Revista de Investigación Educativa 9
julio-diciembre, 2009
ISSN 1870-5308, Xalapa, Ver
Instituto de Investigaciones en Educación, Universidad Veracruzana
       
     

Educación y masculinidad en un Colegio técnico de la Patagonia argentina: el caso de los salesianos en Comodoro Rivadavia durante la primera mitad del siglo XX

       
 

Gabriel Carrizo

Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
Universidad Nacional de la Patagonia

 

Esta es, en apretada síntesis la historia humilde y gloriosa del Deán Funes que fue: avanzada de fe y de cultura; presencia de Iglesia y de Patria; fuente de espiritualidad y fragua de juventudes laboriosas.

Palabras del Rvdo. P. Heraclio Moreno en el Acto conmemorativo del 50º Aniversario del Colegio Deán Funes, 1979.

Introducción

Hace un tiempo, el antropólogo argentino Eduardo Archetti (2003) llamaba la atención acerca de los diversos contextos y terrenos que deberían considerarse a fin de hallar la pluralidad de masculinidades hegemónicas:

El estudio de las relaciones en el lugar de trabajo, las nociones locales y religiosas acerca de la jerarquía y el poder, las formas de sociabilidad y la interacción diaria (como tomar bebidas y jugar a las cartas en cafés y bares), el impacto del colegio y el proceso educativo, la división de las tareas de la casa según el sexo, la participación en asuntos políticos y públicos, los conceptos de familia, el parentesco, la persona y la identidad, o como en mi investigación, la participación en los deportes, la equitación y el hecho de bailar / escuchar tango. (: 159)

Retomando esta aseveración de Archetti, en este artículo trataremos de aproximarnos al estudio de la construcción de una identidad masculina (Bourdieu, 2000) en el Colegio Deán Funes, transcripta en prácticas, valores y representaciones, reforzadas a través de los principios del modelo pedagógico salesiano. Entendemos a la construcción de la masculinidad como un proceso colectivo, de modo que varias masculinidades son construidas en dependencia unas de otras, y también en relación a las feminidades. Dichas identidades no son estáticas, sino que están histórica y espacialmente situadas, al tiempo que una forma hegemónica de masculinidad tiende a erigirse como dominante, ejerciendo gran influencia y autoridad en un contexto y tiempo determinado. La configuración de la masculinidad en la escuela es un proceso complejo, lleno de confusiones y contradicciones, en el que influyen una multitud de variables, como por ejemplo la etnia, la clase social, el contexto cultural, la cultura familiar, la cultura escolar, la edad y la orientación sexual. Asimismo, cada colegio dispone de su propio régimen de género, que está formado por expectativas, reglas y rutinas. Todo ello crea diferentes repertorios de acción con profundos efectos en la configuración de la identidad personal. Además, la configuración de una identidad masculina es una empresa colectiva y está unida a la adquisición de estatus dentro del grupo de compañeros (Rodríguez Menéndez, 2007). Esta masculinidad construida en el colegio desde su creación en 1929, ha encontrado su cultivo en los talleres, donde los alumnos aprendieron las relaciones propias del mundo laboral, y en los lugares de implementación de prácticas deportivas, donde la belleza y buen estado físico fueron asumidos como símbolos de la unión entre cuerpo y alma, como emblemas del coraje y del espíritu masculino.

En la primera parte del trabajo, relataremos brevemente el arribo de los salesianos a la Patagonia y a Comodoro Rivadavia en particular, y sus acciones implementadas en el ámbito educativo de la ciudad. Posteriormente, analizaremos las características de la construcción de la masculinidad que le otorgó al colegio una identidad propia, intensificada a lo largo de sus más de siete décadas de existencia. Finalmente, daremos cuenta de algunas de las conclusiones a las cuales hemos arribado.

Los salesianos y los comienzos de su obra educativa en Comodoro Rivadavia

Desde sus inicios, la ciudad de Comodoro Rivadavia estuvo asociada a la extracción de petróleo, que provocó el crecimiento de distintas comunidades obreras, tanto de capital estatal como privado. En 1907, una expedición dependiente del Estado Argentino descubrió petróleo en sus adyacencias. Las tierras eran de propiedad del gobierno nacional y a partir de 1910, la Dirección General de la Explotación Nacional del Petróleo de Comodoro Rivadavia, dependiente del Ministerio de Agricultura, tuvo a su cargo las tareas de producción y venta de petróleo. En 1922, el gobierno nacional reorganizó la empresa petrolera estatal bajo el nombre de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), a través de la figura del Coronel Mosconi, quien desplegaría una serie de medidas tendientes a aplacar los conflictos obreros, a partir del despliegue de políticas de bienestar y de nacionalización de la mano de obra (Carrizo, 2007). La promoción de los migrantes norteños y la construcción de una simbología integrativa ayudaron a desarticular la combatividad de los trabajadores, permitiendo un sentimiento de identificación con las modalidades socio-laborales propias de YPF. Con el liderazgo de Mosconi dentro de la empresa estatal, comenzaría a recortarse nítidamente un discurso legitimador de los principios de autoridad, respaldado en fórmulas de sentido que asimilaban las posiciones de dominación y el cumplimiento de las normas con el “servicio a la Patria”, la “soberanía nacional” y el “interés colectivo” (Crespo, 1991; Marquez & Palma, 1993, 1995; Torres, 1995). Estos valores, sumados a una moralidad cristiana, son los que van a hacer coincidir a los salesianos y su obra educativa con Mosconi.[1] Asimismo, en la medida en que los militares se fueron fortaleciendo en la dirección y control de los espacios laborales y extra-laborales dentro de la petrolera estatal, los grupos católicos fueron aumentando su influencia en todos los ámbitos, sobre todo en los rituales públicos efectuados en la comunidad, siendo este proceso fundamental para la progresiva asociación entre nacionalidad, salesianos y el mundo católico.[2]

