En
el siglo XIX, la identidad nacional se convirtió en un poderoso
mecanismo de cohesión social en los estados-nación recién
formados, estableciendo como norma la homogeneidad: una misma cultura,
lengua, identidad y territorio en cada Estado. Así, en nombre
de la mayoría (y del poder), los estados recurrieron a la integración
forzosa de las minorías en esa única cultura nacional,
negando legitimidad a cualquier otra, fuera la que fuera.
Lamentablemente, los términos homogeneidad, integración
y unidad nunca significaron para las minorías equidad de condiciones
sociales, económicas y culturales. De esta manera surgieron
y se consolidaron los nacionalismos europeos, que luego se trasladaron
a América. Desde entonces, las minorías los otros
se han convertido en los excluidos, los que no se adaptan al esquema
cultural que priva en el Estado-nación, ya sea religioso, político,
educativo, lingüístico o de cualquier otra índole.
En América Latina los conflictos se vinculan históricamente
a la negación del otro, que puede ser indio, negro,
mestizo, campesino, mujer o marginal urbano. Entendida en términos
étnicos y culturales, la negación del otro se remonta
al descubrimiento, conquista, colonización y evangelización
en el nuevo continente, pero no acaba allí, sino que continúa
durante años. El propio criollo latinoamericano ha negado al
otro de adentro (al indio, al mestizo), identificándose hasta
hoy con lo europeo o norteamericano; o bien, definiéndose a
partir de un ideal, frente al cual las culturas étnicas locales
quedan rezagadas.
El reconocimiento de la validez de otras culturas surgió hace
apenas unos años, al menos en el discurso, cuando los estados
comenzaron a tomar conciencia de la multiculturalidad que encierran
en sí mismos, pero la incipiente conciencia es apenas un esbozo
de lo que serán las sociedades multiculturales, sociedades
que se reconozcan a sí mismas como heterogéneas y no
por eso
disgregadas.
Mientras tanto, los estudiosos del multiculturalismo enfrentan batallas
campales contra la intolerancia y la marginación. Desde sus
trincheras, investigadores y académicos se esfuerzan por explicar
que no sólo hay que educar al otro, porque la educación
multi-cultural es una necesidad de todos.
¿Cómo
puede contribuir la Universidad en esta cruzada?
Haciendo lo que puede y sabe hacer: educar. Es ese objetivo el que
ha impulsado desde hace años los estudios multiculturales
en la uv, los cuales han sido posibles gracias al apoyo de importantes
investigadores de la Universidad de Granada, España. Así,
nuestra casa de estudios apuesta a la formación de quienes
serán en un futuro los promotores de la tolerancia.
Gunther Dietz, maestro y doctor en Antropología por la Universidad
de Hamburgo, nos habla de esta labor académica, pero también
de diversos fenómenos que tejen los entramados de la multiculturalidad,
la identidad y la tolerancia.
¿Cuando
hablamos de estudios interculturales nos referimos a una nueva corriente
que sólo la elite de sociólogos entiende o hablamos
de esquemas que han podido convertirse en políticas gubernamentales?
Bueno, los estudios están en ese proceso. Por ejemplo, hasta
hace poco en el ámbito educativo sólo se hablaba de
procesos compensatorios, en los que el alumnado perteneciente
a un grupo minoritario, fuera el que fuera, siempre era tratado
como un discapacitado al que había que adaptar a la corriente
mayoritaria. Pero hay avances. Por ejemplo, el hecho de que se estén
cambiando los planes curriculares y que se esté introduciendo
la noción de transversalidad, además de que se tenga
conciencia de que también las mayorías tienen que
ser preparadas para la interculturalidad y no sólo las minorías,
en esto sí estamos mejorando.
El problema en sí es la apertura de las instituciones, porque
ante este nuevo discurso y ante este nuevo enfoque vemos resistencia
en centros educativos, en medios de comunicación o en otro
tipo de dependencias, ya que significa girar la mirada del objeto
del problema, es decir, dejar de pensar que el problema radica en
esa minoría y empezar a pensar en aquellos que están
problematizando. Lo que tenemos que hacer es reconceptualizar la
interculturalidad y hacer planes para grupos mayoritarios, incluso
para alumnado que se concibe a sí mismo como homogéneo.
Es por eso que surgieron los estudios multiculturales, para promover
la creación de fuentes, la apertura del diálogo, la
apertura de brechas de comunicación entre grupos no comunicados.
A partir de ahí tenemos que generar competencias interculturales,
herramientas para relacionarnos y capacidades tanto para mantener
nuestras identidades como para comunicarnos con otras culturas.
Ése es uno de los principales objetivos de esta corriente
de trabajo. De hecho, ésa es una de las razones por las que
ofrecemos el doctorado en Sociedades Multiculturales aquí
en México, porque vemos que no existen todavía los
estudios interculturales como un canon establecido; más bien
existen como un campo abierto, un lugar de encuentro.
