El talento de este multifacético
artista le ha permitido incursionar lo mismo en la pintura, el dibujo
y la escultura, que en el grabado y la literatura. Creador de formación
esencialmente autodidacta, en su larga trayectoria ha sumado numerosas
experiencias de trabajo en diversos lugares del mundo, exposiciones,
premios, reconocimientos, anécdotas y, por qué no
decirlo, extravagancias. Cuevas, a través de la siguiente
conversación, da cuenta de aquello que lo ha caracterizado
como hombre y como artista, y nos habla de sus planes para su vida
futura.
En
la historia del arte mexicano destaca el nombre de José
Luis Cuevas, pintor, grabador y escultor que trascendió
las fronteras de nuestro país para dejar constancia de
su talento en los más importantes museos y galerías
de diversas partes del mundo.
Personaje polémico, a Cuevas no sólo se le conoce
por su virtuosismo en el manejo de la línea y la
mancha, sino también por haber dirigido, junto con
otros creadores como Alberto Gironella, Pedro Coronel y Manuel
Felguérez, la rebelión contra el muralismo, para
conceder paso a las nuevas propuestas artísticas que cambiaron
la trayectoria del arte mexicano.
José Luis Cuevas es protagónico y cosmopolita. Apasionado
y hedonista, aprendió a disfrutar los placeres de su tiempo.
Supo combinar en su vida y su obra lo propio y lo extraño,
y al universalizar su arte emprendió la travesía
por el mundo. Ya sea por el placer de descubrir o por el afán
de conquistar, recorrió innumerables países, cuyas
culturas alimentaron su visión del mundo y su proceso creativo,
no sólo en el ámbito de las artes plásticas
sino también en el terreno literario, ya que sus afanes
protagónicos lo llevaron a la escritura.
Amante de los viajes, de las grandes ciudades, de lo contemporáneo
y la modernidad, José Luis Cuevas ha vivido inmerso en
una sucesión vertiginosa de hechos y acontecimientos que
lo han colocado siempre un paso adelante de su época. También
se le conoce como uno de los precursores del movimiento neofigurativo
y a través de su obra recorrió los pasadizos de
la locura y la soledad, poblados de seres marginales privados
de razón y condenados al aislamiento que habitan en conglomerados
urbanos.
En entrevista, realizada en la Ciudad de México, José
Luis Cuevas se explayó, face to face según sus propias
palabras, para corresponder a nuestro interés, y permitió
que lo escudriñara con preguntas sobre su obra, sobre su
vida pasada, presente y futura, sobre sus logros, sus deseos,
sus enemigos, sus amores, sus fobias, sus hazañas... Habló
también acerca de su interacción con algunos de
los incontables personajes famosos cuyas vidas en algún
momento se cruzaron con la de él.
La conversación con este hombre fuera de serie, interesante
también por sus punzantes y singulares anécdotas,
se desarrolló durante más de dos horas, entre frases
circunspectas y abiertas carcajadas.
Hace muchos años, Carlos
Monsiváis afirmó que estabas muy adelantado a tu
época y que eras un artista del año 2000. ¿Quién
es Cuevas en el 2002?
En el 2002 continúo definitivamente adelantado a mi época.
Éste fue precisamente el tema de una de las grandes exposiciones
que anualmente organiza el Museo José Luis Cuevas, para
la celebración de su aniversario. Esa exposición
se llamó José Luis Cuevas se anticipa a su tiempo
y ocupó todas las salas del museo. Fue una muestra en la
que hubo muchas ideas realmente brillantes y en la que de alguna
manera, a través de las diferentes salas, se daba una idea
de mi trayectoria artística desde mis inicios.
Digamos que era una exposición autobiográfica. Fue
inaugurada por el presidente (Ernesto) Zedillo.
Absolutamente consciente de que me he debatido y he vivido entre
el odio y la admiración, el afecto y el rechazo, en una
sala estaba mi imagen grabada en la que aparezco en una conferencia
de prensa dos días antes de que se inaugurara el Mural
Efímero. Lógicamente aparezco hablando. Ésta
fue una idea de Ximena, mi hija; ella fue quien capturó
esas imágenes. En esa sala había unas pelotas y,
con la misma idea de tírale al negro que hay
en las ferias, se invitaba a las personas que tuvieran algo contra
mí a tomarlas para lanzarlas contra la imagen filmada.
