permeabilidad. En fin, descubrimos que la película funcionaba como lo previmos, pero además no nos conformamos con caracterizar la película en condiciones controladas de humedad relativa, como sucede en muchas investigaciones de laboratorio donde, generalmente, todos los experimentos funcionan; sino que decidimos probar la efectividad de la cubierta en condiciones naturales, que finalmente son las que presentan las frutas en la mayor parte del tiempo que transcurre para su comercialización.
Así comenzaron las pruebas en el mango y comprobamos que la adhesividad era buena, que la película no se percibía en la fruta, que se secaba rápidamente, que no se despegaba del mango e incluso le añadía cierto brillo que lo volvía más atractivo; además descubrimos que la película protectora también favorecía la inocuidad.
Y mira, hasta aquí teníamos una investigación técnica y científicamente válida y reportable, como muchas de las que ya hemos publicado, que hubiera servido para un fin meramente académico. Pero mi objetivo y el del equipo siempre fue lograr un desarrollo verdaderamente aplicable, que fuera útil para cierto sector de la población. Por eso, antes de decir que todo había sido un éxito teníamos que saber qué pasaba con la fruta y, otra vez, hacer múltiples experimentos para medir in situ cómo reaccionaba un mango y para verificar si efectivamente –como se había planteado al principio– su maduración era más lenta después de ponerle la cubierta, si la vida útil realmente se prolongaba. Si en este punto crítico algo hubiera fallado, cinco años de investigación hubieran sido fácilmente derrumbados.

¿Cómo midieron entonces la efectividad de la película en el mango?
Ahí está la esencia del trabajo de investigación. Cualquiera podría observar empíricamente si el mango dura más o no, incluso poniendo atención en los cambios de color, de sabor, de aroma y de textura, pero no cualquiera comprende que éstas son variables químicas perceptibles sensorialmente que están ancladas en el mundo de la química, en el subsuelo de la composición molecular.
No cualquiera sabe que la hidrólisis del almidón es lo que hace que el material estructural del mango se vuelva cada vez más blando, que el aroma se relaciona con todos los compuestos volátiles, que el color tiene que ver con la formación de carotenos, que el sabor depende de los azúcares, de la acidez y de los volátiles, en fin, que los cambios que nosotros percibimos en las frutas responden a toda una maquinaria bioquímica en la que participan múltiples elementos.
Todo esto los analizamos desde la perspectiva química y todo funcionó. La vida útil del mango se duplicó a partir de la aplicación de la película de goma de mezquite y esto para nosotros fue todo un logro. También hicimos pruebas ya no en uno o dos mangos, sino en varias cajas.

¿Con productores veracruzanos?
No, paradójicamente la probamos primero con productores michoacanos que nos contactaron en un congreso. Sabes, me resultó particularmente interesante que esta gente, hablando comercialmente, está muy bien organizada, cosa que nos falta a nosotros en Veracruz. A mí me llevaron desde Veracruz hasta Lázaro Cárdenas, Michoacán, y me quedé sorprendido al conocer su empacadora, sus cámaras de almacenamiento, porque son productores que ya tienen todo automatizado y mecanizado, que incluso en temporada de comercialización tienen instructores del Departamento de Agricultura de Estados Unidos certificándoles la calidad porque constantemente están exportando.
Bueno, con ellos tuvimos buenos resultados. Se hizo un estudio de mercado y mandamos un embarque de prueba con 600 kilos de mango hasta Los Ángeles. Desafortunadamente la empresa comercializadora del mango michoacano optó por lo más fácil, porque dijeron que si el comprador norteamericano tomaba el mango tal cual, pues “para qué invertirle más”, en fin, pero el trabajo con los veracruzanos tiene otras implicaciones.

