Octubre-Diciembre 2005 , Nueva época No. 94-96
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La ciencia en México se ha desarrollado a pesar del Gobierno: Pérez Tamayo

Juan Carlos Plata


A pesar del atraso que tiene la ciencia en México respecto a la que se desarrolla en los países poderosos económicamente, en los últimos 50 años la comunidad científica mexicana ha realizado lo que otras naciones han hecho en tres siglos. En esta labor, el esfuerzo de los científicos e investigadores ha sido fundamental, porque sin él los logros alcanzados serían sólo un proyecto. Y es que pareciera que a los gobiernos, a la iniciativa privada e, incluso, a la sociedad no les interesa apoyar el quehacer científico, pues su respaldo ha sido prácticamente nulo. El científico mexicano Ruy Pérez Tamayo da cuenta de los orígenes y del estado actual de la ciencia en nuestro país.

      Barca, 2000.
En una sociedad en la que, según datos de la Academia Mexicana de Ciencias, 71 por ciento de la población cree en milagros y 65 por ciento cree en el diablo, que tiene una herencia histórica de dogmatismo y cerrazón dejada aquí por los conquistadores españoles y en la que la ciencia se ha tenido que desarrollar a pesar de las autoridades –que poco o nada han hecho para fomentar progresos en la ciencia y la tecnología porque invierten sumas millonarias en rescates bancarios y beneficios personales–, los avances que ha logrado México en materia de ciencia durante los últimos 50 años son, cuando menos, notables.

En la actualidad, hay varias instituciones dedicadas a la investigación científica –existen, por ejemplo, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y la Academia Mexicana de Ciencias– que a pesar de que su labor se vea acotada por los escasos recursos económicos de los que disponen y por los entuertos de la burocracia existente en el país, suponen una infraestructura importante con la que se puede construir el futuro de la ciencia en México.

Es claro que el problema no es de calidad, ya que existen muchos buenos científicos en México que realizan trabajos de muy alto nivel, sino de cantidad, pues no hay el número de investigadores que el país necesita.
Esas otras acciones a las que se destina el dinero que debería ser para la ciencia son el apoyo a las empresas, el pago de la deuda del FOBAPROA, los recursos que deberían ser para el desarrollo del país se otorgan a la iniciativa privada… Desafortunadamente, la prioridad no es resolver los problemas de la ciudadanía, sino financiar a los grupos privilegiados que dan apoyo político y económico a las autoridades. El país está siendo secuestrado por la administración y por los empresarios, y nosotros estamos pagando el precio del rescate.
Según datos del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), aproximadamente hay un investigador afiliado a esta institución por cada 10 000 habitantes, es decir, cerca de 11 000 investigadores en un país de más de 100 millones de habitantes; y de acuerdo con información de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), en 2005 la inversión pública para ciencia y tecnología será de aproximadamente 16 000 millones de pesos, equivalente al .21 por ciento del Producto Interno Bruto.

El destacado científico mexicano Ruy Pérez Tamayo, profesor emérito y jefe del Departamento de Medicina Experimental de la Facultad de Medicina de la UNAM, es uno de los personajes relacionados con la ciencia mexicana más calificados para hablar sobre este tema, ya que –como él mismo asegura– ha estado vivo durante todo el tiempo que ha habido ciencia en nuestro país.
¿En el estado en que se encuentra México, hay alguna posibilidad de hacer un trabajo científico real, serio y conjunto?
Este trabajo ya se empezó a hacer. Nuestro problema no es de calidad, sino de cantidad, porque de hecho hay grupos formados a partir de los años cincuenta o sesenta en áreas como Neurociencias, Física, Química, Ingeniería Sísmica, Biomedicina, Biología Molecular, y hay muchos campos de la ciencia en los que los investigadores están trabajando a nivel de frontera, compitiendo con los mejores del mundo. Nuestro problema es que somos pocos, tenemos que multiplicarnos, pero esto no es fácil ni rápido, pues el tiempo que toma no se mide en años, sino en generaciones. Estamos empezando muy retrasados. Sin embargo, si comparamos el estado que tenía la ciencia en México en el año 1900 con el que tenía en el 2000, la diferencia es extraordinaria, es un salto cuántico. En los últimos 50 años, en México se hizo lo que otros países realizaron en tres siglos, que es incorporar a la ciencia, que la ciencia empiece a hacerse.

Germinación, 2000.
 

Y esto se ha logrado en un lapso relativamente breve, gracias al trabajo, motivación y testarudez de la comunidad científica, no a la administración pública ni a la promoción de la sociedad.