¿Por
qué las mayorías asumen que sus expresiones culturales
tienen mayor valor que las de los grupos minoritarios? ¿En
qué radica el problema?
No sé si llamarlo problema. Yo creo que es el resultado del
nacionalismo europeo por el que nos constituimos en estados-nación.
Gracias a esto creemos que para funcionar tenemos que ser todos
iguales, y no sólo jurídicamente (en lo cual estaríamos
todos de acuerdo), sino en cuanto a nuestro bagaje cultural, competencias
lingüísticas, credo, costumbres, etc. A partir de ahí
comenzamos a identificar minorías con problemas, y si a esto
se suma la desigualdad socio-económica y las distintas identidades
étnicas, por ejemplo, el problema se convierte en foco de
atención pedagógica.
En los tiempos actuales, los que hacemos estudios interculturales
creemos que los estados-nación no van a desaparecer, pero
sabemos que se están debilitando, tanto hacia arriba como
hacia abajo. En México, por ejemplo, existen movimientos
que reivindican lo propio, lo indígena, que reivindican la
identidad del barrio o de la comunidad frente al Estado-nación
o que creen que éste ya no les resuelve los problemas. Al
mismo tiempo ocurre lo contrario desde arriba, a partir de la globalización
y de la integración continental. Todo eso genera nuevas identidades
y nuevas prácticas culturales.
¿Cuáles
son esas nuevas
identidades?
Paulatinamente todos nos convertimos de alguna forma en híbridos,
en mezcla de distintas culturas y eso es lo que hay que entender
y atender desde el punto de vista educativo, atender de forma distinta
a una pedagogía que sigue siendo en el fondo decimonónica,
porque en las instituciones seguimos pensando en la homogenización,
en integrarnos todos en una cultura nacional. Creo que eso es lo
que se está convirtiendo en una ficción porque la
diversidad es evidente.
¿Y
cómo estudiar dicha diversidad?
En otras épocas lo que se hacía era estudiar por ejemplo
la parte antropológica del fenómeno, y entonces a
menudo caíamos en la trampa de lo que llamamos la esencialización.
Basados en ella estudiábamos diferencias culturales como
si fueran diferencias genéticas, o diferencias de capacidades
lingüísticas como si fueran innatas. Lo que ahora hacemos
es estudiar procesos de identificación, es decir, estudiamos
cómo nos definimos como grupo y cómo nos delimitamos
frente a los otros. Eso puede funcionar dentro de una misma comunidad
(dos barrios enfrentados o dos estilos culturales enfrentados, por
ejemplo), pero también funciona a nivel superior e, incluso,
en el ámbito nacional.
Hay
corrientes sociológicas para las que todas las diferencias
y hasta algunos esquemas de agresión racial son inevitables
porque forman parte de nuestra naturaleza, porque son innatas. ¿Qué
piensa acerca de esto?
Ésta es una corriente que nosotros calificamos como primordialista
y que está muy presente en lo que actualmente se denomina
como enfoque sociobiológico o biologicista. La cuestión
es que si todo esto fuera innato tendríamos consecuencias
y fenómenos muy similares en distintas partes del mundo.
Desde la etnografía sabemos que eso no existe; más
bien existen egoísmos de grupo que no son consecuencia de
estrategias innatas, sino de estra-tegias grupales con intereses
políticos, económicos, étnicos o
de otro tipo.
Lo que pretendemos con los estudios interculturales es justamente
contrastar la visión que nos da ese actor supuestamente innato
o étnico. Por ejemplo, contrastar su discurso étnico
o su discurso nacionalista con su propia praxis. Así encontramos
diferentes niveles del análisis de las culturas.
El nivel emic es el que se centra en el actor, en su perspectiva
del mundo. Desde esa perspectiva puede parecer que las identidades
son innatas, pero en el fondo es una estrategia de identificación.
Eso luego lo contrastamos con otras estrategias de otros actores
a nivel de estructuras y ahí nos damos cuenta de que son
constructos. La historiografía del siglo xviii y xix europeo
nos muestra que incluso las naciones europeas más asentadas,
más sólidas como la británica o la francesa,
son constructos que buscan sus bases en el pasado para darle a los
ciudadanos sensación de pertenencia. Por ello es común
escuchar la frase desde tiempos inmemoriales somos...,
y ¡qué cosa más útil y más fértil
para un grupo que decirle que todos pertenecen a un tronco biológico
común! Eso siempre funciona como mecanismo de lealtad.
Pero el problema y el gran desafío pedagógico en los
estudios interculturales es que son precisamente esos discursos
los que impiden la interculturalidad, porque son discursos de egoísmos
de grupo, de un egoísmo no innato, sino políticamente
utilizado que restringe la diversidad cultural y por eso limita
la posibilidad de comunicarse con el otro, es decir, si creo en
los estereotipos nacionales únicamente como si fueran genéticos,
biológicos o heredados no puedo entablar una relación
de iguales con aquel otro que no pertenece a mi grupo.
