Enero-Marzo 2006, Nueva época No. 97 Xalapa • Veracruz • México
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Entrevista al sociólogo Peter Ward
EU tiene que aprender de México en materia de políticas públicas de vivienda

Fernanda Melchor

En 30 años, una de cada tres personas en el mundo habitará en asentamientos clandestinos sin servicios, a menos de que los gobiernos implementen políticas públicas encaminadas a controlar este crecimiento urbano sin precedente. Así lo consigna el último reporte global sobre asentamientos humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el estudio más extenso acerca de las condiciones urbanas a escala mundial, publicado en 2003. En él, sus autores afirman que más de 940 millones de personas en el mundo (casi un sexto de la población global) viven en asentamientos insalubres, sin agua, sin sanitarios, sin servicios públicos ni seguridad legal, y que los países más desarrollados del mundo son hogar apenas del dos por ciento de los asentamientos irregulares, mientras que 80 por ciento de la población urbana de países en vías de desarrollo vive en colonias clandestinas y tugurios.
Según el reporte, el continente africano posee 20 por ciento mundial de las colonias ilegales, y América Latina le sigue de cerca con el 14 por ciento. En Asia, donde la situación es particularmente grave, más de 550 millones de personas viven en lo que la ONU considera “condiciones inaceptables”. Asimismo, el documento señala que algunas de estas colonias son hoy en día tan extensas como algunas ciudades: sólo el distrito de Kibera, en Nairobi, clasificado como uno de los arrabales más extensos del planeta, alberga a 600 mil personas.
El secretario general de la ONU, Kofi Annan, explica en el prólogo del informe1 que estos números sólo significan «la urbanización de la pobreza», y que sin acciones concertadas por parte de las autoridades municipales, de los gobiernos nacionales, de los actores civiles y de la comunidad internacional, “el número de barrios irregulares tenderá a crecer incluso en la mayor parte de los países desarrollados”. También el funcionario reconoció que, de no efectuar acciones serias, la cantidad de pobladores de estas colonias insalubres se multiplicará hasta cobijar a dos billones de personas en las próximas tres décadas.

Las principales causas del crecimiento de colonias, favelas y otros asentamientos clandestinos en la periferia de las ciudades, según el reporte, son el fracaso de las políticas públicas, la corrupción y la falta de voluntad política para reconocer esta situación crítica y, por lo tanto, ejecutar acciones concretas que mejoren las vidas de sus ciudadanos. Además, se responsabiliza a las políticas económicas neoliberales impuestas por instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o la Organización Mundial de Comercio (OMC) del crecimiento urbano acelerado, provocado, a su vez, por la migración a las ciudades de millones de personas.

En los Estados Unidos, investigadores sociales como Peter Ward, catedrático de la Universidad de Texas, estudian los números verdaderos de esta nueva cara de la pobreza urbana. Este sociólogo asegura que el número de personas –de origen hispano en su mayoría– que habitan en asentamientos irregulares en los Estados Unidos podría alcanzar los cinco millones, situación que aún no es visible ni para las autoridades locales ni para la población estadounidense, debido a la naturaleza estructural de estas colonias alejadas de los centros urbanos.

Y aunque el Departamento Estadounidense de Vivienda y Desarrollo Urbano (U. S. Department of Housing and Urban Development) define las colonias como comunidades no asimiladas, ubicadas hasta 150 millas más allá de la frontera México-Estados Unidos, Ward señala que la presencia creciente de la población latina (que es la que obtiene los ingresos más bajos) en casi todo el territorio de este país ha causado, entre otros factores, la aparición de asentamientos irregulares en estados no fronterizos de la Unión Americana. Por ello, opina que los gobiernos estadounidenses pueden aprender de la experiencia que las autoridades mexicanas tienen sobre las colonias populares, pues –según el sociólogo–, al menos en México, la responsabilidad gubernamental en el mejoramiento de las condiciones de vida de los colonos es clara.