Yo empecé a trabajar en ciencia en 1943; de esto hace 62 años. Y cuando comparo lo que tenía en ese entonces con lo que ahora tengo (un departamento muy bien equipado y con más de 70 investigadores, doctorados de primerísimo nivel, con muchos alumnos graduados), me sorprende porque todo esto se ha conseguido en una sola generación. Sin duda, el ritmo de crecimiento de la ciencia en México es algo admirable, extraordinario, y para los que todavía nos acordamos de cómo estábamos al principio es estimulante ver cómo estamos trabajando ahora.

No obstante, sabemos que estamos muy atrasados en comparación con los países que sí estimularon el desarrollo de la ciencia. Pero el atraso no se debe a la calidad o al nivel de los científicos, sino a su número; deberíamos ser 20 o 30 veces más para tener la cantidad que tienen las naciones que están aprovechando la ciencia y la tecnología porque generan el conocimiento.

Nosotros ahora estamos generando conocimiento, pero aprovechamos mucho del que se está produciendo en otros lados. Por ejemplo, en los estudios que se hicieron sobre el genoma humano, no intervino ningún país latinoamericano, y eso que tardaron 11 años en decodificar el genoma humano completo. La inversión de Estados Unidos fue de 200 millones de dólares anuales, y participaron Japón, Francia, Inglaterra, países desarrollados que tenían los investigadores y también los recursos para hacerlo, porque la ciencia cuesta. Ninguna nación de América Latina colaboró, pero todos podemos aprovechar la información generada porque hay gente capacitada para incorporarla y usarla.

Vuelvo a lo mismo: el problema es de números. Durante los 50 años que la ciencia se ha desarrollado, lo ha hecho a pesar y en contra de la administración pública. El CONACYT, por ejemplo, se fundó en 1970, pero durante la mitad de esos 35 años que tiene funcionando fue un botín político. El único científico dedicado a la ciencia activamente que ha sido director general de este organismo fue Manuel Ortega y estuvo dos años; el resto del tiempo ha sido dirigido por administradores. Por lo tanto, el Consejo estorba más de lo que apoya.

El CONACYT estableció el Sistema Nacional de Investigadores, que otorga estímulos a los científicos. ¿Su actuación ha sido relevante, ha funcionado de manera correcta?
El Sistema Nacional de Investigadores le da una compensación económica al investigador en función de su productividad. ¿Qué fue lo que pasó? El presidente Miguel de la Madrid se dio cuenta de que las remuneraciones que les daban a los investigadores eran miserables, que la gente se estaba yendo, y para evitar que se desintegrara la comunidad científica decidió no subirles el sueldo, porque se le hubieran ido en contra los trabajadores sindicalizados, sino darles una compensación en función de su productividad, y los salarios se quedaron igual de bajos.

Según una estadística de la Academia Mexicana de la Ciencia, el 71 por ciento de la población urbana cree en los milagros y el 65 por ciento cree en el diablo. Con ese nivel de educación es poco probable que la sociedad favorezca una actividad que se basa en la racionalización, que pone la razón por encima de la fe.

De manera que cuando el investigador se jubila deja de percibir del SNI y le espera la desnutrición. Se trató, pues, de tapar el sol con un dedo. La solución era otorgar un pago adecuado a los investigadores y un premio adicional por su productividad, pero no que ese premio se transforme en parte del presupuesto mensual para el supermercado.

Uno de los intereses de los investigadores es no salirse del SNI, y para eso tienen que publicar artículos, labor por la que están desatendiendo sus deberes académicos (por ser profesor no les van a dar puntos). Entonces se dedican a escribir, y si tengo dos amigos que también publican, yo firmo sus trabajos, ellos los míos y así nos quedamos todos en el SNI. Esto es un fraude, pero nos están obligando a hacerlo, porque no se resolvió el problema económico; solamente se le puso un parche que no le quedó bien. Éstas han sido las acciones del Gobierno.

Otra acción gubernamental es la masificación de las universidades. Eso lo hizo Echeverría cuando aumentó la matrícula estudiantil en lugar de crear nuevas universidades fuera de la Ciudad de México y con eso dar trabajo a los investigadores. Amplió la matrícula con el mismo número de universidades y la calidad se fue hasta el fondo. Esto fue una agresión al sistema educativo del país.

Durante todo el tiempo, en México la educación ha sido la niña fea, no se le ha prestado atención, a pesar de que es lo más importante que puede proporcionar el Estado a la sociedad. En Corea del Sur, un país pequeño que no tiene petróleo ni minas ni gran riqueza natural, sólo personas, el Gobierno invirtió en la gente, y Corea pasó de ser un país del cuarto mundo a una de las potencias actuales en un lapso de 10 años, gracias a que promovieron el desarrollo de la ciencia y la tecnología a través de la educación.

