Enero-Marzo 2006, Nueva época No. 97 Xalapa • Veracruz • México
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Hamlet en Psicoanálisis
Juan Capetillo
Miembro del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la UV

Durante el primer semestre de 2005 participé, junto con colegas psicoanalistas, en la impartición del Seminario 6 de Lacan, “El deseo y su interpretación”, en el marco de la lectura de los seminarios de Lacan que lleva a cabo en la Ciudad de México el colectivo RIS, integrante de la Red Analítica Lacaniana (REAL). En el mismo periodo, desarrollé el curso “Introducción al Psicoanálisis” en la Facultad de Psicología, Xalapa. El presente artículo recoge, sintetizadamente, algunos de los puntos tratados en ambas actividades.
No pocos psicoanalistas han sucumbido a la tentación de interpretar el conflicto que porta un personaje del teatro universal; no han sido los únicos, sabemos, pues el enigma que nos presenta Hamlet ha ocupado a pensadores e investigadores de distintos campos, uno que otro de colosales tamaños, como sería el caso de Goethe.

¿Por qué no actúa Hamlet? ¿Por qué no ejecuta el acto que daría respuesta a su pregunta por el ser: «To be or not to be, that’s the question»? ¿Por qué no mata a Claudio tal como se lo dicen todos los argumentos racionales y morales? ¿Qué es lo que le impide empuñar la espada y enterrarla en el cuerpo del impostor?
Ni las oportunidades ni las justificaciones ni el arrojo le faltan para vengar la muerte del padre, quien ha venido a ordenárselo desde un más allá infernal, y a pesar de ello no lo hace, lo pospone cada vez para mejor ocasión, posterga hasta el momento en que, ya mortalmente tocado, asesina al tío traidor en medio de esa verdadera carnicería en que se convierte uno de los momentos finales y decisivos del drama. ¿Por qué, cómo explicar este entumecimiento de nuestro personaje?
Factores de orden social –como la dificultad de convencer al pueblo de la culpabilidad de Claudio– han argüido algunos, en una posición verdaderamente insostenible tan sólo por el hecho de que no aparece ni una sola vez como preocupación en los diálogos o monólogos de Hamlet.
Otros, como el mismo Goethe, aluden a determinantes psicológicos: Hamlet, como habría correspondido a un príncipe de Dinamarca en la época –nos recuerda Goethe–, vivió un tiempo en Wittemberg, centro modelo de formación de los jóvenes alemanes, donde se daba una vigoroso entrenamiento al ejercicio más exhaustivo del pensamiento, a estudiar y analizar hasta el mínimo detalle todos los aspectos relacionados con un
problema, con lo que, en muchos casos, se genera una inhibición a la acción, es decir, el proceso se queda en el ejercicio de pensar, de desmenuzar todos los elementos del punto en cuestión, lo que impide pasar a los actos: una erotización del pensamiento, podríamos decir, que acapara todo el goce en juego. Hamlet sería, para Goethe, la acción paralizada por el pensamiento.

De cualquier manera, nuestro interés en este momento se dirige a la que podría constituir una tercera opción con respecto a las dos anteriores: la lectura psicoanalítica de Hamlet, la que se centraría en la acción misma, en las dificultades del acto criminal reivindicativo de Hamlet. ¿Qué es lo que hace difícil, si no imposible, la ejecución del acto?
Es Freud mismo quien aproxima por primera vez nociones psicoanalíticas al texto cumbre de Shakespeare y lo hace desde los inicios del Psicoanálisis en un pasaje de La interpretación de los sueños (Freud, 1900), dedicado al estudio de los sueños que giran en torno a la muerte de personas queridas.

