Universidad Veracruzana

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Discurso de la Dra. Sara Ladrón de Guevara en el marco del Foro “La reforma constitucional de derechos humanos en la comunidad universitaria”.

Leido el 22 de Junio de 2015 ante invitados del sector educativo y dependencias de diferentes niveles de gobierno federal y estatal.Foro-DH-1-22-300x200

Buenos días:

Celebro que la Universidad Veracruzana haya sido convocada a participar en este foro La reforma constitucional de derechos humanos en la comunidad universitaria.

Celebro la oportunidad de compartir este foro privilegiado con organismos tan importantes como los representados en este presídium y podamos hacer que se escuche la voz de nuestra institución en un tema tan sensible como es el respeto a los derechos humanos.

Los universitarios no estamos exentos del clima deviolencia. Quizá se pueda pensar que es reflejo de lo que sucede en otros ámbitos, pero de ninguna manera lo aceptamos. La violencia es inadmisible en cualquiera de sus formas, independientemente de quiénes sean las víctimas.

Sin embargo, hoy hemos venido a hablar de los universitarios y de cómo las agresiones, aparentemente sin sentido, han afectado y afectan a nuestra comunidad, a la universidad misma, en su integridad y en su seguridad, de la manera más atentatoria a los derechos humanos.

Si bien es cierto que los hechos del 5 de junio de este año nos lastimaron nuevamente, debo insistir en que no son los únicos. De tiempo atrás, nuestra comunidad ha sufrido una larga serie de agresiones.

Ya hemos denunciado ante las autoridades competentes la relación de estos delitos: asaltos y secuestros a los universitarios; agresiones sexuales a las universitarias; intentos de extorsión a maestros, directivos, estudiantes y trabajadores de la institución y, por si fuera poco, robos constantes al patrimonio de nuestra casa de estudios en todas las regiones.

El corolario es el reciente ataque a jóvenes en esta ciudad de Xalapa. Sabemos que por el hecho de ser jóvenes parecen más expuestos a la provocación y a la agresión.

Todos quienes estamos en esta mesa hemos sido jóvenes. Sabemos cómo se piensa y cómo se actúa frente a las injusticias sociales.

La juventud es la etapa en la que estamos convencidos de que, literalmente, nos comeremos el mundo en el momento en que así lo deseemos. “No hacía nada –escribió Dostoyevski–, pero estaba convencido, como todos los jóvenes que empiezan a vivir, de que pronto iba a realizar cosas extraordinarias”.

Es la etapa de la vida, también, en la que medimos fuerzas y nos confrontamos con el mundo y, a través de él, con nosotros mismos. A veces salimos bien parados; a veces, no tanto. Siempre nos deja, con todo, enseñanzas. “La juventud es feliz en lo que tiene de porvenir”, sentenció otro gran escritor ruso: Nicolai Gogol.

Es de la combinación de arrojo, audacia, cuestionamientos, críticas, irreverencia, iniciativas y muchas cosas más que los jóvenes, los movimientos juveniles, nos han legado, si no un mundo diferente, si, cuando menos, un ejemplo de vida diferente o el legado de una aspiración a alcanzar una vida diferente.

Quizá por ello es que los jóvenes, los universitarios, son blanco de la violencia, y buscan ser amedrentados como un ominoso mensaje para ellos y sus comunidades.

El movimiento estudiantil de 1968 representó un hito en la historia moderna del país. Hoy día es válido hablar de un antes y un después de ese movimiento. La vida social y política de México fue, con él y a partir de él, otra…, diferente…, nueva, …si no en el sentido de haber instaurado otra realidad, sí en el de haber sentado las bases para la instauración paulatina, lenta, a veces dolorosa, siempre estimulante, de otra realidad, la realidad democrática que, con todos sus avances y todos sus retrocesos, hoy vivimos y nos empeñamos en mejorar y volverla una conquista irreversible.

Fue, para decirlo en pocas palabras, el primer cuestionamiento serio y frontal a un sistema político que si bien había llevado al país a un desarrollo económico sin precedentes, había limitado significativamente el ejercicio de los derechos civiles, políticos y, en algunos casos, humanos.

Sí, sabemos que la juventud es una etapa peligrosa de la vida, en la que se corren riesgos, se enfrentan cerrazones, y autoritarismos, se está expuesto a la satanización y a la criminalización.

Por el sólo hecho de ser joven y de aspirar a transformar la realidad, se puede enfrentar la persecución, la represión, la agresión física, la cárcel, el destierro y la muerte misma.

Es evidente que los jóvenes mexicanos nunca han dejado de participar en la vida social y política del país. Se hicieron presentes en el breve y reprimido movimiento estudiantil de junio de 1971, a través del cual alumnos de la UNAM y el IPN buscaban solidarizarse con la huelga iniciada en la UANL en busca de una vida interna democrática y sana.

