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Enrique
Florescano y José Emilio Pacheco,
intelectuales que llevan a Veracruz en el alma
Víctor
A. Arredondo
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Discurso
enunciado durante la ceremonia en la que se otorgó el grado
de Doctor Honoris Causa al historiador Enrique Florescano y al escritor
José Emilio Pacheco, celebrada en la Universidad Veracruzana
el 4 de diciembre de 2002.
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Enrique
Florescano y José Emilio Pacheco son dos brillantes intelectuales
que llevan a Veracruz en el alma y en el pensamiento, lo cual reflejan
en parte de su obra. El primero, nacido en San Juan Coscomatepec,
es, resulta obvio decirlo, veracruzano de nacimiento y convicción;
José Emilio, aunque originario de la ciudad de México,
también comulga con lo veracruzano por voluntad propia. Ambos
miran a la región con los ojos privilegiados del estudioso,
del artista, ojos que nos revelan aquellos detalles cuya finura es
poco perceptible al observador común.
Entre las grandes virtudes de nuestros dos homenajeados destacan su
talento y perseverancia; el que nos descubran al Veracruz en el que
queremos mirarnos y reconocernos; el que sus obras enriquecen la visión
de éstas y otras latitudes, de su gente, de su vocación,
de sus infinitas posibilidades. Su extraordinario trabajo, tanto en
la revelación como en la creación y la divulgación
cultural, nos envía un mensaje de certidumbre que fortalece
el optimismo y la confianza en un futuro común.
Hoy, la Universidad Veracruzana celebra con ellos un momento relevante
en su historia, pues al honrar a personajes de esta talla, el honor
se extiende a la institución que lo confiere. Asimismo, al
aceptar al interior del claustro a quienes se destacan en la vida
por sus aportaciones a los más altos valores de la humanidad,
nuestra alma mater fortalece su alta misión social de promoción
de la cultura y distribución social del conocimiento.
Desde 1947, la Universidad Veracruzana ha reconocido la labor trascendente
de quienes destacan en los campos de la investigación, la ciencia
y las artes. Vivimos hoy uno de esos momentos especiales, con el pleno
convencimiento de integrar a Enrique Florescano y a José Emilio
Pacheco a nuestra comunidad universitaria.
Lo hacemos, porque existe una cabal identificación con sus
valores y perspectivas intelectuales, porque estamos convencidos de
que contribuyen a enaltecer la imagen y el concepto de lo universitario
y del ciudadano moderno. Lo hacemos también porque es decisión
de ellos ser miembros distinguidos de nuestra comunidad universitaria.
Muchas gracias, Enrique; muchas gracias, José Emilio, por esa
afortunada coincidencia.
¿Cuál es el hilo que vincula la obra y el pensamiento
de Enrique Florescano y de José Emilio Pacheco? Desde sus respectivas
posiciones, esfuerzos y trayectorias, comparten dos temas que orientan
la reflexión de los intelectuales y creadores nacidos en la
década de los treinta: la interrogante acerca del pasado mexicano
y la necesidad de conocer y definir nuestra posición en el
mundo. En un esfuerzo de síntesis, ese hilo nos conduce a una
sola pregunta ¿Qué es ser mexicano? Ambos sobresalen
por sus aportaciones, en sus respectivos campos, para enfrentar, diseccionar
y responder a esa interrogante.
Mientras Enrique ha inquirido en la memoria viva de México
con recorridos maravillosos a lo largo de los siglos y nos ha llevado
a nuestras raíces, con lo cual nos permite comprender, desde
otra perspectiva, la conformación de la nación mexicana,
José Emilio ha establecido los lineamientos para una genealogía
indispensable en toda tradición cultural. Mediante la poesía
y la narrativa ha descifrado los códigos que nos permiten reconocer
una sociedad que se ha transformado, pero que a través de la
conciencia privilegiada de la escritura continúa viva. Ambos
actores, desde las riberas de la cultura, no dejan de indagar sobre
la idiosincrasia del mexicano.
Enrique es un distinguido egresado y un excelente amigo de nuestra
casa de estudios. De muchas maneras continúa unido a la universidad
que le vio dar sus primeros pasos, a pesar de que sus preocupaciones
intelectuales le han llevado por distintos senderos, pero siempre
con objetivos muy puntuales. En su vasta trayectoria, ha sabido combinar,
con sapiencia y equilibrio, la investigación, la producción
editorial y la conducción de organismos e instituciones responsables
de los más importantes proyectos históricos del país.
Abogado de formación e historiador de vocación, carreras
cuya licenciatura cursó simultáneamente en facultades
de la Universidad Veracruzana, Enrique ha tenido una trayectoria singular
en la que echa mano de diversas disciplinas para ofrecer una mejor
comprensión del entorno mexicano. Es un hombre que ha sabido
leer en nuestra historia y que ha subrayado el papel protagónico
de las etnias. El conjunto de su obra confiere voz a los marginados
del proyecto de nación, e introduce en el diálogo nacional
y universal a los pobladores originarios de nuestro territorio.
Mención aparte merece su tarea como creador de una de las revistas
más importantes del México contemporáneo. La
fundación de Nexos, junto con su entrañable compañero
Héctor Aguilar Camín, reforzó su faceta de interlocutor
de la actualidad y divulgador de teorías, discusiones, tendencias
y nuevas obras. Recordemos que durante su época estudiantil
en esta ciudad, Enrique fundó la revista Situaciones en la
Facultad de Historia, además de participar como fundador del
suplemento Estela Cultural, del Diario de Xalapa. Con
cimientos en las ciencias sociales y económicas, reunió
a algunos de los mejores pensadores de México, incluyendo a
José Emilio Pacheco, para estudiar e interpretar la realidad
mexicana.
