Abril-Junio 2006, Nueva época Núm.98
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

 Discurso

 Sus amigos

 Lecturas e Influencias

 Inquietudes y  afanes

 El viajero y sus  lugares

 Ensayo de Álvaro  Enrigue


 Números Anteriores


 Créditos

 

 

 


Boris Pilniak
 

   Boris Pilniak.
   (Transgrafía: Carlos Torralba)

  En el arte de Pilniak sólo caben los héroes y los villanos. Sus rapidísimos esbozos revelan siempre una filosofía de lo concreto. En sus personajes revolucionarios no hay escisión entre pensamiento y vida (vida cotidiana y auténticamente vivida), en primer lugar porque en las circunstancias que él narra la presencia del mundo real se impone con toda su fuerza sobre el pensamiento. Recordemos al joven Akim Skudrin, el ingeniero trotskista de Caoba: su facción había sido derrotada. La visita a la ciudad natal le ha resultado inútil. La última semana se había dedicado a reflexionar. Debía pensar en el futuro de la Revolución y de su partido, en su propio destino revolucionario, pero tales pensamientos le eran difíciles. Miraba el bosque y pensaba en el bosque, en su interior impenetrable, en los pantanos. Miraba el cielo y pensaba en el cielo, en las nubes, en el espacio. Para Akim la Revolución está ligada a gente de carne y hueso, a gente que conoce, ama o detesta, y no a aquella sin rostro comprendida en una mera cifra estadística. «Se sorprendió al comprobar que al pensar en su padre, en Claudia, en las tías, en realidad no pensaba en ellos sino en la Revolución. La Revolución era para él el principio de la vida misma, su finalidad última». También lo fue para Pilniak. Fue el épico cronista de una epopeya inmensa y de su envilecimiento. Su pasión por la verdad, su honradez literaria, le hicieron conocer el acoso de los poderosos, los necios y los oportunistas. Sus virtudes le llevaron a la prisión y a la muerte. Fue hasta el final un empecinado creyente en la regeneración de su pueblo. En sus últimos años creyó que la máquina manejada por el hombre alejaría a los lobos. Lenta, turbia, empecinadamente, el cielo parece comenzar a despejarse. Sé quienes en la estepa profunda, en las cuencas del Volga, el Angará y el Don, en el Arbat moscovita y la indolente Tundra vuelven a reencontrar la esperanza de una regeneración inminente. ¿Habrá nacido el hombre capaz de someter a los lobos?