Abril 2002, Nueva época No. 52 Xalapa • Veracruz • México
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La depresión no es un síntoma privativo de los nuevos tiempos
José Luis Rivas: la infancia vuelta poesía
Iván Javier Maldonado Rosales

 
José Luis Rivas es uno de los poetas mexicanos más sobresalientes en la escena literaria actual. En esta entrevista, da cuenta de los orígenes, el desarrollo y los logros de su quehacer como escritor, traductor y editor. También nos habla acerca del entorno en el que creció y las influencias con las cuales ha nutrido su creación poética.

Los poetas de excelente factura establecen un compromiso firme para fundar la palabra escrita desde las zonas del silencio. Escudriñan e interrogan otras posibilidades de significación, llevándola a dimensiones que se apartan del uso cotidiano. Así, los grandes poetas
–situados en la línea mortal del equilibrio– han combinado una experimentación formal con el lenguaje y la recuperación de acontecimientos o etapas ancilares de la existencia, como la infancia (piénsese en César Vallejo, Jorge Luis Borges, los Contemporáneos, Nicolás Guillén, Octavio Paz, José Emilio Pacheco o Coral Bracho).
José Luis Rivas (Tuxpan, Veracruz, 1950) en su escritura poética le ha dado carta de naturalización al lenguaje y al entorno con los que tuvo contacto durante su niñez. En tal proceso ha sido determinante su notable trabajo como traductor de poesía, al trasladar a nuestro idioma la obra de Saint-John Perse, T. S. Eliot, Aimé Césaire, Derek Walcott, Georges Schehadé o Pierre Reverdy. No menos significativa es su labor, durante casi una década, al frente de la Editorial de la Universidad Veracruzana, ya que ha incrementado de manera sustancial su catálogo, siempre con apego al espíritu del fundador de esta casa editorial, el escritor Sergio Galindo.
Cabe mencionar que en julio pasado, dentro del Festival Internacional Afrocaribeño 2002, el gobierno del estado de Veracruz le otorgó a Rivas la medalla Gonzalo Aguirre Beltrán debido a sus traducciones de poetas de raigambre afroantillana.
En esta entrevista, el autor de Relámpago la muerte pone al descubierto sus inicios en la composición poética, su riesgosa empresa como traductor, los lineamientos de su obra, su relación con otros poetas –tanto con sus contemporáneos como con los de generaciones recientes–, así como los libros que dará a conocer la Editorial de la Universidad Veracruzana durante la II Feria Internacional del Libro Universitario, fiesta de la cultura que se realizará en Xalapa, donde se darán cita más de 300 casas editoriales nacionales y extranjeras (Argentina, Colombia, Cuba, España, Estados Unidos, Francia y Perú) y renombrados intelectuales como César Aira, Ruy Pérez Tamayo, Mario González Suárez y Sergio Pitol.

¿Cuáles son sus inicios en la literatura y por qué se inclina hacia la poesía?
Desde niño tuve inclinación hacia la lectura y la escritura. Traté de darle un carácter propio a las composiciones que por encargo elaborábamos en la escuela. Más tarde, en la adolescencia, se fue definiendo una especie de necesidad de expresarme a través de la escritura. Para esto, llevaba una especie de apuntes, de diario, compuesto de observaciones y notas alrededor de sucesos de la vida cotidiana. Pero, asimismo, había pequeños intentos, balbuceos, de componer poemas.
Después de que hice el bachillerato en ciencias biológicas, porque tenía la intención, encauzada por mi padre, de ser médico, me incliné hacia el estudio de la filosofía. Por lo tanto, también pienso que en ese viraje hubo una adopción ya de una especie de carrera en el ámbito de las letras. Estudié filosofía un tiempo y después hice estudios de letras hispánicas con la intención de proveerme de un bagaje filosófico y literario que permitiera mis incursiones como escritor.
Soy lo que se llama un autor tardío. Publiqué mis primeros poemas en la Revista de la
Universidad de México en 1975, a los 25 años. Mi primer libro, Fresca de risa, apareció en 1981, cuando tenía 31 años.
Un libro más amplio, Tierra nativa, apareció en 1982, con el sello del Fondo de Cultura Económica. Tuvo una acogida espléndida por parte de la crítica. Suscitó alrededor de veinte reseñas en publicaciones muy diversas. Proceso sacó una reseña; la revista Tiempo, de Martín Luis Guzmán, publicó otra, lo mismo Novedades y La Gaceta del Fondo de Cultura Económica; en unomásuno hubo alrededor de cinco (tres en el suplemento sábado y dos en el cuerpo mismo del periódico). En fin, fue un libro que, entre otras cosas, me dio la inmensa alegría de recibir el Premio Carlos Pellicer (uno de mis santos patronos) para Obra Publicada, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y el Gobierno de Tabasco.
Más tarde publiqué La balada del capitán y en 1985 –el año del gran temblor– salió a la luz Relámpago la muerte en el taller Martín Pescador, una edición muy limitada de 125 ejemplares. En 1986 mandé un trabajo al Premio Nacional de Aguascalientes, titulado La transparencia del deseo, y mereció dicho galardón, publicándose en 1987.
Después compuse una serie de libros, los cuales fueron recogidos en 1992, junto con los anteriores, en un volumen titulado Raz de marea (poesía 1975-1992), editado por el Fondo de Cultura Económica.
En 1990, por la traducción de la poesía completa de T. S. Eliot y por una antología de mis poemas, Brazos de mar, publicada en ese mismo año por la Editora de Gobierno de Veracruz, me dieron el Premio Xavier Villaurrutia. Además, gané el Premio de Traducción de Poesía por un libro titulado Poetas metafísicos ingleses. En 1993 apareció Luz de mar abierto (editorial Vuelta) y más tarde Estuario, con el sello editorial de Norma, en Colombia, y Río, editado por el Fondo de Cultura Económica. Son los libros que hasta este momento he publicado.