La transición histórica de una sociedad predominantemente rural a una urbana puede ser observada en todas partes del mundo. En este escenario de acelerada urbanización, ¿qué tipo de respuestas sociales han surgido en Estados Unidos?
Gracias a las movilizaciones de la comunidad hispanohablante de los Estados Unidos es que, en fecha reciente, se ha despertado en este país el interés por el fenómeno de la migración.
Cuando descubrí las colonias populares en Texas, pensé que existía la posibilidad de aprender de México. Primero, había que entender que estos asentamientos eran una manera a través de la cual la población mexicana pobre podía obtener una casa, y era necesario comprender este fenómeno porque el paradigma bajo el cual se observaban los asentamientos clandestinos no era muy favorable.
Los estudios que he realizado se centran en uno de los aspectos de este fenómeno: cómo la nueva población de pocos recursos, inmigrante y de origen hispano logra ser propietaria de una vivienda en los Estados Unidos, a pesar de que gane entre diez y 20 mil dólares anuales por familia –cantidad que parece un buen sueldo para los obreros de México, pero es tres o cuatro veces inferior al salario de los obreros estadounidenses–. Esa cifra, ese tope de sueldo, no es suficiente para acceder a los medios formales para adquirir una vivienda propia. Y como usted sabe, el anhelo de tener una vivienda propia es muy importante para todo el mundo, pero es un deseo particularmente fuerte para un migrante mexicano.
En los Estados Unidos, no hay programas ni interés del Estado por promover la producción de vivienda de costo accesible para esta población; de ahí la inclinación por ver las formas en que ellos logran obtener una casa propia en lo que llamamos colonias populares.

El planteamiento que hago es que podemos y debemos aprender de México en cuanto a políticas públicas se refiere, porque su país ya tiene tres décadas construyendo viviendas como parte de dichas políticas para luchar contra los asentamientos ilegales y las colonias populares obtenidas por invasión o por fraccionamiento clandestino de los ejidos. Y esto lo sé porque, en ese entonces, yo asesoraba al Gobierno de México en esta materia, a finales de los años setenta y principios de los ochenta.

En términos generales, muchas de nuestras investigaciones en los Estados Unidos y en Europa ya están dando cuenta de la existencia de un sector informal y su funcionamiento –gracias a estudios surgidos en los años setenta y ochenta–, y ya estamos entendiendo mucho mejor cómo está organizado el sector informal y cuál es su relación dinámica con el sector formal. Todos estos hallazgos y conocimientos sobre algunos procesos económicos de la informalidad en Estados Unidos ya los tenemos a la mano desde hace 20 años en América Latina: estudios sobre la informalidad, la globalización, la flexibilidad de contratos, la segmentación de la mano de obra, los movimientos sociales urbanos, así como el trabajo de Manuel Castells y de Saul Alinsky. Este gran corpus de investigación nos está haciendo revisar y entender mejor los fenómenos que están afectando a los Estados Unidos y a los países desarrollados.
Parte de lo que yo planteo en mis estudios, en cuanto a la informalidad de la producción de viviendas y a la autoconstrucción, es cómo estas ideas sobre la informalidad en el área de vivienda podrían ayudarnos a formular una política pública más sensible y más eficaz en los Estados Unidos.

¿Cuál es la naturaleza de los asentamientos populares o “colonias”?
En Estados Unidos podemos y debemos aprender de México en cuanto a políticas públicas se refiere, porque su país ya tiene tres décadas construyendo viviendas para luchar contra los asentamientos ilegales y las colonias populares obtenidas por invasión o por fraccionamiento clandestino de los ejidos

Hace 30 años, mi investigación versaba sobre el proceso de desarrollo de las colonias populares, desde la invasión hasta la autoconstrucción y la autoayuda de los mismos colonos para arreglar las calles, abrir zanjas, colocar y robar la luz. El establecimiento de las colonias duraba entre cinco o seis años, hasta llegar a una fase de consolidación, a través de dos procesos paralelos: la provisión de los servicios gracias a la intervención de las autoridades federales, estatales y municipales, y, 20 años después, la transformación de la colonia en un área obrera más o menos consolidada.

En América Latina, la mayoría de los anillos intermedios de las grandes ciudades se formaron hace 30 o 40 años, gracias a este tipo de desarrollo espontáneo, pero sus pobladores ya no recuerdan estos orígenes de ilegalidad y de invasión sin servicios. Ahora, en cualquier ciudad en la que se piense se puede identificar la nueva franja de los asentamientos espontáneos, los cuales no han crecido de forma tan rápida y descontrolada como sucedió en los años sesenta o setenta.