En esta misma grabación aparecían unas chicas jóvenes
muy atractivas vestidas con t-shirts con mi imagen, y ellas gritaban
¡Viva Cuevas! ¡Viva Cuevas!, mientras yo aparecía
hablando. Ximena le quitó el sonido a lo que yo decía,
pero las voces y los gritos de las mujeres sí se oían.
En esa ocasión invité al presidente Zedillo a tomar
una pelota y lanzarla contra mi imagen; le di la pelota pero me
la devolvió explicando que no podía hacerlo puesto
que yo le caía bien y además comentó que
me admiraba. En el patio, junto a mi enorme Giganta de bronce,
pusimos una giganta inflable exacta, que una vez inflada alcanzaba
la misma estatura. Ambas estaban en medio de la multitud alrededor
de dos mil personas que asistió a ese tercer aniversario
del museo. Fue una enorme sorpresa para todos ver surgir a esta
giganta exactamente igual a la original e incluso del mismo color
del bronce. Y fue así como el público pudo ser testigo
de la clonación
de La Giganta.
Fue una exposición en la que aun después de la celebración
se nos seguían ocurriendo ideas y las seguíamos
agregando a la muestra. En cada una de las salas había
unos cubos de plástico, como alcancías o cajas para
votar, para que la gente que pedía autógrafos donara
el suyo al museo, con su nombre lógicamente; así
que todos pedían un autógrafo doble. Yo tenía
que ir todos los días a firmar autógrafos y los
cubos desde luego se llenaban. Todas estas ideas son las mismas
que ahora usan muchos artistas jóvenes alternativos, aunque
con mucho menos sentido del humor. Afirmo que muchas de las cosas
que se me han ocurrido siempre han sido originales.
Recuerdo también que en esa ocasión, en un cuarto
oscuro en el que había una serie de objetos personales
como mis peines pirámide y mis brazaletes
de cuero, se colocaron alrededor de 100 veladoras que en
lugar de la flama tenían unas plumillas de dibujo.
Las veladoras no iluminaban pero cada plumilla aparecía
como si fuera una llama, y el efecto era muy padre.
Había también una especie de serpiente desde la
entrada del museo que recorría todas las salas. Esta serpiente
estaba formada por fotografías mías, no las fotos
de mi rostro que solía tomarme cada día, sino fotografías
haciendo diferentes actividades. Entre ellas había incluso
algunas eróticas en las que yo aparecía en diferentes
posturas con algunas mujeres. Desde luego varias de estas fotos
desparecían, pero tratábamos de renovarlas
constantemente.
Afirmas que Andy Warhol, representante
del Pop Art, así como Fernando Botero con sus esculturas
y pinturas de gordos, deben su gran fama a ideas que se fusilaron
de ti. Platícanos sobre esto
No fue una idea mía sino del editor del libro de Kafka,
Eugene Feldman, quien por cierto era extraordinariamente parecido
al autor de La Metamorfosis. Incluso para el primer libro de Kafka
que ilustré, Feldman posaba para mí.
Feldman era el dueño de la editorial Falcon Press de Filadelfia,
en donde ya trabajaba. En aquel tiempo, Andy Warhol, que aún
no había alcanzado la fama, visitaba periódicamente
a Feldman. Warhol era un dibujante, un ilustrador comercial que
diseñaba zapatos y ropa, había estudiado diseño
gráfico en Filadelfia. Él llegaba, se sentaba, y
siempre lo veía ahí; en fin, lo saludaba y él
estaba muy atento a lo que yo
hacía, aunque su obra no tenía nada que ver con
lo mío. Feldman llegaba
con su camarita y comenzaba a tomarme fotos. Un día me
fui a Nueva York por un lío de faldas con una señora
casada. Cuando regresé, me encontré que Feldman
había ampliado una sola foto mía y repetidamente
había coloreado la misma imagen. No era en serigrafía
como lo hacía Andy Warhol, sino que era una fotografía
ampliada y todas esas imágenes mías las tenía
colocadas en una pared. Me pareció muy padre ese detalle.