La relación del trabajo de Freud con diferentes piezas del arte universal es una constante a lo largo de toda su obra, lo que ha dado pie a numerosos trabajos sobre el sentido del nexo profundo Psicoanálisis-Arte, el cual, incluso, ha llevado a algunos a la afirmación de que se trata de un vínculo no aleatorio, sino de orden estructural, ineludible.
Aunque este escrito está inmerso en las coordenadas que trazan el psicoanálisis y el arte, no es su interés abordar la relación en sí, solamente suscribe, al respecto, la posición de Freud de que el psicoanálisis se ha servido del arte porque los grandes poetas dijeron antes que él –en otro tipo de escritura– lo que él vendría a decirnos.
Hay dos dimensiones en las que podemos colocar y aquilatar lo dicho por Freud sobre Hamlet. Una de ellas remitiría a la interpretación que hace de Hamlet en términos del Edipo; esto es, no mata a Claudio porque en su inconsciente se identifica con él, ya que es quien habría realizado lo que aparece como su propio deseo inconsciente más quemante: el parricidio y el incesto materno. En consecuencia, atentar contra Claudio sería, de alguna manera, atentar contra sí mismo. Ésta, que es una de las líneas más importantes seguidas por psicoanalistas que han escrito sobre Hamlet, no es la contribución más toral ni constituye el principal golpe de efecto que, para el psicoanálisis, trae la lectura de Freud sobre Hamlet.

La otra dimensión, de mayor trascendencia, supone la equiparación mítica de Hamlet con Edipo. El personaje de Shakespeare, al igual que el de Sófocles, tiene algo que decir a todos los seres humanos. Por tanto, la intuición genial y gigantesca de Freud –en contraste con el tamaño de su texto de alrededor de dos páginas– reside en la comparación que establece entre Hamlet y Edipo Rey. Este último actúa sin saber, es inconsciente, desconoce el sentido y las consecuencias de su acto, hasta que el develamiento de la verdad se traduce en los momentos más vibrantes de la tragedia; Hamlet, en cambio, es el que sabe, y sabe desde el principio del drama.

La obra se abre, justamente, con la aparición del fantasma del Rey Padre, quien hace saber a su afligido vástago las circunstancias de intriga y traición que rodearon su muerte, constriñéndolo a vengarla. Le dice, además –lo cual es muy importante–, que la muerte lo sorprendió “en la flor de sus pecados”, sin extremaunción. Con esto se abre para Hamlet la dimensión de un saber que está en la fuente de sus indeterminaciones para llevar a cabo el designio del padre muerto; el hijo no puede pagar la deuda del padre, pero tampoco puede dejarla abierta.

No se trata de interpretar psicoanalíticamente a Hamlet, ni mucho menos a Shakespeare, porque uno es un personaje de ficción y el otro, una figura histórica (aunque algunos pongan esto en entredicho), y el psicoanálisis se aplica a sujetos que hablan en el interior del dispositivo psicoanalítico. Pero es posible –como lo hizo Freud– correlacionar la hechura de Hamlet con el fallecimiento del padre de Shakespeare y conjeturar que esta muerte revivió los deseos infantiles hacia el padre, que estarían presentes en la escritura de la obra; lo que, sin embargo, es muy distante de pretender emitir afirmaciones sobre el inconsciente del sujeto Shakespeare, aun habiendo analizado el conjunto de su obra.

Como espectadores o lectores, no somos indiferentes ante una puesta en escena o una lectura de alguna de estas dos obras clásicas: Edipo Rey y Hamlet. Nos conmovemos, algo de la escena o del escrito clama en nosotros por algo, no nos calma, nos inquieta, nos interroga en lo más íntimo. Y la cosa va más allá de la satisfacción de la pulsión infantil de ver, a través de la escena del teatro, el coito parental, la Escena Primitiva, de la que nos habla Freud; es algo más lo que nos significan estos personajes míticos. Hamlet y Edipo –nos dice Lacan– constituyen una red discursiva en la que podemos situar nuestra ignorancia respecto a nuestro propio deseo inconsciente.

