Comedia
en cuatro actos
Personajes
Aleksándr Vladímirovich Serebriakov, profesor retirado.
Elena Adréievna, su mujer, de 27 años de edad.
Sofía Aleksándrovna (Sonia), su hija del primer
matrimonio.
María Vasílievna Voinitskaia, viuda de un alto funcionario,
madre de la primera mujer del profesor.
Iván Petróvich Voinitsky, el hijo de ésta.
Mijaíl Lvóvich Ástrov, médico.
Ilyá Ilyích Teleguin, terrateniente empobrecido.
Marina (Ñaña),vieja niñera.
Un peón.
[La
acción se desarrolla en la finca de Serebriakov.]
Acto
Primero
Un
jardín. Se ve una parte de la casa con la terraza. En la
avenida, bajo un viejo álamo, una mesa servida para el
té. Bancos, sillas; sobre un banco una guitarra. No lejos
de la mesa un columpio. Son más de las dos de la tarde
de un día nublado. Marina, vieja fofa y lenta, está
sentada al lado del samovar tejiendo una media. Ástrov
va y viene cerca de ella.
Marina
(llenando un vaso con té): Toma, padrecito.
Ástrov (acepta el vaso con displicencia): No tengo muchas
ganas.
Marina: ¿Tomarías un poco de vodka?
Ástrov: No. No bebo vodka todos los días. Además,
el tiempo es sofocante. (Pausa.) Ñaña, ¿cuántos
años hace que nos conocemos?
Marina (reflexionando): ¿Cuántos?
Dios me
dé memoria
Llegaste aquí, a estos lugares
¿cuándo fue? Aún vivía Vera Petrovna,
la madre de Sóniechka. Nos has visitado durante dos inviernos
cuando todavía estaba viva
Entonces, habrán
pasado unos once años. (Después de pensar un poco.)
O a lo mejor más
Ástrov: ¿He cambiado mucho desde entonces?
Marina: Mucho. En esa época eras joven, hermoso, pero ahora
has envejecido. Tu hermosura ya es otra. Y hay que agregar que
bebes bastante.
Ástrov: Sí
En diez años me he vuelto
otro hombre. ¿Y cuál es la razón? Exceso
de trabajo, ñaña. De la mañana a la noche,
siempre de pie, sin un momento de paz, y de noche, acostado bajo
las cobijas, temo todo el tiempo que me saquen de la cama para
ir a ver a un enfermo. En todo el tiempo que nos conocemos no
he tenido un solo día de descanso. ¡Como para no
envejecer! Además, la vida de por sí es aburrida,
tonta, mísera
Lo traga a uno esta vida. Por todo
el derredor no hay más que chiflados, todos son unos chiflados;
si se vive con ellos un par de años, poco a poco, sin darse
cuenta uno mismo se vuelve chiflado. Es un destino inevitable.
(Retorciéndose sus largos bigotes.) Mira qué enormes
bigotes
¡Qué bigotes estúpidos! Soy
un chiflado, ñaña
Tonto no me he vuelto todavía,
el cerebro funciona normalmente, a Dios gracias, pero mis sentimientos
se han embotado. Nada deseo, nada necesito, a nadie quiero. Bueno,
quizá a ti solamente. (Le da un beso en la cabeza.) En
mi infancia tuve una ñaña igual que tú.
Marina: ¿Quieres comer algo?
Ástrov: No. En la tercera semana de Cuaresma me fui a Málitskoie,
a causa de la epidemia. Una epidemia de tifus exantemático
En las chozas había enfermos a montones, mugre, mal olor,
humo, terneros tirados en el suelo junto a los enfermos
,
lechones
Trabajé todo el día, sin sentarme
ni un minuto, sin probar bocado y cuando llegué a casa
ni siquiera entonces pude descansar. Habían traído
a un señalero del ferrocarril; bueno, lo puse en la mesa
para operarlo, pero se murió bajo el cloroformo. Y justamente
cuando menos lo deseaba, despertaron mis sentimientos, me oprimió
la conciencia como si lo hubiese matado deliberadamente
Me senté, cerré los ojos así
y pensé: aquellos que vivirán dentro de cien o doscientos
años, para quienes estamos abriendo el camino ahora, ¿tendrán
una palabra bondadosa al recordarnos? ¡Pues, no, ñaña,
no la tendrán!