Los salesianos habían llegado a la Patagonia en 1875 con el firme propósito de evangelizarla, en el marco de un período caracterizado por una fuerte tensión entre el Estado Nacional y la Iglesia Católica.[3] Pronto comenzarían a ocupar espacios en los que la existencia estatal era precaria y tardía, sobre todo en los Territorios Nacionales de la Patagonia, presencia que se facilitaría ante la imposibilidad de la Iglesia metropolitana de poder

solucionar la notable y desigual distribución del clero, optando por dejar los territorios a los que no podía llegar en manos de las congregaciones u órdenes religiosas, como el caso de los Salesianos en la Patagonia, en el que intervino sólo cuando se vio comprometido su poder o cercenado su territorio. (Nicoletti, 2002)

En medio de este contexto, los salesianos buscaron mantener la independencia del Estado nacional y monopolizar la evangelización del territorio patagónico. Si bien en la Patagonia la oferta educativa salesiana fue inmediata y paralela a la estatal, para el Estado argentino dichas escuelas eran consideradas un elemento negativo y se dudaba de su verdadero propósito de “argentinización” (Romero, 2001). Inclusive, en el caso del Territorio Nacional de Santa Cruz, se ha mostrado que en Río Gallegos los salesianos tempranamente experimentaron la oposición por razones políticas de la Federación Obrera, la masonería y la competencia implementada por la escuela laica (Pierini, 2007).

En Comodoro Rivadavia, a partir del año 1913 comenzamos a tener registro de sus primeras actividades a través de las crónicas diarias, halladas en el archivo del Colegio. De las mismas podemos saber que la llegada de los salesianos se vivió con cierta indiferencia,[4] siendo tres el número de los primeros que pisarían el suelo comodorense, cuya misión era atender al pueblo y sus alrededores: Pbro. Augusto Crestanello, Pbro. Arsenio Guerra y el coadjutor Don Domingo Zago. Pronto comenzarían las primeras actividades religiosas en la ciudad ante el desdén de los habitantes, según las crónicas tomadas por los religiosos.[5] A pesar de la indiferencia y las dificultades encontradas, en ese mismo año fundarían el Colegio Miguel Rúa, una de las primeras experiencias educativas en la ciudad,[6] siendo el principal artífice de la obra el Padre Augusto Crestanello. El Colegio perseguía “el fin de proporcionar a los niños una sólida educación e instrucción científica, religiosa y moral que los habilite para ser más tarde hombres útiles a sí mismos, a la familia y a la sociedad” (ACSDF, 1914: 10). En dicha institución, el régimen disciplinario era “esmerado y paternal, teniendo por base el sistema del gran pedagogo del siglo XIX el venerable D. Bosco” (:10). Se admitían pupilos, medio pupilos y externos, siendo las condiciones de admisión que los niños hayan cumplido siete años y no pasaran de los catorce; y que no tuvieran “enfermedades contagiosas-repugnantes o que por incorregibles hayan sido expulsados de otros colegios” (:10). La disciplina que se promovía por aquellos tiempos era sumamente rígida, en donde “la irregularidad, la irreligión, la inmoralidad, la insubordinación y la pereza habitual se consideran como motivos de expulsión” (:10).

Los salesianos pusieron en práctica un sistema educativo elaborado por ellos mismos denominado sistema preventivo, por oposición al represivo, que consistía “en dar a conocer las prescripciones y reglamentos y vigilar después de manera que los alumnos tuvieran siempre sobre sí la mirada del Director o de los asistentes, quienes sirven de guía y corrigen a los niños con amabilidad” (Landaburu, 2003). Se ha señalado que el sistema preventivo no era un modelo educativo sino un método disciplinario, que incorporó como novedad el afecto a las relaciones personales, concibiendo a la relación entre educadores y educandos en forma análoga a la de padres e hijos.

La falta de espacio impedía el progreso de la obra educativa que se evidenciaba en el constante incremento del número de alumnos. Es a fines de la década del ‘10 que los padres salesianos intensificarían relaciones con autoridades de la Explotación Nacional de Petróleo (situada a 3 kilómetros del “Pueblo”), para la concreción de un instituto técnico destinado a la formación educativa de los hijos de los agentes.[7] Hasta allí concurrían a celebrar misa, a tomar confesiones o a bautizar fieles. El paso más importante de este acercamiento lo constituyó la colocación de la piedra fundamental de la capilla Santa Lucía en 1924. Luego de la muerte del Padre Crestanello, y con toda la responsabilidad de la obra bajo el mando del Padre Luis Marchiori, el Colegio Miguel Rúa corría el riesgo de mudarse a la localidad de Sarmiento. Sin embargo, “se neutralizó el citado plan con el ofrecimiento de casi cuatro hectáreas en el kilómetro 3, junto a la capilla de Santa Lucía y con fondo al cerro Hermitte, que adelantó Yacimientos Petrolíferos Fiscales a través del General Ingeniero Enrique Mosconi” (Bruno, 1993). Posteriormente, durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear, se decretaría el otorgamiento de una superficie aproximada de cuatro hectáreas y media (ACSDF, 1927). Así es que para el año 1929, los salesianos fundarían el Colegio Deán Funes, contando para los primeros años de existencia con la decisiva ayuda de Mosconi.

A través de los años, tanto los distintos administradores de la empresa estatal, como los sucesivos directores del colegio Deán Funes, tejieron vínculos cada vez más permanentes, razón por la cual los hechos más significativos de la vida escolar estuvieron unidos indefectiblemente a las acciones de YPF.[8] Esta relación se fortalecía además porque “la Dirección de la empresa asociaba la idea de nación, jefe de familia y necesidades del hogar y en ese marco orientará su política laboral y social promoviendo la ‘argentinización’ y ‘moralización’ sobre todo en los obreros y sus familias” (Crespo, 2001). La congregación le garantizaba a YPF la disciplina de los niños (hijos de sus agentes) mediante la educación para el trabajo, es decir, convertir a los jóvenes en fuerza apta para ser incorporado al sistema productivo.