¿Y cómo inició el contacto con los productores regionales?
Pues fue una situación muy curiosa. Un día cuando llegué al Instituto de Ciencias Básicas, aquí en Xalapa, me encontré con unos señores en la puerta de entrada, así, vestidos con guayaberas y sombreros de palma. Me estaban esperando y apenas me vieron sacaron un periódico doblado que traían bajo el brazo; era una nota que la dirección de Comunicación Social de la uv había publicado unas semanas antes acerca de la investigación. Me lo enseñaron y me dijeron: “¿Usted es Rafael Díaz? Oiga, leímos esto y queremos saber de qué
se trata”. Ahí empezó la colaboración con ellos.
Son historias diferentes, porque incluso con los michoacanos tenemos la puerta abierta. Ellos siguen interesados en trabajar con la película protectora de mangos, pero –ahí sí confieso– he sido yo el que no ha querido seguir adelante, porque mi compromiso es más con la gente de Veracruz. No me gustaría pensar en vender la idea a otros productores porque preferiría que la aprovecháramos por acá, aunque creo que eso ya es sentimentalismo.
Ahí inició otra etapa de la investigación que yo no había previsto, una que tiene que ver con la credibilidad institucional y personal, porque vuelvo a lo mismo: en la mesa de laboratorio hay muchas cosas que funcionan, que científicamente pueden ser reconocidas, pero llevarlas a la práctica cuesta mucho más que publicarlas. El que la gente crea lo que tú le dices y te dé todas las facilidades para que puedas experimentar con ellos, con su cosecha, con su dinero y con su trabajo, eso es verdaderamente difícil. Yo reconozco que no estaba preparado en mi esquema de investigación que ellos se acercaran a nosotros, ¡Claro que lo esperábamos!, queríamos ver una prueba de la cubierta, y ahora queremos apoyarlos, definitivamente, pero de verdad ha sido un gran reto.

¿Y quiénes fueron los que le entraron al proyecto?
Yo empecé a trabajar con la Sociedad de Productores de Jalcomulco y ahora ya están también los de (la comunidad de) Ídolos. Ha crecido tanto el proyecto, que hoy estamos trabajando en la elaboración de empaques y tratamientos hidrotérmicos, en asesoría para desarrollarles –además del recubrimiento– la norma fitosanitaria, las normas de almacenamiento, las buenas prácticas de manufactura agropecuaria y el análisis del control de riesgos de puntos críticos.
Todo esto es muy importante porque lo que queremos es lograr un producto de calidad para la exportación, cosa que no tendremos hasta que cumplamos con todos los requisitos que marca la ley; por ejemplo, la norma de tratamientos hidrotérmicos (inmersión de la fruta en agua caliente y agua fría) es exigida por el gobierno americano para importar, al margen de cualquier proceso de conservación, además de que la Sagarpa adoptó esa medida fitosanitaria en consecuencia. Por eso necesitamos darles asesoría permanente si queremos que esto funcione.
Y el proyecto ha crecido tanto que ya tenemos un planteamiento perfectamente desarrollado para crear una empacadora de mango veracruzano. Se trata de la primera tesis de maestría del arquitecto Mario Aparicio, director del Centro Universitario de Servicios a la Empresa (Cusem). Él diseñó un proyecto arquitectónico y planteó la evaluación financiera y de costos de la factibilidad de esta empresa, que de inicio tendría una planta de selección, área de tratamiento, de recubrimiento, de almacenaje y de embarque.
Y no sólo sería con mango, pues también hemos probado con el chayote que se da en la región y afortunadamente nos ha funcionado muy bien. Ahora ya estamos haciendo pruebas con otro tipo de frutas tropicales.

Y si ya tienen el proyecto, los productores y la tecnología, ¿qué necesitan para echarlo a andar?
Bueno, en eso estamos, pero antes tenemos que pensar en la organización, y eso es aún más complicado. Ya se integró la Asociación de Productores de Mango del estado de Veracruz, cuyo presidente es el productor de Ídolos –con el que trabajo– y el vicepresidente es el de Jalcomulco. Lo que ahora queremos es agrupar a muchos productores para tener una cadena continua de producción y comercialización de mango que empiece en enero y termine al menos en agosto.
Sucede que el mango únicamente se comercializaba de abril a junio, y había toneladas de mango que se echaban a perder porque se saturaba el mercado. Por tanto, hoy estamos usando hormonas para acelerar la maduración y empezar a tener mango de buena calidad desde enero (de hecho, ya lo estamos teniendo), y así poder establecer un centro de acopio y, a través del Cusem, buscar los financiamientos con el gobierno estatal o federal, y poner en marcha esta planta. Tendríamos entonces de enero a marzo mango de Actopan-Ídolos, de marzo a junio mango de Tolome y Paso de Ovejas, y de julio a septiembre mango de Jalcomulco, Tuzamapan y la región norte… y todo esto está amarrado a la investigación. Digamos que el responsable técnico de ese gran proyecto, y hasta me da miedo decirlo, creo que soy yo.
Ahora, respecto a tu pregunta, yo lo veo como una gran presa que se está llenando de información y conocimiento, pero que
no puede fluir.