Marina: La gente no la tendrá, pero Dios sí.
Ástrov: Gracias, ñaña. Bien dicho.
(Entra Voinitsky.)
Voinitsky (llega de la casa; ha dormido una siesta y está
algo desaliñado; se sienta en un banco y arregla su elegante
corbata): Sí
(Pausa.) Sí
Ástrov: ¿Dormiste bien?
Voinitsky: Sí
Muy bien. (Bosteza.) Desde que el profesor
vino a instalarse aquí con su mujer, mi vida ha salido
de sus rieles
Duermo a destiempo, en el almuerzo y en la
cena como platos raros, bebo vino
¡Esto no es sano!
En otros tiempos no tenía ni un minuto libre, yo y Sonia
trabajábamos como condenados, mientras que ahora trabaja
únicamente Sonia; en cuanto a mí, duermo, como,
bebo
¡No está bien!
Marina (meneando la cabeza): ¡Qué hábitos!
El profesor se levanta a las doce, mientras tanto el samovar hierve
desde temprano esperándolo. Antes que llegaran ellos nuestra
comida principal era a mediodía, como hace todo el mundo,
ahora es siempre después de las seis. De noche el profesor
lee, escribe y de pronto, pasada la una, toca el timbre
¡Cielos! ¿Qué sucede? ¡Pues nada, quiere
té! Hay que despertar a la gente, preparar el samovar
¡Qué hábitos!
Ástrov: ¿Se quedarán mucho tiempo todavía?
Voinitsky (silbando): Cien años. El profesor ha decidido
instalarse aquí.
Marina: ¿Ven? Lo mismo pasa ahora. Hace dos horas que está
servido el samovar, pero ellos se han ido de paseo.
Voinitsky: Ya vienen
, ya vienen
No te alteres.
(Se
oyen voces; del fondo del jardín regresan del paseo Serebriakov,
Elena Andréievna, Sonia y Teleguin.)
Serebriakov:
Admirable
, admirable
El paisaje es maravilloso.
Teleguin: Extraordinario, excelente.
Sonia: Papá, mañana iremos a la plantacíón
forestal, ¿quieres?
Voinitsky: ¡Vengan a tomar el té!
Serebriakov: ¡Amigos míos, sean buenos, mándenme
el té al escritorio! Debo hacer un par de cosas todavía.
Sonia: Estoy segura que la plantación te gustará
(Elena
Andréievna, Serebriakov y Sonia entran en la casa; Teleguin
se acerca a la mesa y se sienta junto a Marina.)
Voinitsky:
¡Tenemos un día de calor sofocante pero nuestro gran
sabio está con sobretodo, chanclos, paraguas y guantes!
Ástrov: Y
se cuida.
Voinitsky: ¡Pero ella, qué bonita es! ¡Qué
bonita! ¡En mi vida he visto una mujer más hermosa!
Teleguin: Maria Timoféievna, ¿sabe? Me siento inefablemente
dichoso, sea paseando por el frondoso parque sea mirando esta
mesa. El tiempo es delicioso, cantan los pajaritos, convivimos
todos en paz y armonía, ¿qué más podríamos
desear? (Recibiendo el vaso con té.) ¡Sumamente agradecido!
Voinitsky (soñador): ¡Sus ojos!
¡Es una
mujer maravillosa!
Ástrov: Cuéntanos algo, Iván Petróvich.
Voinitsky (sin ganas): ¿Qué quieres que te cuente?
Ástrov: ¿No hay nada nuevo?
Voinitsky: Nada. Todo es viejo. Yo soy el mismo de antes, hasta
quizá peor, ya que me he vuelto perezoso; no hago nada,
rezongo solamente como una vieja. En cuanto a mi maman, la vieja
cotorra sigue siempre con el tema de la emancipación femenina;
tiene un ojo en la tumba y otro en libros sabios buscando el amanecer
de una nueva vida.
Ástrov: ¿Y el profesor?
Voinitsky: ¿El profesor? Como siempre, escribiendo en su
escritorio desde la mañana hasta altas horas de la noche.