Asimismo, la implementación de ese modelo pedagógico era la forma encontrada por la congregación para crear un sistema de pensamiento y de conductas singulares que llevase al alumno a reconocerse y ser reconocido en cualquier situación como un componente de un grupo exclusivo. Este diseño educacional lentamente va a perfilar una nueva cultura institucional (Racedo, 2000), promoviendo la formación de una elite (la ypefiana) que adoptase hábitos de pensamiento comunes y que fuese capaz de promover la reproducción de ese modelo en el espacio social (Boschilia, 2007).

Como vemos, esta relación establecida entre militares, comunidad salesiana y administradores de YPF se fue intensificando con el transcurso del tiempo. Es que desde la década del treinta, se desencadenaría un proceso de avanzada del catolicismo influyendo de manera creciente en la sociedad argentina, en pos de restaurar la tradición católica de la nación. En este sentido, Loris Zanatta (1996) ha destacado algunas innovaciones entre las inquietudes del catolicismo que se gestan durante los treinta, que son importantes para enmarcar en este proceso la historia del colegio. En primer lugar, la Iglesia católica comenzó a preocuparse cada vez más en la legislación social ; y en segundo lugar, buscó impregnar con la doctrina cristiana el mundo del trabajo. Estas preocupaciones surgían a partir de la necesidad “urgente” de recristianizar a los trabajadores para prevenirlos de la influencia marxista.

Esta “vía militar a la cristiandad” emprendida por la Iglesia en la Argentina implicaba en el terreno educativo que se trataría de reeducar a los jóvenes extraviados por la escuela laica, y que se debería promover la implantación en las aulas del espíritu de la educación militar. Según Zanatta (1996),

el modelo educativo de la Iglesia estaba inspirado en la vida militar. Esta habría identificado en el Ejército al garante de la catolicidad de la nación, profundamente compenetrado de la ideología del catolicismo argentino. Por lo tanto, Iglesia y Ejército se unieron en defensa de la argentinidad católica, constituyendo un bloque político, ideológico y cultural acabadamente alternativo contra el laicismo educativo. (: 316)

Por supuesto que este nuevo clima ideológico también impregnaba los discursos de las autoridades ypefianas. Por ejemplo, en 1937, con la decisión de los salesianos de inaugurar la Escuela de Artes y Oficios, se concretaría finalmente el anhelo de fomentar la educación industrial de los hijos de los empleados y obreros. En su discurso, el Ingeniero Ricardo Silveyra afirmaba:

En adelante saldrán de aquí artesanos preparados teóricamente y podrán hacer su práctica en esta enorme fábrica de la Nación; realizaremos el ideal del nutrido celebro [sic] y del educado músculo, vigorosos en todo sentido para orgullo de YPF y para el bien de la patria; tendrán pues educación gratuita todo el tiempo que dure el aprendizaje, bajo la dirección de los Padres salesianos que infundirán en esta obra el espíritu de Don Bosco [...] Esperamos que nuestros jóvenes formarán familias cuyas tradiciones serán honrosas para el país y cuyo lema se encierra en las palabras: DIOS, PATRIA Y HOGAR. Y que en cualquier parte en donde se les vea, se les pueda reconocer por su porte y corrección, con el distingo de ser uno de los que trabajan en YPF. (ACSDF, 1937)

Ya desde su gestión en YPF, Mosconi percibía a cada trabajador como si se tratara de un “soldado civil”, al servicio de un interés fundamental para el desarrollo de la comunidad nacional (Cabral, 2007). Esta concepción también debía desplegarse desde las aulas del colegio salesiano, tal como lo enuncia Silveyra:

Hoy comenzamos la escuela, casi diríamos la escuela superior; ayer hicimos el cuartel a donde esperamos serán destinados nuestros muchachos cuando ellos deban cambiar la herramienta del trabajo, por el fusil que la ley obliga a manejar en defensa de la Patria. (ACSDF, 1937)

“Dios y Patria” era sinónimo de “Iglesia y Ejército”. Por esta razón, “las virtudes del soldado argentino [...] son sentimientos y cualidades que sugiere y fomenta la ética católica, son los que procura inspirar la educación religiosa, y los que encuentran en esa escuela cristiana su mejor explicación lógica y el más firme estímulo y apoyo” (La educación del soldado, citado en Zanatta, 1996: 321).

Como veremos en la siguiente sección, el perfil industrial que adquiriría el Colegio con la Escuela de Artes y Oficios y posteriormente con la Escuela Técnica, le imprimirían a los diversos jóvenes que transitaron por sus instalaciones una identidad perdurable y particular. En este sentido, debemos destacar que la juventud representa un período en el que la construcción de la personalidad del individuo se somete a una doble presión social en la medida en que la cultura le proyecta dos modelos de ser: uno apunta a la comprensión de las conductas adultas, y otro a los patrones genéricos, masculino o femenino. Conforme se advierte que la conducta de los jóvenes es normada, se confirma que los individuos ya introyectaron los valores, principios y conductas socialmente esperadas para la interrelación con los otros (Montesinos, 2002). A continuación analizaremos precisamente cuáles fueron esas ideas y hábitos que se desplegaron desde la institución educativa salesiana que permitieron la construcción de una identidad masculina.