Esto fue exactamente en 1957, en noviembre. Recuerdo que estando
tapizada la pared con mi foto repetida apareció Warhol,
se sentó enfrente y estuvo viéndola; no habló
ni dijo absolutamente nada, después se retiró y
se fue. Más adelante se trasladó a Nueva York.
Unos años después, en los setenta, tuve una exposición
en Nueva York y acudió Feldman, con quien me llevaba muy
bien y quien por cierto murió hace tiempo. Él era
judío y con los judíos siempre he tenido una magnifica
relación; es la mejor gente que puede haber, y te recuerdo
que mi abuelo también
era judío.
En esa ocasión, fui a comer con Feldman a un restaurante
cerca de la galería, por Madison Avenue, y le dije que
si ya estaba enterado de la fama extraordinaria que había
alcanzado Andy Warhol. Me dijo que sí y yo le pregunté:
¿Pero te das cuenta de que las Marilyn Monroes y
las soups Campbells salen de mi imagen, de las fotos que tú
me tomaste?. Yes, me contestó. Lo
importante de Andy Warhol es que descubrió una idea que
era tuya, pero no se puede hablar de un plagio ni mucho menos,
porque tú no tenías la idea de hacer una obra alrededor
de esa fotografía. Feldman era un impresor sin pretensiones
de artista y Warhol halló algo que Feldman no encontró,
así que fue Andy el importante. Im sorry Eugene
Feldman dije, aunque haya salido de ti fue él
quien descubrió la idea y es muy importante lo que hizo
Warhol. Me contestó que tenía razón.
¿Y Fernando Botero
?
Ése es un imbécil. Yo no quisiera hablar de ese
idiota. Todo ocurrió porque en 1957 presenté una
exposición de dibujos monumentales, figuras gordas que
exhibí en Nueva York. Botero se fusiló el estilo
e incluso los temas; por ejemplo, su homenaje a Mantegna que yo
había visto en la National Gallery of Art de Washington.
Yo no trataba de encontrar un estilo en la obesidad, ni mucho
menos, sino que los temas me llevaron en aquella ocasión
a las figuras robustas. Botero vio aquella exposición y
no sólo se basó en mis formas para definir su estilo,
sino que también fue por un consejo que yo le di.
Este tipo pesado, que aún no era conocido y que era uno
más de tantos pintores latinoamericanos y a quien
yo nunca consideré de mis grandes amigos, llegó
un día a mi cuarto de hotel de Nueva York donde yo dibujaba.
Botero estaba impresionado por un artista muy malo que tuvo su
media mala hora de éxito, Bernard Bufett. Este artista
hacía figuras magras, flacas, todo lo adelgazaba. Si hacía
una naturaleza muerta todos los objetos que ponía sobre
una mesa eran flacos, magros, siempre tirando a lo delgado. Incluso
si hacía una corrida de toros, el toro era flaco. Bufett
había encontrado su estilo en la delgadez.
Este pintor francés tuvo un éxito fulminante, porque
al igual que el mío, su arte surgió en un momento
de auge del abstraccionismo. Él exhibía su obra
en la prestigiada Galerie de France, en París, y llegó
a exponer en una de las mejores galerías de Nueva York,
cuyo nombre no recuerdo ahora. También aparecía
retratado en el Paris Match, al lado de su Rolls Royce, como hacían
todos los pintores que tenían éxito y se compraban
su castillo al sur de Francia. Todo eso era muy común en
aquella época.
Botero estaba impresionadísimo por el éxito de Bufett,
aunque desde mi punto de vista era un pintor mediocrísimo.
Me decía Botero: ¿Te das cuenta, José
Luis, del enorme éxi-to que está teniendo Bernard
Bufett?. Yo le decía: Qué te importa,
si es un pésimo artista. El francés aparecía
retratado con una escritora que alcanzó una enorme fama,
Francoise Sagan, autora de la novela Bonjour tristesse (Buenos
días tristeza). Ambos eran los jóvenes prodigio,
los consentidos de la sociedad francesa, lo que más adelante
fue el imbécil de Botero, aunque desde luego Bufett era
mucho más interesante.
