Enero-Marzo 2006, Nueva época No. 97 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Tendiendo Redes

 ABCiencia

 Ser Académico

 Quemar las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie a tierra


 Números Anteriores


 Créditos



 

 

 

Sí hay alternativas para generar energía limpia,pero el poder económico las descarta
Edith Escalón

La buena noticia es que mundialmente se producen unos 75 millones de barriles de petróleo al día; la mala es que esa cifra sólo representa una quinta parte de lo que se consume en el mismo tiempo. Sin duda, estamos frente al ocaso de una industria millonaria que no sólo es el motor del mundo como lo conocemos, sino también el eje del comercio mundial, porque, para empezar, el 90 por ciento del transporte mundial depende del petróleo y, para continuar, la mayoría de las comodidades químicas y plásticas de la vida –como mobiliario, productos farmacéuticos y comunicaciones– también dependen de este recurso no renovable, algo de lo que pocas veces nos damos cuenta.

La producción global de petróleo llegará a su punto máximo alrededor del año 2010, con unos 90 millones de barriles; el problema real es que cuando llegue a esta cúspide, vendrá el declive, y a partir de entonces será –más que ahora– muy costoso extraerlo, técnicamente más difícil y más contaminante. En resumen, la crisis del petróleo provocará que un día tengamos que prescindir de él.

Hoy en día, muchos científicos dicen que para mediados de este siglo debemos reducir, al menos un 60 por ciento, las emisiones de gases que producen el efecto invernadero, para tratar de evitar el cambio climático. Eso significa usar menos combustible que en la actualidad y no buscar más.

Creo que el calentamiento global ha cambiado las perspectivas de lo ambientalmente sano. Esto es evidente si pensamos en todas las iniciativas que existen para desarrollar, para el futuro, fuentes de energía que no produzcan dióxido de carbono en cantidades muy elevadas
Entonces, existen muchas razones para planear un mundo sin petróleo. ¿Será devastador? Nuestros antepasados vivieron en un mundo sin petróleo; nosotros tendremos que hacer lo mismo. Y, desde mucho antes de que ocurra, tendremos que aprender a utilizar otras fuentes de energía que, incluso, ya existen y que pronto tendrán que competir contra el petróleo.
Para hablar de las implicaciones tanto de la crisis del petróleo como de las alternativas energéticas, Charles Groat, actual director del Centro de Energía y Políticas Medioambientales de la Universidad de Texas y ex asesor de Energía de los Estados Unidos, participa en Gaceta, donde expone también uno de los mayores problemas que esta crisis está provocando y que se acentuará en el futuro inmediato: la guerra económica mundial.
¿Realmente se están considerando las energías alternativas como opciones de corto plazo?

Depende del enfoque. En Estados Unidos, por ejemplo, las únicas contribuciones significativas de energía alternativa son la energía nuclear, la hidrológica y la eólica, y juntas significan menos del 20 por ciento del total de la producción. El carbón, por ejemplo, es empleado mayormente para la generación de energía eléctrica, pero el gas y el petróleo siguen siendo empleados en transportación.
Obviamente, existen grandes avances en el uso del petróleo para la generación de energía eléctrica, pero ahora, debido a los altos costos y la reducción de suministros, estamos yéndonos más hacia el carbón, porque tenemos más posibilidad de adquirirlo.

Pero es evidente la dependencia energética del petróleo.
Es fuerte y, de hecho, no la podemos evitar. Lo que estamos tratando de hacer es usar más gas natural, ya que es el combustible hidrocarburo más limpio, que se acepta precisamente porque cada vez hay una mayor preocupación por los impactos ambientales de la generación de energía. El problema es que no tenemos grandes provisiones en Estados Unidos y tenemos que importarlo. Eso nos ha llevado a buscar más yacimientos y a importarlo de todo el mundo.