Lacan se inscribe en la tradición de los psicoanalistas que han abordado a Hamlet. Desarrolla un extenso y portentoso comentario sobre esta obra durante su Seminario 6: “El deseo y su interpretación” (1958-1959), que está dedicado, justamente, a la producción de la definición del deseo inconsciente y su lugar en la experiencia del psicoanálisis. Es un seminario en el que Lacan prosigue la construcción de uno de sus grafos más importante y que más ha orientado el ejercicio del análisis por parte de sus seguidores: el grafo del deseo. En él, Lacan postula, en una serie de matemas, el proceso de constitución subjetiva que se desenvuelve bajo los movimientos de alienación y separación del sujeto en su relación con el Otro.

Para Lacan, el comentario sobre Hamlet le permite pensar e ilustrar este proceso, ya que considera que esta obra muestra ejemplarmente sus diferentes momentos. No se trata para él de decir si Hamlet es un obsesivo por la postergación de su acto o un histérico porque sostiene su interrogante por el deseo del Otro, aunque estas cosas puedan decirse; se trata, más bien, de preguntarse por qué Hamlet, al igual que Edipo Rey, genera en sus representaciones un agujero, un ansia en la que situamos el desconocimiento del deseo inconsciente que nos habita.

Hamlet, según Lacan, es un drama en el que se juega el encuentro con la muerte. En él, el duelo y los ritos fúnebres (aunque bajo una forma degradada) ocupan un lugar preponderante. En primer término, el duelo por el padre muerto y la no obediencia al mismo por parte de su madre, que es uno de los fuertes motivos de reclamo de Hamlet a Gertrudis, mismo que lo lleva –entre otras cosas– a producir el famoso diálogo con Horacio: “Economía, Horacio, economía. Aún no se habían enfriado los manjares cocidos para el convite del duelo, cuando se sirvieron en la mesa de la boda...”1. En segundo lugar tenemos la falta de rituales en el apresurado entierro de Polonio, dada la avanzada putrefacción del cadáver, quien había permanecido oculto bajo las escaleras, y, por último, los impugnados rituales por la muerte de Ofelia, quien, de acuerdo con el precepto religioso de la época, no tendría derecho a funerales por haberse suicidado.

Es justamente la desaparición de Ofelia, su pérdida, lo que va finalmente a movilizar a Hamlet y a colocarlo en la vía de la realización de su acto. Para Lacan, Ofelia ocupa un sitio relevante en el texto, ya que aparece para el personaje central bajo dos formas del objeto: como objeto de su deseo consciente, un objeto de orden imaginario en el momento anterior a la muerte de su padre y, sobre todo, al de su aparición espectral; y como el objeto perdido causa del deseo, situado –según Lacan– en el registro de lo real.
Es importante puntualizar que el seminario mencionado todavía forma parte de la serie en la que Lacan ajusta cuentas con la orientación preponderante en el movimiento psicoanalítico de entonces, (los años cincuenta del siglo pasado) que se sustentaba en las llamadas relaciones de objeto y suponía una concepción genética del objeto correlacionada a una evolución natural de la libido correspondiente, a su vez, con un desarrollo reglado del yo.
Destacando la concepción freudiana del objeto –presente desde el mismo Proyecto de Psicología (Freud, 1895[1950])– como radicalmente perdido e irrecuperable, Lacan despliega su crítica que lo llevará a lo que se considera uno de sus mayores aportes: la producción del Objeto A como causa del deseo.

Este seminario, desarrollado principalmente a partir del trabajo con la lógica del significante, constituye un momento de transición en el que, cada vez más, Lacan va elaborando la concepción del objeto como real, como objeto irremediablemente perdido y causa del deseo, sin que esto signifique, en este momento, dejar de aproximarlo bajo la lógica del significante. Hamlet, junto con el comentario sobre situaciones de la clínica, le representa un excelente pretexto para la urdimbre de sus elaboraciones.