En nuestro país sucede lo contrario. Veamos un ejemplo: ¿Cuánto gana un maestro de primaria? tres mil pesos aproximadamente, lo cual resulta poco; por tanto, él y su esposa tienen que trabajar más, quizá dos turnos. El país ha abandonado a los educadores que son los ciudadanos más importantes que tiene el país.

Cuando Carlos Salinas llegó a la presidencia, tuve la oportunidad de hablar con él. Un grupo de científicos y yo lo tuvimos encerrado cerca de dos horas en su oficina, donde le presentamos un documento que yo escribí y cuyo título era “Cinco puntos para el desarrollo de la ciencia y la tecnología en México”. El primer punto consistía en declarar prioridad nacional al desarrollo de la ciencia y la tecnología, con la trascendencia del decreto de la expropiación petrolera o de la nacionalización de la banca. Una cosa de ese tipo que fuera transexenal y que tuviera un impacto federal. Los otros puntos, que eran apoyar más al CONACYT, respaldar proyectos de investigación y dar presupuesto a la Academia de Ciencias, los respetó y concretó. Salinas ha sido el único presidente que ha apoyado la ciencia en serio, aunque el primer punto de la petición no lo consideró, a pesar de que eso es lo que el país necesita: darle prioridad a la ciencia y apoyarla en serio, porque si no, no tendremos futuro y no dejaremos de ser una nación dependiente que compra la tecnología que se produce en otro lado.

Como una solución a este problema se menciona la incorporación de la iniciativa privada a estos procesos de desarrollo de tecnología, es decir, que no se dependa únicamente de los recursos del Estado. ¿Cuál es su opinión al respecto?
La contribución de la iniciativa privada para apoyar el desarrollo de la ciencia y la tecnología en México no rebasa el 10 por ciento del gasto nacional en ciencia el 90 por ciento o más es aportación del Gobierno y eso es característico de los países subdesarrollados. Esto quiere decir que la industria nacional está igualmente subdesarrollada que el resto del país. Si estuviese desarrollada estaría apoyando la generación de nuevos conocimientos que la ayudaran a crecer.

Sin embargo, lo que generalmente se ha hecho es comprar tecnología del extranjero, de segunda mano, o tecnología chatarra que ya no van a usar los países del primer mundo. Ésa es la que compramos, y ahora ya ni siquiera ésa porque la mayor parte de la industria nacional es transnacional, es decir, la tecnología se desarrolla en otros países y después la traspasan aquí sin necesidad de pagarle a nadie. Esto es el resultado de una visión a corto plazo y de una especie de pequeñez de alcances, de aspiraciones, porque los empresarios mexicanos tendrían que darse cuenta de que en la medida que la sociedad eleve su estándar de vida, ellos van a subir también; los va a sacar a flote porque aumenta el mercado y las posibilidades de adquisición, se incrementa el nivel de cultura, se puede ser más sofisticado. El crecimiento tiene que ser social y uniforme, pero la iniciativa privada está interesada nada más en lo que va a ganar a muy corto plazo, y eso es lo que tendría que cambiar.


Barca, 2000.
¿Cómo puede cambiar?
En primer lugar, el Gobierno tendría que dar incentivos fiscales, como lo hacen todos los países. En México, no se otorga incentivos a la industria que apoya el desarrollo de la ciencia básica y de la tecnología en general. Lo que hace la industria es tratar de que todos los insumos que utiliza le cuesten un centavo menos; entonces busca en el extranjero una opción más barata.
 

Mientras se tenga esta visión no nos van a beneficiar. Esto es un síntoma. No es que ellos sean perversos; es que así es el subdesarrollo.

Casi siempre pensamos que el culpable del mal estado en que se encuentra el país es el Gobierno. Nos encanta echarle la culpa al Gobierno y ahora a la iniciativa privada. Pero no creo que ellos sean el problema, sino la sociedad, pues ella es la que tiene que darse cuenta, debe crecer con la idea de que para mejorar su estándar de vida tiene que subir todo al mismo tiempo, tiene que empezar a exigir a las empresas que apoyen el desarrollo de la investigación en la universidades. No para que les resuelvan sus pequeños problemitas tecnológicos, sino para que haya técnicos con la información suficiente para poder ver con mayor amplitud y, con ello, hacer crecer la ciencia. Mientras los empresarios estén pagando esto en el extranjero, nosotros no vamos a poder desarrollar tecnología.