¿Qué autores considera usted que han alimentado su poesía, a la cual la crítica cataloga como “del trópico”?
Desde luego a Carlos Pellicer, T. S. Eliot, Saint-John Perse –sobre todo– y Cesare Pavese. Me he acogido a muchísimos autores, que deportivamente he tratado de tomar por otros tantos trampolines. Puedo decirle también que he traducido, por una especie de gusto muy grande, a Georges Schehadé, de quien trasladé Las poesías; asimismo a Pierre Reverdy, un autor que me gusta mucho y que espero también me haya influido. En fin, al propio Walcott, de quien he trasladado a nuestra lengua su poema más extenso, ambicioso: Omeros.
Estoy trabajando, en el plano de la traducción, un volumen que reúne la poesía erótica de John Donne, poeta isabelino. También una antología muy amplia de la poesía de Aimé Césaire, escritor martiniqués de ochenta y tantos años, que vive y sigue escribiendo. Celebrado en su momento por André Breton, Césaire es conside-rado el gran poeta de la negritud, junto a Sanghor. Su libro Cuaderno de un regreso a la tierra natal es un himno espléndido, un poema
de enorme aliento, extenso e intenso.
He terminado una traducción de los poemas que escribió en inglés Joseph Brodsky. Esto aparecerá en la editorial colombiana Norma, para quienes hice también recientemente –y he recibido ya los primeros ejemplares– una traducción en verso de La violación de Lucrecia, de William Shakespeare, la primera en verso de este poema en nuestra lengua. Hasta donde sé, sólo hay versiones en prosa. También traduzco la novela en verso de un poeta australiano contemporáneo, Les Murray, que ha sido nominado para el Nobel.

¿Por qué ha tenido esa atracción hacia la traducción del discurso poético, al que muchos consideran intraducible?
Siempre que hago la lectura en otro idioma de poetas que me interesan, me pregunto hasta qué punto es viable su adaptación a nuestra lengua. Si creo que es así, me aventuro en una empresa que espero no haya llevado al naufragio al conjunto de ellas.
¿Los lee en la lengua original?
He leído en su lengua original a Eliot, precisamente porque no existía una traducción de su poesía completa. Me pareció que la totalidad de su obra merecía ser puesta en castellano. Entonces me aboqué a ese trabajo; por un lado, porque su obra hacía falta en nuestra lengua; por otro, porque se trata de poemas que en verdad me exaltan. Yo quería de algún modo ver si era posible traerlos llevaderamente a nuestra lengua, conservando buena parte de su intensidad.
Esto mismo me ocurrió con Saint-John Perse, de quien todavía no he considerado una traducción de su poesía. Yo he venido traba-jando en esto a lo largo de mucho tiempo, según un proyecto auspi-ciado inicialmente por la uam. Lamentablemente se quedó
detenido en el primer volumen. Espero retomarlo, si es posible, el año entrante.
Me interesa traducir a estos grandes autores, como a Derek Walcott y a Rimbaud (de quien hice una traducción de su poesía completa para la unam). Sumergirme en sus obras ha sido también la manera más concienzuda de leerlos. Traducir exige una especie de compenetración completa con la obra que necesitamos trasladar. Creo que a veces me lanzo a esta tarea, un poco para llenar ciertas lagunas existentes, y un poco también para ver que es posible traducirla a nuestra lengua.