«Tensa la mente, fruncido el entrecejo, odas escribimos
y escribimos, sin oír jamás elogios, ni para ellas
ni para nosotros.»l ¡Pobre papel! Haría mejor
en escribir su autobiografía. ¡Qué tema espléndido!
Imagínate: un profesor retirado, un viejo secote, una especie
de pez descarnado
con reumatismo, gota, jaqueca, con el
hígado hinchado por los celos y la envidia
Bueno,
pues este secote vive en la finca de su primera mujer, muy a pesar
suyo, porque no tiene los medios para vivir en la ciudad. Siempre
se queja de sus desgracias, aunque en realidad es sumamente feliz.
(Excitado.) ¡Piensa un poco en la suerte que ha tenido!
Un seminarista, hijo de un simple sacristán, consigue un
diploma universitario, una cátedra, le dicen «excelencia»,
es yerno de un senador, etc., etc. Por lo demás, todo esto
no tiene importancia. Pero fíjate: este hombre, durante
veinticinco años lee y escribe sobre arte, sin comprender
nada de arte. Durante veinticinco años masca pensamientos
ajenos sobre el realismo, el naturalismo y otras tonterías
similares; veinticinco años en los cuales lee y escribe
sobre cosas que las personas inteligentes conocen desde hace tiempo
y que a los tontos no interesan; quiere decir que durante veinticinco
años no ha hecho más que perder el tiempo. ¡Y
con eso qué suficiencia! ¡Cuántas pretensiones!
Ahora se ha jubilado, pero no lo conoce ni un alma, es totalmente
desconocido; quiere decir que durante veinticinco años
ha estado ocupando un puesto que no le correspondía. Sin
embargo, míralo: ¡se pavonea como un semidiós!
Ástrov: ¡Vamos! Me parece que le tienes envidia.
Voinitsky: ¡Sí, le envidio! ¡Y qué éxito
con las mujeres! Ningún don Juan ha conocido un éxito
tan rotundo. Su primera mujer, mi hermana, un ser admirable, dulce,
pura como este cielo azul, noble, generosa, que tuvo más
admiradores que él alumnos, lo quiso como sólo pueden
querer los ángeles a seres tan puros y admirables como
ellos mismos. Mi madre, su suegra, lo adora hasta hoy, y todavía
le tiene un santo terror. Su segunda mujer, hermosa, inteligente
acaban de verla, se casó con él cuando
ya era viejo, le entregó su juventud, su belleza, su libertad,
su brillo. ¿Por qué? ¿En virtud de qué?
Ástrov: ¿Le es fiel al profesor?
Voinitsky: Desgraciadamente, sí.
Ástrov: ¿Por qué desgraciadamente?
Voinitsky: Porque esta fidelidad es falsa de cabo a cabo. Hay
en ella mucha retórica pero poca lógica. Engañar
a un marido viejo y a quien se detesta, es una inmoralidad; pero
ahogar en sí la pobre juventud y los sentimientos vivos,
eso no es inmoral.
Teleguin (con voz llorosa): Vania, no me gusta que hables así.
¡Qué cosas dices! El que engaña a su mujer
o a su marido es una persona infiel y por lo tanto hasta puede
llegar a traicionar a la patria.
Voinitsky: ¡Cierra el pico, Wafle!
Teleguin: Permíteme, Vania. Mi mujer se fugó con
su bien amado el día después de nuestra boda a causa
de mi físico poco atrayente. A pesar de eso yo no abandoné
mis obligaciones. La quiero hasta ahora, le soy fiel, la ayudo
en lo que puedo y he gastado mi fortuna en la educación
de las criaturitas que ella tuvo con el hombre que amaba. He perdido
la felicidad, es cierto, pero me queda mi orgullo. ¿Y ella?
Su juventud ya pasó, su belleza, según la ley natural
se ha marchitado, el hombre que quiso ha muerto
¿Qué
le queda, entonces?
(Entran
Sonia y Elena Andréievna; minutos después entra
Marina Vasilievna con un libro, se sienta y lee; le sirven té
que bebe sin mirar.)
Sonia
(rápidamente a Marina): Ñaña, han llegado
unos mujiks. Anda, habla con ellos. Yo serviré el té
(Vierte el té.)