En este momento de su enseñanza, Lacan hace una equiparación entre el falo como significante de la falta con el objeto causa del deseo. Ese significante –el falo–, que haría de lo simbólico una estructura cerrada, completa y cuya ausencia moviliza el deseo, es el que el sujeto debe sacrificar en su proceso de constitución para poder incorporarse al mundo humano. Toda la psicopatología psicoanalítica está basada en el destino que tenga la relación del sujeto con el falo. Ese falo –presente como objeto imaginario en los tiempos edípicos anteriores a la aparición del padre como función separadora– el sujeto tiene que sacrificarlo a la castración, y eso es a lo que menos está dispuesto. Tiene que darse la operación que convierta al falo de un objeto imaginario existente como tal, en un objeto que se pierde irremediablemente, y que retoma para el sujeto su naturaleza simbólica, como significante de la falta. De este proceso depende la instauración del deseo en el sujeto, su constitución como sujeto deseante.
Ésa es la observación de Lacan sobre Hamlet. Cuando se opera esa transformación de lo que representa Ofelia para él, se dan las condiciones de su acto. La muerte de Ofelia conmueve a Hamlet hasta en el más íntimo de sus resortes espirituales: se siente dispuesto –por ejemplo– a multiplicar a excesiva potencia los sacrificios que Laertes ofrece ante la tumba de la hermana muerta; se produce en él una transformación que guía los momentos finales del drama. Es sólo a partir de esta pérdida irremediable que Hamlet puede hacer el duelo por el falo.
Evidentemente, en este apretado comentario sobre la lectura que Lacan hace de Hamlet en el contexto del Seminario 6, queda una enorme deuda tanto con la multiplicidad de puntos trabajados por el psicoanalista como con la minuciosidad y profundidad con que son tocados; traerlos con ese carácter general es con el fin de desprender un punto particular para detenernos un poco en él: el carácter mítico de Hamlet. La singularidad de este punto es un procedimiento de análisis, ya que su contenido remite, precisamente, a lo universal.

A Lacan le llama la atención el apartado del texto de Freud sobre los sueños en el que se inserta su comentario sobre Hamlet: sueños de muerte con personas queridas, con los cuales habló por primera vez del Complejo de Edipo. Por tanto, Lacan inicia su comentario acerca de la obra ya mencionada relacionándolo con el sueño de un paciente de Freud que le sirvió antes para ilustrar la relación del sujeto con su inconsciente, el de aquel sujeto que sueña con su padre ya muerto: “El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía, pero (esto era lo asombroso) estaba, no obstante, muerto, sólo que no lo sabía”.2

Y es que el paciente había cuidado a su padre durante una larga y dolorosa convalecencia fatal, en la que, en algún momento, tuvo el piadoso pensamiento de que muriera para que terminara su sufrimiento. La muerte del padre, que afectó profundamente al soñante, realiza de alguna manera este deseo, reavivando las emociones infantiles parricidas con su consecuente culpabilidad.

Sobre la base de esto, Freud interpreta el sueño agregando frases al texto del relato onírico del paciente; nos dice: “Se comprenderá este sueño si a continuación de ‘estaba, no obstante, muerto’ se agrega ‘a causa del deseo del soñante’, y si se completa ‘sólo que no lo sabía’ así: ‘no sabía el soñante que tenía este deseo’”.3 Es en este punto donde resulta pertinente la referencia a Hamlet y su comparación con Edipo Rey.

Edipo actúa sin saber, el parricidio y el incesto se consuman en la inconsciencia; en Hamlet, el crimen edípico es sabido desde el principio y quien lo sabe es la víctima misma, el padre, el cual lo devela al sujeto, lo que es altamente significativo. A diferencia del sueño del paciente de Freud y de Edipo Rey, en Hamlet el padre sabe muy bien que está muerto y esto según el anhelo del que ocupó su lugar: su hermano Claudio, que desposa a la Reina y con quien Hamlet se identifica en su inconsciente.