A principio de los noventa, trabajé más en asuntos de gobernabilidad de partidos políticos de oposición en México, pero de repente encontré un fenómeno de cuya existencia no tenía la menor idea: las colonias populares en Texas. Entonces, pensé que existía la posibilidad de aprender de México y tratar de convencer a estas personas en Texas de que podían y debían proceder para desarrollar políticas públicas encaminadas a solucionar el problema de dichas colonias.

Primero, había que entender que estos asentamientos irregulares eran una manera a través de la cual la población mexicana pobre asentada en los Estados Unidos podía obtener una casa, y era necesario comprender este fenómeno –que no es exclusivo de la frontera, pues hay colonias populares prácticamente en todos los estados– porque el paradigma bajo el cual se observaban los asentamientos clandestinos no era muy favorable.

¿En qué consisten las acciones del Gobierno para la regulación de colonias de hogares de bajos ingresos aplicadas en Texas, y qué puede aprender éste de la experiencia mexicana?
En los años sesenta, en México y en varios países de América Latina en vías de desarrollo, la política pública intentaba erradicar los asentamientos irregulares y transferir a la población a unidades habitacionales construidas por el Gobierno, lo que era imposible, ya que estamos hablando de tasas de crecimiento de las zonas urbanas del cinco o seis por ciento anual. La mayor parte de este crecimiento era causado por personas provenientes de provincia que buscaban trabajo y vivienda y que rentaban, durante algunos años, en las vecindades o en asentamientos del centro de las ciudades. Esta gente, después de siete u ocho años, se mudaba hacia la periferia y en el camino buscaba conseguir un terreno como fuera, compra o invasión, y casi siempre de manera informal y espontánea.

El cambio en el paradigma político de esta época se debió al trabajo de muchos investigadores que estudiaban el fenómeno en América Latina, labor que consistió en tener una perspectiva mucho más positiva y reconocer que la invasión era una respuesta racional a un proceso demasiado rápido de urbanización, a la estructura de la pobreza, a los ingresos bajos y a la falta de soluciones adecuadas (como ofrecer un precio accesible de vivienda a la población).
Después había que pensar en formas políticas que podrían respetar, reconocer y reforzar el esfuerzo de los ciudadanos; había que, por ejemplo, meter los servicios básicos austeros, regularizar los títulos de propiedad, prestar apoyo y asesoría técnica en cuanto a construcción, controlar el uso de suelo, etcétera.

El panorama, en efecto, se transformó, y la perspectiva de erradicación cambió por una perspectiva de reconocimiento mucho más pragmática: reconocer su existencia y proveer a las personas de los servicios básicos, trabajando en conjunto y respetando el esfuerzo propio de las familias. Tal fue el cambio en el paradigma político de esa época. A partir de entonces, esto ha sido una parte importante de las políticas públicas mexicanas en el ámbito local.

En la década de los noventa, en Texas había el reconocimiento de la presencia de colonias populares. Se hablaba de la existencia del tercer mundo en el primer mundo: mil 500 asentamientos o colonias en ese tiempo, con 350 mil personas viviendo en condiciones pésimas, sin infraestructura y vinculadas a un estereotipo que aún es percibido por los estadounidenses y que presenta a esta gente como ilegal, indocumentada, desempleada y dependiente de los subsidios de bienestar público.

Para enfrentar este problema, que se tornaba en un asunto político para el Gobierno de Texas, la gobernadora Ann Richards, demócrata, me habló para solicitar que me uniera a un grupo de trabajo –task force–. Yo les dije que era muy fácil, que había que aprender de México, cambiar nuestra mentalidad de ingenieros y aceptar la innovación y creatividad de la población misma y trabajar con ello. Les dije que el fenómeno era causado por una urbanización muy rápida, que los colonos eran gente pobre pero trabajadora, que apenas ganaban el salario mínimo y que la mayoría de ellos eran legales, residentes permanentes y hasta ciudadanos. Insistí, sobre todo, en el hecho de que las colonias eran una respuesta racional para encontrar una vivienda propia y que, por lo tanto, no debíamos tratar de descubrir el hilo negro en cuanto a la política pública en Texas, cuando ya existía la experiencia del otro lado de la frontera.
De México se pueden aprender cinco acciones: ver a los colonos por lo que son: hispanos trabajadores que quieren mejorar las condiciones de sus familias; desarrollar políticas públicas apropiadas en lugar de criminalizar los asentamientos; colocar infraestructura austera para que las personas tengan los servicios básicos; fortalecer el sentido de comunidad y las relaciones con las autoridades, y aumentar la densidad y promover la cooperación entre colonos

Desafortunadamente, después de mis argumentos, no convencí a nadie, mucho menos a la gobernadora Richards, a quien respeto mucho. Los especialistas que la rodeaban estaban tan sedados que ni siquiera querían entender que podían aprender, hasta cierto punto, de los países en vías de desarrollo, actitud que aún existe entre muchas personas de Estados Unidos.