¿Qué tan avanzadas están las investigaciones en cuanto a energías alternativas se refiere? ¿Son opciones reales, a pesar del costo? ¿Considera que pueden sustituir a los actuales energéticos?
La única alternativa real en los Estados Unidos, sin que sea carbón, petróleo o gas y que sea segura para el medio ambiente, es la energía nuclear, porque puede generar electricidad en grandes cantidades, algo que, por ejemplo, la energía del viento no puede hacer, o lo hace en menor cantidad. Precisamente, uno de los mayores frenos para el uso de las energías alternativas es el costo, porque, incluso, producir más energía con estas tecnologías resultaría prohibitivo.

Hay muchas discusiones en Estados Unidos acerca de que si estamos listos para invertir más en tecnología nuclear, si es seguro, si vale la pena por el costo o si es aceptable por su impacto al medio ambiente. Por ahora, más allá de utilizar más carbón, toda la atención está en la energía nuclear. Entonces, digamos que sí hay alternativas.

¿A pesar de los riesgos?, porque basta recordar lo que sucedió en el 86 en Chernobil para tomar esta opción con cautela.

Es que la energía nuclear es la mejor alternativa porque no produce dióxido de carbono y no crea problemas de calentamiento global. Además, ahora los reactores nucleares son mucho más seguros de lo que fueron hace 20 años. El problema principal sigue siendo el licenciamiento, las regulaciones para otorgar permisos de operación nuclear y los costos de crear las plantas productivas.

Usted ha hablado de la preocupación ambiental que existe en torno a la generación de energía.

¿Cree que sea una preocupación genuina?
Sí, creo que el calentamiento global ha cambiado las perspectivas de lo ambientalmente sano. Esto es evidente si pensamos en todas las iniciativas que existen para desarrollar, para el futuro, fuentes de energía que no produzcan dióxido de carbono en cantidades muy elevadas.

Mientras la ciencia encuentra alternativas para generar energía limpia, el poder económico las descarta, porque no convienen a muchos intereses. Entonces, el reto no es del todo científico, sino económico. Cualquier tecnología, para poder ser exitosa, tiene que ser económicamente redituable. Por eso, aunque existen las alternativas energéticas, éstas son incapaces de competir en ese terreno contra el petróleo y el gas, que son más baratos y generan utilidades.

Si hay alternativas energéticas que podrían sustituir en el mediano plazo a los combustibles fósiles –que generan 49 por ciento de los gases invernadero–, ¿cómo justifica Estados Unidos el rechazo al Protocolo de Kyoto?

Eso, en realidad, podría ser tan simple como cambiar de partido en el poder; de hecho, el partido Demócrata podría estar dispuesto a firmar el Protocolo de Kyoto sin tener que encontrar nuevas alternativas energéticas. Las razones pueden ser meramente políticas. Sin embargo, existe la preocupación de que las propuestas del Protocolo de Kyoto no solucionen en realidad el problema. Además se considera que el verdadero reto es tanto de los países desarrollados como de los países en desarrollo y que todos debemos buscar, particularmente para el área de transportación, fuentes combustibles alternativas –como el hidrógeno– que puedan alimentar los vehículos automotores sin incrementar la contaminación del aire. Ése es el aspecto clave en el que el mundo entero debería estar realizando inversiones.

Pero esas alternativas ya existen; sin embargo, no se consideran como tales.

Existen los fundamentos de la tecnología, y los avances están siendo significativamente rápidos en este campo. El combustible a base de hidrógeno es un ejemplo. Sin embargo, la tecnología es incipiente y los retos a vencer son diversos. El problema es que mientras la ciencia encuentra alternativas para generar energía limpia, el poder económico las descarta, porque no convienen a muchos intereses. El desafío, creo yo, es para países como China, India o, incluso, los Estados Unidos, los cuales deben adoptar esas tecnologías a la par de que se van desarrollando para bajar los contaminantes, usando mecanismos de control que reduzcan emisiones de carbono.