En aquella ocasión le dije a Botero: Hombre, Fernando,
tengo una idea: si Bufett se hizo famoso por adelgazar sus figuras,
si sus floreros y flores son escuálidos y sus árboles
son muy delgados, piensa en ello, reflexiona, ¿por qué
no pintas gordos?. Hombre, José Luis, lo que
me has dicho me ha dado cuerda y tengo ganas de ponerme a dibujar
enseguida.
¡Que se vaya a dibujar!, pensé, porque
yo estaba trabajando en un cuarto de hotel. Ahí tenía
unas botellas de tinta china y Botero me pidió un poco
para empezar a trabajar. Y, para que te des cuenta de lo imbécil
que era, se puso a vaciar la botella de tinta sobre mi cama. Permanecí
como en las películas del Gordo y el Flaco, en las que
mientras el Flaco comete estupideces, el Gordo lo observa para
comprobar hasta dónde llega su tontería. Botero
sólo comentó: Hombre, te he manchado la cama,
pero tengo muchas ganas de ponerme a dibujar.
Botero no sólo siguió mi idea para lograr el éxito
efímero y pasajero de Bernard Bufett, sino que de mi exposición
en Nueva York tomó mis temas, como los de curas gordos
y dictadores. Por ello, cuando me llamaba por teléfono
evitaba hablarle sobre los temas en los que yo trabajaba. Lo que
más me indignó de todo fue un periodista estúpido
que conoció La Giganta y quien dijo que había allí
una influencia de Botero. Yo podría tener la influencia
de un artista que admiro, comenté en una entrevista para
Proceso, pero para que eso suceda tienes que admirarlo primero.
¡Cómo voy a tener la influencia de este imbécil
que es una especie de artista del jet set, que es a lo que aspiró
siempre!, pero que como artista no tiene absolutamente ninguna
importancia, ningún valor.
Siendo muy joven iniciaste
una guerra contra el muralismo y sus tres gigantes: Siqueiros,
Rivera y Orozco. Señalaste que era más importante
una pequeña acuarela de Paul Klee que todos los metros
cuadrados pintados por Diego Rivera. Un joven rebelde e insolente
derrumbó la dictadura artística de la anquilosada
Escuela Mexicana. ¿Qué piensas hoy de ese logro?
En primer lugar, lo que dije fue definitivamente una exageración.
En aquel tiempo, cuando ataqué duramente a Rivera y a Siqueiros,
se trataba de acabar con una dictadura artística, eliminar
una imposición que definitivamente resultaba molesta. Había
que buscar nuevos rumbos para el arte del país, y no sólo
para la pintura sino para la cultura en general. Lógicamente,
cuando uno combate a un dictador, uno se olvida de sus méritos,
de sus cualidades, y exalta sus defectos. Eso fue lo que hice,
aunque admirara a Diego Rivera y aunque reconociera que tenía
obra verdaderamente espléndida.
Recientemente vi una exposición de Diego Rivera en el Instituto
Veracruzano de Cultura (Ivec), en el puerto de Veracruz. Me pareció
una colección estupenda, una excelente selección
de obras. Diego Rivera fue un magnífico artista, pero en
aquellos momentos no podía decir que era fantástico
porque tenía que atacarlo por todos los flancos, buscando
todas sus partes débiles para lograr el cambio del arte
mexicano. Ahora no podría opinar lo mismo porque eso ya
pertenece a un pasado. Incluso a Siqueiros, quien era de una extraordinaria
originalidad, lo ataqué por pertenecer a la estancada Escuela
Mexicana.
Resulta fácil identificar
las influencias de Rivera y Orozco. El arte de Orozco se deriva
del expresionismo alemán y el de Rivera de Paul Cezanne,
Paul Gauguin, etcétera. Sin embargo, la obra de Siqueiros
fue de una originalidad verdaderamente extraordinaria. ¿De
dónde surgió el arte de Siqueiros?
