Noviembre-Diciembre 2002, Nueva época No. 59-60 Xalapa • Veracruz • México
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Escribimos a solas pero no aislados
José Emilio Pacheco

Agradecimiento expresado ante la comunidad de la uv que lo distinguió con el doctorado Honoris Causa, por su trayectoria literaria.
Comienzo por el principio: mi gratitud sin límites a la Universidad Veracruzana, al Consejo Académico, al Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias, a todos los que, sin que yo lo supiera ni lo esperara, presentaron mi candidatura para este honor incomparable.
Lo quiera o no, debo repetir lo que dije aquí el año pasado: mi agradecimiento se redobla porque este generoso reconocimiento proviene del estado de Veracruz, de Jalapa su capital y de la Universidad Veracruzana.
Nací y vivo en lo que fue la Ciudad de México. Hoy ya nadie sabe qué es ni cómo se llama ese amorfo conjunto de aldeas incomunicadas y enemigas. No obstante, mi infancia y mi adolescencia le deben casi todo al puerto de Veracruz. Mi juventud, y con ella mi actividad literaria, resultarían inexplicables sin Jalapa.
Pronto 1959 estará a 44 años de distancia, los mismos 44 años que separaban a 1959 de 1915, que hoy nos alejan del 2047. Era imposible imaginar 2002 desde la perspectiva de 1959. En este abismo del tiempo me veo llegar a Jalapa una noche de abril. Al día siguiente daré (pésimamente) una conferencia, la primera de mi vida, algo que nunca pensé hacer y con el tiempo, quién lo hubiera dicho en aquel entonces, se convertiría en una de mis principales actividades.
Todo eso se lo debo a un estudiante de la Universidad Veracruzana llamado Enrique Florescano Mayet, que dirigía la revista Situaciones. Entenderán ustedes cuánto me conmueve recibir este gran honor junto con mi amigo de entonces y de ahora que es, también y sobre todo, uno de nuestros grandes historiadores.
No acierto a entender cómo hubiera sido mi trabajo literario sin la ayuda y la constante presencia de Enrique Florescano. Esto me lleva a preguntarme si la llamada “obra personal” a fin de cuentas no es siempre un producto colectivo. Escribimos a solas pero no aislados. Yo no hubiera podido hacerlo sin la generosidad de mis amigos presentes y ausentes, ni sin Jalapa y esta Universidad Veracruzana en donde se gestó la primera gran tarea de descentralización cultural.
La ayuda y la amistad atraviesan épocas y generaciones. Gracias a Emilio Carballido pude relacionarme con la Universidad Veracruzana cuando era su rector Fernando Salmerón y Sergio Galindo dirigía La Palabra y el Hombre, revista en donde aparecieron muchos de mis primeros textos. Debí haber publicado en la serie Ficción mi libro inicial pero, por timidez o autocrítica, aplacé su publicación hasta comienzos de 1963.
Me aterra la posibilidad del olvido y la exclusión pero no puedo dejar de darle las gracias a mis casi contemporáneos de aquellos años: Sergio Pitol, Juan Vicente Melo y Hugo Argüelles. Sergio me descubrió autores fundamentales y tuvo el valor de rechazar sin disimulo todas mis tentativas fracasadas. Hugo triunfó en el terreno mismo de mi gran fracaso, la dramaturgia. Mi tropiezo tuvo su paliativo años después gracias a que Manuel Montoro y Guillermo Barclay me permitieron colaborar con ellos en tres ocasiones.
A Juan Vicente lo ayudé a hacer durante un año “La semana cultural”, suplemento de El Dictamen. Más tarde me llevó a dar clases y conferencias en la Casa del Lago que él dirigió en su gran época. Nuestra amistad perduró hasta su muerte.
Ya al comenzar los setenta, Enrique Florescano me invitó a trabajar con él en la Dirección General de Estudios Históricos del inah. Durante años compartí el escritorio con un joven brillantísimo que iba a transformarse en Héctor Aguilar Camín. Que él haya aceptado acompañarnos esta noche es otro motivo de orgullo y agradecimiento.
Hasta aquí la parte celebratoria, aunque en modo alguno autocelebratoria. Llego sin ánimo de aguafiestas a la región sombría pero inevitable. Las líneas finales del último libro en que Enrique Florescano traza la historia de nuestra historia como nación hablan de una nueva tragedia mexicana: la falta de oportunidades para los egresados de la Universidad pública.
Hace treinta años el relevo generacional se dio con la mayor fluidez Por ejemplo, tras una década de hacer con Fernando Benítez el suplemento de “La Cultura en México” nos pareció que había llegado la oportunidad de dejar el sitio a los más jóvenes. Héctor Aguilar Camín y su generación ocuparon con gran eficacia aquellas páginas en los tiempos en que dirigió el suplemento de Siempre Carlos Monsiváis.
Hoy, por desgracia, el panorama es terrible. Todo lo construido en tantos años se derrumba. Los espacios se cierran. Desaparecen los suplementos que fueron esenciales para la difusión y la democratización de la cultura. En algunas partes se ha llegado al absurdo de pedir a los colaboradores que sigan pero ahora sin cobrar su trabajo. Los subsidios a la Universidad pública disminuyen o no aumentan, que es otra manera de menguarlos. Se olvida que el subsidio no es una caridad del poder sino el dinero del pueblo mismo que con sus impuestos paga la producción de su propia cultura y la educación de sus hijos.
Si algo nos han enseñado estos tiempos es humildad. Ya nadie puede hablar sino a nombre propio. Nunca más alguien podrá autoerigirse en supuesta “conciencia nacional”. Desde luego, carezco de toda fórmula mágica para resolver los problemas del país y del resto del mundo. Sólo sé que no hay marcha atrás y al mismo tiempo creo que las cosas no pueden continuar así.
En 20 años hemos visto la devastación casi total de México y América Latina en su conjunto. No es posible dejar que nuestro presente siga ligado a la miseria y a la violencia. Para remediarlas tenemos que hallar un modo aún desconocido de convertir la guerra contra los pobres en guerra contra la pobreza y de inventar otro pacto social y otras formas de convivencia.
Parece ingenuo hablar de esperanza en tiempos de desesperanza. Sin embargo, en medio de la catástrofe hay signos alentadores, entre ellos el hecho de que esta nueva generación, a la que se priva de las oportunidades que nosotros tuvimos, dé incesantemente, a todo lo largo y ancho del país, muestra de su voluntad de cambio.
La extensión y la variedad de las actividades culturales en esta tierra sólo es interpretable como una prueba de resistencia, de resistencia al caos y al desmoronamiento. Gracias en parte a lo que ellos hacen, la noche, estoy seguro, no caerá sobre México.