En esta labor de la traducción, ¿qué poetas, críticos y editores de lengua española se han interesado en su trabajo, e incluso lo han elogiado?
Ha habido una serie de personas que me han manifestado su satisfacción al leer traducciones que he hecho. Por ejemplo, traduje un par de monólogos de Jean-Mariè G.
Le Clézio, autor de El éxtasis material. La obra que de él traduje, Pawana, fue llevada a la escena por un director francés, Georges Lavandant, y se escenificó en el Teatro de Santa Catarina. Los actores que intervinieron fueron Miguel Córcega y Augusto Benedico. La puesta en escena se hizo a partir de mi versión y recibió el elogio de un gran conocedor de nuestra literatura, que escribió asimismo un libro imprescindible sobre Jorge Cuesta: Louis Panabière.
Tengo entendido que el propio Le Clézio estaba muy contento con la versión al español de esa obra que, por cierto, se ha perdido. Yo no la tengo. Conforme la terminé de hacer había una persona de la Embajada que estaba en las puertas del Fondo de Cultura Económica, donde en ese tiempo yo trabajaba. Terminé mi traducción y se la entregué porque ese día comenzaban ya los ensayos. Así pues, se sacaron fotocopias que sólo tuvieron los actores y el director. No he podido recuperarla.

Sería muy importante
recobrarla....
Sí. Yo pienso que sería muy interesante porque es una obra de gran aliento. Me llevó algún tiempo traducirla y me costó grandes esfuerzos. Tuve que investigar también mucho para poder hacerla, pues en Pawana el autor se vale de un riquísimo léxico marítimo. Esto me ocurrió también con el Omeros de Derek Walcott, que pone en juego incontables aspectos de la geografía de las Antillas, de su flora y su fauna, y que, sobre todo, introduce giros, expresiones del inglés hablado en las islas del Caribe.

Del libro Raz de marea, ¿podría comentarme las siguientes líneas de “La estrella de la infancia”?: “¿Quién huele así como tú?/ Mamá me ha dicho después de bañarme:/ ¿Quién huele así como tú?/ Huelo a albahaca, a hierbadelnegro, a mohuite, a pétalos de tulipanes rojos machacados; huelo al agua de todas esas yerbas juntas, puestas a serenar la noche entera./ Es verdad; así como yo, no huele nadie. Espero oler así toda la vida: ¡a esta agua intensamente roja como sangre fragante!”
Esto parte de una experiencia de mi infancia. Mi madre solía bañarme al aire libre por las tardes con un agua roja, preparada en una paila. Tal como se relata en el poema, reunía flores de tulipanes rojos y mohuite, y hojas de hierbadelnegro y albahaca, de manera que después de que el agua en que se maceraban esas plantas recibía el sereno toda la noche, mi madre retiraba de ella al día siguiente los restos de las plantas y la colaba: lo que quedaba era un agua roja, sumamente fragante. De más está decir que el efecto era en verdad delicioso, exaltante. Mi hermana, consentidora como mi madre, me regaló hace algunos años, durante una visita a Tuxpan, una formidable sorpresa: la oportunidad de bañarme con el agua de esas plantas, preparada por ella.

Uno de los elementos centrales de su poesía es el ambiente que durante su niñez vivió en Tuxpan…
Yo nací en Tuxpan hace 52 años. El petróleo existía, pero el río que contemplé de niño era de aguas transparentes, cristalinas. El ambiente que rodeaba al río y al mar, y a buena parte del puerto, era exuberante y bello. De manera que, en buena medida, no he hecho más que tratar de recuperar los pasajes de mi infancia, la delectación permanente que vivía, la exaltación que me producía el ambiente natural de flora y fauna profusas.
En realidad, debo decirlo, he disfrutado de una niñez privilegiada. Yo aprendí los nombres de los peces porque era muy fácil distinguirlos a simple vista y había gente siempre en los muelles o en las orillas que los nombraba y decía ‘mira, ahí va un sargo, esa es una mojarra, aquello un ronquito... una gurrubata’. Todo eso se me dio, se me sigue dando, de un modo generoso, opulento.