Fue un artista en cuya obra es difícil encontrar la influencia
de otros. En cambio él sí ha influido en otros artistas,
sobre todo en el expresionismo abstracto, en Jackson Pollock,
en la expresión del abstracto norteamericano.
Todo eso me lo guardé, nunca lo dije, para hablar más
que nada de sus defectos, que también tenían, y
muchísimos. No todo lo que hizo Diego Rivera fue bueno,
y yo sólo hablé sobre lo malo, sobre esa cosa estúpida
del folklorismo superficial; sin embargo, nada de eso hay en la
colección espléndida de Rivera que resguarda el
Ivec.
Perturbaste el orden público
con tu Mural Efímero, destruiste la cortina de nopal; tu
imaginación está poblada de prostitutas, seres en
agonía y enfermos mentales; tu arte se regodea en la maldad,
la locura y la fealdad. ¿Por qué ejerce tanta fascinación
en ti lo horrible, lo insano y lo monstruoso?
Desde luego, si hablamos de manicomios podemos hablar de una época
antigua de mi obra, cuando iba al manicomio y dibujaba a los enfermos
mentales, aunque después hubo un retorno al tema de la
locura en los sesenta cuando ilustré al Marqués
de Sade. Cuando lo ilustré claro que ya había leído
sus obras, Los crímenes del amor, Justine, Juliette
pero de todos modos quise situar al Marqués de Sade en
el manicomio, en el hospital psiquiátrico de Charenton,
donde él estuvo internado como un castigo a su vida licenciosa.
Por cierto, él realizó allí representaciones
teatrales con los locos como actores; incluso una obra del alemán
Peter Weiss, La muerte de Marat, fue representada en ese hospital
psiquiátrico.
Ahora, aquél es un lugar desolado, cuyos planos, por cierto,
sirvieron de modelo para construir La Castañeda; así
que cuando yo entré al manicomio francés y caminé
por los pasillos y las celdas fue como si hubiera entrado a La
Castañeda. Son las extrañas coincidencias que se
dan. Así que cuando vuelvo a los niveles de la locura es
a través del Marqués
de Sade.
En 1954 dibujé varios retratos de Ezra Pound, internado
en el sanatorio Saint Elizabeth de Washington por traición
a la patria. Ezra, como tú sabes, es considerado el más
grande poeta americano del siglo xx. Él sentía una
gran admiración por Italia y en la época de la Segunda
Guerra Mundial fue un gran admirador de Mussolini. Era fascista
y a través de la radio hacía propaganda antiamericana
a favor del fascismo. En tiempos de guerra esto era grave. Entonces,
¿qué hacer con el más grande poeta que traiciona
a la patria? Una traición tal significa pena de muerte
en la silla eléctrica, por lo que prefirieron declararlo
loco y mantenerlo internado. Después salió de ahí,
regresó a Italia y murió
en Venecia.
Yo llegué a verlo en su celda en un día de agosto
con un calor infernal, no el calor agradable de un clima como
el del puerto de Veracruz o de Mérida, sino en un auténtico
infierno (por supuesto aún no existía el horrendo
aire acondicionado). Yo llevaba una camisa delgada y me moría
de calor, él estaba sentado en su cama con un sarape encima
con ese calor espantoso. Ezra había aceptado que fuera
a dibujarlo a su celda. Ahí le pregunté: Mister
Pound. ¿no siente calor?, y me dijo: nunca
siento calor, fue todo lo que hablé con él.
Lo dibujé como lo hacía con los catatónicos,
que son los más fáciles para dibujar porque están
quietos viendo sólo un punto fijo. Para mí fue como
estar frente a un enfermo mental, un catatónico, y yo era
muy joven, tenía 20 años de edad. Cuando terminé,
le pregunté si deseaba ver su retrato y me contestó
que no. Le dije: Glad to meet you, mister Pound y
me fui.
En una entrevista reciente
con Cristina Pacheco, en el Canal 11, comentaste que puedes dibujar
de todo menos burros y camellos.
¿Por qué?