¿Y
puede ser cambiada esta perspectiva?
Sí. Puede ser cambiada por dos factores que en el fondo no
tienen nada que ver, pero que nos ayudan mutuamente. Por una parte,
como decía antes, la llamada globalización nos aporta
nuevos recursos culturales que cuestionan ese relato de lo biológico,
precisamente ante la diversidad cultural. Por ejemplo, se puede
pensar que ante el sinfín de canales de televisión
que me aportan visiones de otras partes del mundo me tengo que cuestionar
si mi praxis es natural o innata, y en el contacto con el otro me
doy cuenta de que lo mío no es tan natural
mis costumbres
y mi visión del mundo son sólo una posibilidad más.
Eso nos permite ir al encuentro con el otro, precisamente porque
determinados fenómenos trasnacionales generan aperturas.
Por otra parte, en la época actual el debilitamiento del
Estado nacional abre nuevas perspectivas. La gente se identifica
ya no sólo con el ser alemán, el ser español
o el ser mexicano, sino que aparte de esas identidades mantiene
otras, ya sea de género, étnicas, profesionales, etcétera.
Todo eso genera sujetos más ricos en cuanto a sus posibilidades
de identificación. No somos tan monoidentitarios como en
la época nacionalista y ése para nosotros es el punto
de partida de los estudios interculturales: promover y convencer
a los educadores de que esto no es un problema, sino un recurso,
una posibilidad de desarrollarnos de forma más intercultural.
¿Entonces
están planteando que el cambio debe impulsarse desde donde
están las mayorías, desde donde se encuentran los
educadores?
En los estudios interculturales no hay una sola posición
que se refiera a ello. Hay básicamente dos posiciones. Por
una parte están aquellos influidos sobre todo por el
multiculturalismo británico y estadounidense que dicen
que no hay que partir de las mayorías, sino buscar el punto
de partida en las minorías. Las minorías tienen
que ser empoderadas dicen por acciones afirmativas y
discriminaciones positivas, por que si no, no salen del ghetto.
Ésa es a grandes rasgos la idea. También hay una corriente
que en la década de los ochenta se denominaba estudios étnicos
y que plantea la necesidad de abrir canales de participación
desde abajo, para lo cual cada grupo étnico necesita su propia
elite intelectual, cuyos integrantes (indígenas académicos)
tienen que entrar en las instituciones, es decir, esta corriente
plantea la modificación desde dentro.
Otra posición europea continental, que creo que también
predomina en el caso latinoamericano, es aquella que propone promover
la etnicidad y el empoderamiento únicamente desde abajo.
Esto genera lo que en España llamamos Reinos de Taifas, pequeñas
islas de identidades muy bien delimitadas frente al otro, pero eso
no es para nosotros una sociedad intercultural, sino un conglomerado
multicultural.
¿Por
qué no se considera una sociedad intercultural a estas islas,
como usted las llama?
Porque tienen serias consecuencias que podemos verlas en gran parte
de las metrópolis estadounidenses. Por ejemplo, el hecho
de que una escuela comience a multiculturalizarse con el argumento
de que se necesita un 30 por ciento de profesorado afroamericano
porque hay un 30 por ciento de alumnado afroamericano, no integra;
eso simplemente abre canales y a partir de ahí se podría
plantear la interculturalidad. Sin embargo, originalmente el planteamiento
de estos movimientos no es intercultural, es una estrategia política
que entendemos como parte de un proceso de emancipación de
determinadas minorías.
Un autor británico, Stuart Hall, justificaba esta tendencia
bajo la denominación de lo que él llama el esencialismo
estratégico; ése que te dice tenemos que exagerar
lo nuestro, aunque no nos lo creamos en el fondo, pero hay que hacerlo
de forma estratégica para que nos reconozcan. El problema
es que eso genera grandes contradicciones. Por ejemplo, hubo una
discusión en Estados Unidos en los ochenta sobre una supuesta
lengua de la población afroamericana, porque se decía
que los afroamericanos de determinados ghettos no hablaban inglés,
sino que hablaban e-bonics, una lengua supuestamente afroamericana-inglesa.
Pero muchos lingüistas se resistieron y dijeron que la supuesta
lengua no era más que una jerga del ghetto que no ha tenido
acceso al inglés culto, al inglés estándar,
y decían: ¿cómo vamos ahora a reconocer la
discriminación y la marginación como fuente de identidad?
¿Y
cuál es su postura?
Yo creo que estamos confundiendo causas y consecuencias. Las causas
de la marginación hay que encontrarlas en la sociedad mayoritaria
y por eso hay que partir de ella, pero no obligando a las minorías
a integrarse en un currículum mayoritario, sino al contrario:
nuestra tarea consiste en convencer a la mayoría de que en
el fondo tiene una enorme diversidad interna, por lo que debe estar
interesada en lo intercultural no sólo para atender al indígena
o al migrante, sino también para volver la vista atrás
e ir hacia sus propias raíces con el fin de alcanzar una
identificación más heterogénea y más
rica.