(Marina
sale; Elena Andréievna toma su taza y bebe sentada en el
columpio.)
Ástrov (a Elena Andréievna): Vine a ver a su marido.
Usted me escribió que estaba muy enfermo, con reumatismo
y no sé qué más, pero resulta que está
sanísimo.
Elena Andréievna: Anoche estaba deprimido, se quejaba de
dolores en las piernas, pero hoy parece estar bien
Ástrov: Y yo me hice treinta kilómetros a todo galope
Bueno, no importa, no sería la primera vez. Pero, eso sí,
pasaré la noche en su casa y dormiré quantum satis.
Sonia: ¡Espléndido! Son tan raras las veces que usted
pasa la noche aquí. ¿No habrá comido, supongo?
Ástrov: No, no he comido.
Sonia: Entonces comerá con nosotros. Ahora lo hacemos un
poco después de las seis. (Toma un sorbo de té.)
¡Está frío!
Teleguin: La temperatura del samovar ha bajado notablemente.
Elena Andréievna: No importa, Iván Ivánovich,
lo tomaremos frío.
Teleguin: Perdone
Iván Ivánovich, no
Me llamo Ilyá Ilyích Teleguin, o como me llaman
algunos por las marcas de viruela en la cara: Wafle. En su tiempo
fui padrino de bautismo de Sonia; su excelencia, su esposo, me
conoce muy bien. Ahora vivo aquí, en esta finca
Quizá
se haya dignado observar que como con ustedes todas las noches.
Sonia: Ilyá Ilyích es nuestra ayuda, nuestro brazo
derecho. (Tiernamente.) Venga, padrino, le voy a dar más
té.
María Vasílievna: Olvidé decir a Aleksándr
Estoy perdiendo la memoria
Recibí hoy una carta de
Pável Alekséievich, de Járkov, nos manda
su nuevo folleto.
Ástrov: ¿Es interesante?
María Vasílievna: Sí, es interesante, pero
algo extraño. Refuta ahora lo que defendía hace
siete años. ¡Es terrible!
Voinitsky: No tiene nada de terrible. Tome su té, maman.
María Vasílievna: ¡Pero yo quiero hablar!
Voinitsky: Hace ya cincuenta años que hablamos, hablamos,
leemos folletos
Es hora de terminar con eso.
María Vasílievna: No comprendo por qué te
disgusta oírme hablar. Perdóname, Jean, pero en
estos últimos años has cambiado tanto que ya no
te reconozco
Eras antes una persona de convicciones definidas,
una personalidad luminosa
Voinitsky: ¡Oh, sí! Una personalidad luminosa que
no ilumina a nadie
(Pausa.) Personalidad luminosa
¡Imposible burlarse con más veneno! Tengo cuarenta
y siete años. Hasta el año pasado, yo, al igual
que ustedes, me engañaba deliberadamente con toda esta
escolástica para no ver la vida real y creía que
hacía bien. ¡Pero ahora, si supieran! Me paso las
noches sin dormir por despecho, de rabia por haber perdido tan
estúpidamente el tiempo, cuando podría haber tenido
todo lo que la vejez me niega ahora.
Sonia: ¡Tío Vania, qué aburrido!
María Vasílievna (a su hijo): Pareces acusar de
algo a tus convicciones anteriores
Pero las culpables no
son ellas, sino tú mismo. Te olvidabas que las convicciones,
por sí solas, no son nada, letras muertas
Había
que obrar.
Voinitsky: ¡Obrar! No todos son capaces de ser un perpetuum
mobile escribiente como su Herr Professor.
María Vasílievna: ¿Qué quieres decir
con eso?
Sonia (suplicante): ¡Abuelita! ¡Tío Vania!
¡Les suplico!
Voinitsky: Me callo. Pido disculpas y me callo.
(Pausa.)
Elena
Andréievna: Qué tiempo tenemos
No hace calor
(Pausa)
Voinitsky:
Con un tiempo así sería bueno ahorcarse.
(Teleguin afina la guitarra. Marina anda alrededor de la casa
llamando a las gallinas.)
Marina:
Pío, pío, pío
Sonia: Ñániechka, ¿para qué vinieron
los mujiks?
Marina: Lo de siempre, por ese terreno sin cultivar. Pío,
pío, pío
Sonia: ¿A cuál llamas?