Bueno, ésta es una limitación mía dentro
del dibujo porque sí puedo dibujar toda clase de animales,
por supuesto. No tengo ningún problema para dibujarlos,
incluso tengo dibujos antiguos sobre la anatomía de los
animales, pero curiosamente nunca logré dibujar burros
y camellos. Y esto lo descubrí cuando estaba en Nueva York
y fui llamado por una editora de libros Limited Editions
Club- para bibliófilos en los que ha trabajado todo mundo.
En la colección de esta editora aparece, ilustrado con
dibujos, por ejemplo el Ulises de Joyce, y existen libros editados
por Picasso y otros pintores famosos.
La editora llama a alguien para que ilustre a algún autor
y Shetfrin, el dueño, me invitó a hacer un libro
con él. Teníamos que escoger al autor pero ya prácticamente
todos estaban ilustrados, incluso Franz Kafka, cuya obra ilustré
anteriormente y fue la primera vez que trabajé en los Estados
Unidos. Empecé entonces a sugerir a varios autores que
me interesaban, ya que tenía una lista de algunos, como
Los Cantos de Maldoror de Lautréamont, pero éste
ya había sido ilustrado por un surrealista, me parece que
Max Ernst. Sin embargo, Shetfrin me sugirió a Elías
Canetti que acababa de ganar el premio Nobel, con el libro Las
voces de Marraquesh, y me pidió que lo leyera para ver
si me interesaba.
Tenía mi estudio en Nueva York, cerca de Washington Square,
me puse a leer y todos eran cuentos en los que aparecían
camellos y burros. Intenté dibujarlos a mi estilo pero
nunca me salieron. Pude haber intentado dibujar un burro o un
camello con un estilo muy acadé-mico, pero no hubiera tenido
chiste.
Le devolví el libro a Shetfrin y le dije que me daba por
vencido, porque en todos los relatos aparecían estos camellos
y burros y, por consiguiente, tuve que buscarme otro autor. Elegí
a alguien poco conocido en los Estados Unidos, un uruguayo que
se suicidó y que perteneció a una familia de suicidas.
En estos autores me intereso mucho, no tanto por su obra como
por su vida, su biografía, y en el caso de Horacio Quiroga,
el uruguayo, su vida era trágica y terrible. Él
escribió historias verdaderamente extrañas en medio
de la selva. Sin embargo, me argumentaron que no había
versión de tal libro en inglés.
Me sugirieron La metamorfosis de Kafka, cuyas demás obras
como El proceso y El castillo ya estaban ilustradas;
incluso yo mismo ilustré La Metamorfosis anteriormente,
en 1957. Shetfrin insistió en que su editorial no la tenía
ilustrada y, aunque me dio mucha pereza volver a hacerlo, se me
ocurrió ilustrar lo que Kafka no cuenta, es decir, el proceso
de la metamorfosis. Cuando el autor empieza el libro dice: Después
de una noche agitada, Gregorio Samsa [que es el personaje principal,
como tú sabes] despierta convertido en un insecto,
pero en ningún momento relata la pesadilla terrible que
debió vivir Gregorio durante la noche mientras se metamorfoseaba.
El libro se hizo y pude salir de este compromiso. Me advirtieron
que Max Brod, el amigo de Kafka que heredó su obra y la
dio a conocer, prohibió en su testamento a los futuros
ilustradores de La metamorfosis la representación del animal.
Creo que esto se debe también a la religión judía,
ya que ésta no permite la reproducción gráfica
de animales. De hecho en uno de mis grabados iba representado
el bicho, el personaje hecho insecto, pero aunque deslicé
el grabado, éste fue retirado, pues la mayoría de
los clientes de Shetfrin eran judíos, como él. En
esos grabados aparecía la hermana tocando el violín,
los padres reunidos en la mesa comiendo, pero no resultó
fácil ilustrar La metamorfosis sin dibujar el insecto.
No obstante salí del aprieto.
Para publicitar tu Mural Efímero, Miguel Capistrán
te sugirió el lanzamiento de unos cigarros que llevarían
tu nombre, la cajetilla con un autorretrato tuyo, tu firma sería
el logo, el diseño lo haría Vicente Rojo y el lema
sería Cuevas en la boca de todos. ¿Por
qué no llevaste a cabo este proyecto?