Entonces, el reto no es científico.
No del todo. El mayor reto es económico. Cualquier tecnología, para poder ser exitosa, tiene que ser económicamente redituable. Por eso, aunque existen las alternativas energéticas, éstas son incapaces de competir en el terreno económico contra el petróleo y el gas, porque los dos siguen siendo más baratos y están generando al mismo tiempo grandes utilidades. Mientras esta condición se mantenga, no habrá un incentivo real para incrementar la investigación y el desarrollo de combustibles que los reemplacen.
Mientras sigamos teniendo acceso a gas y petróleo, el problema se mantendrá, a pesar de los retos económicos, sociales y ambientales que implica. Es, por decirlo así, un reto a nivel político y económico de implicaciones globales.

Ese problema se agrava cuando se sabe que las vetas petroleras son cada vez más escasas, y se vive una lucha por las últimas fuentes de hidrocarburos.

Y es porque ahora sí hay una auténtica conciencia de que son recursos no renovables. Por eso los Estados Unidos han realizado tantos esfuerzos por incrementar el acceso a ellos estén donde estén y han hecho tantas inversiones para buscarlos, para explotarlos. Es cierto que hay un desacuerdo en el país sobre si esto es algo bueno o no. En esta administración norteamericana se ha favorecido el acceso irrestricto a estos recursos, mientras que el otro partido está más preocupado por el impacto ambiental que una explotación de esa clase provoca. Pero esto sucede porque los Estados Unidos nunca cubrirían sus requerimientos reales de gas y petróleo únicamente con los recursos que quedan en su propio territorio. Lo que pasa de manera más frecuente es que en los Estados Unidos se están buscando a escala global fuentes para obtener esos recursos que necesitamos, lo que los hace entrar en competencia creciente con países como China e India. Esto torna la situación mucho más complicada.
Ahora sí hay una auténtica conciencia de que el petróleo es un recurso no renovable. Por eso los Estados Unidos han realizado tantos esfuerzos por incrementar el acceso a ellos estén donde estén y han hecho tantas inversiones para buscarlos, para explotarlos. Esto sucede porque Estados Unidos nunca cubriría sus requerimientos reales de gas y petróleo sólo con los recursos que quedan
en su territorio.
La clave de esa búsqueda es la colaboración. Lo que hacen las grandes compañías internacionales de gas y petróleo que están trabajando prácticamente en todas partes
–en Asia, en Latinoamérica, en algunos lugares del Océano Pacífico– es buscar esas fuentes y trabajar con países que son los propietarios de esos recursos, para apoyar económica y tecnológicamente su desarrollo y explotación. China, India, Corea y otras naciones están interesadas en esos mismos recursos, así que es una situación muy competitiva. Para encontrar más petróleo y gas del que se tiene en este momento, buscamos, por ejemplo, en países como México, Rusia y Asia Central.

Si bien hay una búsqueda en la que se toma en cuenta la colaboración, también existen otras acciones que se han considerado intervenciones bélicas por el control de los recursos energéticos. No mencionó a los países de Medio Oriente. ¿No es éste un buen ejemplo?
Es que casi el 75 por ciento de los recursos del planeta no están disponibles directamente para los Estados Unidos, porque los gobiernos que los tienen controlan esos recursos, y no están muy ansiosos de que los Estados Unidos los desarrolle. Lo que estamos intentando es trabajar con los que quieran tener esa colaboración, porque –y quiero remarcarlo– la explotación también beneficia a los poseedores de hidrocarburos, no únicamente a los Estados Unidos, y en algunos casos eso incluye no sólo desarrollo en materia de gas y petróleo, sino también desarrollo económico e industrial para los dueños de los recursos.

Es cierto que Estados Unidos depende mucho del petróleo de Oriente Medio, Arabia Saudita, Emiratos Árabes… y nuestra política exterior está muy orientada a mantener relaciones amigables con esos países. Y ciertamente Irak e, incluso, Irán –con el que no estamos teniendo un buen momento– cuentan con un potencial enorme para producir más petróleo. Nosotros, igual que otras naciones, estamos interesados, pero lo mismo sucede con Rusia, que está tratando cada vez más de crecer su producción.