Pero parece marchar muy bien. ¿Qué impide seguir adelante?
Hay dos cosas. Una es la organización de los productores y otra el dinero. Porque todo está muy bien: el desarrollo tecnológico, el proyecto de la planta, nuestros objetivos. Pero de nada sirve el conocimiento que genera la Universidad si nadie lo aprovecha, si nadie cree en él. Ahí tenemos un gran reto, porque no puede ser un proyecto para una sola persona o para un solo grupo de productores. Aquí la clave es cómo vamos creyendo en el proyecto, y digo vamos, en plural, porque científicamente seguimos mejorando, y porque ya se está uniendo más gente al trabajo; en Jalcomulco, por ejemplo, ya tenemos una pequeña plantita rústica.
No es que yo vea el proyecto detenido, porque la función meramente universitaria, que es la generación del conocimiento, se está cumpliendo. Si lo vemos desde el punto de vista frío de investigador, yo me hubiera dado por satisfecho con los artículos que se están publicando; sin embargo, creo que todavía tengo algunas inquietudes de juventud y quiero ver que esto vaya más allá.
Como te dije, hay dos problemas: organización y financiamiento. Lamentablemente, esos dos elementos están atados a factores políticos. Algunas reuniones del grupo de productores, por ejemplo, se convierten en un foro político para determinados grupos, y otros más se niegan a participar por lo mismo. Además, en algunas ocasiones los tintes de oportunismo político también son muy evidentes y caen en el juego del apoyo financiero condicionado.
Nosotros le estamos buscando a través de financiamientos externos, pero si socialmente tu organización no está bien identificada, si no hay una credibilidad en la institución que está presentando el proyecto, ese financiamiento no se da. Y para lograr una organización adecuada hay que trabajar mucho con ellos, y no estamos hablando de unos cuantos; ya tenemos casi 100 productores entre los de Ídolos y Jalcomulco. Por ejemplo, en la primera reunión que tuvimos yo les preguntaba de cuánto mango estábamos hablando, y me contestaron: ‘¡Huy, no, pues todo el que quiera!’, y cuando les dije que me explicaran en números cuánto producían se preguntaron unos a otros: ‘¿Pues cuánto será, tú?, contando lo de Pedro y Agustín, y lo de la zona de arriba, ¡uy, pues quién sabe!’… Porque no tienen una memoria agropecuaria, o si la tienen no te la quieren decir.
Yo les expliqué que de entrada necesitábamos saber con cuántos kilos de mango contábamos, porque necesitamos por lo menos 20 toneladas (que es lo que le cabe a un contenedor) para hacer un proyecto de exportación y garantizar esas 20 toneladas con mango de primera, ya que de no cubrir esa cuota el costo sería altísimo. También les dije que si vamos a mandar un embarque a Estados Unidos o Canadá requerimos de cinco a ocho días para hacer el movimiento, y que si nos vamos a atrasar porque ellos no juntan la producción y porque ni siquiera tienen idea de quiénes y qué producen no es posible hacer ningún proyecto. Tenemos que empezar por hacer una memoria agropecuaria.
Todo eso se da porque no hay organización. Y si no hay organización social, si no se socializa este tipo de investigación y si no se presentan sus beneficios y la gente no cree en el proyecto, la otra parte, la del dinero, no apoya.

¿Y de cuánto dinero estamos hablando?
El proyecto puede costar en este momento 300 000 pesos. Para garantizar ese dinero también debemos saber con cuántas hectáreas contamos y cuál es el valor por hectárea, y claro, hay muchas otras consideraciones: si tienen o no agua, si tienen o no árboles, si éstos son jóvenes, si son viejos… en fin, falta mucho por hacer. Yo creo que por eso los proyectos en el campo no se dan, porque el problema agrario más severo de nuestro estado es la desorganización. Pero ahí vamos, poco a poco y tratando de que el conocimiento que generamos sirva de algo al desarrollo de Veracruz.

¿Qué pasa con la patente
de una tecnología como ésta? ¿Puede haber registro de la cubierta protectora y
comercializar la idea?
Es muy complicado. Creo que necesitamos contar con instrumentos universitarios de gestión tecnológica para proteger el desarrollo y el conocimiento que aquí se genera. Lamentablemente, creo que no
los hay, a pesar del bagaje
impresionante de recursos científicos que tiene nuestra casa de estudios, y eso, hoy, deberíamos estarlo aprovechando.