Cuerpo, género y trabajo: la construcción de la masculinidad en un colegio técnico salesiano

Eduardo Archetti (1998) se ha encargado de mostrar que el mundo del fútbol es exclusivamente masculino: un encuentro en la cancha entre equipos rivales y sus respectivos aficionados e hinchas. Allí, se pueden observar complejidades inherentes a los modelos e idiomas de la masculinidad. Al mismo tiempo, el fútbol establece condiciones de igualdad entre los jugadores: un campo de juego con once jugadores de un lado y once del otro, y todos con las mismas capacidades y poderes. Estas condiciones igualitarias permiten la ruptura de las jerarquías propias de la vida cotidiana y de la estructura social, y es por ello que el fútbol ofrece a los hombres un sitio donde pueden construir un orden y un mundo estrictamente masculinos. En palabras de Archetti (1998): “En el ritual del fútbol, el orden moral, sea tradicional o subversivo, sea permanente o transitorio, se presta a una suerte de evaluación masculina de la autonomía, la dependencia, el control, la dignidad, la autoestima y la fidelidad a los compromisos” (: 301).

La práctica del fútbol[9] fue incorporada al ámbito educativo de los salesianos desde sus inicios.[10] Esta afirmación es posible confirmarla a través de la lectura de los números de la revista institucional Oro Negro, en donde se afirma que “el fútbol ocupa el lugar de preferencia en nuestras manifestaciones deportivas y en nuestras conversaciones” (ACSDF, 1950). Los salesianos creían firmemente en la efectividad del deporte como motor de la construcción de una identidad salesiana y como vehículo formidable de valores:[11] “Don Bosco insistía en que debía darse a los alumnos amplia libertad de saltar, correr y gritar a su gusto y consideraba a la gimnasia, la música, la declamación, el teatro y los paseos como medios eficacísimos para conseguir la disciplina y favorecer la moralidad y la salud”.[12] En este sentido, Alejandra Landaburu (2003), refiriéndose al caso del Colegio Salesiano General Belgrano de Artes y Oficios de Tucumán, ha mostrado que la actividad deportiva estuvo siempre asociada a la pedagogía salesiana que perseguía una finalidad moral y religiosa. De allí que

el deporte, la actividad física en sus innumerables expresiones, se constituyó en uno de los principios esenciales del método preventivo. La actividad lúdico-deportiva estaba puesta tan alto y valorada hasta tal punto, que de ella se hacía depender no solo el buen funcionamiento de la escuela sino también la vida religiosa de los niños. (Landaburu, 2003)

Distintas crónicas reflejan la cotidianeidad del Colegio Deán Funes a través de innumerables fotografías y relatos, presentando un universo masculino asociado con las actividades deportivas, siendo el fútbol y el básquetbol los más practicados entre alumnos y profesores.[13] Al observar las distintas fotografías asociadas a las prácticas deportivas del colegio a lo largo de su historia, es interesante analizar los modos de presentarse del “cuerpo futbolista”. Este modo de darse a conocer a través de la vestimenta, refuerza la identidad masculina, dando al fútbol de las primeras décadas la característica de una disputa entre caballeros.[14] La mayoría de las fotografías del Colegio tienen como finalidad mostrar las distintas formaciones de los equipos de fútbol, integrados por alumnos, docentes y personal eclesiástico reforzando la masculinidad a través del deporte. Estas imágenes están acompañadas de relatos de viejos cronistas que manifestaban: “abrigamos la sospecha de que los recuerdos deportivos serán los que más tardarán en borrarse del alma del colegio” (ACSDF, 1950). Como algunos autores han sostenido,

es frecuente que en las instituciones educativas jugar bien al fútbol sea un signo de alto estatus dentro de la jerarquía masculina, pues permite poner en juego valores propios de la masculinidad hegemónica tales como la competitividad, la agresividad, la disciplina, la fuerza física, el valor del sufrimiento, la demostración del valor y el riesgo. (Rodríguez, 2007: 404)

El cuerpo como construcción social y cultural aparece fuertemente modelado por prácticas sociales de distinto tipo, entre ellas, por las prácticas físicas y/o deportivas. Las prácticas corporales contribuyen al armado de ciertas masculinidades, en donde para hacer valerlas los varones deben convencerse y convencer a los demás de que no se es homosexual. El cuerpo juega un papel fundamental en la construcción de la masculinidad y la actividad física que se pone de manifiesto a través del deporte permite exhibir el cuerpo y presentarlo ante los demás. Pablo Scharagrodsky (2006) ha afirmado que

los niños en las clases de Educación Física a través de las prácticas deportivas (especialmente el fútbol) aprenden a reafirmar su identidad masculina heterosexual como parte de un guión aceptado y naturalizado. Esto se da a partir de un conjunto de símbolos e imágenes que se transmiten, distribuyen y ponen en circulación avalando la idea de la sexualidad activa, penetrante e impulsiva. (: 170)

Ser varón significa no ser como las mujeres y al ser masculino se le desafía permanentemente. En este sentido, son varios los espacios sociales en donde el varón debe demostrar ser un verdadero hombre, siendo el espacio deportivo uno de los más privilegiados, en donde “la masculinidad es una aprobación ‘homosocial’. En muchas ocasiones las actividades físicas, lúdicas y/o deportivas se convierten en potentes medios para que otros varones admitan y admiren el arquetipo hegemónico de la virilidad socialmente aceptada y esperable” (Scharagrodsky, 2006: 174). No obstante ello, muy pocos varones pueden alcanzar dicho ideal.

Utilizado como vehículo de relaciones sociales, en los colegios católicos (Boschilia, 2007) el fútbol se constituyó en un deporte que, además de promover el establecimiento de redes de sociabilidad, cumplía el papel esencial de construcción de masculinidad, desplegándose un conjunto de técnicas y métodos de vigilancia y control sobre los movimientos del cuerpo, al cual se lo adiestra, se le imponen reglas, restricciones y obligaciones. Como ha sostenido Norbert Elías (1998), aquí adquiere importancia, tanto en el nivel individual como en el colectivo, una “liberación controlada de las emociones” que está en el fundamento de la función del deporte en la civilización occidental. El deporte cumple la función de liberar las pulsiones agresivas, buscando que la violencia se encuentre contenida por reglas dentro de un espacio-tiempo delimitado. La interiorización progresiva de las pulsiones, de las emociones, de las constricciones, son parte fundamenta del “proceso de civilización” en su búsqueda por la pacificación del mundo social.