Se hicieron presentes en el movimiento estudiantil de 1986 por medio del cual los estudiantes de la UNAM frenaron una reforma que consideraron atentatoria contra la educación pública, que además afectaría a los estudiantes de bajos recursos, entre otras razones.

Han estado presentes en las luchas de las escuelas normales rurales para mejorar su funcionamiento interno y elevar las condiciones de vida de sus comunidades de origen. En todo México se han hecho presentes en las luchas por el respeto al medio ambiente y por una vida democrática más participativa e incluyente.

Los terribles hechos que involucraron a 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa despertaron nuestra conciencia en torno a la vulnerabilidad de los jóvenes y a la ausencia de respeto a los derechos humanos.

La realidad, nuestra más directa e inmediata realidad, pone en evidencia que los jóvenes no cuentan con derechos humanos a plenitud, que por el solo hecho de ser jóvenes son percibidos como criminales en potencia.

Por todo lo anterior, celebro, como dije anteriormente, que nuestra comunidad sea objeto de atención de este encuentro, que nuestros jóvenes sean verdaderamente tomados en cuenta.

Escuchemos a los jóvenes, solidaricémonos con sus necesidades, sus intereses, sus sueños y sus aspiraciones. Velemos porque sus derechos humanos sean respetados, porque las reformas en materia de derechos humanos se hagan pensando en su aplicación real y efectiva.

Es momento de volver la vista hacia nuestra universidad, que como institución es también objeto de violencia.

De manera reiterada, en los distintos foros y a través de los medios de comunicación, la Universidad Veracruzana ha expresado su postura frente a la violencia.

Hoy lo hacemos una vez más para rechazarla, de la manera más enfática. La violencia no tiene cabida en nuestra comunidad. En la universidad la entendemos como la negación radical de los derechos humanos.

La universidad es el espacio más democrático para la libre expresión de todas las ideas, de las divergencias, de todas las posiciones políticas.

Y sí, es cierto, en la universidad se critica y se cuestiona lo establecido.

Históricamente, la universidad pública ha jugado un papel clave en la concepción, la construcción y la orientación de nuestro país.

Si en sus aulas ha formado a las innumerables generaciones de profesionales que se han incorporado a la vida laboral para contribuir al desarrollo económico, político y social de México, también ha acompañado a la sociedad en el enfrentamiento de los grandes problemas nacionales.

Sin lugar a dudas, hoy uno de los grandes problemas sociales es el de la inseguridad, la violencia, la falta de respeto a la vida humana, la pérdida de los valores y los principios que durante décadas nos permitieron convivir respetuosa y pacíficamente y que hoy más que nunca deben ser recuperados en aras de la paz y la tranquilidad social.

La universidad pública no puede permanecer al margen de esta situación. Está ética y moralmente obligada a actuar. Lo está también por el hecho de que su propia comunidad está siendo tocada y dañada por la violencia, pero no solamente sino, además y sobre todo, porque la sociedad a la que se debe está viendo su vida cotidiana literalmente trastocada por la violencia.

En la universidad entendemos la violencia como un fenómeno complejo, en el que intervienen factores económicos, políticos, delincuenciales y otros más, sin olvidar la predisposición fundamental a la violencia. Pero también comprendemos que ésta tiene que ser acotada por el imperio de la Ley, por la correcta aplicación de la Ley.

Pero así como rechazamos la violencia de fuera, condenamos también todo tipo de violencia surgida de los universitarios y entre ellos, tanto dentro como fuera de las instalaciones universitarias. En la universidad, lo hemos dicho reiteradamente, caben todos los pensamientos, incluso los más radicales, lo que no tiene cabida es la violencia.

Por ello, nos rebelamos, con la misma firmeza, contra actos violentos como los sucedidos en el recinto central de los universitarios: el edificio de rectoría, el pasado lunes 8 de junio. El agravio, además de injustificado, al que consideramos una provocación, atenta contra los universitarios mismos; adquiere el carácter de una autoagresión. Los universitarios no actuamos embozados.

A los universitarios les digo: confiemos en nuestros órganos democráticos, en las decisiones colegiadas, en nuestro marco normativo.

El quehacer universitario representa la vía pacífica, razonada para resolver diferencias y conflictos, en un espacio de respeto irrestricto a los derechos humanos. Ese respeto, ese apego a la legalidad, nos da fortaleza para también exigir el respeto absoluto a los derechos humanos de todos, en particular los de los universitarios.

Esto es lo que la Universidad Veracruzana demanda a las autoridades competentes: que cese la violencia, que se recupere la paz y la tranquilidad productivas, que impere la ley y se aplique con un pleno sentido de justicia.

En una palabra, que el Estado de derecho que anhelamos sea el marco del respeto a los derechos humanos en todos los ámbitos y muy particularmente en nuestra entrañable comunidad universitaria.

 

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