Marina: La pinta, se fue con los pollitos; con tal que no se los
lleven los cuervos
(Sale.)
(Teleguin
toca una polca; todos escuchan en silencio. Entra un peón.)
Peón:
¿El señor doctor está aquí? (A Ástrov.)
Sírvase venir, Mijaíl Lvóvich, han venido
a buscarlo.
Ástrov: ¿De dónde?
Peón: De la fábrica.
Ástrov (con fastidio): Mil gracias. Y bueno, tendré
que ir
(Busca su gorra con los ojos.) ¡Demonios, qué
fastidio!
Sonia: Realmente, ¡qué desagradable!
Pero,
de la fábrica podría volver acá.
Ástrov: No, sería tarde ya
No, sería
tarde
(Al peón.) Mira, amigo, en este caso, tráeme
un poco de vodka. (El peón sale.) Y no
, sería
tarde
(Encuentra su gorra) En una obra de Ostróvsky
hay un personaje con un gran bigote y poca capacidad
Pues
soy yo. Bueno, señores, mis respetos
(A Elena Andréievna.)
Me alegraría sinceramente que me visitara con Sofía
Aleksándrovna algún día. Mi finca es pequeña,
sólo tiene unas treinta hectáreas, pero si eso le
interesa, hay un jardín y un vivero modelo como no hallará
ni a mil leguas a la redonda. Al lado hay un bosque nacional
El guardabosques es viejo, está siempre enfermo, de modo
que, en realidad, soy yo quien me ocupo de todo.
Elena Andréievna: Sí, ya me habían dicho
que le gustan mucho los bosques. Claro, puede ser muy útil,
¿pero no interfiere con su verdadera vocación? Al
fin y al cabo, usted es médico.
Ástrov: Sólo Dios sabe cuál es nuestra verdadera
vocación.
Elena Andréievna: ¿Y es interesante?
Ástrov: Sí, es una obra interesante.
Voinitsky (con ironía): ¡Muy interesante!
Elena Andréievna (a Ástrov): Usted es joven todavía
Aparenta unos
treinta y seis-treinta y siete años
y quizá eso no sea tan interesante como usted dice. Bosques
y más bosques; me parece muy monótono.
Sonia: No, es sumamente interesante. Cada año, Mijaíl
Lvóvich planta nuevos bosques: ya le han dado una medalla
de oro y un diploma. Está haciendo gestiones para evitar
que destruyan los bosques viejos. Si lo escuchara estaría
totalmente de acuerdo con él. Dice que los árboles
son el adorno de la tierra, que enseñan al hombre a comprender
lo hermoso y le infunden cierto espíritu de grandeza. Los
bosques suavizan los climas severos; en los países donde
el clima es dulce se gastan menos energías en la lucha
con la naturaleza y, por lo tanto, también las personas
son más suaves y tiernas; allí la gente es hermosa,
ágil, se excita con facilidad, conversa con elegancia,
se mueve con gracia. Florecen entre ellos las artes y las ciencias,
su filosofía no es sombría, tratan a la mujer con
elegante nobleza
Voinitsky (riendo): ¡Bravo!
Todo eso es muy bonito
pero poco convincente, de modo que (a Ástrov) amigo, con
tu permiso seguiré quemando leña en las estufas
y haré mis cobertizos con madera.