La otra forma de educar el cuerpo fue a través del trabajo manual. En este sentido, la Escuela de Artes y Oficios imponía también valores morales y pautas disciplinarias dirigidas a obtener individuos dóciles y trabajadores, tal como lo requería la industria, objetivo que era apreciado por un miembro del Ejército, como podemos observar en la siguiente cita:

El Sr. Arturo Brinkmann, Teniente Coronel del Regimiento 8 de Infantería de Montaña Reforzado, el 12 de febrero de 1939, después de la visita al colegio escribió: ‘Al visitar las instalaciones que el Colegio Salesiano posee en Comodoro Rivadavia, se recibe de inmediato la impresión más grande al soldado: la del orden y disciplina.[15]

Los salesianos creían poder “regenerar” espiritual y socialmente al obrero mediante la instrucción profesional. Es por ello que las facilidades otorgadas por la empresa estatal para la instalación de una escuela para varones en las tierras del yacimiento local tenían relación con dicha finalidad. Tanto en las celebraciones católicas, como en donaciones, pago de sueldos y premios a los alumnos, es posible observar la presencia de la empresa estatal y de la institución militar,[16] sobre todo luego de la organización de la Agrupación Patagonia en la zona.[17] Como ha señalado Mariela Racedo (2000) para el caso de Plaza Huincul, la escuela sería concebida como una “fortaleza encargada de velar por el cumplimiento de ese afán de constitución de un ‘sujeto pedagógico’ específico a través de las ceremonias y actos que mezclaban los ‘ritos nacionales’ con los ‘ritos ypefianos’” (: 101), imprimiendo en los educandos que el sentido de civilización y progreso estaban asociados no sólo a la institución escolar, sino también a los destinos de YPF. En una carta dirigida a la Dirección General de materiales del Ejército, el Padre Director detallaba que:

informado de que una partida de vehículos que formaban parte del Regimiento 8 de Infantería motorizada han sido dados de baja, viene a solicitar de su amabilidad, quiera contemplar la posibilidad de que alguna de dichas unidades fuera cedida a esta Escuela Salesiana. Motiva este pedido la necesidad que tiene la Sección Mecánica del Automóvil de la Escuela Deán Funes de esos elementos de trabajo y estudio en tal manera que dichos vehículos que han servido a la Patria estando al servicio de nuestro glorioso Ejército continúan sirviendo al mismo fin contribuyendo a la instrucción de los jóvenes que serán futuros soldados y mecánicos de la Patria. (ACSDF , 1948)

Tanto en YPF como en la Congregación salesiana también residía la inquietud ante la moralidad de los trabajadores, expresándose la intención de contrarrestar la creciente influencia del socialismo y el anarquismo en el movimiento obrero a través de la difusión y defensa de los principios católicos entre los trabajadores, cuestión que pronto dio lugar a una serie de contraprestaciones (Infeld, 2004).[18] Las escuelas profesionales constituyeron uno de los pilares de las estrategias educativas de la congregación salesiana que le permitía consolidar la presencia católica en la vida pública. El Colegio Deán Funes, junto a otros institutos salesianos del país, estaban destinados a la formación de obreros cristianos perfectamente instruidos en el trabajo y aptos para ser más tarde capataces y jefes de taller. En este sentido, de las palabras de un ex alumno dirigidas al Presidente del Directorio de YPF, Capitán de Navío José C. Gregores, podemos conocer aquello que ha sido largamente “inculcado”:

Es muy grande la satisfacción que nos déis al dignaros visitar este colegio y estos talleres en donde al par que ilustramos nuestras inteligencias, modelamos nuestros corazones y con el aprendizaje de una profesión nos hacemos hábiles obreros del mañana para beneficio de la sociedad y de la Patria.[19]

La enseñanza técnica en el discurso de la Iglesia tenía el sentido de evitar, a través de la dignificación del trabajo (sobre todo el trabajo manual) la seducción del pecado, del vicio o la subversión ideológico-política capaz de acrecentar el conflicto social.[20] En efecto, el aplacamiento de aquellas conductas consideradas alejadas del canon pedagógico de los salesianos era el objetivo principal del disciplinamiento de los jóvenes alumnos y futuros trabajadores. El adolescente era visto con cierta aprensión y sospecha, al cual constantemente era necesario inculcarle, por ejemplo a través de los contenidos curriculares,[21] un autocontrol de sus pasiones. Desde esta concepción, el joven era aquel que

no tiene aún resuelto su problema de ubicación y corre el riesgo de evadirse a un mundo imaginario, huyendo de la realidad, de la que debe hacerse progresivamente responsable. Sus intentos de ubicación suelen estar teñidos de rebeldía, violencia e impulsividad lo que impide mantener una actitud serena y objetiva. Queriendo ser libre se deja llevar por un sentido exagerado de independencia y puede convertirse en libertinaje. (Programación de la catequesis para los cursos secundarios, s/f: 23)

Asimismo, este modelo preconizaba la figura de hombre viril y saludable que debería estar apto para desempeñar dos funciones importantes en la sociedad capitalista y para la concepción de la familia en el catolicismo: trabajo y reproducción.[22] En el caso del Colegio Deán Funes, el taller conformó un espacio social en donde los alumnos adquirieron hábitos de industriosidad, a través de una pedagogía que reforzó los códigos masculinos. Limar una pieza, moldear un trozo de metal en la fragua o dominar una máquina, son algunas de las tareas que ayudan a construir una determinada identidad.