Usted de joven estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México. ¿A qué edad llegó a la capital?
Yo llegué a los 19 años, exactamente después del movimiento de 1968. La Universidad todavía vivía un momento de gran hervor estudiantil. Continuamente las clases eran interrumpidas por activistas que solicitaban permiso para entrar al salón a motivar a quienes estábamos en las aulas a proseguir las acciones encaminadas a la investigación de los hechos luctuosos de la matanza del 68, investigaciones para las cuales, todavía hoy, esperamos una respuesta satisfactoria, que lleve tras las rejas a los responsables.
¿Cuando estaba en la Ciudad de México empezó a traer a la memoria el entorno de su
infancia?
Es curioso: una vez instalado en la Ciudad de México, al encontrarme en medio de un ritmo acelerado, entre personas sumamente activas y obligadas a llevar una actividad apresurada, en medio de ese barullo y ajetreo, lo que se me impuso curiosamente fueron las voces, el lenguaje de la gente de mi familia, pero también la de muchos de los personajes de mi pueblo. Y fue gracias a esa experiencia que yo advertí también que mi apuesta literaria tenía que cifrarla, en parte, en la utilización deliberada del lenguaje de mi región natal.
Al respecto, fue para mí sumamente esclarecedor la lectura de Poesía en movimiento, una antología que hizo Octavio Paz con Alí Chumacero, José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid y Homero Aridjis. Me pareció muy importante porque hasta el punto en que llega recoge las mejores expresiones poéticas que se habían dado en México, a partir de Ramón López Velarde.

¿Se vinculó con el grupo de Vuelta?
Busqué mantenerme próximo,
sin formar parte propiamente
del grupo.
Decía Alfonso Reyes: “Hay que ser universal para ser provechosamente nacional”. ¿Cómo integra usted ese lenguaje regional y lo trasciende?
He tratado en todo momento de que ese len-guaje, aunque raro, resulte inteligible dentro del contexto de lo que describo, narro o celebro, aportando algunos elementos que de algún modo sitúan las voces usadas y permiten su comprensión, aun cuando no se conozca, bien a bien, el significado de las palabras.

¿Conoció a Carlos Pellicer?
Tuve la oportunidad de escucharlo a la distancia, en condición de público asistente a algunas de sus lecturas.

¿Y a Octavio Paz?
Mi timidez me impidió establecer una relación cercana. Platiqué algunas veces con él, en persona o telefónicamente. Dentro de los libros que editorial Vuelta publicó de poesía está mi libro Luz de mar abierto.

Maestro, ¿mantiene algún contacto con gente que ahora consideramos “de los grandes”, como José Emilio Pacheco?
Mis relaciones son con José Emilio Pacheco, Alí Chumacero, Eduardo Lizalde, Gerardo Deniz, esto es, con los grandes poetas vivos de México; tengo el enorme honor de conocerlos y de haberlos tratado ampliamente. Gerardo Deniz escribió el prólogo para la reunión de dos libros míos, La balada del capitán y Relámpago la muerte, hecho que me enorgullece. He platicado con José Emilio Pacheco y me parece un hombre de una sapiencia inaudita. He conversado asimismo con Manuel Calvillo y, una vez, con Jorge Hernández Campos.

Dentro de las nuevas voces de la poesía mexicana, ¿a quiénes considera de gran valía, aquellos que están proponiendo cuestiones interesantes?
Entre los jóvenes que conozco me ha sorprendido mucho la actual escritura de César Arístides, así como la de Julio Trujillo, Josué Ramírez y Eduardo Vázquez. Me parece que en ellos hay enormes posibilidades de desarrollar una obra muy amplia. Hay un escritor también que ganó recientemente el Premio Nacional de Aguascalientes, Jorge Fernández Granados, autor de una poesía de factura muy personal.