Incluso la clásica educación indígena bilingüe
cultural en este país, por ejemplo, debe ampliarse. Es sencillo:
la educación indígena en México es una conquista
de los movimientos indígenas, ¡perfecto!, pero sólo
plantea una educación bilingüe y a menudo bicultural,
lo cual exime a lo mestizo de enfrentarse con el mundo indígena.
Se dice: lo bilingüe es para ellos, yo no voy a convertirme
en bilingüe; son ellos los que tienen que aprender el castellano,
pero yo no voy a aprender purépecha o náhuatl.
La interculturalización de los nuevos sistemas de enseñanza
integra mucho más, creo, que el antiguo integracionismo,
donde todo era unidireccional e implicaba una asimilación
más o menos forzosa de la cultura de la mayoría. Los
estudios interculturales son muy jóvenes aún, por
lo que no hay una sola corriente; hay distintos puntos de partida:
la minoría hacia el empoderamiento o la mayoría convirtiéndose
a sí misma también en una unidad heterogénea.
¿Por
qué no se hizo una integración anterior?, ¿Acaso
el nacionalismo está en riesgo si se practica la interculturalidad?
De hecho sí se hizo, o mejor dicho, se intentó hacer.
Es muy compleja la pregunta... habría que preguntarse por
qué fracasó el antiguo proyecto de Estado-nación
en México, por ejemplo. Creo que una de las principales confusiones
de la estrategia de integración anterior, que yo conozco
como indigenismo, es aquella que le decía a las minorías
que para ser mexicanas a nivel de identidad debían ser idénticas
a los demás, mestizas en el sentido cultural.
Desde mi punto de vista había una confusión entre
lo cultural y lo identitario, porque hoy, en las sociedades multiculturales,
plantearíamos que podemos ser perfectamente nacionales conservando
nuestra identidad. Durante el periodo de impulso al indigenismo
hubo proyectos en los que se fomentaba el cambio lingüístico
y se hablaba mucho de bilingüismo, pero éste siempre
se entendía como una estrategia para la monolingüización;
ése era el objetivo. En el ámbito cultural también
se hablaba de integración y de promover las artesanías
(porque se podían vender), pero no se promovía su
forma de organización social o política, el vivir
en comunidad, la reciprocidad de los cargos. Todo eso se marginaba
porque no estaba previsto en un sistema occidental de parlamentarismo
representativo, y eso desde mi perspectiva, es una confusión.
Se puede y se debe integrar al otro. Hay que insistir en la integración,
pero en la que esa diversidad cultural no se problematice. Pueden
existir distintas tomas de decisiones en los ámbitos comunitario,
regional o nacional sin que haya presión nacionalizadora
frente a la diversidad cultural. John Habermas decía: tenemos
que ser nacionales, tenemos que ser patrióticos en cuanto
a las formas de convivencia, en cuanto a las formas de entender
la política, tenemos que estar enamorados e identificados
con nuestra constitución, pero ese patriotismo constitucional
debe mantenerse en el ámbito público. Por ello,
lo que se hace dentro de un grupo o de una comunidad, si no va en
contra de esa constitución, se puede hacer aparte.
¿El
indigenismo nunca fue una estrategia de integración?
No como lo entienden los multiculturalistas. La falacia de la integración
tal y como se entendía antes es que formas y contenidos debían
ser homogéneos. Habermas plantea que en las sociedades actuales,
que son tan heterogéneas y tan diversas, si se quieren homogeneizar
los contenidos se acaba por crear un sistema autoritario, un proyecto
totalitario, como los ha habido por supuesto en el caso europeo.
La conclusión que sacamos de esas amargas lecciones del fascismo
europeo es que debemos mantener un equilibrio entre el igualitarismo
jurídico y los derechos colectivos e individuales. Por eso
nos interesa tanto el caso mexicano y los debates actuales, porque
es precisamente lo que en este país se está discutiendo
ahora: las reformas constitucionales a nivel educativo, a nivel
de autonomía. Todo eso significa una renegociación
de lo público y privado, de lo colectivo e individual, y
en ese sentido México tiene muchísimo que aportar
a las viejas naciones europeas, porque ni siquiera ahí tenemos
resueltas estas tensiones, estas contradicciones.
A
manera de autocrítica, explíqueme por qué resulta
tan difícil llevar a otros niveles este
conocimiento.