La mayor parte de los habitantes de asentamientos irregulares en Estados Unidos son de origen hispano. Sin embargo, ¿existen diferencias sustanciales entre la conformación de las colonias mexicanas y la de aquellas establecidas en Texas y el suroeste de los Estado Unidos?
Durante buena parte de los años noventa, me dediqué a hacer un estudio entre las colonias de seis ciudades: Juárez-El Paso, los dos Laredos y Brownsville-Matamoros, para comparar la situación en los dos lados y las características de las viviendas de ambos. Y sí, descubrí que el fenómeno no era igual en ambos lados.

Para empezar, la distribución espacial es diferente. En México, las colonias se integran a la mancha urbana y se desarrollan en sus orillas, mientras que en Texas se ubican más allá de las ciudades, entre cinco y 20 kilómetros de distancia de los centros urbanos, en condados donde no hay planeación efectiva. Los fraccionadores informales aprovechan este espacio o hueco legislativo para dividir y promover la venta de terrenos, lotes grandes y con muchos espacios, es decir, con una densidad mucho más baja que en las colonias mexicanas.

La adquisición de terrenos también es distinta. En Texas, este medio es legal, lo hacen por un contrato de compra venta, llamado contrato por título, en el cual se consigna que el comprador recibirá el terreno después de que acabe de pagarlo. Por ello, en algunas partes de Texas es posible vender legalmente terrenos sin servicios, pues éstos pueden ser instalados después.

La mecánica de construcción de vivienda también difiere. En Texas, es menos común la autoconstrucción y más usual la compra de casas prefabricadas, casas modulares o trailers usados, para luego extender, remodelar o sustituir este tipo de viviendas. En muchas ocasiones, la autoconstrucción no es visible, pues se realiza en el interior de las casas con el fin de mejorar el espacio.

Asimismo, la respuesta de los poderes políticos locales era diferente. Mientras que en Texas no tenían el interés ni los recursos para introducir los servicios, en México todos reconocían que las autoridades locales tenían la responsabilidad política de proporcionar los servicios; que no tuvieran el dinero ni las ganas era otra cosa, pero la responsabilidad del municipio era clara.

Además, los niveles de ingreso de los colonos en Texas eran pobres, pero mucho más altos que en México, pues casi 70 por ciento de la población colona en Texas ganaba entre 10 mil y hasta 20 mil dólares al año por familia. Claro que este salario tampoco era suficiente para permitirle acceder al sector formal de propiedad.

Por otra parte, el grado de integración y de organización comunitaria es completamente diverso. Tras un estudio comparativo de los dos ejes de integración –un eje vertical de integración entre comunidad y autoridades, y un eje horizontal que evaluaba las relaciones entre residentes y el grado de organización y cooperación entre los colonos para solicitar el apoyo de las autoridades para la obtención de servicios–, descubrimos que en México las comunidades debían tener un grado alto de integración vertical y horizontal desde el principio, porque si no, los corrían de los terrenos que habían invadido.
Si no llegaba toda la gente junta a colonizar un espacio en poco tiempo, si no trabajaban juntos para pedir e insistir a las autoridades la regularización, si no hacían tareas de ayuda mutua, entonces la colonia no prosperaría.

Además, en México existe un sentido de comunidad. El problema es que con el tiempo, y teniendo todos los servicios y el asentamiento consolidado, se pierde esta necesidad; por lo tanto, el capital social elevado ya no es necesario. La clave en México es mantener ese sentido de comunidad o recrearlo, sobre todo en los barrios más viejos con problemas de criminalidad y drogadicción, para recuperar el espacio público. En cambio, en Texas, dado que la densidad poblacional es baja, las colonias son mucho más pequeñas y los lotes son más grandes y están retirados de los centros de las ciudades. Sí hay asentamientos, pero no hay ningún sentido de comunidad. Entonces, el quid en los Estados Unidos es pensar en formas de colaboración entre los vecinos, así como promover los vínculos y los contactos directos con las autoridades locales para que se preocupen por los asentamientos.