Por su parte, José Emilio es, sobre todo, un brillante escritor;
un dignísimo representante de la generación de los años
30; un autor cuyos libros resultan indispensables en la poesía
y la narrativa mexicanas. Como muy pocos de nuestros escritores contemporáneos,
José Emilio Pacheco asume con naturalidad la herencia de poligrafía
y erudición de Alfonso Reyes. Hombre de letras en el sentido
pleno de la palabra, es un celebrado poeta y un amoroso cronista de
la ciudad en cuyas líneas puede observarse el desencanto que
media entre los ensueños de la niñez y la turbulenta
realidad de la adolescencia.
José Emilio es también el crítico prolijo; el
antólogo infatigable que ha recobrado, para bien de las letras
mexicanas, a autores injustamente relegados; el disciplinado periodista
cultural que nos ofrecía el Inventario que publica
la revista Proceso, en el que nos deslumbra semanalmente con su amenidad
y sapiencia. Como poeta, ha creado títulos como No me preguntes
cómo pasa el tiempo y Los elementos de la noche, obras cardinales
de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xx. No quisiera
concluir esta relación de los méritos de tan destacados
personajes sin mencionar sus vínculos con nuestra casa de estudios.
Ambos contribuyeron a fortalecer la rica tradición editorial
de la Universidad. Mientras Enrique colaboró, de 1961 a 1967,
en La Palabra y el Hombre y en nuestras colecciones se incluyen Bibliografía
del maíz en México y Breve historia de la sequía,
José Emilio Pacheco publicó, en 1960, en La Palabra
y el Hombre, tres ficciones, tres breves relatos, además de
ser un constante y amable reseñador de muchos de los libros
publicados bajo nuestro sello editorial.
También recordamos que José Emilio fue uno de los más
queridos amigos de Juan Vicente Melo. Este vínculo se remonta
mucho tiempo atrás, cuando Juan Vicente deja Veracruz y recibe
no sólo asilo en la casa de José Emilio sino también
aliento para continuar y consolidar su vocación de escritor.
La presencia de José Emilio en Veracruz está llena de
anécdotas y peripecias. La influencia de estas tierras se trasluce
en relatos tan bellos como los que forman ese pequeño pero
extraordinario volumen El principio del placer que ineludiblemente
revela la educación sentimental recibida en los años
de adolescencia. Otro ejemplo se encuentra en la monumental Crónica
de Veracruz, preparada con otro de sus amigos entrañables,
don Fernando Benítez, y que debe ser reeditada si queremos
preservar esa memoria mexicana a la que tanto han contribuido nuestros
dos insignes doctores.
Permítanme una última reflexión: Con una formación
universitaria despojada de sus máximos fines educativos y,
como alguien de manera errónea y grotesca lo ha sugerido, encaminada
exclusivamente hacia el empleo, no sería posible formar intelectuales
de la talla de nuestros galardonados. Sabemos que la promoción
apasionada para que el individuo alcance una vocación por el
saber, por el auto-didactismo, no ha sido siempre un logro cabal de
nuestros programas educativos. No obstante, hoy son cada vez más
las instituciones universitarias que se proponen dotar a los estudiantes
de herramientas y actitudes para aprender a aprender, para adquirir
conocimiento durante toda la vida.
Quien critica a la Universidad pública y sugiere en forma por
demás superficial y hueca que ésta debe orientarse exclusivamente
a las demandas del mercado ocupacional, privilegiando las carreras
técnicas, se olvida del principal papel de la universidad,
que es la formación integral del individuo. En nuestra casa
de estudios, la dimensión intelectual, profesional, social
y ética son elementos indispensables para hacer del individuo
un ente pleno.
Son muchos los argumentos que pueden utilizarse para debatir ese enfoque
vacío que quiere hacer de la Universidad una mera fábrica
de futuros empleados. Quizá la evidencia más contundente
es la que nuestros galardonados nos ofrecen. El cultivo del intelecto,
el deleite estético, la pasión por la palabra escrita,
la búsqueda del argumento racional y la contribución
al conocimiento son sin duda valores y actitudes que debiéramos
buscar en la formación de cada uno de nuestros estudiantes.
Frente a la interrogante de cuál es el papel de las carreras
humanísticas frente a las perspectivas de empleo, podemos responder
con absoluta certeza: su contribución fundamental a la calidad
de vida de una sociedad. Una sociedad sin cultura es una sociedad
sin memoria; es también una sociedad sin presente, pero, lo
más grave, es una sociedad sin perspectivas de futuro.
Esta noche, al celebrar el otorgamiento del grado de Doctor Honoris
Causa a dos intelectuales de obra extraordinaria, la Universidad Veracruzana
no sólo rinde un homenaje merecido, sino se reafirma como una
institución noble que promueve la cultura y la socialización
del conocimiento. La calidad humana e intelectual de nuestros laureados,
sus aportaciones a la cultura y su contribución al saber los
hace merecedores del reconocimiento público. Que su obra y
su ejemplo se multipliquen para bien de Veracruz y del país.
Bienvenidos Enrique Florescano y José Emilio Pacheco a la Universidad
Veracruzana, su casa desde siempre. |
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