Al respecto, Linda Mc Dowell (2000) ha utilizado las categorías de género y espacio para analizar las interconexiones que se producen entre dichas nociones. Desde la perspectiva de una geografía feminista, Mc Dowell analizó la relación que hay entre las divisiones de género y las divisiones espaciales, descubriendo cómo se constituyen mutuamente y mostrando los problemas ocultos tras su aparente naturalidad. La investigadora cuestiona la idea de la geografía tradicional acerca del espacio, considerado solamente como un conjunto de coordenadas situadas en un mapa que fijan un territorio bien definido y delimitado. Mc Dowell (2000) sostiene que “lo que define el lugar son las prácticas socio - espaciales, las relaciones sociales de poder y de exclusión; por eso los espacios se superponen y entrecruzan y sus límites son variados y móviles” (: 15). De allí que los espacios surgen de las relaciones de poder, las relaciones de poder establecen las normas; y las normas definen los límites, que son tanto sociales como espaciales, porque determinan quién pertenece a un lugar y quién queda excluido, así como la situación o emplazamiento de una determinada experiencia.

Es en este sentido que es pensado el Taller del Colegio Deán Funes como un lugar en donde se definen prácticas socio-espaciales masculinas. Las relaciones entre hombres (docentes-alumnos; entre docentes y entre alumnos), generadas a lo largo de su historia, construidas a través de códigos, lenguajes, ritos, constituyen una sólida identidad masculina, capaz de perdurar a lo largo de los años. En las crónicas de la institución es posible leer:

¡Querido Colegio! Cuando ya lejos de ti luchemos contra los embates de la vida sacaremos a relucir nuestros recursos morales que en ti hemos aprendido y tú como todos los colegios de Don Bosco de nuestra Patria, nos recordarás tu cantar de máquinas y de preces. (ACSDF, 1950)

Asimismo, la autora muestra una serie de oposiciones binarias,[23] que tienen que ver con la producción social del espacio, con la definición de lo que es un entorno “natural” y un entorno fabricado y con las regulaciones que influyen en quien ocupa un determinado espacio y quien queda excluido de aquél. La diferencia categorial, binaria y jerárquica, crea una mujer inferior al hombre, y valora menos los atributos de la feminidad. Esta idea se halla hondamente enraizada en las estructuras del pensamiento occidental y en las instituciones sociales. Y por supuesto en el taller, en donde aquel alumno que cometía una falta de responsabilidad (como olvidarse la llave del candado de su cajón de herramientas) estaba condenado a realizar durante todo el día una tarea “típicamente femenina” como barrer.

La separación de hombres y mujeres en distintas ocupaciones se relaciona con las expectativas sociales en materia de género. Las mujeres se encuentran en aquellos trabajos que confirman la tendencia a cuidar de otros que se les atribuyen (secretariado, cuidado de niños, enfermería, docencia). En el caso de los hombres, la supuesta fuerza física y habilidad analítica que proporcionan los genes masculinos explican su predominio en las actividades que requieren esas destrezas (conductor de camiones, mecánico de coches, etc). En el recuerdo de aquellos alumnos que han pasado por el Colegio se reconocen estos rasgos:

Mi querido colegio: eres un hogar donde se forja la robustez del músculo y la suavidad de las almas; en tu seno transcurrieron años provechosos al cabo de los cuales se imprimió tu molde imborrable en nuestros espíritus. (ACSDF, 1950)

Como podemos apreciar, esta imagen sintetiza el ideal del espíritu masculino producto de la unión entre el cuerpo y el alma, además de la perdurabilidad de los valores plasmados en el período educacional.

Conclusiones

En el año 2004, en el marco de los festejos por los 75 años de la creación del Colegio Salesiano Deán Funes, fue posible ver en su página web la siguiente crónica:

El partido alumnos contra profesores finalizó con una humillante goleada por parte de estos últimos. El juego en equipo, la solidez en la defensa y la experiencia fueron las cartas de triunfo de los profesores (5 a 1) frente a un plantel donde el desorden y el individualismo eran sus únicas armas. Entre las situaciones que se generaron se dice que a Di Capua le pusieron el sombrero (¿?) y que el cordobés explotaba de la bronca en el centro de la cancha. Una vez más se demuestra que el orden y la experiencia vencen a la improvisación. Chicos ténganlo en cuenta... con correr no alcanza.[24]

El fútbol inevitablemente se ha instalado en el imaginario colectivo del colegio a través del tiempo. Docentes y alumnos continúan alimentando este ámbito de “medición de fuerzas”, que deja de lado las asimetrías propias de la actividad pedagógica, para construir y reconstruir un mundo masculino.

Precisamente hemos intentado mostrar que a lo largo de su historia, tanto en los espacios destinados a los juegos deportivos como en el Taller se construyó un modo de ser masculino. Y que los ritos, códigos y representaciones fueron reforzados a través de los diversos actores institucionales, en sintonía con los preceptos de la pedagogía salesiana. El dispositivo de prácticas y símbolos desplegados por el colegio con la firme promoción de YPF consolidó el “ideal de formar al buen ciudadano (varón), útil, productivo, obediente, dócil, sano, racional y, fundamentalmente, viril”, horizonte que se enmarcaba en la “construcción de un cuerpo masculino apto para el trabajo, para un determinado estilo de vida moral y para la defensa del territorio nacional” (Scharagrodsky, 2004: 64).

Sin embargo, algunos autores han destacado que desde las últimas décadas estamos en presencia de una nueva identidad femenina que afectó la estructura simbólica en la cual se sustentaba la identidad masculina tradicional. En efecto, la inserción de la mujer en el espacio laboral; la transformación de la familia nuclear; la conquista del espacio público, y la concepción de la mujer como sujeto sexual, son elementos que forman parte de “un proceso de cambio social captado a través de la transformación cultural, que en el plano de las relaciones genéricas muestra la erosión de la estructura simbólica que anteriormente proyectaba tanto a hombres como mujeres lo que era ser hombre, lo que es la masculinidad” (Montesinos, 2002: 159). Asimismo, desde principios de los años setenta, han surgido numerosos cambios a partir de la profunda reestructuración económica de las sociedades, que ha culminado en la transición a una economía basada en los servicios. Con la desaparición del empleo para los hombres jóvenes sin calificación profesional, concluyó también para ellos la posibilidad de desarrollar una masculinidad característica de la clase trabajadora que en otro tiempo distinguía a las diferentes comunidades obreras.