Existe la idea de que la ciencia se relega en aras de atender necesidades urgentes del país. ¿Habría que vincular el desarrollo de la ciencia al desarrollo social?
Esas otras acciones a las que se destina el dinero que debería ser para la ciencia son el apoyo a las empresas, el pago de la deuda del FOBAPROA, el rescate a los constructores de carreteras, es decir, los recursos que deberían ser para el desarrollo del país se otorgan a la iniciativa privada.

Mario Molina, quien está encargado de los programas para descontaminación del ambiente de la Ciudad de México, me dijo que hay un impuesto, por ley, de cinco centavos de cada peso para un fideicomiso de PEMEX que se canaliza para el grupo que está realizando los estudios necesarios para disminuir la contaminación de la ciudad. Cuando ganó el Premio Nobel, lo trajeron a México y lo hicieron jefe de ese grupo. Al tomar cargo, preguntó dónde estaban esos recursos para pagarle a los grupos que tienen que estudiar los flujos de circulación en distintas secciones de la ciudad y nadie supo dónde estaba ese dinero ni dónde fue a parar ni cómo está distribuido, porque el dinero ya no va al fideicomiso y no hay manera de seguirle la pista.

Lo que pasa es que la prioridad no es resolver los problemas de la ciudadanía, sino financiar a los grupos privilegiados que proporcionan apoyo político y económico a las autoridades. El país está siendo secuestrado por la administración y por los empresarios, y nosotros estamos pagando el precio del rescate.

  ¿Se pueden reducir los trámites que los investigadores tienen que hacer para recibir una remuneración por parte del SNI y que los aleja de los trabajos de investigación? ¿Es posible eliminar toda esa burocracia?
Sí se podría, porque todo eso es generado por la burocracia que se ha apoderado de los organismos responsables de hacer accesibles los recursos. Si se elimina la burocracia, entonces se acaba eso. Claro, se quedaría sin trabajo una serie de burócratas, pero sería de lo más sencillo hacerlo. Lo que se necesita es tener el interés de hacerlo y la autoridad para decir: “ustedes se trasladan a otras secretarías y ahora el CONACYT se reduce a cuatro personas”. Así, no habría que hacer ningún trámite, sólo habría que venir por el dinero.

Conjunto de piezas, 2000.
  El SNI se hizo porque en ese entonces la Academia de la Investigación Científica diseñó un programa que se llamaba “Investigadores Nacionales”. La idea era que hubiera entre 10 y 15 científicos mexicanos que fueran pagados por el Gobierno, espléndidamente pagados, y que pudieran elegir dentro del país su lugar de trabajo (si me hubieran preguntado, yo hubiera escogido Mérida), además de tener un sueldo de 250 000 pesos y disponer de las instalaciones necesarias, de un laboratorio bien equipado y de ayudantes. De esa manera, se reconocería a 10 o 15 personalidades y se estarían creando grupos de investigación en distintas partes del país. El director de la Academia buscó la manera de que la propuesta fuera presentada al Presidente de México, pero nunca se hizo.

Cuando José Sarukhan era el director, me habló para decirme que quería que viera un proyecto que le habían enviado de la Presidencia (en ese momento el Presidente estaba muy preocupado porque la gente se estaba yendo); era el proyecto para crear el SNI. Después, se mandó un cuestionario a cerca de 1 000 investigadores, se recogieron las respuestas y se armó la propuesta del Sistema Nacional de Investigadores, en la que se incluía que el Sistema lo manejara la Academia, pero esa parte no fue aceptada.

El proyecto se le presentó a Reyes Heroles; él se lo pasó a dos investigadores que trabajaban en la SEP y ellos le dieron los toques finales. Así fue como se llevó a cabo. Fue generado y promovido por los investigadores, y Miguel de la Madrid tuvo que hacer el decreto. No fue una iniciativa del Gobierno, como el CONACYT no fue iniciativa de Echeverría, sino que el Instituto Nacional de Investigación en Ciencias (INIC) hizo el estudio y publicó el documento en el cual se dice que desaparece el INIC y en su lugar se crea el CONACYT.

Aquí hay que destacar las condiciones políticas en las que se creó el CONACYT. Acababa de pasar el movimiento del 68 y Luis Echeverría estaba sumamente sensible a las críticas de los universitarios, por lo que pensó que la manera de aplacar o de recuperar la buena opinión de los intelectuales en México era creando el CONACYT. Ésta fue una medida política; no estaba interesado en la ciencia ni en la tecnología, sino en recuperar cierto prestigio. Pero no le sirvió para nada.
 
