Octubre-Diciembre 2005 , Nueva época No. 94-96
Xalapa • Veracruz • México
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Nuestro artista invitado
El toque mágico de Mariana Velázquez

Francisco Morosini


A través de sus piezas, Mariana Velázquez invita al espectador a pasear por ríos por donde navegan “cayucos que surcan las aguas ribereñas”.
 

Ella, la autora, no lo dice, pero el espectador de inmediato se percata sólo le basta estar frente a alguna de sus piezas, para darse cuenta de que no se trata de la simple manipulación de una materia inerte, porque en las manos de la artista el barro adquiere vida, es decir, se está en presencia de un diálogo, una perfecta comunicación, entre la creadora y la materia plástica que le sirve de medio para expresarse.

Únicamente es necesario el toque mágico de las manos de Mariana Velázquez, para que el material se transforme y un aparente simple trozo de arcilla se transmute en un objeto bello que nos emociona. Mariana es una artista que forma parte de una interesante generación de ceramistas –mujeres y hombres– que con su arte han dado renombre nacional e internacional a Xalapa y a Veracruz en su conjunto, porque, al sumar la destreza de sus manos y una exquisita sensibilidad plástica, nos regalan una obra artística de elevada calidad y hermosura.

Mariana Velázquez, no cabe duda, tiene un sello especial. La impronta de su sencillez, combinada con un gusto distinguido y una habilidad fuera de serie, nos entrega un trabajo plástico integral –donde las piezas mantienen idéntico rigor creativo e igual valor artístico–, que lo hace digno de ser exhibido en las mejores galerías o en los más afamados museos de arte contemporáneo.

Las estructuras artísticas de la ceramista nos muestran la delicadeza de su contacto con la arcilla; casi imaginamos a la firme, pero tierna, mano que la moldea, que la conduce hacia una forma diseñada con antelación, pero al mismo tiempo tratada con dulzura, con calidez y con un nada extraño dejo de sensualidad. Lo rotundo de algunos de sus objetos artísticos nos recuerda a aquellas plantas del desierto llamadas suculentas que, sólo al nombrarlas, nos hacen imaginar un apetitoso bocado.

Buena parte de la obra de nuestra artista nos remite, sin titubeos, a la naturaleza, porque percibimos su clara alusión, pero no se trata de una representación lineal, sino que Mariana recompone, reinterpreta, recrea –en el sentido de volver a crear–, sin que esto quiera decir que se propone competir con la naturaleza, sólo se vale de ella para lograr el objeto artístico, mediante una representación plástica.

Sin embargo, nos engañaríamos si llegamos a asumir que el trabajo de Mariana Velázquez sólo alude a elementos de la naturaleza, pues la artista acude a otros llamados y nos sorprende con formas geométricas de estupenda manufactura: cuerpos que guardan exacto equilibrio, así como objetos de la vida cotidiana de muchos de nuestros pueblos indígenas, tratados con respeto y sobrada calidad artística.

La ceramista, con las alas de la imaginación y del buen gusto, nos invita a pasear por algunos de los ríos de su Veracruz nativo y casi sentimos el suave bamboleo de los cayucos que surcan las aguas ribereñas; asimismo, nos conduce hasta nuestra niñez, cuando armados de hojas de papel periódico, construíamos pequeños barquichuelos que hacíamos navegar por las inocentes aguas que corrían por las calles de nuestros pueblos después de un estruendoso aguacero.

El mundo plástico de la ceramista es inconmensurable, tanto como su emoción, su valor artístico, el toque mágico de sus manos, su amor por lo nuestro, su calidez, su sencillez y su respeto a ese humilde material que es su medio de expresión: el barro.