Entonces, ¿qué se puede aprender de México?
Básicamente, son cinco imperativos, a mi juicio. Primero, hay que ver a los colonos por lo que son: hispanos, pobres pero trabajadores, en su mayoría legales, que están aplicando una respuesta racional y un capital personal, de fuerza y disposición, para mejorar las condiciones de sus familias y poseer una casa propia.
El fenómeno de los asentamientos en México es distinto al de Estados Unidos, y la diferencia está en la distribución espacial, la adquisición de terrenos, la mecánica de construcción, el grado de integración y de organización comunitaria, así como en la respuesta de los poderes políticos locales y en los niveles de ingreso de las familias
Segundo, hay que desarrollar políticas públicas apropiadas y sensibles en lugar de criminalizar los asentamientos, desarrollar pequeños créditos adecuados para apoyar el proceso de automejoramiento de las viviendas y permitir que los lotes grandes sean compartidos por familiares. Tercero, hay que colocar infraestructura austera y de bajo costo, lo mínimo para que las personas tengan los servicios básicos y sientan seguridad al caminar por las noches en las calles. Cuatro, hay que fortalecer el sentido de comunidad, el liderazgo y las relaciones con las autoridades, y lograr que las autoridades tomen responsabilidad para intervenir. Por último, es necesario aumentar la densidad y promover formas de cooperación entre colonos.
Alrededor de este tema, ¿en qué consiste el trabajo que desarrolla actualmente como investigador?
El trabajo que realizo actualmente plantea que el fenómeno de las colonias en Texas –fenómeno que también comparten Arizona, Nuevo México y, en menor grado, California– no es exclusivo de las zonas fronterizas. Si se va al norte de Texas o a otros estados que tienen las mismas condiciones estructurales –urbanización rápida, población hispano-mexicana creciente, con bajos recursos y anhelo de ser propietario, y un mercado de promoción de vivienda de bajo costo (como sucede en Mississipi, Luisiana, Carolina del Norte y Oklahoma)–, se encontrarán asentamientos humanos más allá de los límites de las ciudades.

Para observar este fenómeno en distintas zonas, hemos desarrollado una metodología que consiste en estudiar fotos aéreas –obtenidas a través del programa gratuito Earth Google– y cruzar los datos gráficos con datos poblacionales de los censos para tener una mayor idea del número de personas que realmente viven en colonias en los Estados Unidos, número que pensamos llega a los 3 o 5 millones de personas en todo el país.

El trabajo consiste, pues, en identificar esos asentamientos y desarrollar una tipología para despertar la preocupación y el interés, y convertir la preocupación en la comprensión de que este fenómeno es una respuesta racional y positiva frente al hecho de que no existen otros medios para ser propietarios. Y es que hay desconocimiento acerca de este fenómeno; de hecho, académicos y alumnos se muestran sorprendidos por las cifras reales de dichos asentamientos, ya que les parecen poco creíbles. Cuando voy a alguna conferencia, en lugares como Knoxville, Tennesse o en Georgia, tan pronto salgo del aeropuerto, conduzco hacia la dirección contraria a la ciudad, porque sé que ahí será más probable encontrar asentamientos, y tomo fotografías a casas remolque y a lotes sin servicios.

Después, en mi ponencia, muestro dos o tres fotografía a los estudiantes y profesores y les pregunto si alguien sabe dónde se ubica dicha colonia. Nadie sabe. Todos se sorprenden o piensan que estoy loco cuando les explico que las fotos fueron tomadas a pocos kilómetros de sus comunidades.
En Estados Unidos, ahora tenemos una política pública mucho más sensible, en parte gracias al concepto de homesteading (vocablo que viene de la palabra inglesa homestead: hacienda). Los fundadores de este país, los pioneros, consiguieron sus terrenos y levantaron sus casas gracias a las leyes de homesteading, que prohibían destruir las viviendas ubicadas en terrenos consolidados. Por ello, en algunas partes de Estados Unidos no se le llama colonias a los asentamientos irregulares, sino informal homestead subdivisions, ya que existe un pequeño porcentaje de anglos radicando en ellos y consideran que el término colonias sólo aplica en México.
1. El informe, en versión PDF, puede revisarse en la página:
http://hq.unhabitat.org/register/catalogue.pdf