Estos procesos también afectaron a los complejos industriales de la Patagonia y a los establecimientos educativos con orientación técnica. De allí que los cambios obligan a una reformulación de la propuesta educativa, con una mirada dirigida hacia el futuro. También implican una renovación de los patrones masculinos que en otros tiempos era posible ver en la sociedad y se reproducían en otros ámbitos socio-espaciales. Esto último conlleva también a un replanteamiento de los diversos modos de ser masculinos.

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[1]. En su obra denominada “El Petróleo Argentino”, el mismo Mosconi (1983) hace referencia a este acercamiento: “Llegando el momento de resolver lo relativo a los sectores culturales y espirituales del Yacimiento de Comodoro Rivadavia fue providencial que interfiriese en mi camino el Rvdo. Padre Luis Cencio, salesiano virtuoso, modesto, inteligente y tenaz en la difusión de sentimientos de fe y de bien. La feliz coincidencia del carácter de este Padre salesiano con los propósitos que animaban a la comisión administradora de YPF, hizo que se resolviera en la forma más completa y mejor la cuestión mencionada, en bien del personal del Yacimiento, con la creación, construcción y financiamiento del Colegio Deán Funes” (:83).

[2]. La creación en 1921 de la Asociación Cristiana Don Bosco y posteriormente el Círculo Católico San José en 1923, nos hablan de una activa vida asociativa iniciada por los católicos en la ciudad. Un análisis pormenorizado del asociacionismo católico en Comodoro Rivadavia puede encontrase en Crespo, 2008.

[3]. Las leyes de Registro Civil y de Matrimonio Civil, inspiradas en la legislación europea más progresista, impusieron la presencia del Estado en los actos más importantes de la vida de los hombres (el nacimiento, el casamiento y la muerte), hasta entonces regulados por la Iglesia. Además, en 1884 (según la ley 1420) la educación pasaría a ser laica, gratuita y obligatoria. Mediante esta disposición, el Estado argentino desplazaría a la Iglesia en este terreno (Romero, 2001).

[4]. “El viaje fue feliz, nuestra llegada ha sido una sorpresa para todos los habitantes, nadie sabía nada y por consiguiente nos encontramos desconocidos entre desconocidos” (Archivo del Colegio Salesiano Deán Funes [ACSDF], 1913: 1).

[5]. “En estos días pasados la asistencia al catecismo ha ido disminuyendo y eso no por falta de niños sino por la dejadez de los padres de familia que por nada se ocupan de la instrucción religiosa de sus hijos. Los niños y niñas que asistieron lo hicieron de su propia voluntad” (ACSDF, 1913: 13). Además de esta apatía, los padres salesianos se encontraban con obstáculos provenientes del clima especial de la zona: “Hoy a la primera misa cuatro personas, a la segunda siete personas, tan corta concurrencia es debida al fuerte viento que desde anoche sopla con tanta fuerza que parece quiere llevarse todo por delante” (ACSDF, 1914, p. 3).

[6]. Otra de las obras educativas construidas por la congregación fue el colegio Catalina Daghero (hoy Instituto María Auxiliadora) en 1925. También, a partir de la influencia de los salesianos, se organizaría la Sociedad de Damas de Beneficencia para la construcción de un templo (Crespo, 2001).

[7]. Así lo relata un ex Director del Colegio: “Desde hacía años, la empresa petrolera estatal buscaba el modo de organizar una escuela para la formación técnico-profesional de los hijos de su agentes. Así se desprende de una carta del 26 de septiembre de 1917 en la que Esther Soubilet Bilbao le hace saber a P. Luis Pedemonte, Inspector Salesiano, que el Ing. Mayol deseaba que la congregación salesiana se estableciera en la Explotación de Comodoro Rivadavia con capilla y colegio” (ACSDF, s/f).

[8]. Un caso similar es posible encontrar en Cutral Co (Di Filipo, 2000).

[9]. El fútbol, como juego reglamentario, nació en Inglaterra hacia mediados de 1860. A la década siguiente, el fútbol ya se practicaba en Buenos Aires entre los residentes ingleses de la época y los primeros clubes estaban asociados estrechamente con la colonia británica. Fueron los educadores de los colegios de la colonia inglesa los principales difusores del fútbol, transformándolo en práctica cotidiana para los escolares, tanto ingleses como aquellos que pertenecían a la elite dirigente criolla. El historiador Julio Frydenberg (1997), ha demostrado que la popularización del fútbol en Buenos Aires estuvo asociada al proceso de formación de los sectores populares porteños y de su cultura a principios de siglo. En el caso de Comodoro Rivadavia, a partir de 1912 comenzaría a practicarse el fútbol. Varios de los clubes-equipos surgidos, permitieron una clara identificación laboral en el interior de las comunidades obreras, en un marco de fuerte asociacionismo. Véase Carrizo, 2003 a y 2003 b.

[10]. En una vieja crónica de 1919 se encuentra el siguiente relato: “Por la tarde paseo y entusiasta partido de fútbol. Los dos equipos “Club Estudiantil” de nuestros alumnos contra el “Club Internacional” compuesto de alumnos de otras escuela. Jugaron hora y media con un goal cada uno” (ACSDF, 1918).