El ritmo de crecimiento de la ciencia en México es algo admirable; no obstante, sabemos que estamos muy atrasados en comparación con los países que sí estimularon el desarrollo de la ciencia. Pero el atraso no se debe a la calidad o al nivel de los científicos, sino a su número; deberíamos ser 20 o 30 veces más.
 

Los programas –como el de “Ciencia en tu escuela” que coordina el doctor Jorge Flores Valdés– en los que científicos asesoran a maestros de secundaria para mejorar las clases de ciencias, y que han demostrado mediante estudios serios que mejoran el rendimiento estudiantil en estas materias, ¿son un paso obligado que hay que dar para fomentar la ciencia en el país?
Es algo que se debería hacer en mucha mayor escala de la que se está haciendo ahora, pues lo que se realiza actualmente es un experimento piloto que si se multiplicara por 100 sí representaría un esfuerzo significativo. Es bueno que se haya hecho y que se haya demostrado que sale bien cuando se hace bien, porque nosotros funcionamos así: tenemos muy buenas ideas, pero cuando no se demuestra que funcionan en la práctica, simplemente no
sirven y ya.

Ahora, si en lugar de 1 100 científicos en la Academia fueran 10 000, esto tendría impacto en el ámbito nacional; actualmente se tiene un impacto a nivel restringido. Por el momento, penuria es el término adecuado para definir la situación de la ciencia en el país.

Se maneja la idea de que la sociedad no le da al desarrollo científico y tecnológico el lugar que le corresponde. ¿Esto se puede dar cuando las instituciones encargadas de promover la ciencia se preocupan más por la política que por la propia ciencia?
En efecto, por inmadurez, la sociedad mexicana no le concede a la ciencia y la tecnología la importancia que, en mi opinión, merece para el desarrollo del país. Porque la ciencia es muy joven en nuestro país. Lo mismo le pasa a las autoridades: no pueden darle toda la importancia que tiene porque la desconocen, no porque sean perversas o estén en contra del progreso; es simplemente porque no tienen conciencia de que apoyando a la ciencia y la tecnología se van a mejorar las condiciones que ellos quieren mejorar. Éste es, sin duda, un problema de madurez.

México es un país joven, pero en el campo científico es aún más joven. La Academia Mexicana de la Ciencia hizo una estadística hace un par de años que dice que de la población urbana –la gente que anda en la calle en la Ciudad de México– el 71 por ciento cree en los milagros y el 65 por ciento cree en el diablo. Con ese nivel de educación, con ese grado de cultura es muy poco probable que la sociedad favorezca una actividad que se basa en la racionalización, que pone la razón por encima de la fe. Y es que desde hace siglos han colocado la fe por encima de la razón: se dice “hombre de fe” como si se estuviera elogiando a la persona, cuando se debería decir “hombre de razón”, puesto que somos animales racionales.

La mayor parte de la sociedad de nuestro país tiene todavía una estructura que no es compatible con la filosofía dura de la realidad que caracteriza a la ciencia, y mientras haya esa resistencia va a ser muy difícil que se promueva el desarrollo de la ciencia a partir de una sociedad.

 
La contribución de la iniciativa privada para apoyar el desarrollo de la ciencia y la tecnología en México no rebasa el 10 por ciento del gasto nacional en ciencia; el 90 por ciento o más es aportación del Gobierno, y eso es característico de los países subdesarrollados. Esto quiere decir que la industria nacional está igualmente subdesarrollada que el resto del país, si estuviese desarrollada estaría apoyando la generación de nuevos conocimientos que la ayudaran a crecer.
 

Sin embargo, quiero reiterar, hace 50 años estábamos muchísimo peor. Hace 50 años no había CONACYT ni universidad, carecíamos de profesores de tiempo completo y de institutos de investigación, no existían los donativos ni nada. Pero ahora ya tenemos la Academia Mexicana de Ciencias, la UNAM, el IPN y el CONACYT, hemos progresado a saltos cuánticos.

Creo que quejarnos por no estar en el nivel en que están los países del primer mundo está bien, pero hay que ver cómo nos encontrábamos hace 50 años, porque estábamos peor que los países del cuarto mundo. Ahora, en este lapso, a pesar de las autoridades y de la falta de apoyo, la ciencia ha avanzado en México, aunque si nos ayudaran iríamos más aprisa, pero no lo hemos hecho mal. Si vemos hacia el pasado y después observamos lo que tenemos actualmente, debemos estar bastante satisfechos con el resultado del esfuerzo, sin dejar de tomar en cuenta el lugar en que deberíamos estar. Creo que los vamos a alcanzar. Si en 50 años hemos logrado lo que tenemos, en otras cinco décadas podremos ser optimistas.