En este año se cumplen los 100 años del natalicio de Nicolás Guillén. La fil de Guadalajara está dedicada a Cuba y el Premio Juan Rulfo le ha sido otorgado a Cintio Vitier. ¿Qué me puede decir de estos escritores?
Escogería a un tercer poeta cubano, porque yo me siento más cercano de José Lezama Lima. Por lo demás, Cintio, al lado de Lezama Lima, hizo una de las grandes empresas literarias de nuestro continente, la revista Orígenes, auspiciada en gran medida por Rodríguez Feo. En mi adolescencia leí bastante a Nicolás Guillén. Me gustaba mucho su musicalidad, su enorme capacidad para ponernos a danzar a partir de este lenguaje que se nutre tanto del son de los tambores. Me parece, desde luego, un lenguaje fascinante, que arrebata, que trastorna. Considero que es un gran artífice, un brujo extraordinario, pero mi filiación como escritor va más del lado de José Lezama Lima.
Sobre Cintio Vitier, debo confesar que su obra personal la he leído sólo en antologías. Conozco sí, muy bien, su traducción de Las iluminaciones, de Rimbaud, que me parece excelente. No obstante, reitero que mi gran pasión, en términos de la literatura cubana, son José Lezama Lima, Reinaldo Arenas, Virgilio Piñera y Cabrera Infante.

¿Cuál es el barroco por el que usted siente filiación?
El que celebra una fiesta del lenguaje, el de José Lezama Lima. Esa exuberancia, esa polifonía verbal suyas, yo he buscado, de algún modo, asumirlas y adaptarlas en muchas de mis composiciones. Ése es un punto de empatía. Reinaldo Arenas me interesa más por el lado del lenguaje hablado, coloquial, y por cuán sofocante puede ser, hasta el envilecimiento, el mundo que nos rodea.

¿Qué significan para usted los reconocimientos que ha recibido por su labor como poeta y como traductor?
Desde la aparición de mi primer libro, Tierra nativa, hasta Río, publicado en 1996, mis libros me han deparado grandes satisfacciones: los premios Aguascalientes, Villaurrutia, Pellicer, López Velarde, el de Traducción de Poesía, ahora la medalla Gonzalo Aguirre Beltrán, en fin, todos estos reconocimientos me producen una gran satisfacción.
¿Cuáles son las nuevas propuestas que tiene en mente como poeta y traductor?
Hay un volumen que va a ser publicado por Libro Visor, de Madrid, y por Ditoria, una editorial pequeña que dirige Roberto Rébora en México, pero publica libros bellamente cuidados, en tirajes limitados. Ellos van a editarme un libro de poemas recientes, titulado Por mor del mar. Hay un texto también que casi he terminado, alrededor del rapto de Helena. Escribo un libro sobre pájaros; una parte del mismo, como la presentación de un volumen de fotografías de Graciela Iturbide, aparecerán en inglés. Mi texto ha sido ya traducido (excelentemente) por Roberto Tejada. Tengo otro libro más en proceso, y estoy traduciendo, como dije antes, a John Donne, Aimé Césaire y Les Murray.

Cerremos con su actividad como editor…
Ha sido sumamente grato para mí el que la Universidad Veracruzana me haya brindado la oportunidad de ensanchar un catálogo compuesto por los trazos decisivos de Sergio Galindo, Sergio Pitol o César Rodríguez Chicharro. Venir a tratar de enriquecerlo, siguiendo las líneas directrices de estos grandes maestros que han estado antes al frente de la Dirección Editorial de la uv, me parece un privilegio. Sergio Galindo, sobre todo, ha sido un editor excepcional, incomparable.

¿Cuántos años lleva al frente de la Editorial de la uv?
En septiembre de este año cumpliré una década.

¿Qué me puede decir acerca de la II Feria Internacional del Libro Universitario, que se realizará en septiembre?
Trabajamos mucho en esto. En ella daremos a conocer 15 títulos recientes de nuestra Editorial: una antología de textos de Augusto Monterroso, una obra de teatro de Vicente Leñero, el guión cinematográfico de El ángel azul, de Josef von Sternberg; un libro sobre la narrativa posmoderna, de Raymond Williams y Blanca Rodríguez; La escritura sin sombra, de Héctor Orestes Aguilar; un libro monográfico sobre murciélagos de Don Wilson; El ojo en la sombra, antología de textos de Marco Tulio Aguilera Garramuño; e Indios reales, indios imaginarios, de Guy Rozat.
De Javier Durán publicamos José Revueltas: una poética de la disidencia. Alrededor de la obra del maestro Sergio Pitol acaba de aparecer Del Tajín a Venecia. Un regreso a ninguna parte, de
Teresa García Díaz. Asimismo, presentamos el número más reciente de la revista española Batarro, consagrado a la obra del autor de El arte de la fuga.