[11]. Sin embargo, las competencias deportivas eran mal vistas durante la Edad Media por adquirir un carácter profano. El clero católico de la época se opuso a este tipo de eventos considerados paganos, a pesar de su gran popularidad. Incluso estos juegos disputaban el mismo espacio de los rituales sagrados, considerados igualmente importantes para sus participantes. Pero diferían sustancialmente en cuanto a su naturaleza: mientras que los rituales sagrados presuponían la estabilidad de las jerarquías y normas sociales, los profanos se caracterizaban por la oposición a las normas y prácticas instituidas de arriba hacia abajo. Según los antropólogos brasileños Ruben Oliven y Arlei Damo, los clérigos católicos fueron forzados a incorporar los deportes y trataron de conformarlos a la finalidad racional en lugar de suprimirlos. Es decir, “fueron admitidos como dispositivos capaces de perfeccionar el uso eficiente de la fuerza y de la técnica, desarrollar el espíritu de trabajo en equipo y, fundamentalmente, buscar la superación de los límites del cuerpo” (Oliven & Arlei, 2001: 32).

[12]. Memorias biográficas de Don Bosco, T. 4, p, 422, Breve tratado del sistema preventivo escrito por Don Bosco en 1876, citado en Infeld, 2004.

[13]. Pareciera ser que fue el básquetbol el deporte a partir del cual el Colegio trascendió a través de su afiliación a la Federación de Básquetbol del Chubut. También el Colegio ha participado en ciclismo, atletismo, pelota a paleta y bochas. En el Álbum Histórico de los Deportes, se sostiene que: “El Club Deportivo Deán Funes se fundó el 4 de agosto de 1941 y en la actualidad es el más joven de la zona que practica Básquet. Esta nueva entidad se formó para dar oportunidad a los alumnos de poder competir en clubes similares en destreza y entusiasmo” (Paz, 1948: 81).

[14]. Armando Silva (1998), al referirse a las posturas masculinas preponderantes en Colombia entre los años treinta y cuarenta, afirma que la figura del equipo de fútbol es una pose masculina muy reiterada. Asimismo, sostiene que la exhibición del cigarrillo y el fútbol eran dos propiedades masculinas que se trasladaban a la pose fotográfica.

[15]. Nota, Sin datos de edición, ACSDF.

[16]. El Coronel Ángel Solari, Comandante de la Agrupación Patagonia se dirigía por carta al Director del Colegio para comunicarle que: “El Ejército, y por ende este comando, está abocado a la tarea de ejercer un mayor acercamiento con el pueblo, a la vez que despertar y reafirmar el sentimiento de puro patriotismo, que debe ser el Norte de todo argentino. Por ello y como una colaboración, modesta en su faz material, pero de honda sugestión en la parte moral y espiritual, el suscripto, en nombre del Señor Director de la Escuela de Mecánica del Ejercito, pone a disposición del Señor Director, una bandera Argentina, a ser entregada al finalizar el presente curso escolar, a aquel alumno, que obtenga el primer puesto en el 6º grado” (ACSDF, 1942).

[17]. En un informe realizado por el Coronel Ángel Solari, encargado de la organización de la Agrupación Patagonia en Comodoro Rivadavia, manifestaba su preocupación por el estado de la educación en la región. Lo hacía en estos términos: “El sentimiento argentino, no ha germinado aún en la masa de la población infantil, dada la heterogeneidad racial, ya que en la Patagonia se funden todas las sangres del mundo y corresponde a la escuela, modelar y encauzar ese sentimiento. Es explicable que la falta de atención a este problema esencial de la educación, por los organismos responsables, haya dado lugar a que se vaya afirmando en cierta masa extranjera de la región, la consecuencia de desinteresarse por infiltrar a sus hijos el espíritu de nacionalidad argentina. El concepto arraigado en la zona central del país, de que la Patagonia está chilenizada o extranjerizada, es la resultante de esa falta de preocupación por elevar el espíritu de la niñez, al nivel que exige y reclama el sano concepto de patria”, “Patagonia. Necesidad de solucionar vitales problemas de la misma” (AGN, 1943).

[18]. Además del ofrecimiento de una educación sólida, tanto en el aspecto religioso como en la formación técnica, en los afiches en donde se promovía la educación salesiana se informaba que “YPF otorga premios estímulo en efectivo a todos los que terminan 5º año” y que “los egresados podrán gozar de fácil acceso a las distintas dependencias de YPF bajo cuyos auspicios ha prosperado este colegio” (ACSDF).

[19]. Palabras de un ex-alumno, sin datos de edición, ACSDF.

[20]. Según la Iglesia Católica, para establecer la armonía social era esencial promover la colaboración entre las clases basándose en el espíritu cristiano de justicia y caridad. Dentro de este cuadro, cabría a los patrones el respeto a la dignidad del obrero y el ejercicio directo de la caridad cristiana; a los obreros, el respeto al patrón y a sus bienes, así como el distanciamiento de la sedición socialista, impulsora de la destrucción social. A su vez, el Estado era llamado a contribuir con el bienestar de los trabajadores dentro de los límites de su poder: protegiendo la propiedad particular, impidiendo las huelgas y contribuyendo a la fijación del justo salario. Para una caracterización de la Iglesia católica durante este período véase Pronko, 2003.

[21]. En un documento de circulación entre los profesores se estipulaban los siguientes contenidos: “Jesucristo liberador del pecado y de la muerte. Jesucristo y el sexo. Jesucristo y los deportes” (Programación de la catequesis para los cursos secundarios, s/f: 27 y 28).

[22]. Antoni Jesús Aguiló Bonet (2008) ha sostenido que la Iglesia católica sigue considerando a la reproducción como una finalidad primordial del acto matrimonial.

[23]. Aquí se presenta una lista de distinciones binarias que seguramente nos resultará familiar: Masculino: ámbito público; fuera de casa; en el trabajo; se dedica a la producción; tiene independencia y posee poder. Femenino: ámbito privado; dentro de la casa; en la casa; se dedica al consumo; tiene dependencia y falta de poder (véase Mc Dowell, 2000: 28).

[24]. http: www.colegiodeanfunes.com.ar ,consultado el 24 de noviembre de 2004.