Roger
Caillois cuenta que en una caverna al oeste de la prefectura de
K´i "se encuentra una piedra que ora es grande ora pequeña".
Y que cuando se la rompe para examinar su interior, muestra figura
de dragones y peces. Quienes pasan delante de esa caverna evitan
hablar. Oyen ruidos remotos de truenos y huracanes. Se detienen,
sobrecogidos de espanto, porque nadie más oye esos ruidos.
También menciona que en la isla del Medio del ciclo Wen Lou,
un hombre recogió una piedra, que era pequeña entonces.
La dejó en un rincón. "Al cabo de 24 años
se había vuelto grande, y un millar de piedrecillas: su descendencia."
Habla Caillois asimismo de la piedra Liong-hoang, fría y
amarga, que es panacea, y que cambia a las muchachas en muchachos.
La piedra che-tche, nos dice, es en forma de hongo. Es carnosa como
un ser vivo, y cuenta con una cabeza, una cola, cuatro miembros.
Está adherida a piedras más grandes o a peñascos.
Etcétera.
Esta extensa lista de piedras de Caillois no ha estado nunca al
servicio de la arquitectura, la escultura, la glíptica, el
mosaico, la joyería. Pertenecen al principio del planeta,
y proceden en ocasiones de otra estrella. Son anteriores al hombre,
quien, por cierto, una vez aparecido, no las ha marcado con la impronta
de su arte o de su industria.
Estamos, pues, ante piedras fabulosas. Ninguna de ellas, sin embargo,
me parece más deslumbrante que esa que merecería llamarse
"aloisita", la piedra de Senefelder, la que hizo posible
su técnica litográfica, y que lo esperaba muy cerca
del lugar donde radicaba: piedra procreadora de tantos grabados
e impresiones memorables a lo largo de la historia de ese arte.
Y esa piedra resulta tanto más sorprendente cuanto advertimos
que esa piedra trajo después la impresión en offset
(técnica que acogió en 1966, para no ir muy lejos,
la primera edición de las Pierres de Roger Caillois).
La inventiva extraordinaria de Per Anderson, su implacable impulso
creador, colocan ahora el arte litográfico a las puertas
de un nuevo conocimiento. A Per, como Senefelder, lo estaba esperando
también la piedra del lugar donde nos ha favorecido a los
veracruzanos con la radiación de su taller, construido con
sus propias manos de creador integral. Así, el mármol
mexicano, la variedad hallada en Tatatila, lo estaba esperando para
hacer posible la expresión de la primera serie de sus trabajos
en este arte excepcional. Y para albergar también algún
día (¿por qué no?) una nueva edición
con grabados de Per de las Pierres de Roger Caillois, fabulador
de piedras.
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