Bueno, esto está totalmente desconectado, nada tiene que
ver con el Mural Efímero. Surgió después
del Mural Efímero y fue efectivamente Miguel Capistrán
el que estableció la relación con la tabacalera
que fabricaba los cigarros Raleigh y otras marcas. La idea era
verdaderamente espléndida porque yo iba a manejar toda
la publicidad de esta marca de cigarrillos. Se llegó a
hacer el diseño de la cajetilla basada en un dibujo mío,
pero el diseño lo hizo Vicente Rojo. Tenía la aceptación
de casi todos, pero había un español que era uno
de los principales ejecutivos de la fábrica de cigarros,
quien desde un principio se opuso a que se hiciera este producto.
Él me dijo: No creo que usted sea lo suficientemente
famoso como para que se produzca esta marca de cigarrillos,
y aseguró que no iban a tener ninguna demanda, quizá
porque yo le caía mal, aunque sin llegar al odio. Era un
gordo español bastante tonto.
Yo le dije: Mire, le voy a sugerir que haga algo: mande
a sus empleados para que hagan una encuesta en el país
sobre quién es Raleigh y sobre quién es José
Luis Cuevas; tenga la plena seguridad de que todos van a decir
que no saben quien es Raleigh y habrá muchos que sí
saben quién soy yo. Este argumento me pareció
absolutamente contundente, pero el individuo creyó que
me estaba burlando de él.
El proyecto no se hizo y fue una lástima porque estaba
avanzadísimo. Se trabajó mucho en esto y el entusiasmo
de la gente que manejaba la publicidad era increíble. Yo
encabecé las reuniones en las salas de juntas planeando
cómo se iba a llevar a cabo la publicidad, la cual no iba
a ser costosa, puesto que eran ideas que podrían considerarse
artísticas, válidas estéticamente.
No se hizo y lo lamenté
porque pude haberme hecho extraordinariamente rico.
Años después me encontré al español
en Acapulco y ahí me dijo que yo tenía razón,
que los cigarrillos pudieron haber sido un éxito.
¿No crees que todavía
lo podrías intentar?
No, ya no. Si las cosas no se hacen en su momento no se pueden
retomar. Cuando me llaman y me dicen: Oye, ¿quisieras
hacer un mural efímero?, les contesto que no. Ya
ves que hasta tener que repetir las ilustraciones de Kafka me
mortificó mucho.
En el patio del Museo José
Luis Cuevas se encuentra La Giganta, un bronce que pesa ocho toneladas
y mide ocho metros de altura. ¿Cómo se gestó
la idea de esta fantástica escultura?
Cuando en el museo se inició el trabajo de restauración,
se levantó el piso del patio y comenzaron a salir cientos
de ratas, ratas por todos lados. Una mañana llegué
y no llevaba mis lentes no veo de lejos; de pronto
vi una pirámide negruzca en el centro del patio y pregunté
qué era eso. Me explicaron entonces que era un gran cerro
formado con un número increíble de ratas que los
trabajadores habían matado. Entonces dije: aquí,
en este sitio, voy a erigir una escultura que sea de gran tamaño.
Fue así como surgió la idea de La Giganta.
Dices que tus enemigos han
sido una magnífica fuente de inspiración para tus
obras y haces apuntes sobre ellos. ¿Cómo detectas
a un individuo que te odia?
Recuerdo una vez que una mujer bella que dijo admirarme, aunque
creo que en realidad no conocía mucho mi trabajo, me expresó:
José Luis, yo quisiera que tú me pintaras
y me hicieras un retrato. Contesté que si ella supiera
cómo la veía, no se acercaría para que la
pintara. Con eso quise decir que no iba a ver lo externo, lo bonito,
sino que iba a buscar en su interior, por lo que el resultado
podía ser una figura
monstruosa.
El rechazo de una persona es algo que detecto de inmediato y nunca
me he equivocado. Incluso dentro de las mismas personas que me
rodean, entre la gente que me frecuenta, surge en mí una
especie de sospecha de que alguien puede ser un traidor y nunca
me equivoco porque esa persona acaba siéndolo. Pero no
sólo detecto lo negativo, sino también lo positivo.