Porque desde las ciencias sociales a menudo nos mantenemos en el
academicismo, generamos nuestras teorías, debatimos entre
nosotros y alguno que otro aparece en algún gabinete de gobierno,
pero ya no aparece como académico. Porque hay una falta de
diálogo; de ahí que la fuerza y la aportación
de este doctorado que realizamos aquí en Xalapa es que tengamos
un perfil muy diverso. Tenemos gente que proviene de la praxis y
de la academia algunos tienen vincu-lación con el mundo pedagógico,
otros en cambio están ligados al mundo institucional.
Lo intercultural también se refiere a estas distintas culturas
aca-démicas, porque en este país, como en el mío,
hay culturas académicas que no salen de la torre de marfil
y eso hoy ya no nos lo podemos permitir. Por ello vamos en busca
de aquellos que también entren en un diálogo y una
aplicación práctica, por eso la razón de ser
de los estudios interculturales, que no es una nueva disciplina,
es un diálogo interdisciplinario y es un diálogo entre
lo académico y lo político. El éxito o el fracaso
no se medirán únicamente en nuevos enfoques teóricos,
sino en una reformulación de los diseños institucionales
del Estado-nación.
¿Cómo explica el avance en los estudios interculturales
en España? ¿Qué hicieron ustedes que nosotros
no hemos conseguido?
No, no hay mayor avance, más bien hay una mayor apertura
del Estado frente a la academia desde 1975, cuando inició
la llamada transición a la democracia. Por eso muchos académicos
y académicas lograron establecer relaciones directas con
funcionarios.
Nosotros en Granada, por ejemplo, tenemos una relación continua
y fluida con los nuevos gobiernos regionales, porque son los más
interesados en la reforma de los diseños institucionales,
porque están más abiertos al diálogo con la
academia. En este sentido tal vez podría decir que estamos
más avanzados, porque el Estado-nación en España,
Gran Bretaña y en otros países está en fase
de descentralización, no a nivel formal sino de facto, y
porque hay una entrega, una devolución de poder... pero creo
que el caso mexicano es similar.
En México también hay un aumento de la descentralización
que desembocará en una reformulación de la relación
entre los estados y la federación. Ahí, por supuesto,
los académicos tendrán nuevos canales y nuevas formas
de
participación.
Usted
ha dicho que es muy difícil saber cuál es el destino
de la cultura ante los presentes fenómenos de transnacionalización,
pero ¿podría imaginar un rumbo probable?
Bueno, desde mi punto de vista tiene que ver con tres canales distintos
de transnacionalización que habría que distinguir.
En primer lugar tenemos lo que llamo hibridaciones de frontera,
que tienen que ver con la confluencia de pautas culturales; éste
podría ser un rumbo. Por ejemplo, en la región fronteriza
entre Estados Unidos y México vemos procesos de transnacionalización
cultural, es decir, un proceso en que la gente comienza a coincidir
en pautas culturales, aunque eso no significa cambio de identidad,
sino un incremento del nacionalismo que viene de la necesidad continua
de delimitarse frente al otro. Esto es lo que llamamos procesos
de trasnacionalización de prácticas culturales, los
cuales se presentan en otras regiones fronterizas.
El otro tipo de transnacionalización es el que más
se ha estudiado para el caso mexicano, aquel que llamamos migraciones
trasnacionales. Éste, durante los últimos años,
se ha modificado considerablemente, tal vez no en el sentido de
identidad, sino en el de praxis. Anteriormente, las migraciones
eran o por lo menos eso se pensaba definitivas.
De hecho, hablábamos de inmigrantes y de emigrantes; hoy
tendríamos que hablar en muchos casos de transmigrantes,
es decir, de personas que migran de una a otra parte del mundo sin
echar raíces, o tal vez echando raíces en ambas partes,
con fuertes identidades locales. Esto genera nuevas formas de identificación
en las cuales el territorio o la nacionalidad ya no es lo distintivo,
sino que surgen nuevas pautas que pueden ser locales o incluso supranacionales.
Por ejemplo, ese tipo de personas pueden aseverar: yo me identifico
ya no como mexicano, sino como latino, lo cual puede generar
nuevas identidades, que todavía no sabemos hacia donde van
ni si son más incluyentes que las anteriores o si son simplemente
identidades de resistencia que en la segunda o tercera generación
se diluirán.
El rumbo de la tercera vertiente de estos fenómenos es más
difícil de pronosticar, en cuanto a sus consecuencias culturales
se refiere. Se trata de la transnacionalización de los sedentarios,
o de aquellos que nunca salen de su comunidad, ciudad o barrio,
pero son transnacionalizados porque ven la cnn, porque consumen
objetos culturales producto de la globalización. Muchos,
en las décadas de los ochenta y los noventa, pronosticaron
la disolución de lo nacional; decían: esta generación
de jóvenes se va a integrar en los mercados transnacionales
pero no va a retener pautas de identidad, y eso es lo que
nosotros desde los estudios interculturales no creemos. No creemos
que globalización signifique siempre macdonalización,
sino que hay respuestas locales desde abajo precisamente porque
McDonalds es tan poderoso y porque es parte de esta globalización.