Pero la manera en la que intervienen en esos países, donde no hay colaboración amigable, demuestra que la guerra del siglo XXI sigue siendo por el petróleo.

Algunos dirían que la guerra en Irak es una guerra por petróleo. Yo no creo que haya alguna guerra completamente separada de intereses económicos; la política exterior está hecha de muchísimos elementos, y en el mundo de hoy, la energía es ciertamente una prioridad para países como Estados Unidos, China, Japón o los europeos, que dependen del petróleo o de otras naciones para su provisión interna.



Entonces, sí hay una guerra por el petróleo…Si lo vemos así, sí hay una guerra económica por el petróleo, que es muy fuerte y que tiene muchos intereses para varias naciones, no sólo para Estados Unidos.
En Irak, sí hay una guerra económica por el petróleo, que es muy fuerte y que tiene muchos intereses para varias naciones, no sólo para Estados Unidos. No creo que haya alguna guerra separada de intereses económicos; la política exterior está hecha de muchísimos elementos, y en el mundo de hoy, la energía es una prioridad para países como EU, China, Japón o los europeos, que dependen del petróleo o de otras naciones para su provisión interna

Existe interés en Latinoamérica, por ejemplo, para los gobiernos de Venezuela, Bolivia e, incluso, México, porque las políticas energéticas están directamente relacionadas con la venta de recursos. Y todos pueden decidir ser amigables con Estados Unidos o no serlo.

Creo que en EU todo el mundo está consciente de que el gas y el petróleo serán extremadamente importantes para la próxima década, porque predominarán como los agentes energéticos por excelencia, por eso necesitamos hacerlos accesibles para los Estados Unidos desde otras naciones, como ha sido el caso hasta ahora.

Esa situación ha acaparado las miradas políticas y económicas mundiales, y ha dejado de lado las alternativas energéticas limpias.

No, yo más bien creo que esa conciencia ha motivado mucha actividad para buscar las alternativas de las que hablamos –energía nuclear, combustibles basados en productos biológicos (como el etanol), la energía eólica– y también hemos vuelto a considerar al carbón por ser nuestro mayor recurso interno, por lo menos en Estados Unidos. El impulso tiene que ser mayor, pero eso, como vimos, es más un problema económico y político.

Las universidades tienen que continuar la investigación, desde luego, pero ¿su contribución en este reto realmente puede ser significativa?

Las investigaciones básicas que se realizan en las universidades implican una gran veta de conocimiento científico que es necesario para sentar las bases de un cambio energético mundial. Creo que lo fundamental para los próximos años serán la ciencia, la investigación y la determinación de quienes saben que sólo las alternativas energéticas limpias permitirán el desarrollo sustentable, pues el uso de energéticos tradicionales quedará en el pasado.
Desde luego, porque están dispuestas a invertir en las investigaciones básicas que harán posible su aprovechamiento a gran escala, y eso no es poca cosa. Hablamos, por ejemplo, de desarrollo de tecnología para el aprovechamiento de energía solar, de algunos aspectos de energía nuclear, de la investigación de combustibles biológicos, además de las implicaciones ambientales, de las mediciones de rigor, de los estudios de impacto, de los efectos colaterales… todo eso, en conjunto, implica una gran veta de conocimiento científico que es fundamental para sentar las bases de un cambio energético mundial.
En Estados Unidos, por ejemplo, el financiamiento para esa área viene del Gobierno, principalmente del Departamento de Energía y del Departamento de la Defensa, aunque también la industria privada realiza inversiones en este campo. Creo que lo fundamental para los próximos años serán la ciencia, la investigación y la determinación de quienes saben que sólo las alternativas energéticas limpias permitirán el desarrollo sustentable, pues el uso de energéticos tradicionales quedará en el pasado, en el mediano plazo.