Una persona que me inspira una simpatía grande, que me
inspira un afecto inmediato, generalmente será una persona
que durante mucho tiempo será mi amiga.
Puedo detectar el bien y el mal en las personas. Al traidor lo
descubro en su mirada auque haya una sonrisa que pretende ser
afectuosa. También sé que esos odios gratuitos surgen
de la envidia de los otros.
Bertha fue tu mujer, tu amante,
tu amiga, tu cómplice, tu confidente, tu compañera.
Para ti ha sido muy difícil haber perdido a tu esposa.
Si pudieran devolverte a Bertha ahora, ¿qué cambiarías
en tu relación
con ella?
Haría antes que nada un examen de conciencia, para no cometer
los errores que ahora tanta culpa me han ocasionado. Como leíste
en la revista Quién, en la que digo que hay mucha culpa,
los sentimientos de culpa son parte del duelo. Si Bertha regresara,
que es imposible pero lo estamos imaginando, trataría de
ser todavía mejor. A pesar de ciertas infidelidades, de
ciertas circunstancias que se fueron dando en una relación
de tantos años, trataría de estar más cerca
de ella y prometería serle fiel.
Mantienes buenos hábitos
en tu vida, fumas poco y sin dar el golpe, no tomas café,
comes con mesura, sin embargo, siempre has abusado de tu sexualidad.
¿No es
paradójico?
De la sexualidad no puedes abusar. Si quisiera ejercerla con mayor
frecuencia y con una variedad de mujeres llegaría el momento
en que no podría cumplirles. Definitivamente la sexualidad
tiene un límite y la mía es absolutamente normal.
Tampoco he sido un buscador de romances, las cosas se han dado.
Generalmente espero que la iniciativa surja de las mujeres y no
de mí, porque no podría resistir el rechazo de una
de ellas.
Si pudieras dar marcha atrás
al tiempo, ¿qué cambiarías?
Nada. Sólo cambiaría con relación a Bertha.
Trataría de ser mejor esposo. Por todo lo demás
no me arrepiento de nada. ¿Cómo podría yo
arrepentirme de andar con mujeres casadas si son fascinantes?
Has obtenido mucho de la vida,
te has realizado como artista y escritor, has alcanzado la fama,
formaste una bonita familia, has seducido a muchas mujeres bellas...
sin embargo, has expresado que no logras ser feliz. Si un genio
te con-cediera tres deseos, ¿qué pedirías?
En principio, yo nunca seduje a ninguna mujer, ellas lo hicieron
por mí. Y respecto a mis deseos, yo pediría morir
a una edad muy avanzada y que por alguna extraña razón
no perdiera mis capacidades creativas ni mis capacidades sexuales.
Estos son mis tres deseos: vivir mucho, conservar la sexualidad
intacta y mantener la capacidad creativa íntegra.
Una vez afirmaste que México
era un país de amordazados, que acá todo es secreto
y se silencia, y que por ese motivo tú hablas tanto y dices
tus verdades a grito pelado. ¿Continúas con esa
tónica?
Sí, absolutamente. Hay ciertas cualidades mías que
surgieron en la adolescencia pero que de alguna manera continúan
normando mi vida, mi conducta.
¿Has pensado en dejar
la Ciudad de México para radicar en provincia? ¿Verías
a Xalapa como una buena alternativa?
Sí, definitivamente, pero más que Xalapa consideraría
el puerto de Veracruz, que me resulta absolutamente fascinante.
En Veracruz conocí el mar y desde entonces surgió
en mí una especie de fijación por el puerto, además
es como una ciudad europea, como Niza. Varias ciudades me agradan
y Xalapa me gusta, pero el problema ahí es el clima. Yo
no puedo vivir en lugares en donde llueve mucho, hace frío
y se dan cambios bruscos de temperatura. Si Xalapa tuviera el
clima de Veracruz sería fantástica. Entonces sí
pensaría en Xalapa para vivir.