Cuando yo llegué a España en los ochenta, todo el
mundo me decía que la Semana Santa y lo distintivo del catolicismo
popular andaluz iba a desaparecer por la escasez de creyentes y
porque esa tradición era parte del franquismo, del bagaje
cultural tradicional conservador.
No obstante, hoy, frente a la globalización y frente a las
elites que participan en los discursos internacionales, hay grupos
locales que se identifican con lo propio. Hoy, la Semana Santa en
las distintas ciudades andaluzas tiene un vigor y una vigencia como
nunca la ha tenido antes, porque incluso los llamados yuppies comienzan
a participar en las cofradías, aunque tengan sus acciones
en la Bolsa o formen parte de procesos transnacionales. Creo que
lo híbrido no impide la recuperación de lo propio,
sino que precisamente, ante los movimientos mundiales, necesitamos
saber quiénes somos.
¿Como
si fueran mecanismos de defensa?
Claro, pero esa reacción de defensa genera nuevas pautas
culturales. Néstor García Canclini en México,
Jonathan Friedman en Suecia y Homi Bhabha en Estados Unidos, entre
otros, han estudiado cómo la globalización genera
sujetos híbridos no sólo entre la clase poderosa,
sino también entre los locales que no forman parte de las
cúpulas de poder. Por eso hay un movimiento de globalización
desde abajo en el que para recuperar las raíces y defenderse
se utilizan también registros de la globalización.
Es un poco como la metáfora del ezln recuperando lo propio,
defendiendo la autonomía de las comunidades indígenas,
pero a través de la Internet. Eso no es algo excluyente,
se puede reivindicar lo propio y utilizar los mecanismos de la globalización
y de lo trasnacional.
Desde mi punto de
vista, queramos o no, la transnacionalización genera culturas
híbridas por supuesto, pero no tienen que ser por ello culturas
mutuamente excluyentes. Yo no tengo que definirme, yo no tengo que
decidir entre el ámbito global y el local. Actualmente, todos
somos sujetos globalizados, vivimos entre esos ámbitos; algunos
se identifican más con el McDonalds y otros se identifican
más con la fiesta de su pueblo, pero tanto en McDonalds como
en la fiesta del pueblo tienen que cambiar y adaptarse a determinadas
condiciones locales.
¿Cómo
calificarían los sociólogos este tipo de interrelación?
Desde muchos conceptos teóricos antiguos diagnosticaríamos
que eso es esquizofrenia, porque creíamos que la cultura,
la lengua, la identidad y el territorio eran algo común,
que tenían que ser iguales. Pero hoy uno vive en un territorio
y se identifica con otra identidad o con otro credo, y eso desde
mi perspectiva genera sujetos internamente diferenciados.
Así logramos traducir la interculturalidad a nivel subjetivo,
a nivel individual, porque en el fondo todos somos interculturales,
sólo que no nos damos cuenta pues utilizamos un bagaje cultural
específico en cada situación y eso es normal.
Lo que queremos lograr es el reconocimiento de la interculturalidad
cotidiana, pero no sólo como mi pro-yecto colectivo o como
proyecto institucional, sino también como una praxis. El
problema es que a menudo nuestros modelos son tan teóricos
y tan abstractos que se nos olvida ese sujeto que es el portador
de la interculturalidad, y no por ello es esquizofrénico
o tiene un problema de identidad. Los que hoy tienen este conflicto
son aquellos que se aferran a una dimensión de identidad,
los que sólo son alemanes, o ingleses o franceses... ellos
son los que acaban siendo xenófobos, o los que sólo
se identifican con un rol de género y acaban siendo sexistas
o machistas. Ese tipo de identidades unidimensionales son el problema,
no los demás: ahí está el mensaje.
¿Podemos
considerar que perder la identidad es algo negativo?
Desde hace muchas décadas existe en las ciencias sociales
este discurso de la pérdida de identidad como proceso de
la modernización, como proceso del anonimato y de individualización.
Desde los orígenes de la sociología hablamos de esto,
pero, a diferencia de los tiempos anteriores, creemos que la pérdida
de identidad tuvimos que contextualizarla: no es lo mismo cambiar
de identidad porque tienes una nueva oferta cultural y puedes redefinirla,
que cambiarla porque te la arrebatan.
Tenemos que distinguir entre un cambio de identidad involuntario
y una transformación que se realiza libremente como si viviéramos
en un supermercado de cultura. Por eso creo que la pérdida
de identidad la podemos diagnosticar, pero sólo dentro de
un marco más amplio en el que analizamos también las
condiciones socioeconómicas.