El acto de Edipo, en su inconsciencia, lo hace héroe trágico; en Hamlet se representa la tragedia misma del deseo. Hamlet es desde el principio culpable de ser, le resulta insoportable ser, según Lacan: “Es precisamente porque acá [en Hamlet] el drama edípico se abre al principio y no al final, que la elección se propone a Hamlet entre ser y no ser”.4

Que el padre no sepa que está muerto según el deseo del sujeto es condición para que se constituya el inconsciente. El padre ignorante de su muerte, en el sueño del paciente de Freud, encarna el inconsciente mismo del sujeto. Lacan hace referencia a la percepción de los niños –confirmada empíricamente– de que sus padres conocen todos sus pensamientos, es decir, el Otro sabe, no es ignorante; no hay distinción entre este Otro y sus pensamientos. Una de las revoluciones del alma infantil se produce en el momento en que se dan cuenta de que esto no es así; es un efecto de la castración, es decir, la producción de la ignorancia del Otro.

Todos los deseos incestuosos y parricidas del niño que sus padres saben, y que no importa que lo sepan porque todavía no han sido proscritos, son reprimidos por el sujeto constituyéndose el inconsciente y la correspondiente ignorancia del Otro. El sujeto se constituye –dice Lacan– sustrayéndose del Otro, mediante una operación de resta del discurso, de la cadena significante.

Si la idea “él no sabía que estaba muerto en el sueño” del paciente de Freud representa el inconsciente del sujeto y si en ese mismo nivel situamos la idea “el padre sabía que estaba muerto” de Hamlet, quiere decir que simboliza, también, el inconsciente del sujeto, pero sin la defensa que proporciona la represión, lo que nos lleva a pensar que Hamlet nos remite a un diferente momento de la constitución del sujeto cuando éste se abre al saber de su inconsciente.

Es en estos términos que el Psicoanálisis piensa a Edipo y Hamlet como dos versiones del mito fundante de lo humano según Freud: el del asesinato del padre primordial. Dos versiones, no una reedición. Shakespeare –nos dice Lacan– modifica la estructura fundamental de la eterna saga de todos los tiempos, la del conflicto del héroe contra el padre, contra el tirano: “...hace aparecer que el hombre no sólo está poseído por el deseo, sino que tiene que encontrarlo, encontrarlo a costa suya y con el mayor esfuerzo”.5 No son –Hamlet y Edipo– sujetos psicopatológicos sobre los que haya que ensayar las categorías psicoanalíticas. Conforman un enrejado discursivo que remite a la estructura del sujeto y permiten pensar su proceso de constitución. Creyendo estar en la línea del pensamiento de Freud, Lacan sostiene que las creaciones poéticas (como Hamlet y Edipo), más que reflejar, engendran las creaciones psicológicas.

Para concluir este escrito, elegimos un párrafo del Seminario 6 de Lacan, dado que es representativo de este sentido de aproximación al texto literario y porque consideramos que resume magistralmente las ideas sostenidas en el mismo: “La tesis que planteo para dar cuenta de esto es que Hamlet hace jugar al marco mismo que intento presentarles acá, el marco en el cual se sitúa el deseo. Este lugar está tan excepcionalmente bien articulado que cada uno llega a reconocerse en él, a reencontrarse. La obra de Hamlet es una especie de aparato, de red, de enrejado, donde se articula el deseo del hombre y, precisamente, con las coordenadas que Freud nos descubre, a saber: el Edipo y la Castración”.6

NOTAS:
1. William Shakespeare, Hamlet, Porrúa, México, 1984, p. 9.
2. Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, en Obras Completas de Sigmund Freud, t. V. Amorrortu, Buenos Aires, 1978, p. 430.
3. Loc. cit.
4. Jacques Lacan, Lacan oral, Xavier Bóveda Ediciones, Buenos Aires, 1983, p. 22.
5. Ibid., p. 33.
6. Ibid., p. 32
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