Ástrov: Podrías quemar turba en las estufas y construir
los cobertizos de piedra. Bueno, admito que se talen los bosques
por necesidad, pero ¿para qué destruirlos? Los bosques
rusos crujen bajo el hacha, perecen millones de árboles,
quedan devastadas las moradas de animales y pájaros, los
ríos disminuyen en caudal, se secan; hermosos paisajes
desaparecen irremisiblemente y todo eso porque el hombre es perezoso
y le falta la sensatez necesaria para agacharse y levantar su
combustible del suelo. (A Elena Andréievna.) ¿No
es verdad, señora? Hay que ser un salvaje insensato para
quemar toda esa belleza en una estufa, destruir aquello que no
podemos crear. El hombre está dotado de raciocinio y de
fuerza creadora para multiplicar lo que se le ha dado, pero hasta
ahora no ha creado, sólo destruye. Hay cada vez menos bosques,
los ríos se secan, la caza está exterminada, el
clima se ha deteriorado y día a día, la tierra se
vuelve más pobre y más fea. (A Voinitsky.) ¿Ves?,
me miras con ironía, todo lo que digo te parece poco serio
Y tal vez sea en realidad una chifladura, pero cuando paso junto
a los bosques que he salvado del hacha, o cuando oigo susurrar
a los jóvenes árboles plantados con mis propias
manos, comprendo que en cierta manera tengo poder sobre el clima
y que si dentro de mil años el hombre es feliz lo deberá
un poco a mí. Cuando planto un abedul y veo luego cómo
brota y se mece en el viento, mi alma se llena de alegría
(Notando al peón que trae una copita de vodka sobre una
bandeja.) Bueno
(Bebe.) Ya es hora. Al final, quizá
todo esto no sea más que chifladura. Mis respetos.
(Se
dirige a la casa.)
Sonia
(lo toma del brazo y sale con él): ¿Cuándo
volverá a visitarnos?
Ástrov: No sé
Sonia: ¿Nuevamente dentro de un mes?
(Ástrov
y Sonia entran en la casa. María Vasilievna y Teleguin
quedan junto a la mesa. Elena Andréievna y Voinitsky se
dirigen a la terraza.)
Elena
Andréievna: Iván Petróvich, otra vez se ha
portado de un modo imposible. ¿Qué necesidad tenía
de irritar a María Vasílievna, hablar de perpetuum
mobile? ¡Y hoy durante el desayuno ha vuelto a discutir
con Aleksándr! ¡Qué mezquino es eso!
Voinitsky: ¡Porque lo odio!
Elena Andréievna: No hay por qué odiar a Aleksándr,
es igual a todos y no es peor que usted.
Voinitsky: Si usted pudiera ver su cara, sus movimientos
¡Qué pereza tiene de vivir! ¡Qué pereza!
Elena Andréievna: ¡Ah, pereza y tedio! Todos hablan
de mi marido, todos me miran con lástima: ¡pobrecita,
tiene un marido viejo! Este interés por mí. ¡Oh,
qué bien lo comprendo! Justamente, como acaba de decirlo
Ástrov, ustedes destruyen los bosques sin reflexionar y
pronto ya no quedará nada sobre la tierra; así mismo
destruyen, sin reflexionar, al ser humano y dentro de poco, gracias
a ustedes ya no quedará sobre la tierra ni fidelidad, ni
pureza, ni capacidad de sacrificio. ¿Por qué no
puede usted mirar con indiferencia a una mujer que no es suya?
Tiene razón ese médico, en todos ustedes está
el demonio de la destrucción. No sienten compasión
ni por los bosques, ni por los pájaros, ni por las mujeres,
ni el uno por el otro
Voinitsky: ¡No me gusta esta filosofía! (Pausa.)
Elena Andréievna: Este médico tiene un rostro fatigado,
nervioso; un rostro interesante. A Sonia le gusta, está
evidentemente enamorada. La comprendo. Desde que estoy aquí
ya nos ha visitado tres veces, pero soy tímida, no he hablado
una sola vez con él como se debiera, no le he dado una
acogida cariñosa. Habrá pensado que estoy disgustada.
Es probable que usted y yo seamos tan amigos, Iván Petróvich,
porque los dos somos seres aburridos y fastidiosos. ¡Fastidiosos!
No me mire así, no me gusta.
Voinitsky: ¿Acaso puedo mirarla de otra manera si la quiero?
¡Usted es mi felicidad, la vida, mi juventud! Ya sé,
mis probabilidades de ser correspondido son insignificantes, nulas,
pero no necesito nada, déjeme tan sólo mirarla,
escuchar su voz
Elena Andréievna: ¡Más bajo, nos pueden oír!
(Se dirige a la casa.)
Voinitsky (siguiéndola): Déjeme hablarle de mi amor,
no me eche de su lado
Eso sólo será una inmensa
dicha para mí
Elena Andréievna: Esto es una tortura
(Salen.)
(Teleguin
rasguea las cuerdas y toca una polca. María Vasílievna
anota en el margen del folleto.)
TELÓN
Traducción de Shura Netchaeff