En determinados sectores de la clase media yo no hablaría
de pérdida de identidad, sino de una reformulación
de identidades. Nosotros los mayores lo diagnosticamos como pérdida
porque no conocemos esas culturas juveniles, porque no participamos
en ellas; sin embargo, los jóvenes ven un enriquecimiento
en ese proceso de cambio. Caso distinto es la pérdida de
identidad tipo marginación y enajenación que se da
en situaciones de extrema pobreza, donde los actores simplemente
no tienen acceso a la transnacionalización, porque hay que
reconocer que no son los más pobres los que emigran, los
que se mezclan. Sabemos que en todas la sociedades no sólo
en México o Europa hay un determinado sector que se
queda fuera de todo esto, es decir, hay excluidos del multiculturalismo
y eso es lo más preocupante. El problema, considero, no es
de identidad, sino socioeconómico.
Ya
que en México existe una clara inclinación por adquirir
productos culturales de nuestro vecino del norte, ¿podríamos
hablar de dependencia cultural?
Incluso algunos hablan de pérdida de identidad, pero yo no
hablaría en esos términos porque parecería
una cuestión unidireccional causa-efecto, como si ellos nos
arrebataran la identidad o el mercado nos arrebatara la identidad.
Creo que éste es un sesgo de una generación que cree
tener un canon. Pienso que lo que está ocurriendo es un cambio
de identidades en condiciones de desigualdad, porque no es lo mismo
hablar de la cultura mexicana que de cultura estadounidense en términos
de poder, por ejemplo; por eso hay jóvenes que sienten esa
atracción cultural o subcultural norteamericana y que renuncian
a determinados rasgos de su cultura de origen. No obstante, espero
que, como todo lo que ocurre en esto de las relaciones entre generaciones,
sea un proceso transitorio.
Normalmente no te arrancan la identidad de tu cultura de origen.
Puede ser que después de una determinada fase de imposición
de cultura anglo recuperes lo propio. Eso es precisamente lo que
ocurrió con esta generación española que mencionaba,
porque los más expuestos a la globalización son los
que regresan a lo propio, pues ven que en el mercado trasnacional
no se identifican con determinados rasgos culturales. La única
diferencia es que lo que hoy es lo propio no lo era en la generación
anterior.
Lo que también debemos considerar es que la interculturalidad
es también un diálogo entre generaciones, no sólo
entre culturas, pero cada generación tiene sus propias pautas
culturales. A menudo creemos que sólo hay una relación
intercultural cuando hablamos de mexicanos y estadounidenses, pero
también la hay entre la cultura de mi generación y
la de los hijos. Ahí también hay una tensión
intercultural que debemos diagnosticar como tal, para no incurrir
en el error de que cultura es igual a genética, que los hijos
tienen que ser como los padres porque son nuestros
no funciona
de esa forma.
¿Ése
es el sentido que le dan los sociólogos biologicistas?
Ellos lo que plantean es una imagen estática que dice que
la cultura funciona casi como la biología. El peligro de
esa noción sociobiológica de cultura es que, en el
fondo, acaba desembocando en el modelo tristemente célebre
de Samuel Huntington (del choque de civilizaciones), porque si todo
lo llevamos ya dentro, si todo esto de la cultura es algo primordial
y algo esencial, nuestras diferencias religiosas y culturales generan
discrepancias entre civilizaciones y nos acabamos enfrentando.
Yo sospecho que muchos de estos teóricos o políticos
sociobiológicos esencialistas lo que quieren es precisamente
eso: generar enfrentamientos. Ahora se utiliza el Islam, por ejemplo,
para generar una sensación estática de la civilización
occidental. El enfoque sociobiológico convierte en naturaleza
lo que es cultura, da esa sensación de algo estático,
y eso
hablando de sociedades multiculturales es lo más
peligroso, porque esas concepciones estáticas de cultura
pueden incluso desembocar en enfrentamientos armados de grandes
magnitudes.
Pero incluso eso lo ha explicado esta corriente como un acto natural
en el hombre...
Si eso fuera así en el sentido estricto de las ciencias de
la naturaleza, tendríamos que poder explicar actos violentos
en función de diferencias culturales. Entonces la cultura
sería un epifenómeno de esos genes violentos o no
violentos. Esto, sin embargo, no se puede explicar así, porque
hay actos de violencia, pero también de paz en todas las
culturas. Por otra parte, lo que los seguidores de esta corriente
no pueden explicar son cambios, son transformaciones completas de
cultura. Hay por ejemplo civilizaciones que eran supuestamente muy
violentas, muy guerreras, y hoy son pacíficas, al tiempo
que hay pueblos que fueron pacíficos y actualmente son bélicos.
Por ello, las nociones biologicistas no pueden explicar muchos fenómenos,
porque su base no alcanza a explicar el cambio cultural que estamos
viviendo.
Yo entiendo todo este discurso como el intento desesperado de eximir
al individuo y a la sociedad de las consecuencias de la violencia,
pero no nos podemos justificar porque esa violencia es producto
de condiciones sociales, de desigualdades económicas, de
limitaciones identitarias... y esa complejidad nos obliga a crear
modelos más complejos y multicausales.
