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Escribimos
a solas pero no aislados
José
Emilio Pacheco
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Agradecimiento
expresado ante la comunidad de la uv que lo distinguió con
el doctorado Honoris Causa, por su trayectoria literaria.
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Comienzo
por el principio: mi gratitud sin límites a la Universidad
Veracruzana, al Consejo Académico, al Centro de Investigaciones
Lingüístico-Literarias, a todos los que, sin que yo lo
supiera ni lo esperara, presentaron mi candidatura para este honor
incomparable.
Lo quiera o no, debo repetir lo que dije aquí el año
pasado: mi agradecimiento se redobla porque este generoso reconocimiento
proviene del estado de Veracruz, de Jalapa su capital y de la Universidad
Veracruzana.
Nací y vivo en lo que fue la Ciudad de México. Hoy ya
nadie sabe qué es ni cómo se llama ese amorfo conjunto
de aldeas incomunicadas y enemigas. No obstante, mi infancia y mi
adolescencia le deben casi todo al puerto de Veracruz. Mi juventud,
y con ella mi actividad literaria, resultarían inexplicables
sin Jalapa.
Pronto 1959 estará a 44 años de distancia, los mismos
44 años que separaban a 1959 de 1915, que hoy nos alejan del
2047. Era imposible imaginar 2002 desde la perspectiva de 1959. En
este abismo del tiempo me veo llegar a Jalapa una noche de abril.
Al día siguiente daré (pésimamente) una conferencia,
la primera de mi vida, algo que nunca pensé hacer y con el
tiempo, quién lo hubiera dicho en aquel entonces, se convertiría
en una de mis principales actividades.
Todo eso se lo debo a un estudiante de la Universidad Veracruzana
llamado Enrique Florescano Mayet, que dirigía la revista Situaciones.
Entenderán ustedes cuánto me conmueve recibir este gran
honor junto con mi amigo de entonces y de ahora que es, también
y sobre todo, uno de nuestros grandes historiadores.
No acierto a entender cómo hubiera sido mi trabajo literario
sin la ayuda y la constante presencia de Enrique Florescano. Esto
me lleva a preguntarme si la llamada obra personal a fin
de cuentas no es siempre un producto colectivo. Escribimos a solas
pero no aislados. Yo no hubiera podido hacerlo sin la generosidad
de mis amigos presentes y ausentes, ni sin Jalapa y esta Universidad
Veracruzana en donde se gestó la primera gran tarea de descentralización
cultural.
La ayuda y la amistad atraviesan épocas y generaciones. Gracias
a Emilio Carballido pude relacionarme con la Universidad Veracruzana
cuando era su rector Fernando Salmerón y Sergio Galindo dirigía
La Palabra y el Hombre, revista en donde aparecieron muchos de mis
primeros textos. Debí haber publicado en la serie Ficción
mi libro inicial pero, por timidez o autocrítica, aplacé
su publicación hasta comienzos de 1963.
Me aterra la posibilidad del olvido y la exclusión pero no
puedo dejar de darle las gracias a mis casi contemporáneos
de aquellos años: Sergio Pitol, Juan Vicente Melo y Hugo Argüelles.
Sergio me descubrió autores fundamentales y tuvo el valor de
rechazar sin disimulo todas mis tentativas fracasadas. Hugo triunfó
en el terreno mismo de mi gran fracaso, la dramaturgia. Mi tropiezo
tuvo su paliativo años después gracias a que Manuel
Montoro y Guillermo Barclay me permitieron colaborar con ellos en
tres ocasiones.
A Juan Vicente lo ayudé a hacer durante un año La
semana cultural, suplemento de El Dictamen. Más tarde
me llevó a dar clases y conferencias en la Casa del Lago que
él dirigió en su gran época. Nuestra amistad
perduró hasta su muerte.
Ya al comenzar los setenta, Enrique Florescano me invitó a
trabajar con él en la Dirección General de Estudios
Históricos del inah. Durante años compartí el
escritorio con un joven brillantísimo que iba a transformarse
en Héctor Aguilar Camín. Que él haya aceptado
acompañarnos esta noche es otro motivo de orgullo y agradecimiento.
Hasta aquí la parte celebratoria, aunque en modo alguno autocelebratoria.
Llego sin ánimo de aguafiestas a la región sombría
pero inevitable. Las líneas finales del último libro
en que Enrique Florescano traza la historia de nuestra historia como
nación hablan de una nueva tragedia mexicana: la falta de oportunidades
para los egresados de la Universidad pública.
Hace treinta años el relevo generacional se dio con la mayor
fluidez Por ejemplo, tras una década de hacer con Fernando
Benítez el suplemento de La Cultura en México
nos pareció que había llegado la oportunidad de dejar
el sitio a los más jóvenes. Héctor Aguilar Camín
y su generación ocuparon con gran eficacia aquellas páginas
en los tiempos en que dirigió el suplemento de Siempre Carlos
Monsiváis.
Hoy, por desgracia, el panorama es terrible. Todo lo construido en
tantos años se derrumba. Los espacios se cierran. Desaparecen
los suplementos que fueron esenciales para la difusión y la
democratización de la cultura. En algunas partes se ha llegado
al absurdo de pedir a los colaboradores que sigan pero ahora sin cobrar
su trabajo. Los subsidios a la Universidad pública disminuyen
o no aumentan, que es otra manera de menguarlos. Se olvida que el
subsidio no es una caridad del poder sino el dinero del pueblo mismo
que con sus impuestos paga la producción de su propia cultura
y la educación de sus hijos.
Si algo nos han enseñado estos tiempos es humildad. Ya nadie
puede hablar sino a nombre propio. Nunca más alguien podrá
autoerigirse en supuesta conciencia nacional. Desde luego,
carezco de toda fórmula mágica para resolver los problemas
del país y del resto del mundo. Sólo sé que no
hay marcha atrás y al mismo tiempo creo que las cosas no pueden
continuar así.
En 20 años hemos visto la devastación casi total de
México y América Latina en su conjunto. No es posible
dejar que nuestro presente siga ligado a la miseria y a la violencia.
Para remediarlas tenemos que hallar un modo aún desconocido
de convertir la guerra contra los pobres en guerra contra la pobreza
y de inventar otro pacto social y otras formas de convivencia.
Parece ingenuo hablar de esperanza en tiempos de desesperanza. Sin
embargo, en medio de la catástrofe hay signos alentadores,
entre ellos el hecho de que esta nueva generación, a la que
se priva de las oportunidades que nosotros tuvimos, dé incesantemente,
a todo lo largo y ancho del país, muestra de su voluntad de
cambio.
La extensión y la variedad de las actividades culturales en
esta tierra sólo es interpretable como una prueba de resistencia,
de resistencia al caos y al desmoronamiento. Gracias en parte a lo
que ellos hacen, la noche, estoy seguro, no caerá sobre México. |
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