¿Cómo
se entiende desde la sociología la tendencia global a formar
bloques? ¿Se tienen estrategias para diferenciar en este
sentido lo que es cultura de lo que no lo es?
Entendemos esa inclinación como una mezcla entre geo-política
por una parte y segmentación de mercados a nivel económico,
por otra. En el fondo no tienen nada que ver con lo cultural. No
hay tal bloque asiático, por ejemplo, si ahí se encuentra
Japón como un país completamente occidentalizado en
lo económico y para nada occidentalizado en lo identitario
o en lo religioso.
Creo que estamos intentando ponerle el disfraz de cultura a algo
que no lo es. Tenemos estrategias, sí, y de hecho es uno
de los puntos nodales de los estudios multiculturales, porque hoy
con el multiculturalismo parece como si todas las diferencias fueran
culturales, pero no lo son. De hecho, los intereses geoestratégicos
pueden ser muy parecidos en Arabia Saudita y en Estados Unidos,
pero lo son por razones del petróleo, nada tiene que ver
con cultura.
Pensemos quién es Osama Bin Laden. ¿Es hijo de Occidente
o hijo de Oriente? Gran parte de lo que nos han enseñado
los tristes atentados del 11 de septiembre es que Osama Bin Laden
es hijo de Occidente, un producto que se ha creado en Arabia Saudita
pero dentro de un contexto completamente occidentalizado. Él
utiliza a occidente como contraportada para reconocer la identidad
del mundo musulmán. Incluso el Islam
necesita ese juego, esa caricatura de Occidente.
Es lo mismo que hacemos nosotros con el Islam, porque lo que suponemos
que sabemos es lo que aparece en los medios de comunicación,
lo cual reducimos además a discriminación contra la
mujer, a machismo, a intolerancia, porque confundimos un pequeño
grupúsculo (fuertemente promovido por Estados Unidos con
la guerra de Afganistán) con el Islam en su conjunto. Aquí
hay que recordar que el otro es tan diverso como nosotros. Pienso
que Occidente y Oriente son dos proyecciones mutuas que se acaban
mezclando en las fronteras. De ahí la necesidad de promover
el hecho de que tenemos mucho más en común que lo
que nos separa, y a veces lo que nos separa no es cultura, sino
geopolítica, economía o marginación.
A
pesar de las numerosas influencias culturales a las que estamos
expuestos en medio de la globalización, como individuos asumimos
que seguimos sujetos a una identidad particular que nos define.
¿Cómo se analiza esto a partir del discurso intercultural?
Bueno, lo que más llama la atención es que todavía
caemos en la trampa de definirnos por un rasgo. Hay quien se define
como catalán, hay quien se define como vasco o como español;
hay otros que no quieren tener nada que ver con España yo
soy europeo multilingüe, dicen y hay otros que
se identifican con su localidad: yo soy de esta cofradía,
de este barrio, de esta ciudad, etcétera.
Yo creo que no son excluyentes, porque el hombre puede definirse
de forma situacional, de forma relacional. Aquí en México,
cuando me encuentro a un francés decimos: somos europeos,
pero cuando estoy en Francia digo soy alemán.
Este tipo de hechos que tienen que ver con determinadas situaciones
no es algo que constituya un problema, sino una fuente de riqueza
cultural y de riqueza de identidades; sin embargo, lo que no debemos
hacer es reconocer en un individuo una sola identidad, porque eso
es un legado eurocéntrico que hemos arrastrado desde el fondo
de la filosofía griega: la identificación del individuo
como la única entidad.
De esta manera, te puedes dar cuenta de que lo que creías
que era tu identidad es simplemente una serie de motes, de lemas
impuestos. Además puedes descubrir procesos de identificación
que son más complejos y saber que en el fondo los hombres
no son sólo una nacionalidad, un género, una clase
social o una profesión, sino más que eso. Pero lograr
este reconocimiento será una tarea pedagógica compleja
y de
largo plazo.
Los estudios multiculturales surgieron para promover la creación
de fuentes, la apertura del diálogo, la apertura de brechas
de comunicación entre grupos no comunicados. A partir de
ahí tenemos que generar competencias interculturales, herramientas
para relacionarnos y capacidades tanto para mantener nuestras identidades
como para comunicarnos con otras culturas.
En el contacto con el otro me doy cuenta de que lo mío no
es tan natural
mis costumbres y mi visión del mundo
son sólo una posibilidad más. Eso nos permite ir al
encuentro con el otro, precisamente porque determinados fenómenos
trasnacionales generan aperturas.
El debilitamiento del Estado nacional abre nuevas perspectivas.
La gente se identifica ya no sólo con el ser alemán,
el ser español o el ser mexicano, sino que aparte de esas
identidades mantiene otras, ya sea de género, étnicas,
profesionales, etcétera. Todo eso genera sujetos más
ricos en cuanto a sus posibilidades de identificación.
|